AMBITOS
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    Son los lugares físicos (espacios, sitos, territorios) o los entornos no físicos (ambientes, climas, medios) en los que se desarrolla la vida y en donde se produ­cen las relaciones humanas. En consecuencia, son el contexto en el que se desenvuelve el proceso educativo.

   1. Significado educativo

    Para la educación de la fe los ámbitos tienen una gran importancia, por su in­fluencia, por su confluencia y, con frecuencia, por su refluencia.
    La "influencia" es evidente en cuanto configuran ideas, sentimientos y relaciones de forma inadvertida. Además, por lo general, no son monovalentes y simples, sino que en ellos hay "confluencia" de personas, mensajes, apoyos, valores contrastes, que se interconexionan for­mando la tupida red de circunstancias que diferencia los procesos educadores.
    Y también dejan muchas veces en la persona, sobre todo inmadura, un sedimento afectivo (impresiones), social (hábitos) e intelectual (valores) que, con frecuencia, en tiempos posteriores de la vida, se reaviva. Entonces ayuda o es­torba las respuestas religiosas, pues "refluyen" los recuerdos, impresiones y reclamos de lo que se bebió y vivió en el pasado infantil o adolescente.
    La educación religiosa, en su dimensión informativa (instrucción, cultura, capacidad) y formativa, no es posible sin la existencia de espacios, lugares y entornos propicios, es decir de ámbitos que ayudan. Si no existen, o si son más bien deseducativos, la persona no puede asimilar mensajes religiosos con limpieza o lo hace con distorsión, insuficiencia o error.

   1.1. Tipología

    Los ámbitos son más análogos que unívocos y son numerosos. Se los puede clasificar de variadas formas:

  * Son ámbitos reales o más naturales los que reclaman elementos físicos:
     - el familiar: hogar, parentela, tribu.
     - el social: barrio, pueblo, aldea, comunidad de vecinos, región, país.
     - el escolar: aula, nivel, clase, depar­tamento, seminario, grupo cultural, deportivo, diversivo, religioso.
     - el parroquial: cofradía, catequesis o catecumenado,  hermandad, asamblea, cáritas.
       - el convivencial: el club, los talleres, los lugares de trabajo, de estudios, etc.

  * Son ámbitos personales los que más bien implican relaciones de personas que lugares, normas o reglamentos:
       - los grupos de amistad, de solidaridad, las Ongs, las comunidades de base.
       - los equipos de trabajo, de reflexión, de asistencia y caridad.
      - las reuniones y encuentros, las conferencias, los cursos, los seminarios, los simposios, las peregrinaciones, las convivencias de diverso tipo.

  * Y puede hablarse de ámbitos virtuales, indefinibles pero reales e influyentes, que implican un entorno invisible por me­dio de lenguajes o apoyos visibles tan repetidos que crean dependencia:
      - el vínculo afín fomentado por la asiduidad a una prensa concreta: libros, revistas, períodicos reiteradamente leídos y asimilados.
    - el generado por la cautividad de la mente ante determinada programación de televisión, de radio, de cine, de video, de software informático.
   - el nacido de la asidua afinidad a un movimiento artístico, social, cultu­ral, ecológico, incluso religioso, etc.

     1. 2. Importancia

   El hombre nace a la vida en el ámbito más natural y primario, que es el gestado en la familia. Pero se mueve luego en multitud de ámbitos: compañías, amistades, vínculos, relaciones laborales, intereses. Unos son más fijos y permanentes; otros son más fugaces, variables; pero todos son importantes.
   En la educación religiosa, de las ideas y criterios, de los sentimientos y de las actitudes, de las relaciones, el ámbito más natural y directamente configurador es también la familia.
   Pero ella resulta insuficiente y en cierto momento tiene trascenderse. El ser humano es inteligente, dinámico, hambriento de experiencias; busca otros ámbitos en los que poder pasearse, pues los necesita.
   En todos ellos se educa y se transmiten creencias, hábitos, experiencias y modos de vida. Por eso interesan en catequesis para ser aprovechados más que para ser contrastados o reprimidos.

