ADOLESCENCIA
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    Las actitudes religiosas de los jóvenes son complejas y originales. Descubren los valores y los compro­misos religio­sos, morales y sociales del creyente y se inician en ellos con una religio­sidad proyectiva, cami­no de ma­du­rez.
   A partir de los 15 y 16 años, al termi­nar la preadolescencia, la religiosidad está ya configurada en sus aspectos básicos. En adelante se desarrollará en procesos de fortaleci­miento y de proyec­ción de forma original: o bien se conser­va frágil, átona y vacía, incluso se apaga casi del todo, si la formación no ha sido adecua­da; o bien los sentimientos y criterios que se han fraguado en los años ante­riores se po­nen en juego siguiendo estímulos externos o los impul­sos del propio corazón.


   Se puede decir que la religiosidad ya no crece más, desde esta edad, aunque sí se profundiza, se define y, sobre todo, se proyecta en la vida de cada joven. En adelante se van a atravesar itinerarios diversificados y personales, oscilantes al principio y más estables después, de forma similar a lo que acontece en los adultos: unos serán más creyentes y otros resultarán más escépticos; unos parecerán introvertidos y otros más exteriores; los ha­brá profundos y otros serán super­ficia­les; algunos tende­rán a una religiosi­dad más de ideas y criterios, otros se de­senvolve­rán más en afectos y los habrás más dados a la acción.
  Con todo, entre los 15 y los 25 años, se suele recorrer un camino de conso­lida­ción y personalización. En la medi­da de lo posi­ble, se reclamará por parte de los ani­madores de jóvenes, formación, cateque­sis, apo­yos oportu­nos.

 

 

 

1. Dos momentos juveniles

  El primero será más inestable y turbulento en general. Será el propia de la adolescencia o primera juventud. El segundo, el juvenil maduro, tendrá más a la estabilidad.

  1.1. Etapa adolescente (15-18 años)

   Se caracteriza por actitudes sociales y morales todavía dependientes de los adultos, aun cuando se multipliquen los episodios y las declaraciones de autonomía.
   Con frecuencia se halla ésta frenada por las limitaciones de todo orden, tanto de la familia como de las instituciones docentes en donde se vive. Es época de estudios medios, más precisos y disciplinados, menos elegidos por el individuo. Aun cuando la muchacha madura algo más rápidamente que el varón, los rasgos de ambos son hoy similares.
   Ella advierte que su dis­tancia con los chicos de su edad se va acor­tando. Los muchachos son cons­cien­tes de su prota­gonismo social y asumen con cierto placer su responsabi­lidad religiosa, sobre todo si pertenecen a estruc­turas familiares o escolares flexi­bles.
   Su pensamiento es ya bastante con­sistente, pues los niveles culturales au­mentan y los medios de comu­nicación que asimila acríticamente le conceden una informa­ción diver­sificada.
   Las relaciones intersexuales resultan ya naturales en este momento en los terre­nos afectivos y convivenciales, cultivando el respeto, la tolerancia y el pluralismo, a no ser que se pertenezca a grupos integristas o marginales.
    La religiosidad llega a la autono­mía casi total, pues el individuo asume sus decisiones con independencia creciente de su entorno, a pesar de las interferencias de lo adultos.

 

 
 

1.2. La etapa juvenil (18- 25 años)

   Se presenta ya como plena y autónoma. El joven, maduro o no, se ve arropa­do por los estudios superio­res o inicia la actividad laboral, con lo que supone de autonomía en todos los campos. Se sabe dueño de una cultura y de una experiencia original, más o menos distante del adulto. Por eso prescinde de normas ajenas. Si se aceptan, es por conveniencia o por considerarlas asumibles en su situación familiar.
   El pensamiento se vuelve con insisten­cia hacia las opciones de vida: trabajo, matrimonio, profesión, pertenencias. En el terreno religioso, el joven ya no acepta interferencias o curiosidades ajenas. Su situación y sus creencias depen­den de los procesos anteriores de formación más o menos asimilados y de la sintonía cultural, social y familiar, en la que cuen­ta lo afectivo y lo tradicional, más que el cálculo explícito.

