CATEQUESIS
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    La catequesis es un "ministerio de la Palabra" en la Iglesia. Por eso entra en el mandato evangelizador de Jesús. Recoge, pues, en general todos los ras­gos de la evangelización y por eso es desafío permanente del Espíritu. Es participación en la misma misión de Jesús y entra de lleno en la misión de la Iglesia que es, como la de Jesús, anunciar la salvación y el amor de Dios.

   1. Definiciones

   Definir la catequesis no es tarea senci­lla, como no lo es definir otras reali­dades religiosas: fe, oración, moral, concien­cia, sacramento, liturgia, etc. Es más fácil describir, comentar y comparar que definir. Pero es bueno hacer un intento.

   1.1. Juan XXIII

   Juan XXIII la definió como "Enseñan­za ordenada y sistemática de la doctrina cristiana revelada por Dios y transmitida por la Iglesia para ser conocida y vivida cada vez más profundamente" (Disc. al Congreso Cateq. Internacional de Venecia. 1961)
   Los elementos de esta definición van a ser claves en la comprensión y clarificación del concepto de catequesis.
   - Se resalta la dimensión intelectual de "enseñanza" y por lo tanto su carga de instrucción y de formación.
   - Se recoge la doble realidad del orden y de la sistematización en esa enseñanza y se alude a lo que diferencia la catequesis de otros ministerios de la Palabra: predicación, reflexión teológica, celebra­ción litúrgica, anuncio evangeliza­dor.
   - Se precisa el objeto de la catequesis que es la "doctrina" de Cristo, no las opiniones teológicas o los consejos ascé­ticos, sino aquello que es obligado creer.
   - Y se clarifica que esa doctrina tiene la doble cualidad de ser "revelada" y de ser "trans­mitida" por la Iglesia, que la ha recibido para darla a los hombres.
   - Se pone de manifiesto la finalidad que motiva la transmisión, que es doble: conocer la doctrina y vivir según sus consecuencias.
   - Y se alude a la progresión, es decir a la intención de hacerlo "cada vez más profunda y vitalmente".
   Pocas definiciones o frases aclarato­rias se han pronunciado por parte de la autoridad eclesial con tanta precisión, estructuración y clarificación como ésta. Y con ser clara y sugestiva, no deja claramente resaltados otros aspectos necesarios: sujeto, ámbito, método, con­diciones.

   1.2. Otras definiciones

   Pueden ser de muy diversos estilos, alcances y configuración intelectual. El "Directorio general para la catequesis" reconoce que "la con­cepción que se tenga de la catequesis condiciona profundamente la selección y organización de contenidos (cognoscitivos, experienciales, comportamentales), precisa sus destinatarios y define la pedagogía que se requiere para la consecución de los contenidos" (Nº 35).
  - El "Directorio internacional de pastoral catequética", de 1971, la definía como "La acción eclesial que conduce a las comunidades y a los cristianos en parti­cular a la maduración de la fe". Es el segundo ministerio de la Palabra. Antes viene la evangelización o primer anuncio y luego viene la celebración u homilía y la profundización o Teología. (Nº 17)
  - Y el "Directorio General" de 1997, que pluraliza y diversifica los conceptos y las interpretaciones, entre las muchas ideas definitorias que presenta, la entiende como "la acción que promueve y hace madurar la conversión inicial, educando en la fe del con­vertido incorporándolo a la comunidad de fe" (Nº 61)
  -  Los viejos catequistas la miraban en su dimensión más intelec­tual. Daniel Llorente decía: "Es la enseñanza metódica y educación religiosa de los niños y jóvenes y de las personas adultas poco instruidas en la religión." (Tratado de Ped. Cateq. Lecc. 1)
   - Los Obispos suramericanos la socializaban y decían en Medellín: "Es la ac­ción por la cual un grupo humano interpreta su situación, la vive y la expresa a la luz del Evangelio." (Re­nov. De  la  Cate­quesis)
   Pío X la concebía en forma moral como "acción de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hom­bres ha­cen, de modo que, con el ejemplo de la Sda. Escritura o de la vida de los santos, se enseña el cami­no que aleja del vicio y ayuda practicar la virtud". (Encíclica Acer­bo Nimis)
   - Y Juan Pablo II la entiende como "La educación de la fe de los niños, jóvenes y adultos en la doctrina orgánica y siste­mática para lograr la plenitud de la vida cristiana". (Catech. Trade­na­dae 18)
   Entre las definiciones más intelectuales y las más morales, las que hacen refe­ren­cia a la comunidad en que el creyente se integra y las que presuponen una dimensión más de fe, la variedad es gran­de. Incluso se puede decir que no es posi­ble una definición entitati­va, aunque se hayan formulado muchas descriptivas y fenomenológicas, puesto que decir lo que es resalta abstracto y describir lo que se hace es más cómodo.