   2. Criterios educativos

   Los lugares físicos y los entornos humanos en los que se desarrolla la vida de cada persona comprometen la tarea catequística, pues todos son decisivos en la educación de la fe. El catequista debe conocerlos, compararlos y, en lo posible, complementarlos.
   Ningún ámbito, ni siquiera el familiar, genera influencias ciegas que influyen de forma irresistible al estilo del medio físico en la configuración de las plantas y de los animales irracionales. Pero condicio­nan la educación de manera intensa, continua y diversa en cada perso­na inmersa en sus circunstancias.
   Algunos, como la sala de cate­quesis con el clima que en ella se origina, o el grupo de oración, que se desenvuelve en el lugar sagrado (tem­plo), son directa y firmemente configuradores de valores espirituales o de hábitos evangélicos.
   Se pueden aceptar tres criterios gene­rales que ayudan a entender el valor global de todos ellos.
  
   2.1. Influencias indiscutibles

   Todos los ámbitos deben ser tenidos en cuenta. Su influencia es variada y variable, pero decisiva en la vida. Con todo, no todos tienen el mis­mo poder sobre la personalidad. Todos deben ser cuidados para que se constituyan en positivos. Debe ser aprovechados para que transformen en constructivos.
   En ocasiones, hay que precaverse para que no se transformen en negativos y dificulten la acción educadora de la fe.
   Esto supone tiempo, sensibilidad, colaboración por parte de todos los que intervienen en la educación religiosa.

   2.2. Diferencias significativas

   Hay que discernir el valor de cada uno de ellos y establecer una jerarquía en ellos y enseñar a los catequizandos a establecerla. Hay entornos de valor secundario y no deben ser más cautivadores que los primarios: una aula no más importante que un hogar y un club no es más valioso que la parroquia. Pero incluso los que no son primarios pueden ser tan condi­cio­nantes que resulten decisivos para la formación de la conciencia y de la fe.
   El discernimiento tiene que conducir a una acción práctica y transformadora: es decir, a crear las condiciones físicas y psicológicas para lograr el acierto pedagógico al menos en aquellos ambientes que son naturalmente imprescindibles: familia, escuela, parroquia.

   2.3. Superposición de sus efectos

   El catequista debe recordar que el hombre no puede prescindir de los am­bientes naturales, aunque resulten negativos. Directamente apenas si puede influir, por ejemplo, en el clima familiar adverso por el conocido o intuido. Pero debe siempre aprovechar para la educa­ción religiosa lo posible.

   3. Variedad y diferencias

   La tarea educativa se desenvuelve en entornos variados. Es conveniente recor­dar que la suma de las influencias par­ciales constituye la fuerza más condicionante e irresistible de los entornos, sobre todo en la infancia.
   Es conveniente actuar en esos ámbitos en proporción a su importancia. Para ello se precisa cierta valentía, mucha habilidad y la modestia suficiente para aceptar la mediocridad de los resultados si el caso llega.

   3.1. Ambitos naturales

   Son los que mayor valor tienen y los que mayor influencia ejercen. Y son los que ordinariamente han estado en la mente de los formuladores de los dere­chos radicales del hombre, por lo que también deben hallarse en el pensamien­to de los educadores.

   3.1.1. Familia.

   La familia estrictamente considerada es la célula humana formada por padres e hijos en convivencia. Pero en multitud de esquemas familiares tales vínculos se extienden y completan por otros agentes también muy influyentes: afines que forman la parentela, convivientes en el hogar que aportan influencias, incluso personas que tejen vínculos interfamiliares que pueden ser muy importantes: ve­cindario, tribu, clan o etnia.
   Es conveniente recordar que, a veces, es más importante la acción educadora o catequística que se ejerce sobre la familia que la dirigida a la misma persona del niño. El modo de sentir y de pensar, los hábitos y las tradiciones, las influencias de la autoridad, etc., constituyen el primer agente de cristianización, de apertura a la fe, de experiencias evangélicas o morales. Influir en la familia es influir en indirecta pero eficazmente en cada uno de sus miembros.
   Resulta ciertamente difícil en la mayor parte de los casos, sobre todo en algu­nos ambientes desacralizados y hedonistas. Pero no por ello se debe renunciar a clarificar ante los padres lo importantes que son sus actitudes y acciones en la educación religiosa de los hijos.
   Por extensión, la familia se amplía con otros campos, círculos o elementos vinculados al hogar: forman la "sociedad inmediata", consanguínea, como es la parentela, o convivencial, como es la vecindad. En ese "entorno", más que en el hogar mismo, es donde se viven las fiestas y las tradiciones, las creencias y las conmemoraciones, las experiencias y las relaciones.
   Es precisamente en él donde se producen los bloqueos y los obstáculos, las críticas y los sarcasmos, en ocasio­nes los escándalos.