  2. Rasgos adolescentes

  Tradicionalmente se ha considerado la conmoción somática que acontece en la pubertad como signo de un tránsito brusco hacia la adultez. Pero es sólo el anun­cio de una primera madurez. A partir de ella, emergen los valores definitivos de cada persona. Afecta ese salto o crisis a todas las dimensiones, sobre todo a lo moral y social.
  Y esto supone nuevas pers­pecti­vas en todos los terrenos: afectividad, imaginación, capacidad de opción, crite­rios, sociabilidad, intereses, etc.
   La preadolescencia, con todas sus riquezas, no fue más que una puerta abierta y un anuncio de nueva vida. La adolescencia será el tránsito un tanto alborotado hacia la primera vida adulta, a la cual llamaremos juventud madura. Cada uno de los rasgos irá desarrollándose de forma original.

- Se consolidan las ideas, los senti­m­ien­tos y las relaciones con cierto tono objetivo y dinámico, con apertura a lo mundanal y con apoyos experienciales firmes. No siempre se hace con sereni­dad. Es frecuente el negativis­mo y la agresividad ante la vida. El adolescente se vuelve muchas veces taciturno y triste, sin que se pueda deter­minar las causas, ni siquiera ante sí mismo. Ello le hace un tanto ingrato en las relaciones sociales, inseguro y obstinado, desconcertante en sus reacciones. No son estados duraderos, pero sí lo suficiente­men­te frecuentes para que él mismo se sienta inseguro.


   - Es sensible ante el afecto y se irrita con la injusticia o las discrimina­ciones. Reclama austeridad y se vuelve ambicio­so. Protesta cuando se siente víctima de limitaciones y muchas veces es duro cuando impone sus normas a los demás. Habla de democracia, pero se resiste a ser pluralista. Sueña con ideales y sucumbe ante los reclamos de los senti­dos. Se vuelve más romántico y utópico que trabajador y sacrificado. Se refugia con frecuencia en el ensueño como eva­sión compensatoria ante sus propias contra­dicciones.
   - Su principal desconcierto es la debilidad moral. Se propone con frecuencia em­presas, trabajos o resoluciones que, sin él explicárselo, duran poco en su volun­tad. Se siente frágil. Hasta es a veces pesimista y se desprecia ante sí mismo por ello. No acierta a hallar remedio.

   - Es a veces desconcertante en sus proyectos y también inconstante en el cumplimiento de sus deberes o de sus compromisos. No se pueden describir siempre sus caminos, pues ni él mismo los entiende con claridad. Se puede decir con razón que sabe o intuye lo que no quie­re, pero no acierta a expresar en cada momento lo que desea. Improvisa­dor por dinámico y también impulsivo por riqueza afectiva, el adolescente no es propenso al orden ni a la previsión; y sus decisio­nes se fraguan con frecuen­cia sobre la marcha.
   - Por eso aparece como conflic­tivo en la vida familiar y también en la escolar. Altamente sensible a la autono­mía y a la libertad, se vuelve exigente cuan­do asume un puesto de mando, pues le atenaza el complejo de su propia debilidad o el miedo al fracaso. Con todo, la conflictividad no es ordinaria­mente pro­funda y se amortigua con el paso del tiempo, sobre todo si se mueve con educadores tolerantes y comprensivos.

   Sus fuerzas afectivas son ricas y ex­plosivas, pero no violentas. Cultiva la amistad y la solidaridad como valores ideales, pero a veces es inconsecuente con ellos. Es fiel, pero no cons­tante, ante lo prometido. Se enreda con fre­cuencia en simpatías por el otro sexo, con ena­mora­mientos platónicos e irreali­zables, que no son duraderos.
   A veces se pierde en el romanticismo: gestos tímidos o auda­ces, solidaridad utópica, admiración por héroes o empre­sas ambiciosas, amor a la naturaleza y a la vida, cultivo de la literatura, del perio­dismo, de la política o del arte, también de la religión. Y mu­chas veces se refugia en sí mismo: diarios, cartas personales e íntimas, autodescripciones, etc.

 -  Está propenso a evasiones que le alejan de la realidad: juego, espectáculo ruidoso, cine de aventura, novela, incluso alcoholismo o toxicomanía. Llega a situa­ciones de riesgo por su afán de novedad, por el atractivo del riesgo, o por la per­suasión, más o menos sub­cons­ciente, del entor­no.
   Prefiere la evasión en grupo y rompe muchas veces con las normas prudenciales, sobre todo para no ser menos que los compañeros. Pero sus diver­siones más espectaculares le dejan con frecuen­cia vacío interior, sobre todo si tiene elevados valores morales; mas trata de llenarlo con sucedáneos y experiencias desbordantes.