   2. Rasgos esenciales

   Con todo interesa aclarar la identidad de la catequesis, pues de ello depende el que se pueda clarificar la identidad del catequista, del acto o proceso catequístico y de la perspectiva en la que se sitúe el concepto de catequizando.
   Hay aspectos o elementos en el concepto de catequesis que deben ser resaltados y en los que todos llegan a una con­cordancia, sobre todo si se la mira como labor primordial en la Iglesia.

   2.1. Identidad evangelizadora

  Pablo VI dijo: "Evangelizar constituye la dicha y vocación de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar". (Evangelii Nuntiandi 1)
   La catequesis se presenta como singular ministerio de la Palabra y, por lo tanto, no es una acción superficial y fugaz. Su naturaleza evangélica es el rasgo radical. Se identifica con la oferta de la buena nueva, al paso que la aleja de cualquier visión proselitista, apologética, indoctrinadora, meramente informativa o socializadora.
    Los rasgos comunes a toda acción evangelizadora quedan recogidos por Pablo VI de manera sugestiva:
  "Es un proceso complejo, con elementos variados:
          - renovación de la humanidad....
          - testimonio, anuncio explícito...
          - adhesión del corazón...
          - entrada en la comunidad
          - acogida de los signos...
          - iniciativas de apostolado...  (Evange­lii Nuntiandi, Nº 24)

  Los Obispos Españoles, también se hicieron eco de esos signos claros:
    "Se entiende, pues, por evangelización el proceso total, mediante el cual la Iglesia, Pueblo de Dios, movida por el Espíritu Santo:
       - anuncia al mundo el Evangelio del Reino de Dios...
       - da testimonio ante los hombres de nueva manera de ser y vivir...
       - educa en la fe a los que se convierte a El y viven según su espíritu...
       - celebra (mediante los sacramentos en comunidad) la presencia del Señor Jesús y el don del Espíritu...
       - impregna y transforma con toda su fuerza el orden temporal".   (Catequesis de la Comunidad. 24-29)
   Uno y otro documento hablan de evangelización como de un proceso e introdu­cen en esa acción la catequesis como una forma selecta que sigue cronológicamente al primer anuncio.
   Los rasgos peculiares y específicos de la acción catequética son más ilumina­dores, precisos y exigentes.

   2.2. Dimensión misionera.

   Es la proyección, la apertura al miste­rio cristiano de la persona libre, infantil o adulta, al resultar formada, consolidada y comprometida. Se entiende como "anun­cio misionero", el cual representa el primer paso de un camino, la llamada inicial a una vida, la proclamación alegre de una novedad, el ofrecimiento gratuito del mensaje de Cristo cuando se ha com­prendido su valor.
   La necesidad de anunciar el misterio de Jesús se encuentra, pues, en el corazón de la Iglesia. La catequesis conduce hacia esa necesidad. Por eso informa, instruye, ilumina, orienta, sugiere, ofrece formas de vida y pensamientos a la luz de la fe.
   Pero esa necesidad no se identifica con la "predicación". Se expresa por el testimo­nio de los cristianos, que es más auténtico cuanto mayor es su formación de criterios, la promoción de virtudes y la apertura a relaciones.
   Cuando este anuncio provoca en quien lo recibe un deseo de conocer a Jesús y de seguirle, la personas así "convertida" es creyente. Y cuando se siente la nece­sidad de compartirlo con los demás, entonces la persona se hace apóstol. A partir de esa fe proyectiva, comienza la madurez cristiana.