   3.1.2. Parroquia.

   Aunque etimológicamente es un con­cepto geográfico (paraoikia, casa de cerca, demarcación, territorio), tradicio­nalmente el término alude a la comuni­dad de personas más o menos vinculadas a un templo de referencia que gene­ra una familiaridad espiritual y moral.
   Los animadores de la parroquia en­cau­zan la fe de los "fieles" o feligreses, desde los primeros años y en las ocasio­nes más significativas de la vida. Su primer deber es crear un clima propicio a la fe, en el que se impregnan otras es­tructuras comunitarias de apoyo y forma­ción: cofradías, hermandades, catecu­menados infantiles, juveniles o adultos, grupos con vivencias de tiempos litúrgicos, movimientos, reuniones y asam­bleas, congregaciones y organismos de caridad y asistencia.
   En la parroquia se vive y convive la fe, se despierta la oración, se celebra el culto, sobre todo sacramental, se fomenta la caridad, se cultiva la esperanza. En ella se nace y en ella se encauza la vida cristiana. Más que la instrucción doctri­nal, lo que importa en la parroquia es el clima de confianza y la posibilidad de compartir los sentimientos y alentar las virtudes radicales.
   El relacionarse con personas de las mismas creencias refuerza las propias. El participar en los mismos proyectos de acción benéfica desarrolla la conciencia evangélica. Más que instrucción doctrinal y vivencia sacramental, que son necesa­rias, la intercomunicación de experien­cias y el reforzamiento de valores y actitudes religiosas es lo que conforma un parro­quiano consistente, vital, objetivo, abierto y transformante. Es lo que hace posible el superar la mera subjetividad del senti­miento religioso.
   Especial resonancia tiene en este sentido "la asamblea sacramental", es decir la reunión de fe para resaltar el sentido comunitario de los sacramen­tos. El sacramento es el signo sensible de la unidad, de la comunión, del amor.
   Cada uno de ellos tiene su peculiar dimensión participativa y exige su propio clima espiritual: Bautismo, Penitencia, Eucaristía, Confirmación, Matrimonio, Unción de enfermos, Sacerdocio.
   El espacio litúrgico que configu­ra la asamblea sacramental origina influencias en la conciencia que han de durar toda la vida. Si ellas faltan, la dimensión comu­nitaria (eclesial) del mensaje evangélico queda mutilada.
   Especial atención merece la Eucaristía, sobre todo la dominical, que es plegaria en asamblea y no tiempo de devoción particular. Es participación vivencial y no cumplimiento sociológico sin consistencia interior. Por eso constituye un ámbito sacramental de primer rango.
   El ámbito parroquial se amplía y diver­sifica en otras instancias asociativas, como son los arciprestazgos, las Diócesis, las asocia­ciones o encuentros inter­parro­quiales e interdiocesanos; y también se extiende en determinados movimientos de "comunión y de liberación", de confraternización catecumenal y de cola­boración en la "opus Dei", aspectos y términos que son tan evangélicos y ecu­ménicos que cualquier intento de reducción a capilla selectiva es profana­ción sacrílega de la idea de Iglesia.