  -  También se siente arrebatado por compromisos idealizados, los cuales muchas veces no son calculados en todas las consecuencias: empresas exigentes, pertenencias a grupos novedosos, reacciones contra las normas o los usos sociales, provocaciones innece­sarias a la autoridad, invitaciones irresistibles a colaboraciones no siempre bien definidas, etc. Se siente mayor cuando puede hablar de lo que ha visto, experimentado, gustado. Con frecuencia mag­nifica sus logros o sus proyectos, con el deseo de parecer más fuerte o hábil que los otros.


  -  Los adolescentes se diferencian notablemente por la situación social en la que se mueven. Sus compromisos y sus actividades condicionan su identidad personal desde el momento en que se sienten aprisionados en determinados roles o empresas exigentes. Por eso son tan diferentes las exigencias y reacciones de los adolescentes estudiantes, trabaja­dores, marginados, líderes, miem­bros de bandas, participantes en grupos políticos, etc. Según el contexto en el que se mueve, cada adolescente se proyecta para el bien o para el mal y se siente propenso a la serenidad o la violencia, al equilibrio o al desa­juste.

   

3. Religiosidad

    Es época en que transita inconsciente­mente por una religiosidad subjetiva, camino de la objetivación. El adolescente posee grandes rique­zas emotivas. Es sensible, imaginativo y social. No solamente se muestra dinámi­co y comunicativo, sino que necesita también la apertura hacia y desde los demás. Ello equivale a decir que tiene facilidad para captar y reaccionar ante los valores espirituales.
    Su religiosidad por lo general no es todavía definitiva y madura. Se halla muy sujeta a transformaciones asocia­das a sus alteraciones emocionales. Por eso tiene el riesgo de ser tornadiza y sufrir ruptu­ras, o al menos vaivenes, en las decisiones, adhesiones o valores.

 

 

   3.1. Rasgos

  -  Su inclinación frecuente es el mora­lismo. Se multiplican las vinculacio­nes con los aspectos éticos en sus reflexio­nes y planteamientos de vida. Algunos temas le afectan con insisten­cia: justicia social, conciencia, solidari­dad, derechos huma­nos, sobre todo la sexualidad. En mu­chos adolescen­tes de ambientes creyentes se establece estrecha vinculación entre sexualidad y com­promiso religioso, siendo frecuente la aversión agresiva hacia la ley moral a causa de la dificul­tad de su aceptación práctica en los terrenos sensoriales.


  -  Se siente también la estructura ecle­sial como un estorbo, sobre todo por la espontánea relación que se configura entre personas y dogmas, entre evangelizadores y Evangelio, entre tradiciones sociales y creencias de conciencia.
  -  Muestra una religiosidad muy vinculada también a estímulos ocasionales y a períodos de efervescencia sentimental. Una persona, una vivencia, un encuentro, una invitación, una lectura, una necesidad ajena, un acto religioso que conmue­ve su sensibilidad, pueden ser ocasión de exaltación espiritual o de adhesión intensa. El riesgo es la provi­sionalidad, ya que la inconstancia suele ser, más que ame­naza, tropiezo en los caminos de su crecimiento espiritual.
   - La religiosidad adolescente tiende mucho a personalizarse y vincularse a nombres concretos y a eslogans de cierto sabor utópico, incluso mítico.
   Particular relieve cobra en esta edad la figura humana de Jesús, que sintetiza el mito, el héroe, la fortaleza, la bondad y la honradez, que admiran a todo adolescente. Jesús se presenta como alguien distinto y en la adolescen­cia se valora más su figura que su doctrina, se experi­menta más atractivo por sus hechos que por sus palabras.
  -  El espíritu participativo y solidario de esta edad abre las puertas también a la relación religiosa con otros compañeros en similares condiciones. Esos vínculos pueden desenvolverse por intercambios individuales o cauces asociativos.
  - En los círculos íntimos, en los que predomina la confianza, no se siente inhibición para el cumplimiento religioso. La vida sacra­mental tiende a ser convi­vencial y fo­menta, incluso, la solidaridad con el grupo. Si no hay confianza, lo religioso se relega al fuero de la conciencia y el respeto humano impide exteriorizarla. Del mismo modo nacen afanes apostólicos, sobre todo en los grupos de amigos con los que se convive.
  -  Con todo, la expresión de la fe del adolescente tiende a ser preferentemen­te personal, aun cuando le cuesta toda­vía despren­derse de las concomitancias sociológicas: familiares, escolares, convi­ven­ciales. Rechaza cauces de expresión impuestos y no llega a sentir la necesi­dad de respetar la fe ajena, si estas formulaciones chocan con la suya. Por eso su fe no se manifiesta todavía ma­dura, serena, estable.