   2.3. Variedad y analogía

   La catequesis puede orientarse de variadas formas según la situación de los catequizandos. No se entiende la catequesis como algo compacto, unívoco siempre equivalente, pues los destinata­rios de la misma pueden moverse en diversidad de situaciones.
  - Unas veces la "labor catequística" es roturar la tierra, pues los destinatarios, aunque bautizados, apenas si tienen ingredientes cristianos en sus vidas. Puede deberse a ignorancia, al vicio, al abandono o a la simple indiferencia que impide una situación de partida propia del creyente.
   Acontece así en ambientes indiferentes y poco religiosos, en los que lo cristiano se halla oculto por la indiferencia social. Se precisa allí una catequesis de novedad, de primer anuncio. La labor educativa se mueve en la frontera de la evangelización.
   - Otras veces la "acción" exige colaborar con los diversos agentes que aportan nuevas semillas en la vida de los destinatarios, y se entrelazan las acciones de diversos agentes: familias, parroquias, escuela y el entorno social.
   Entonces la catequesis es de construcción, de progreso y edificación. Con más o menos coordinación los sujetos reciben aportaciones de variadas fuentes.
   - En ocasiones hay que formular la catequesis de forma recuperadora, pues los "potenciales catequizandos" se han alejado de la fe o de la virtud, aunque conservan algunos rescoldos cristianos.
   Cuando se trata de desenterrar valores que existieron y los vicios o el error destruyeron, la catequesis se puede llamar de "restauración". Es el caso de la "reeducación cristiana" de los alejados por la herejía o el vicio, de los que han sido víctimas de corrupción moral o ideológica, de los alejados de la fe cristiana o de las virtudes básicas. Todos ellos necesitan algo más que un maquillaje espiritual. Necesitan una curación.

   2.4. Sintonía vital y mental.

   Toda catequesis implica no sólo sinto­nía sino también sincronía de lo vital y de lo mental. Sintonía equivale a coherencia y concordancia en los tonos, formas e intensidades. Y sincronía alude a los tiempos, ritmos y procesos.
   La catequesis tendrá siempre que cuidar la dimensión de instrucción y de formación, pues conduce por su naturaleza a conocer cada vez mejor el mensa­je evangélico. Pero implica la dimensión vivencial: la que conduce a asimilarlo, a convertirlo en vida el mismo tiempo que se conoce y en proporción a la inten­sidad del conocimiento.
   Precisamente este es un rasgo significativo en la tarea catequística. Si se desajusta la armonía, se anula la eficacia catequística: o se vive lo que no se cono­ce y se cae en el ritualismo; o no se vive lo que ya se conoce y se incurre en el hedonismo y en el indiferentismo.

   2.5. Resonancia personal

   La catequesis requiere claro y decidido sentido de acercamiento individual. En la medida en que atiende a las personas, y no sólo a los grupos, es catequesis cris­tiana, viva, dinámica, comprometedora.
   Es peligroso hablar de catequesis a la medida de cada uno. Pero más nocivo es hacer una cateque­sis impersonal, ritualis­ta, igual para todos, de cristiandad sociológica más que de cris­tianismo personal.
   Lo catequístico tiene como objetivo la  educación de la fe. Y el concepto "fe" como el concepto "educación" no son asu­mibles sin la referencia personal en el contexto de la fe eclesial. En esa dimen­sión personalista es donde reside su riqueza espiritual y lo que diferencia la catequesis de otros conceptos cercanos como son "instrucción, adoctrinamiento, inculturación, cristianización", etc.
   Por eso en catequesis es decisivo el trato personal, el acercamiento, el en­cuentro con el creyente que madura.
   Se debe este criterio a la certeza de que Dios ama a cada hombre individualmente y de que lo primero que debe importar al educador de la fe es la identidad y la situación de cada persona.
   Sin sentido personal, el amor evangélico no puede entenderse y desde luego no puede ponerse en funcionamiento. Toda catequesis es eclesial por su naturaleza. Pero la Iglesia es la unidad de todos, no la colectividad.