   3.1.3. Escuela cristiana

   El otro ámbito formal y estructurado por el que pasa la totalidad de los hom­bres en sus años infantiles, con más o menos duración y con más o menos intensidad, es el escolar. Tiene decisiva influencias en la formación de la perso­nalidad infantil y juvenil.
   Más que la escuela como edificio mate­rial, son las realidades educativas que constituyen la vida escolar lo que importa para la configuración de un "ámbito" formativo: aulas o clases, departamentos, seminarios, tutorías, grupos de trabajo, compañeros de estudio, servicios de apoyo académico, equipos de cultura, estudio o diversión.
   Desde la perspectiva religiosa, la es­cuela no es un lugar (o no debe ser­lo), sino una comunidad de referencia. La comunidad educativa que se inspira en un ideario cristiano tiene decisiva impor­tancia para la educación de las carencias y de la conciencia por lo que en ella se perfila a lo largo de muchos años.
   El contexto formativo escolar no está determinado por la existencia o no de la enseñanza religiosa (asignaturas de religión), cuanto por el clima cris­tiano que se crea para la formación espiritual de los escolares que acuden: celebracio­nes festivas, oraciones y devociones, invita­ciones a obras de caridad y solidaridad, sobre todo la relación con otros creyen­tes y el testimonio de toda la comunidad educadora y educativa.
   Especial referencia se puede hacer a la tarea ambientadora del "Departamento de educación de la fe" (o de religión) en un centro "confesional" al igual que de cualquier estructura orgánica que haga sus veces: consejo, comisión, equipo pastoral local, grupo de animación espiritual, movimientos orientadores de activi­dades solidarias, etc.
   Los que en estos entornos concretos trabajan de forma más explíci­ta son los primeros motores de un buen ambiente cristiano en el centro, ofrecien­do apoyos, encau­zando acciones, fo­mentando rela­ciones, abriendo oportunidades de oración, caridad y excelente instrucción, siempre que superen las dimensiones académicas y actúen con intencionalidad evangélica.
   En la medida en que la idea de escuela no se reduce a los meros aprendiza­jes, el testimonio evangélico se hace fuerza vital cuando el alumno convive con educadores que ofrecen el testimonio de su fe y de su vida. El verdadero ambiente cristiano escolar lo forman los educadores de la fe, que son todos los que crean clima evangélico por su disponibilidad, por honradez, por su sentido de la justicia, por su vivencia del amor fraterno.

   3.2. Ambitos más informales

   Además de la trilogía familia, parro­quia, escuela, existen otros muchos apoyos sociales que condicionan la educación de la fe cristiana: gru­pos, comisio­nes, asambleas, cofradías, asociaciones de piedad, de apostolado, de oración. Todos ellos aportan a las perso­nas ayu­das e influencias en lo intelectual (crite­rios, valores,) en lo afectivo (sentimientos, intereses, actitudes) y en lo moral (ejemplos, apoyos y alientos).
   Cada uno de ellos es original y resulta difícil clasificarlos bajo epígrafes fijos, pues su rasgo más definitorio es la varie­dad, la flexibilidad y la movilidad.
   Lo importante no son las denominacio­nes, sino su existencia y su calidad de cauce de participación alentada y perma­nente. Tampoco es importante la pertenencia a muchos ni parece conveniente el exce­si­vo trasiego por demasiados en busca de experiencias siempre nue­vas. Es preferible la vivencia en profundidad y con cierta permanencia en aque­llos que más se acomodan a cada per­sonali­dad o que las circunstancias van ponien­do en el camino e la vida.
   El recuerdo de algunos de ellos puede ayudar a entender su importancia.

   3.2.1. Servicios y encuentros

   Las distintas necesidades sociales o eclesiales suelen generar grupos o servi­cios muy diversos
   - Los "voluntariados", tan frecuentemente apetecidos en etapas adolescentes o juveniles, resultan otra forma de vivencia cristiana, creando ámbito adecuado de relación y de altruismo. El clima generado en los partici­pantes es lo que define su poder educador.
  Siempre es recomendable desde cierta edad algún tipo de "vo­luntariado" o participación solidaria de ayuda con necesita­dos: enfer­mos, emi­grantes, marginados, apoyos al tercer mundo, etc.
  - Las Organizaciones no gubernamentales de signo altruista (Ongs para el desarrollo) se han multiplicado recientemente y ofrecen alternati­vas formativas de importancia. De manera especial re­sultan educadoras aquellas que se definen por un ideario cris­tiano y respon­den a proyectos concretos que exigen apor­taciones fuertes de retaguardia y, en ocasiones, también de vanguardia.
   - Las llamadas comunidades de base, o comunidades libres, pueden resultar también educadoras, siempre que no impliquen determinadas obsesiones, por ejemplo antiestructurales en relación a la jerarquía eclesial. De serlo, generan por lo general climas difícilmente compatibles con el mensaje evangélico presentado a adolescentes.
  - Son ámbitos pasajeros pero positivos, aunque sean ocasionales o secto­riales, los encuentros, las conferencias, las peregri­na­cio­nes, las conviven­cias, las campa­ñas de apoyo a causas o necesi­dades improvisadas.
   - Determinadas asociaciones de piedad, como grupos de oración, de penitencia o de formación cristiana, si tienen ambiente propicio de libertad y de caridad, pueden dejar huellas indelebles en la formación infantil o juvenil de una persona. Se puede afirmar categórica­men­te que nadie logra una suficiente educación en la fe cristiana si durante la  etapa infantil o juvenil no se recibe algu­na expe­riencia de vida comunita­ria extrafamiliar.
   Por eso importan tanto las asociacio­nes piadosas, misioneras, parroquiales, colegiales, los grupos de oración, las pequeñas comunidades infantiles o juve­niles, las convivencias cristianas, etc.