3.2. Religiosidad de desarrollo

   La religiosidad se presenta en la etapa adolescente como más personal y más proyectiva que la configurada en la eta­pa anterior: manifiesta mucho de tensión, se asocia con reflejos de autoafianzamiento, posee carga afectiva más que doctrinal, se condensa en la práctica cultual como elemento primordial de referencia.
   Es fruto de los procesos educativos seguidos hasta el momento; pero va adquiriendo tonos ya personalizados, los cuales conllevan actitudes diferenciadas. Hay ya adolescentes creyentes y practicantes; los hay creyentes y no practicantes; no muchos son los practicantes no creyentes; y los hay en abundancia que ni creen en nada concreto ni practican nada religioso.
   Es cierto que la fe en este momento no debe ser identificada con el mero cumplimiento religioso; pero no ha de ser fácilmente separada de él. El adolescente se siente ya libre en sus cumplimientos, al menos físicamente. Otra cosa es que lo sea moralmente y no pesen las tradiciones familiares o las mismas convenciones sociales.

  3.3. Religiosidad diferencial

  - A su situación ha llegado de muchas formas y por diversas influencias; pero su cumplimiento depende de las opciones adoptadas. De aquí que la educación religiosa habrá de valorar mucho la instrucción doctrinal y moral.

   3.3.1. Diferencia por situación

   - En general, sea cual sea la actitud habitual, en este momento predomina la permanencia serena y sin excesivos vaivenes en el comportamiento y en las creencias.
  - En los estudiantes de orienta­ción humanista suelen surgir con alguna fre­cuencia replanteamientos ideológicos o revisiones periódicas, al menos en terrenos o aspectos relacionados con sus estudios literarios, históricos o filosóficos.
  -  En los que viven ambientes labora­les o en los mismos estudiantes de orientación técnica, científica o económica, las conmociones o replanteamientos religiosos son menos frecuentes. Al menos no poseen las cargas dialécticas que reflejan los primeros, teniendo ellos el riesgo del pragmatismo.

     3.3.2 Diferencias por sexo

- Hay que recordar las variaciones religiosas en relación a las peculiarida­des de cada sexo.
  - Si la joven tiende a exteriorizar con más sensibilidad las reacciones y las opiniones, no hay que concluir que es más religiosa que el varón, sino que tiene formas expresivas propias para transferir al exterior sus creencias y sus actitudes.
  - El comporta­miento religioso de la mu­chacha influye notablemente en el varón, incluso más que la influencia familiar, cuando con ella se relaciona en clima de homogeneidad y de confianza.

3.3.3. Por forma evolutiva

   La evolución religiosa de los adoles­centes y jóvenes no es homogénea. Se puede manifestar de manera muy diferente, incluso más que en la infancia o también más que en los adultos.
   En los diversos estadios repercuten las actitudes y las capacidades psíquicas de cada persona: También inciden inevitablemente las formas sociales que influyen de múltiples formas o en las que debe traslucirse la misma religiosidad.
   Ni todos son idénticos en ritmo y en reflejos, ni todos sufren cambios equiva­lentes en su maduración. Podemos hacer una clasificación de jóvenes según algu­nas referencias o criterios que permiten entender mejor sus transforma­ciones interiores.
   Podemos recordar lo que Blas Pas­cal decía sobre la fe de los hombres y tam­bién de los jóvenes :
   "No hay en el mundo más que tres clases de personas:
       * unas que sirven a Dios, habiéndole encontrado;
       * otras que se dedican a buscarle, al no haberle encontrado;
        *  y algunas que viven sin buscarle ni haberle encontrado.
  - Las primeras son razonables y feli­ces; las últimas son locas y desdicha­das; las del medio son razonables, aun­que sufran en vida". (Pensamien­tos 257)

 
 

 

 4. Su tipología religiosa

   Una tipología interesante de los tipos religiosos adolescentes es la que hace años formulaba un educador, Luis Guit­tard en "La Evolución religiosa de los ado­lescentes" (Barcelona. Herder 1961). Desde criterios estadísticos de comporta­miento y cumplimiento religioso, reflejó cinco grandes modelos juveniles:

   4.1. Los arreligiosos.

   Se marginan de todo lo espiritual y se sienten dominados por el escepticismo. Evitan el factor trascendente en su vida y sus actos o planteamientos y sólo se apoyan en intereses inmedia­tos.