  

   4. Leyes de la catequesis

   Si la catequesis es acción continuada y compromiso eclesial que reclama profunda reflexión, atención y discerni­miento, no podemos olvidar los grandes criterios o leyes que deben regirla.
   Tenien­do claros los criterios, el camino se sigue con sereni­dad, seguridad, armo­nía y con fundamen­tación. Sin criterios los caminantes van a la deriva y confían al azar los resultados y los beneficios.
   Por eso podemos aludir a diversos criterios o referencias que diluciden lo que realmente es la catequesis cristiana y ofrezcan señales de alarma cuando no se cubren suficientemente en el esfuerzo por conseguir su realización.

   4.1. Cristocéntricas

   La catequesis se debe regir por la persona, el mensaje y el misterio del mismo Jesús. Sin una referencia cristo­céntrica muy clara y decisiva no habrá autenticidad catequística.
   No bastan las referencias evangélicas y las alusiones proféticas para asegurar el cristocentrismo. El Evangelio tiene ejes radicales que son los que verdaderamen­te definen la presencia misteriosa del Señor: caridad fraterna, confianza en la Providen­cia, justicia, esperanza, fidelidad, renun­cia y cruz, valentía y sobre todo amor a Dios.
   El cristocentrismo evangélico es el eje central de cualquier mapa de leyes teológicas a las que podamos aludir: sentido de la paternidad divina, acogida de la acción del Espíritu Santo, disposición a la conversión, cultivo de la esperanza escatológica.

   4.2  Eclesiales

   Cristo quiso una comunidad en la cual El prometió mantenerse presente hasta la consumación de los siglos. La Iglesia es comunidad, pero no al modo humano de las sociedades terrenas, sino al estilo sagrado del Cuerpo místico, del Pueblo elegido, del Reino de Dios.
   Al hablar de leyes eclesiales se alude a la comunidad y a la fraternidad, pero tam­bién a la jerarquía y la magisterio, a la catolicidad y a la unidad, a la misión y a los sacramentos, a la plegaria y al servi­cio, a la apostolicidad y a la santi­dad, que todo ello contiene la idea de Iglesia.
   No hay que reducir el proceso cate­quético a la sola integración en la comunidad creyente. Hay que descubrir el aspecto vital y vocacional de esa comuni­dad. Pero no puede darse formación au­ténti­ca al margen de la comuni­dad.
   La catequesis verdadera exige miradas de amor y claridad a la Encarnación del mismo Jesús. Pero del mismo modo re­clama comunión con la Iglesia.
   El proceso catequético de los niños y jóvenes hay que situarlo siempre en estas coordenadas. Situarse fuera de ellas es disgregarse. Y ello conduce a la desorientación, a la esterili­dad espiritual y al alejamiento eclesial.
 
   4.3. Pedagógicas y educativas

   La catequesis es educación de la fe. Todo proceso educativo implica exigen­cias pedagógicas: acompañamiento, pro­tagonismo personal, colaboración, conti­nuidad, claridad de objeti­vos, eva­luación continua, juego de estímulos, relaciones personales sólidas y adecuadas.
   Hay que tener en cuenta todo ello en la buena catequesis, pues si se pierde de vista la identidad de la educa­ción de la fe se incurre en el pragmatis­mo una veces y en la utopía mística en otras ocasio­nes.
   La catequesis exige lo mismo que requiere un proceso educador serio y eficaz. Pero con la peculiaridad de que su perspectiva, contenido y metodología tienen que ver con lo relativo a la fe, a la unión con Dios, al defensa del mensaje divino, a la acogida de la gracia.

   4.4. Psicológicas

   Y algo parecido acontece con los crite­rios o dinamismos psicológicos. Hay que tener en cuenta que el sujeto de la cate­quesis es una persona humana, con cualidades y limitaciones, con dinamis­mos humanos y con aspiraciones espiri­tuales.
   Sin una comprensión psicológica del sujeto catequizando no se podrá obrar correctamente a la hora de educar la fe. La acción divina es misteriosa y original,. Pero dios no actúa al margen de las condiciones y conyunturas terrenas.
   Entender y atender lo que es la inteli­gencia, la afectividad, la voluntad libre, la sociabilidad, la sensibilidad ética o los dinamismos humanos de la espiritualidad tampoco facilita la buena educación.
   Sin entender cómo es el recipiente, lo que en él se deposite poca riqueza signi­fi­cará, pues pronto quedaría evaporado si es que llega a tocar la superficie del recep­tor.
 