 

   3.2.2. Movimientos

   Podemos recordar el valor que tienen los llamados "movimientos cristianos" y resaltar la importancia del clima que generan en quienes se siente afectados por ellos. Constituyen un ámbito inmaterial, pero determinante, para la educa­ción de una fe viva y proyectiva.
   Se denominan movimientos eclesiales a las afinidades ideológicas o afectivas que son más libres e infor­males que los grupos regulados con normas. Origi­nan encuentros, asambleas, reuniones, inclu­so agrupaciones que persiguen finalidades educativas o de otro tipo. Impregnan a sus participantes o simpatizantes de determinado talante o tonalidad cristiana: pentecostalista, mariano, escultista, neocatecumenal, ecuménico, etc.
   Se caracteriza por la libertad más que por norma, por cierta carga afectiva que atrae y no por compromisos que atan,  por el modo de sentir más que por el modo de pensar.
   De ellos brotan a veces asociaciones, fraterni­dades, insti­tutos o comunidades estables. Pero los movimientos son impulsos más que estructuras y crean ámbito imperceptible pero influyente. Y detrás de todos ellos se halla la idea o valor de la comunidad eclesial, de la Iglesia, a la cual pertenecen todos los que se sienten hilvanados por sus princi­pios o sus insinuaciones.
   Especial referencia hay que hacer a los movimientos de Acción Católica en sus diversas formas (de adultos, juvenil, obrera, universitaria, femenina), por la diversa acogida "institucional" que ha tenido de muchos países y por los apoyos que a lo largo de un siglo ha recibi­do de la jerarquía local o de la universal.
   Con todo habrá que recordar que la Acción Católica orgánica y estructural no constituye toda "acción católica" eclesial. Y que cualquiera otro movimiento o asociación que se inspire en los principios del Evangelio y sea coherente con las normas de la Iglesia constituye un ámbito eclesial de primer orden: Legión de María, Grupos misioneros, congregaciones marianas, del Niño Jesús, juventudes josefinas, y mil grupos más, tienen una misión educadora peculiar.  Todos son apoyos para crear clima y todos deber ser mirados con el mismo respeto y acogida.

   3.3. Ambitos virtuales

   Determinados medios de comunicación social, cultural o moral pueden ser consi­derados también como focos educadores y de influencia en cierto sentido.
   Bien se puede hablar de ámbitos vir­tua­les o inmateriales en referencia al clima de acercamiento e identificación que se genera ante los que leen siempre el mismo tipo de prensa (libros periódi­cos, revistas), asisten al mismo tipo de cine, escuchan el mismo tipo de emisio­nes radiofónicas o son asiduos al mismo estilo de programas televisivos, informá­ticos o internéticos.
   Esos ámbitos o esferas de influencia han sido tan importantes que en los últimos decenios se han convertido en motivo de inquietud para la Iglesia y quien en ella anuncia el Evangelio.