   4.2. Los indiferentes.

   Se independi­zan de lo religioso sin ne­garlo explícita­men­te. Su postura es la atonía espiritual. No niegan la existencia de lo trascendente. No se sienten domi­nados por sentimientos y actitudes que tengan que ver con la divinidad o con sus misterios.

   4.3. Los tradicionalistas.

   Se hacen eco de la sociedad en la que viven y orde­nan sus criterios y sobre todo sus actos en función de las costumbres mayoritarias de la familia o de la entidad escolar a la que acuden. Cumplen desde fuera ritos y asumen mínimos sin especial problema.

   4.4. Los indecisos y volubles.

   Sufren oscilaciones tanto en formas de pensar y de sentir como en modos de comportarse en lo referente a la religiosidad. No pueden prescindir de lo religioso, pero son inconstantes en sus líneas de acción y en sus criterios.

4.5. Los fervorosos.

   Ven y sienten en la religión un condicionante fuerte de sus modos de pensar, de querer y de actuar, interior y exterior­mente. Asumen los miste­rios religiosos y los convierten en fuer­zas vitales, con inten­sa tonalidad afectiva y con actuacio­nes consecuentes.

   Son más abun­dantes los tres intermedios: tradicionalistas, indife­rentes e inestables. Pero existen adolescentes de todos los tipos. Y en tiempos recientes se han incrementado los tipos agnósticos también entre personas de estas edades de apertura a la vida. Pero en general la religiosidad adolescente varía según las circuns­tan­cias que envuel­ven a las personas. No es bueno reducir mucho la clasifi­cación de los procesos religiosos adoles­centes, pues las manifestaciones son múlti­ples, sobre todo teniendo en cuenta el pluralismo religioso de los tiempos ac­tuales y las diversas perspectivas que se plantean al respecto.
   Por otra parte, en los tiempos actuales y en ambientes desarrolla­dos se incremen­tan cada vez más los modelos agresivos de cierta religiosidad polémica y antijerárquica, aunque procedan sus promotores de familias creyentes y adheridas a lo religioso. Por eso en la adolescencia es frecuente la oscila­ción entre la turbulencia y el reconocimiento del valor religio­so, entre la credulidad y el desconcierto, entre la aceptación y el olvido, entre el peso del entorno social o fami­liar y la ruptura jactanciosa con lo que rodea.
    Es preciso también reconocer que las influen­cias de los medios modernos de comuni­cación social (cine, música, Tele­visión, tecnologías), con la promoción de mitos y criterios de signo consumista, está influyendo mucho en los modos de comportamiento religioso y en el área de los criterios, al menos en am­bientes desarrollados y pragmatistas.

   

5. Comportamientos religiosos

   Podemos también diseñar los diver­sos mode­los de comportamiento religio­so adolescente, que son hoy frecuentes en consecuencia con las creencias propias de esa edad.

   5.1. Rutinarios.

   Hay muchachos de religiosidad tradicionalista, que reducen su fe al cumpli­miento cultual. No son muchos, pero aparecen con frecuencia en los ámbitos escolares. Son miméticos más que pacíficos. Viven de la herencia, del en­torno y de cierta pasividad convivencial.
   Siguen criterios y hasta sentimientos ajenos. En ellos pesan menos las con­vic­ciones que los ejemplos que imitan con facilidad, sobre todo en procedentes del marco familiar. Consideran una señal de equili­brio adaptarse sin más.