   4.5. Sociológicas

   El hombre, incluso en su dimensión de creyente y de ser espiritual y libre, se halla siempre condicionado por el entor­no en el que nace, se desarrolla y con­vi­ve. Cultura y tradición, influencia fami­liar y referen­cias convivenciales, expe­rien­cias del entorno y sistemas escola­res, evasiones y trabajos preferentes, le van dando una configuración propia y pecu­liar.
   Es normal que se hable de leyes o cri­terios sociales a la hora de explorar y entender sus procesos religiosos. Habre­mos de ser siempre sensible al mundo y a la cultura para entender las actitudes y los juicios de valor en todo lo que a Dios se refiere. Y poco se podrá hacer en catequesis si se procede al margen de la realidad ambiental en la que el catequizando se mueve y en la que va a discurrir su vida humana y cristiana.
   Se puede pensar que en estas afirma­ciones hay cierto determinismo sociologis­ta. Pero la experiencia se encarga de de­mostrarlo sin necesidad de especulación.

 

 

 


 
 
 

 

 

   

 

 

 

3. Catequesis como proceso

   Los rasgos y condiciones apuntadas ha­cen pensar en que la catequesis como tal es un proceso seguido durante un tiempo largo. No es acción fragmentaria y coyuntural. Es como un camino, no como un encuentro o una circunstancia. Impli­ca un tiempo largo, con eta­pas graduadas, con diversidad de ritmo, incluso con desigualdad de resultados personales. Por eso la catequesis debe ser entendida como una ruta con señales, como una sucesión de momentos que se van superando.
   - Un cristiano, un catequista, un creyente, no se hacen "en un día". La pedagogía de Dios enseña que es mejor avanzar poco a poco, con paciencia. Y la pedagogía del mensajero de Dios como es el catequista debe acomodarse a esas formas divinas. La idea de itinerario está en la entraña de la catequesis cristiana.
   - El comienzo del camino implica interés, curiosi­dad de lo que se va a encontrar, a veces la sorpresa de lo nuevo. El final del itinerario es el encuen­tro con Cristo, es la satisfacción de la conquista. Es la forma ordina­ria que tiene de desenvolverse la semilla, la palabra, la luz, la verdad, la posesión del mensaje.
   Es interesante confrontar que no otro es el procedimiento de Jesús según los relatos evangélicos. Así aparece en muchas parábolas, discursos, milagros y gestos, enseñanzas a los discípulos.