  3.3.1. Valoración eclesial

  Estos ámbitos, a primera vista son fugaces y parecen más espectáculos que entornos estrictos.  Pero son ocasión de relaciones, motivo de comportamiento, centro de afectos.
  Constituyen una variable de la cultura mo­derna indiscutible por su poder sub­yugante y por su lenguaje absorbente para el hombre de hoy. Es normal que la Iglesia se haya percatado de su valor y se interese por ellos para convertirlos en ámbito de evangelización y no en enemi­gos de la vida cristiana, como en otro tiempo aconteción con el teatro, con el cine o la TV.
   El documento conciliar "Inter mirifica" y los postconciliares documentos pontifi­cios: "Communio et progressio" (1971) de Pa­blo VI o "Aeta­tis novae" (1992) de Juan Pablo II, señalan orientaciones claras sobre su poder: su valor formativo o deformativo y el interés que todos los educadores de la fe deben tener por ellos y por sus efectos.
   La Iglesia quiere estar presente en todos ellos, pero desea también poseer instrumentos propios para poder servir a los creyentes con limpieza, libertad y compromiso. Es consciente de que ”la utilización de los medios de comunica­ción se ha hecho esencial para la evan­geliza­ción y la catequesis” (Comun. et progr. 126 y t­dencia sorprendentes. Lo que van a representar los nuevos medios de comu­nicación, que dejan ya atrás a los que parecían nuevos hace sólo unas décadas, resulta insospechado. Tales son los cibernéticos (meca­nismos automáticos de registro y transmisión, de transformación de datos), los informáticos (relativos a la información tecnificada y la manipulación de esa información) y los internéticos (comunica­ción mundial interradial, "navegación", interconexión, etc.)
   Ellos crean un entorno artificial en donde no sólo los datos sino las relaciones emotivas, culturales y hasta religio­sas se pueden rodear de una aureola de fugacidad y anonimato, que es su signo más característico. Y puede ser tan pode­rosa como desconcertante y tan influyente como imperceptible.

  3.3.2. Acción educadora

  No basta ponerse en guarda ante estos aspectos, sino que es preciso asumir com­promisos arriesgados de intervención, de denuncia, de clarificación de efectos y consecuencias y, cuando el caso llegue, de rectificación y encauzamiento oportuno.
   Los entornos virtuales reclaman hoy educadores audaces, rectos en las inten­ciones y hábiles en las tecnologías. Deben ser realistas y estar bien forma­dos, dispuestos a ayudar a las personas a discernir lo real de lo fingido y no sólo a ser formidables técnicos. Su labor es hacer compatible la enseñanza religio­sa con los lenguajes tecnológicos tan per­sistentes y cautivadores en la actualidad y tan previsiblemente poderosos en el porvenir.
   Hará bien el catequista, si quiere con­seguir ese objetivo, en explorar las consignas eclesiales de las últimas décadas. Puede releer la Encíclica "Miranda pro­sus" (1957) de Pío XII, el citado Decreto conci­liar "Inter mirifica" del 4 de Diciem­bre de 1963, asumido por Pablo VI, la instrucción pastoral "Communio et pro­gressio" (1971) del mismo Pablo VI, la instrucción "Aetatis novae" (1992) de Juan Pablo II, entre otros.
 
   3.4. Ambitos ocasionales

   Son todos aquellos encuentros, convivencias y oportunidades en los que los creyentes se encuentran y fomentan un ambiente propicio para la oración, para la caridad o para la educación mejor de la conciencia y de la inteligencia.

   3.4.1. Peregrinaciones.

   Fueron tradicionales en la Historia de la Iglesia. Siguen teniendo singular valor, siempre que no se impurifiquen por intereses comerciales y turísticos y por recla­mos sociales que deterioren sus reso­nancias y sus fines religiosos.
   Las antiguas crearon verdaderas rutas de arte, caridad, plegaria y amor cristia­no: Tierra Santa, Roma, Santiago de Compostela, Asís. Las más recientes originan ríos de personas que acuden a expresar o fortalecer su fe: Guadalupe, Lourdes, Nápoles, Fátima, Montmar­tre, Zarago­za, Copacabana, La Salette, Montserrat, Covadonga.
 
 
   3.4.2. Encuentros.

   Determinadas convocatorias: congre­sos, jornadas, novenas, octavarios, pro­cesiones, asambleas, visitas, etc., son también ocasiones que originan momentos de plegaria, de apoyo o de afianzamiento en la fe. Por cortos que sean los tiempos en que se da el encuentro, am­plios pueden ser los frutos.
   A este tipo de ámbitos pertenecen los actos multitudinarios con la convocatoria de un Papa que visita una localidad en visita pastoral, con una concentración con motivo de una canonización o por razón de un congreso, como suelen ser los eucarísticos o los marianos. Lo im­portante de los encuentros no es reali­zarlos, sino prepararlos y aprovecharlos.

