CORREDENTORA. María
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   María dio a luz un Salvador con plena conciencia y deliberación. Se lo había anunciado el ángel y sabía que era el Mesías de los profetas. Ella otorgó libremente su consentimiento para ser Madre de ese Redentor. Esa disposición está implícita en sus palabras: "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra." (Lc. 1. 38)
   Según los planes misteriosos de Dios, de su consentimiento dependía la encarnación de Jesús. Y de la encarnación del Hijo de Dios dependía la redención de la humanidad. María fue pues pieza fundamental en esa maravillosa labor de salvación de los hombres.
   Lo reconocía Sto. Tomás de Aquino en su Suma Teológica: "En la anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen como representante de toda la naturaleza humana." (S. th. III  30. 1).

   1. Sentido de la corredención

   Evidentemente la acción de María en la salvación del género humano es una maravillosa colaboración, pero al fin y al cabo colaboración. Cualquier interpretación que la igualara en este terreno a Jesús sería desafortunada y errónea. Pero no cabe duda de que, por voluntad divina, María entró en los planes redentores de los hombres pecadores.
   Por eso, se la presen­ta como asociada, como acompañante, como participante, como representante de los hombres en el momento hermoso e histórico de su redención por la muerte de Jesús.
   Los Padres expresaron con frecuencia el contraste de Eva y María, al hablar de la función de la Madre en la vida, pasión y muerte de Jesús.
   Ponen en contraposición la fe y la obediencia de María en la Anunciación a la desobediencia de Eva. Hablan de María alentando a Jesús y de Eva sirviendo de interme­diaria en la tentación de Adán.
   María, por su obediencia, fue causa e la salvación, y Eva, por su desobediencia, fue causa de la muerte.


   Lo dice San Ireneo: "Así como la que tenía por marido a Adán, aunque toda­vía era virgen, fue desobediente haciéndose causa de la muerte para sí misma y para todo el linaje humano, así también María, que tenía destinado un esposo pero era virgen, fue por su obediencia la causa de la salvación para sí misma y para todo el linaje humano." (Adv. haer. III. 22. 4)  Y San Jerónimo recalca: "Por una mujer se perdió el género humano, y por una mujer se salvó todo el mundo."     (Trat. de los Salmos 96)


  
  2. Alcance de la corredención

   El concepto de corredención se aso­cia a María Virgen desde el siglo XV, aun­que la idea de salvadora, de asociada a la muerte de Jesús, de colaborado­ra en el perdón de los pecadores, se halla frecuentemente expresada en los Padres y en los autores antiguos.
   Tal colaboración, con el término de corredención, comienza a sistematizarse y argumentarse en la mariología del XVII y del XVIII, lo que significa que se va preci­sando su significado con la ayuda de los teólogos marianos. Pero la interpretación de la acción de María se hace siempre compatible con la labor prioritaria y esencial de Jesús, único y supremo Redentor de los hombres, según la idea paulina. (1 Tim. 2. 5)
   La misma Virgen necesitaba redención, pues era descendiente de Adán pecador. Pero, como ella, por único y singular privilegio, no tuvo pecado original ni personal, su redención resultó también singular: fue una redención preventiva y no sanativa.


   Precisamente por ello, por su limpieza de todo pecado, pudo asociarse a la labor redentora de Jesús de forma pura, comprometida, eficaz.
   La cooperación de María a la redención fue real y auténtica. Ella no murió físicamente por la vía de expiración, como su Hijo, pero estuvo a su lado; y sus atroces sufrimientos de madre se unieron a los de su Hijo.
   Con todo, su acción corredentora no se limitó al momento de la muerte de Je­sús. Toda su vida estuvo voluntariamente al servicio del Redentor, aunque el momento cumbre fue la pasión de su Hijo, a cuyo lado estuvo hasta el fin.
   Pío XII, en la encíclica Mystici Corporis de 1943, explica que "la Virge­n, como nueva Eva, ofreció en el Gólgota al Padre Eterno a su Hijo, junto con el sacrificio total de sus derechos y de su amor que le correspondían como madre de aquel Hijo"

 


 
 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

3. Interpretación y metáfora.

   A veces se han exagerado las terminologías o las comparaciones, más por influencias clericales de los escritores que por afán teológico. Se ha mirado a María como la "sacerdotisa", como nue­va figura abrahámica dispuesta a inmolar a su hijo único.
   No son del agrado de la Iglesia las visiones excesivamente clerificadas de María. Ella es la Madre que acompaña al Hijo al sacrificio y está presente en el altar. No es la sacerdotisa que ofrenda la víctima del sacrificio.
   El protagonismo no es suyo, sino de Cristo. Su presencia valiente como compañía es un signo de compromiso en nombre de la humanidad, que se halla presente en ella para recibir el perdón divino por vía de misericordia total.
   El único sacerdote es Cristo, que al mismo tiempo es la vícti­ma misteriosa que se inmola voluntariamente. Todos los demás que intervienen en el gran sacrificio del calvario son "comparsas" en el escenario del crimen.


   Evidentemente su Madre es diferente. Ella es colaboradora, asociada y copartícipe, sin llegar a ser la protagonista.
   Tampoco ella es la intermediaria entre el sacrificio del Hijo y la figura bíblica del Padre que recibe la expiación. Su puesto es más humilde. Jesús no necesita intermediarios con su Padre, idea ajena a la Escritura y también al sentido.
   Ni María fue como el sacerdote en el sacrificio de la Eucaristía, que es repetición y renovación del sacrificio de la cruz. María no fue el primer sacerdote oferente de la víctima pascual.

  Con todo, las posibles piadosas exageraciones que a veces se han dado, son más de términos que de conceptos. Y no deben servir para minimi­zar el alcance del misterioso designio de Dios de que la Madre de Jesús entrara en juego en el gran misterio de la redención, al igual que entró en juego en la angustiosa escena de la crucifixión del Señor.
   Aunque la suceptibilidad más o menos preconcebida de los luteranos, y de algu­nos teólogos racionalistas católicos, no simpaticen ni con el término ni con la idea de la corredención, e incluso la rechacen frontalmente, la realidad de la corredención mariana no se debe infravalorar. María es corredentora porque el mismo Jesús lo quiso, no porque fuera necesaria su acción ante la infinitud del mérito supremo de Cristo.


   María participó singular y activamente en la redención del género humano por voluntad divina. Ello le reportó un especial mérito como madre del Señor. Y la merece un particular agradecimiento por parte de todos los beneficiados en la acción de Jesús.
  Su presencia activa y valiosa junto a la cruz es innegable, en conformidad con el texto evangélico de Juan: Jn. 19. 25-27.
   Los cristianos deben mirarla con especial amor, por el don que, junto a su hijo, trajo del cielo.