   3.1. Sucesión de momentos

   La formación de la fe se desarrolla en pasos, en etapas. Cada momento se apoya en el anterior. De la solidez de uno depende la eficacia del siguiente y la consistencia del conjunto.
   La pedagogía catequética debe apoyarse en la realidad de ese proceso y presentarse como acompañamiento del mismo. Pero deben entender los que la cultivan que no se trata sólo un proceso humano y psicológico, sino que es está relacionado con el don divino, pues no es la cultura ni la religiosidad su centro de atención, sino la fe que es algo misterioso e interior, pero también evolutivo.
   Por eso la catequesis asume la historicidad del hombre, su ritmo, su creatividad y su com­promiso.
   Habitualmente la idea de catequesis se vincula con los estadios iniciales del camino. Los mismos Obispos españoles la definen a veces desde una óptica meramente inicial, por ejemplo en su Documento sobre Catequesis de la Comunidad: "Catequesis es la etapa del proceso evangelizador en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir, el Evangelio del Reino, al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la realización de la Comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio. Esta formación cristiana (integral y fundamental) tiene como meta prioritaria la confesión de la fe. (Nº 34)
   Pero la instrucción y la formación religiosa no es labor exclusiva de los primeros estadios de la vida sino de toda la existencia. Con frecuencia se disimula la acción educativa con otros términos, ya que el de catequesis evoca connotaciones de inmadurez religiosa.
   El cristiano debe seguir siempre profundizando su fe con itinera­rios culturales y vivenciales cada vez más exigentes y comprometedores del procesor de educación de la fe, la catequesis no termina nunca. Pero en cuanto acto concreto y temporal que se diseña y realiza para conse­guir un objetivo, la catequesis puede descri­birse de forma más precisiva.
    - Un plan o acción catequística tiene un principio y un fin. Dura un tiempo. Se caracteriza por una sistematización.
    - Persigue la consecución de un plan o programa que, incluso, puede ser so­me­tido a criterios de evaluación objetiva.
   - Requiere una metodología inspirada en estilos del Catecumenado bautismal.
    - Supone, en consecuencia, una iniciación en el Misterio cristiano, pero también un perfeccionamiento: experiencia de vida evangélica, encuen­tro de oración, celebración litúrgica. Incluso conduce a una maduración: fomenta algún tipo de compromi­so apostólico en referencia a la comunidad creyente.
     - La cumbre del proceso culmina con el gozo del descubrimiento de Jesús y de su mensaje. Y encontrar a Jesús es de nuevo comenzar a desear acercarse más a El y profundizar su mensaje sin cesar.
  Por eso, con Juan Pablo II, hay que reconocer que "la Catequesis no consiste únicamente en enseñar la doctrina, sino en iniciar a toda la riqueza de la vida cristiana". (Cat. Tradendae. 33). Es una riqueza interminable; por eso la acción catequística nunca finaliza.

   3.2. Exigencias del proceso

    El proceso catequético tiene sus pecu­liares exigencias. Si se tienen en cuenta, se asegura la bondad del camino.
     - Exige previsiones, "proyectos organizados y sistemáticos", preparados con seriedad y creatividad, con objetivos claros, con etapas previstas, con dinámicas coordinadas. En catequesis hay que planificar, programar, tener claros los objetivos, graduar los contenidos, adaptar los instrumen­tos de trabajo, respetar los estadios evolutivos. Entonces la cate­quesis resul­ta eficaz.
    - Quienes se mueven en este sentido de maduración progresiva, de crecimiento espiritual, son los que pue­den llegar a enten­der lo que es la fecundi­dad en la Iglesia y en la formación de la fe.
    Los que creen que por ser capaces de memorizar una fórmula ya pueden transmitir vida a los demás, no pueden hacer labor de catequistas.
    - Multitud de campos o aspectos demandan la aplicación de las leyes del crecimiento intelectual y espiritual: liturgia y oración, dogma y moral, historia ecle­sial y relacio­nes interpersonales, servicios de caridad y experiencias espirituales.
 
   Entre las principales exigencias del proceso podemos recordar algunas:
   - Su carácter temporal. Hay un principio y hay un final. Hay que disponer el primero y hay que prevenir el se­gundo.
   - Su armonía constitutiva. Garantizar la realización acertada de cada momento es asegurar la bondad de la totalidad.
   - Su singularidad. Cada caminante es diferente de los demás. Cada catequi­zan­do dispone de una singularidad que debe ser conocida, respetada, compartida, alentada y conjuntada con los otros.
   - Acompañamiento sin­gular. El catequista debe sentirse como cómplice y protagonista en el camino hacia el Señor de cada uno de los suyos. Debe saber quién es el compañero y qué necesidades tiene. Sólo así podrá llevarle a una fe auténtica: personal y comunitaria, individual y eclesial.