   3.4.3  Convivencias

  Son los tiempos dedicados a una refle­xión personal o compartida para una mejora de vida o para una actualización de la fe. Tales son los ejercicios espirituales, los encuentros de oración, las semanas juveniles, todos los cuales precisan objetivos y contenidos claros, bien preparados, coordinados según las circunstancias.

 Todos los ámbitos religiosos tienen que conducir a Dios,
en ideas y en sentimientos, en amor y en fe.

   3.4.4. Campañas.

   Son también oportunidades de refle­xión y solidaridad cristianas y pueden crear ambiente muy propicio para la ple­garia, la conversión y la mejora de la pro­pia formación cristiana.  Campañas como la del Domund o de la Santa Infancia, misiones populares, marchas en favor de causas justas, colectas a favor de damnificados, etc. son plataformas oportunas para desper­tar y revitalizar ideales, sentimientos nobles y valores cristianos.

   4. Consignas de Iglesia

   La tradición de la Iglesia ha sido muy propensa a considerar "lugares sagrados" a determinados espacios religiosos en los que el creyente se vincula con lo trascendente (templos, santuarios, cementerios, montes) durante un tiempo. Y ha mirado con simpatía aque­llas reuniones en donde a lo largo de unas horas, días o semanas, los cristia­nos se apoyan mutuamente para el ejer­cicio del bien y para la conversión per­so­nal o la mejora de vida.
   Pero siempre el cristiano ha sido consciente del mensaje de Jesús a la samaritana: "Mujer, cree que ni este monte ni en Jerusalén se dará culto a Dios, sino en todo lugar... y se hará en espíritu y en verdad". (Jn. 4. 21-23). Y, siguiendo a San Pablo, ha entendido que todo tiempo es propicio para dar gloria a Dios: "Hay quien considera de especial relieve cier­tos días y otros los consideran todos iguales: que cada uno actúe según su conciencia." (Rom. 15.5)
   Aplicadas estas consignas a la formación y educación de la fe, es claro que ciertos lugares puede tener cierta priori­dad (familia, parroquia, escuela cristia­na). Y que en determinados tiempos (domin­go, épocas litúrgicas, fiestas) se vive más dinámica la fe de la comunidad.
   Pero en todo lugar, en todo tiempo y ocasión, se puede recibir el mensaje evangélico y se puede dar gloria a Dios. No es bueno pues vincular la vida cristiana de forma exagerada a las conme­moraciones, aunque sean excelentes.
   Los documentos eclesiales han sido claros al respecto, como se refleja en algunos: Cons­titución conciliar "Gaudium et Spes" (Ns. 39, 42, 54, 62 y 93), al hablar del mundo; Decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos ("Apostolicam actuasitatem". Ns 13 y 53), al aludir a los lugares más aptos para la fe de los fie­les; documentos romanos como el "Direc­torio Pastoral Catequética" de 1997 (Ns. 261 y 262) y la Exhortación apostólica "Catechesi Tradendae" (Ns 68 a 71), al tratar de los espacios educativos; encícli­cas como la "Familiaris consortio" de 1981 y la "Christifideles laici", donde se resalta el valor específico de determina­dos ambientes.
   La exhortación Catechesi tradendae de modo especial resalta el valor y la in­fluencia de los ámbitos asociativos que se dedican a la práctica de la piedad, de la instrucción, de la caridad, de la ayuda y asistencia. "El esfuerzo catequístico posible en los variados lugares tiene muchas probabilidades de ser acogido y de dar frutos cuanto más se respete la naturaleza de cada uno. Se conseguirá la diversidad y la complementariedad de contactos y se asegurará la riqueza me­diante la triple dimensión de palabra, de memoria, de testimonio, es decir de doc­trina, de celebración y de compromi­so de vida." (Nº 47)

   5. Adaptación a las edades.

   En las consignas eclesiales se ha resaltado siempre el valor que determi­nados ambientes tienen para cada una de las edades evolutivas, al menos para aquellas en las que se forma la personalidad del niño y del adolescente.
   La familia o la ONG no es lo mismo de importante para el niño pequeño que para el joven maduro. El primero es más familiar que social; el segundo supera la familia con su proyección social.
 