   5.2. Moralistas.

   Otros adolescentes son tributarios de una religiosidad moralista. Identifi­can las creencias con la aceptación y el cumplimiento de las leyes. Su religiosidad es una fuente de satisfacción para su con­cien­cia.
   Determinan lo que es bueno y malo de forma afectiva más que reflexiva y lo religioso se reduce a no romper la nor­ma interior, que suele tener más de senti­miento que recta iluminación a la luz de la fe.
   Van a misa, pero no oran. No hieren al prójimo, pero no cultivan el amor. Res­petan al prójimo, pero no distinguen el sentido de la caridad. Sienten paz si cumplen sus obligaciones religiosas y les remuerde la conciencia si abandonan sus "deberes" religiosos.
   Algunos imperativos morales pueden absorber su fe: solidari­dad, justicia, honradez, deberes escolares, auto­domi­nio sexual, etc. Identifican su fe con su moral.

   5.3. Racionales

   No son muchos los adolescentes de religiosidad crítica y lógica, que identifican su fe con el conocimiento del dog­ma, del mensaje revelado, de la doctrina aprendi­da, retenida y practicada.
   Respetan y hasta admiran las verda­des y olvidan que no basta el saber para cree ni es suficiente el respetar para expresar amor.
   En algunos domina la religiosidad dialéctica, es decir, más empeñada en demostrar creencias que en aceptar misterios, en conocer verdades que en convertirlas en vida.

   5.4. Proselitistas

   En no muchos la religiosidad se convierte en un motivo de acción conquis­tadora, llegando en ocasiones a la fogosidad sectaria por motivos más afectivos que racionales. Hacen de lo religioso motivo de lucha más que de oferta.
   Tales adolescentes son creyen­tes per­suadi­dos y tratan de dominar y cautivar a otros, sin examinar lo que creen. No quiere ello decir que sean inconsecuentes, sino que su inmadu­rez no dan para posturas más consistentes, al no enten­der que la fe es un don divino y no una conquista humana.
  A veces, estos proselitistas se mueven por dinamismos turbulentos, llegan a los umbrales del fanatismo conflictivo y agresivo. Hacen de los mensajes y de las normas motivo de tensión tanto en sí mismos, por sus dudas y angustias, como en los demás, por el contagio de sus zozobras.
  La lástima es que hay grupos, incluso católicos, un tanto integristas, que fo­mentan estas actitudes, sin entender que no responden a lo que el Evangelio tiene de oferta y de servicio. Hacen mal servi­cio a los adolescentes que reclaman para este tipo de religiosidad.

   5.5. Los piadosos

   De cuando en cuando domina en la mente y en la conciencia de algunos adolescentes una religiosidad de devo­ciones más que adhesiones profundas. Con ella se genera una de infantiliza­da, crédula, infor­mal, hasta inge­nua y su­persti­ciosa.
   Se muestra en gestos de simpleza espiritual, que no son otra cosa que reflejo de estadios no superados de la infancia o de influencias ambientales no convertidas en actitudes personales.
   La piedad verdadera supone algo más que fórmulas y ritos. Implica conversión, coherencia, servicio y entrega. Si no lo es, puede ser mero pragmatismo religio­so y conducir a la superstición empobre­cedora.

   5.6. Los fantasiosos

   También hay en ocasiones adolescen­tes dominados por una religiosidad mística, intimista, en donde el mito se sitúa en el centro de los sentimientos y de las creencias, sin filtro alguno racio­nal, ecle­sial o social.
   En el comportamiento de estas perso­nas influye con exceso la fanta­sía o la mitología, sin que se susciten reac­cio­nes proyectadas a la vida. 
  Son actitudes frecuentemente culti­vadas en sectas religiosas o pararreli­gio­sas que no ayudan al equilibrio de la personalidad.

   5.7. Los filántropos

   La religiosidad antropocéntrica, social y benefactora, altruista y comprometedo­ra, puede tentar a muchos adolescentes comprometidos en tareas y en servicios solidarios. Se justifican por los reclamos de la sensibilidad, pero no se basan en los imperativos de la doctrina.
   Es difícil diferenciar en estas per­so­nas lo que hay de humano y lo que es espiri­tual en sus comportamientos.
   Cuando se dan estas actitudes en los niveles adolescentes siempre hay un factor fuerte de influencia externa.
 