   3.3. Etapas del proceso

   Las clasificaciones y distribuciones del proceso catequístico pueden ser muchas, tantas casi como catequistas o sistemas existan y como catequizandos las desarrollan a lo largo un "período" catequístico.
   Pero es bueno recordar lo que es natural: lo que en todo proceso de signo moral o espiritual acontece. Hay momentos de iniciación, los incipientes. Hay momentos de desarrollo, los proficientes; y hay estadios finales o de culminación, los concluyentes, los de perfección.
   En los tratados de catequética se suelen diferenciar en cinco momentos significativos los procesos de alguna manera incipientes de la catequesis:
   I. El despertar religioso: supone la iniciación en la fe (3 a 6 años). Se identifica con la etapa más infantil. La tarea se centra en la mejor "predisposición": moral, sensorial, verbal, asistemática, afectiva, egocéntrica, fragmentaria, ocasional, animista, mimética y experiencial.
   II. La primera comprensión (6 a 9 años). Es tiempo de leve sistematización religiosa y, de alguna forma, de inicia­ción eclesial y sacramental. Es infancia activa, memorística, observativa, de cordialidad e inme­diatez.
  III. Infancia adulta (10 a 12 años). Exige una catequesis participativa por ser épo­ca ex­pre­siva, discursiva, social y comunicativa, consciente, reflexiva, de sensibili­dad comunitaria y de apertura moral.
   IV. Axiológica. (12-15 años). Exige una catequesis paciente, dialogante y personal. La preadolescencia es intimista, sensible, apta ante los valores, ansiosa de afianzarse a sí mismo ante los demás. Tiempo de intimidad, de conciencia, de sensibilidad ética y responsabilidad. Momento de crisis de identidad tanto pubertaria como convivencial. El chico y la chica se distancian madurativamente.
   V. Adolescente y autónoma (15-18 años), en el comienzo de una adultez insegu­ra, pero inde­pendiente. Es tiempo de catequesis dinámica, apostólica, pastoral. Las opciones religiosas de la vida ante­rior propor­cionan apertura o clausura, creencia o incredulidad juveniles.
   Las etapas posteriores, las de proficientes y las de culminación, las de la madurez y las de la tercera edad, pueden también presentarse en múltiples categorías, estadios o clasificaciones. Pero todas tienen que ver con los proce­sos de iniciación de la infancia y de la juventud.

 

 5. Referencias catequísticas

   Las leyes de la catequesis llevan es­pontáneamente a juzgar la catequesis como algo divino por el fondo y la intención y algo muy humano, excesivamente humano, por las circunstancias y la reali­zación.
  Habremos de aceptarlo así y orientar la educación cristiana para que el catequi­zando tenga como referencia el adulto y maduro que llegará a ser y no el sujeto en camino que hoy se presenta: para que descubra la madurez y la fecundidad, la proyección, como último destino de todo creyente pleno y bien formado; para que viva de proyectos y objetivos y no de acciones en el momento presente.
   Son tres referencias que ayudan a entender lo que de verdad es la formación religiosa, la catequesis.

   5.1. Adulto como referencia

   El proceso catequético corre el peligro de asociarse naturalmente a la etapa infantil; al menos así se ha hecho fre­cuentemente. Pero en los tiempos recien­tes se recla­ma la perfección su­puesta del hombre maduro como ideal y  destino, y no la cuyuntural y pasajera situación del que está adquiriendo for­mas.
   Por lo tanto el diseño adulto, no el de niños o el del joven, es el modelo básico de referencia para toda catequesis bien ordenada. Esto supone que se debe aspirar a juicios equilibrados, a voluntad firma y libre, a sentimientos equilibrados, a relaciones estables, a capacidad de dar a los demás más que a esperar mucho de los otros. Dicen los Obispos españoles: "La catequesis de adultos es el proceso paradigmático en el que los demás deben inspirarse" (Cat. de la comunidad. N. 20)
   Y en el Directorio General de Pastoral Catequética se explícita: "La catequesis de adultos ha de ir dirigida a hombres capaces de una adhesión responsable, debe ser considerada como forma principal de catequesis a la que todas las demás, ciertamente necesarias, de algu­na manera se ordenan. Todo creyente tiene que estarse continuamente formando y reformando. Nunca conocerá lo suficiente a Cristo y a su Evangelio. Cada vez se debe sentir más llamado a vivir su fe con más clari­dad. (Nº 237))