  5.1. En la infancia.

  Es evidente que la familia resulta el ámbito más natural  para la infancia. Nada ni nadie puede sustituir su influencia en los primeros años de la vida. El educador de la fe infantil, ya ac­tuando desde el marco de la parroquia ya en la escuela cristiana, debe hacer lo posible por "avisar" a los padres sobre lo que implica el tono cristiano de su hogar.  Sin llegar a posturas derrotistas de poner en duda la acción en la instrucción religiosa, es conveniente tomar concien­cia de las limitaciones que suscitan las situaciones familiares de atonía religiosa.
  En la iniciación sacramental y en el descubrimiento de los valores evangélicos, cuando los niños pertenecen a familias agnósticas, las limitaciones son grandes. Pero ser conscientes de las limitaciones existentes ni implica renuncia a sembrar la buena semilla. Esto es especialmente digno de recordarse en algunos momentos religiosa­mente significativos: cuando un niño hace la primera comunión, cuando un joven se acerca al momento de su confirmación, cuando sobreviene un tiempo de crisis. Sin referencia a su comuni­dad creyente familiar el sujeto queda sin soporte básico. Pero en catequesis la consigna ha de ser siempre hacer lo que se puede y no desanimarse cuando no se consigue lo que se pretende.

   5.2. Preadolescencia

   Desde la llegada a la infancia adulta, el entorno familiar y el escolar deben y pue­den ser completados con múltiples experiencias de comunidad inicial, con la promoción de actividades participadas, con aportes personales proporcionados a la edad y a la maduración de la persona.
   Es frecuente preguntarse por las mejo­res iniciativas para ofrecer al niño mayor y al preadolescente ámbitos adecuados a su contextura moral y a su estructura psicológica. Ninguna respuesta es universalmente válida. Pero se debe recor­dar que esta etapa de la vida es de alta sensibilidad social y es  im­portante apoyar con el grupo la marcha espiritual de la persona.
   Sobre todo se deben facilitar alternati­vas interesantes cuando el niño supera la infancia y el concepto de "catequesis" se le queda pequeño para sus demandas e intereses. Los movimientos de "iniciación apostólica" y los grupos de "amistad cristiana" parecen los mejores cauces para no restringir las perspectivas formativas a horizontes solamente sacramentales, como acontece cuando todo queda me­diatizado por el un contexto parroquial estrecho
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   5.3. Adolescencia y juven­tud.

   Para las edades que afectan ya a la plena capacidad de opción personal hay que ofrecer acciones formativas más consistentes. No es difícil si se han fomentado expe­riencias realizadas en las etapas previas, determinantes para la trayectoria que cada uno siga, que sería siempre origi­nal, personal y diferente.
   Lo que sí es bueno es recordar que a todas las edades es necesaria la experiencia de comunidad de fe. En el directorio internacional de Pastoral Catequética se dice: "Las mediaciones son necesarias para la catequesis eficaz: una acción de grupo bien orientada, una pertenencia a asociaciones juveniles de carácter educativo y un acompaña­mien­to perso­nal del joven son siempre convenientes." (Nº 184)
   La marcha que se siga en la adolescencia y juventud prácticamente va a señalar el ritmo que acompañará la vida cristiana de todos los estadios vitales posteriores de la persona. La animación de esa marcha corresponde a todos los cristianos. Pablo VI decía en la "Evangelii nun­tian­di": "Es importantísima la aten­ción a las necesidades actuales de la huma­ni­dad y de la Iglesia... Muchos ministe­rios, nuevos en apariencia, están muy vincula­dos a las experiencias vividas por la Iglesia a lo largo de su exis­tencia. Cate­quistas, animadores de oración y del canto, cristianos entrega­dos al servi­cio de la palabra y de los hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos... Todos son preciosos para la implantación de las vida y del crecimiento de la Iglesia y para asegurar su irradiación en el mundo".  (Nº 73)

Un ámbito sagrado singular, el de los monasterios de vida contemplativa

 

    

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