   5.8. Asumir la originalidad
 
   La alusión a estos comportamientos no agota todas las formas de describir las respuestas religiosas de la adolescencia. Pero hace posible entender que es épo­ca de grandes diferencias personales y de variedad de respuestas. Lo más frecuente en el adolescente es la tendencia al cambio y a la inestabilidad, el nacimiento de la intimidad en este terreno y la natural necesidad de justifi­car los propios valores.
   Este cam­bio y esta inestabilidad se hacen más presentes en personalidades frágiles y superficiales, sobre todo si la educación religiosa infantil no ha sido serena y equilibrada.
   No resulta fácil determinar cuál de las for­mas religiosas es la mejor para cada uno o la más conveniente para la efica­cia educa­tiva de cada persona. Hay que saber aco­gerlas todas con respeto a sus prota­go­nistas y tratar de sacar el mejor parti­do de cada una.
   Lo único que es indiscutible es lo improcedente que resulta cualquier exce­so. Los valores espirituales, como todo lo moral y lo supe­rior, se presta a diversidad de expresiones y, por lo tanto, a pluralidad de inter­pretaciones. Mientras queden satisfechas las exigencias psicológicas mínimas, como son el respeto a la doctrina, la serenidad en los sentimientos, la compatibilidad de las actitudes religiosas con los deberes profesio­nales, su dimensión positiva en la convi­vencia, la satisfacción interior que se apoya en ellas, habrá que respe­tar cada postura en la medida en que aparezcan en cada persona.
   Del mismo modo, es conveniente afirmar que el vacío religioso o la explícita marginación de todo lo trascendente provoca un lamentable vacío espiritual, que repercute en las demás dimensiones de la personalidad. Este vacío es particularmente perjudicial en los años de tránsito y de consolidación como son los de la preadolescencia.

 
 

 

    6. Catequesis adolescen­tes

   Si el adolescente se halla en transi­ción hacia la madurez total y hacia el desarro­llo de las facultades, la educación religio­sa debe ser valorada como una palanca que facilita el camino.
   La catequesis adolescente es una forma de ayudar a la persona a descubrir el valor de su fe y la responsabilidad de la propia maduración espiritual.
   Es preciso hacerla ver como don de Dios que es bueno cultivar. Por eso no basta ya en esa edad una catequesis de manteni­miento, de simple instrucción, de lucha o de razonamiento.
   La mejor estrategia de la catequesis de esta edad es promover formas personales y libres de aceptar el anuncio evangélico, de promover la esperanza en Dios que actúa en cada ser humano y despertar la adhesión a Jesús, centro del mensaje revelado, y a la comunidad eclesial, que es la intermediaria de Dios y de Cristo en la tierra.
   Olvidar uno de estos polos: conciencia libre, misterio revelado, Dios providente, Cristo personal, Iglesia mediadora, conduce a la confusión y al fracaso.

   6.1. Criterios básicos

   La superación de las estructuras, inclu­so de las tradicionales, ha de ser criterio de partida. Una catequesis estandardizada, unificada, monovalente, no es válida para el ámbito adolescente, en el que cada uno es diferente.
  La catequesis no se puede reducir a un proselitismo religioso. No debe limitar­se a enseñar al adoles­cen­te a conformar sus creencias y sus comportamientos con las refe­rencias de la colectividad (catequesis sociológi­ca) o con los intere­ses de los grupos cristianos (catequesis eclesial), ni siquiera con los intereses moralizadores de la colectivi­dad (catequesis moralista).
   Más bien debe orientarse a promover el compromi­so personal y la actitud pro­fun­da y libre, respetando los ritmos, las preferencias y las opciones.
   Tampoco se puede limitar al aprendi­zaje de una doctrina (catequesis doctri­nal), ya que el Evangelio no es un libro de sociología o de filosofía religiosa, sino el testimonio de una persona divina, la de Jesús, que anunció un mensaje de salva­ción (la buena noticia)
    Por eso la catequesis de esa etapa ha de conducir hacia la adhesión generosa y dadivosa a la per­sona de Jesús y hacia su mensaje con­creto y real y no a la integración en una sociedad, la Iglesia comunidad.
    Ha de ser catequesis vital, evangélica y per­sonalizada. Sólo lo conseguirá, si es libre, abierta, kerigmática, evangélica.