   5.2. Catequesis y fecundidad

   Por otra parte, la madurez del adulto implica por naturaleza la tendencia a la fecundidad. El niño es receptor en exclusiva; el joven es receptor pero siente los anuncios de la entrega; el adultos, si es maduro, tiende a la fecundidad.
   Por eso la catequesis debe aspirar a que, al final del proceso de formación espiritual de la persona, se llegue al estadio espiritual de la madurez cristiana. Ello significa actitud donativa, deseo de hacer el bien, capacidad de renuncia a sí, sentido apostólico, compromisos responsables, en una palabra acción pastoral.
   Acción pastoral es la que realizan los que, ya catequizados, están dispuestos a comprometerse en obras de salvación y de servicio fraterno, que la Iglesia debe ofrecer por mandato del mismo Jesús.
   No se reducen esas obras a trabajos ocasionales en forma individual y a entre­tenimientos, como si de ocurrencias particulares se tratara. Son más bien entregas desinteresadas y compromisos de dar a otros lo que cada uno ha recibido.
   Esas tareas reclaman la acción compartida de una Comu­nidad madura y correspon­sable, en donde cada uno apor­ta lo que es capaz de dar. Sin acción com­partida apenas si se puede hablar de fecundidad. Ciertamente sí puede hablarse de actividad. La catequesis en la Iglesia es ministerio y por lo tanto reclama esfuerzo, constancia, colaboración, objetivos claros.


 

   5.3. Cultivo de ideales

    Los signos de la fecundidad de la fe se realizan en perspectivas eclesiales, no en intereses individuales y pasajeros.
    Esos intereses se realizan unas veces en el interior de la comuni­dad, para bien de sus miembros y de forma familiar y cercana. Pero el mensaje cristiano tiene una dimensión de universalidad, de estabilidad y trascendencia.
    La buena catequesis no mira al presente y menos al pasado. Aspira a crear un futuro mejor en cada uno de los catequizandos y en la comunidad de todos los que aman a Jesús. Requiere claridad de ideas para preparar a los catequizandos para que un día ellos mismos puedan ser catequistas.
    Esa acción y disposición precisa, como es normal, cierta madurez humana en quienes han sido catequizados, es decir educados en la fe, y se sienten llamados y también enviados para dar gratuitamente lo que ellos han recibido.
   Para hacerlo de forma suficiente, abierta y profunda, no hay que tener prisa. No es bueno quemar etapas, ya que la naturaleza humana, y también el desarrollo de la fe, pide tiempo y condiciones.
   Pero no hay que perder oportunidades, ya que la personalidad sólo progresa y se desarrolla si oportunamente se va alimentando con experiencias y compromisos claros y cautivadores.
    Por una parte está el ideal de la buena catequesis: claridad en la oferta del mensaje de Jesús y superación de las propias opiniones o aficiones religiosas.
   Por otra parte se requiere la conciencia de mediación. Sólo en cuanto se siente mediador, el catequista puede formarse como responsable mensajero de la verdad. Si busca la acción catequística con actitud dominadora, su labor se atrofia inmediatamente. Se busca a sí mismo, no la verdad.
    La humildad pedagógica y la sencillez en las relaciones, la cordialidad y la responsabilidad de que quien lleva entre manos una tarea hermosa y valiosa, es la otra dimensión. Si el catequista se sien­te mediador entre Dios y los hombres, debe mostrarse dependiente. Es un ministro de la luz no productor de resp­landores. El que hace la obra espiritual sólo es Dios. El catequista pone los soportes humanos para que Dios actúe.
   Por eso la catequesis sincera y correcta, jamás puede fracasar. Aunque los resultados aparentemente no sean los esperados, la acción misteriosa de Dios late en las acciones exteriores que se hacen siguiendo los dictados de su voluntad. El catequista se descubre entonces como lo que realmente es: mensajero, no propietario, del misterio de Dios. Entonces entiende por que Jesús le dice: "Os he destina­do para que deis fruto y vuestro fruto perma­nezca para siempre" (Jn. 6. 71) Se siente "elegido por El" (tam­bién Lc. 17-10; Jn. 8. 45). Y actúa como Pablo con total desinterés: "Ni el que siembra ni el que siega es nadie, sino Cristo es el quien da el verdadero crecimiento." (1 Cor. 3.6)