 

 

   6.2. Procedimientos

   La efervescencia adolescente, así como sus fluctuacio­nes, le llevan al ries­go del subjetivismo. Hay que facilitarle el descubrimiento por sí mismo de las diferen­tes actitudes profundas del alma y dejar­le obrar de forma responsable.
   Sin polémica, hay que saber presen­tarle las actitudes que conducen a la fe, como son la humildad, la sinceridad, la cari­dad, la sensibilidad espiritual. En cierto sentido, hay que prepararle el camino para que sea él mismo el que asuma sus compromisos religiosos y acepte el misterio cristiano que le ha de dar una vida personal y transformadora.
   Conviene facilitar al adolescente una cultura religiosa am­plia para hacerla paralela, si no superior, a los otros sec­tores científicos en que se desenvuelve por sus estudios y experiencias. Es bue­no recordar que la cultura reli­gio­sa no equivale a la fe au­téntica, pero le prepara el camino con facilidad.
   Los adolescentes y los jóvenes agradecen claridad de ideas, solidez de plan­tea­mientos, profundidad de argumentos. La catequesis de la adolescencia ha de tener en cuenta la libertad y los rasgos espirituales de cada uno. Debe huir de cualquier preferencia proselitista o de la simple colonización espiritual, como si pretendiera ganar adeptos a una causa sin más. Hay que educar al cre­yente para protagonizar las opciones persona­les y no para imitar las que otros asumen. Aun cuando fueran negativas y empobrecedoras, deben ser respetadas si son personales.
   Es peligroso en la adoles­cencia promocionar cualquier forma de fanatismo religioso o actitudes intransigentes, las cuales conducen a la anula­ción de los verdaderos valores espirituales.
   La tarea del catequista está en ense­ñar­le a descubrir lo que él puede aportar y animarle a hacerlo, aunque sea poco. De manera muy especial la catequesis de esta edad debe orientarse prefe­rente­mente hacia dimensiones genero­sas de servicio personal. Las invitacio­nes apos­tólicas son las formas más excelentes de preparar y dar consisten­cia a la educa­ción de la fe en el hombre.
   Convendrá también no reducir los cauces participativos a la acción social y filantrópica. Suelen ser provechosos los estímulos grupales de otro signo: por ejemplo, de reflexión cristiana, de ora­ción y penitencia, de celebraciones sa­cramen­tales, etc.
   El adolescente religiosamente cultiva­do suele encontrar en la fe de los demás compa­ñeros un apoyo tonificador de la propia actitud de creyente. Por eso es tan posi­tivo facilitar a los jóvenes y ado­lescen­tes encuentros, convivencias y relaciones auténticamente cristianas.
   Ciertamente esta catequesis requiere gran paciencia y fortaleza, debido a las reacciones desconcertantes que mani­fiestan a veces los sujetos en esta épo­ca de tránsito. Los vaivenes afectivos, y las respuestas agresivas a que están pro­pensos, requieren mucha compren­sión y paciencia por parte de los educadores.
  Incluso, aunque parezca que el tiempo se pierde al ver destruidos multi­tud de esfuerzos realizados con ilusión, no debe el educador dejarse dominar por el desa­lien­to. Tratando con adoles­cen­tes, hay que estar siempre volviendo a em­pezar. Hay que hacerlo sin mar­gen.
(Ver Juventud)

 

 

Diferencias entre sexos ( propensiones en forma de contraste)

Rasgos del chico

Rasgos de la chica

Más abstracto, Generaliza y teoriza
Se refugia en el grupo: se excusa
Confunde las ideas: se evade
Oculta sus sentimientos. Se evade
Reservado, no transparente. Se oculta
 Más individual y aislado. Se inhibe
Vive lo inmediato. Improvisa
Reflexiona más que expone. Piensa
Reacciona con violencia. Ataca
Se irrita, aguanta. Protesta

 Más intuitiva. Personaliza y concreta
 Asume sus opciones. Se explica bien
 Prefiere las razones sólidas. Clarifica
 Publica sus actitudes. Se explica
 Es expansiva y solidaria. Se vincula
 Más relacionada y abierta. Se vincula
 Piensa en lo venidero. Se prepara
 Habla más que reflexiona. Comunica
 Actúa con precaución. Se defiende
 Se retuerce, reclama, a veces llora

Es activo y es impulsivo.
Desea el protagonismo y el riesgo.
Prefiere ver y mirar ante de que le miren   y le controlen a él.

 Es receptiva y reservada.
 Gusta de actuar, pero con moderación
 Es más inclinada a dejarse ver y
   Le agrada ser observada.