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          Valoración excesiva de los conceptos en el  contexto de las demás riquezas psicológicas del hombre: sentimientos,  relaciones, actitudes, opciones, etc. A veces el término se ha confundido con  el de "nominalismo", actitud medieval que venia a dudar de la  existencia de las realidades generales o abstractas y reducía a meros nombres  (nominalismo) su existencia real.  
   En tiempos recientes el término conceptualismo  se reserva para la actitud de "valorar excesivamente" lo que produce  la mente sobre los otros rasgos de la persona entera. 
   Cuando domina esa valoración excesiva de la  mente, de los conceptos, sobre los otros aspectos o dimensiones, se corre el  peligro de caer en el "racionalismo o intelectualismo". Y si eso se  da en formas o estilos pedagógicos, la educación humana puede quedar  desproporcionada. Si las bases conceptuales, las ideas, predominan o fallan,  no hay educación armónica. Si predominan se perfila un modelo de hombre frío,  cerebral, lógico, irreal. Si hay carencia de ellas, el hombre se hace  pragmático, hedonista o materialista. 
   El hombre es perfecto, o se educa como tal,  cuando sus rasgos se desarrollan de forma proporcionada y armónica. Y si hay  que evitar el racionalismo, también hay que desconfiar del moralismo y del  sentimentalismo. 
   El educador de la fe debe aplicar estos  principios y prevenciones al terreno religioso. Debe desarrollar  proporcionalmente las ideas, los sentimientos, las cualidades morales, las  relaciones sociales. El conceptualismo religioso puede fomentar la cultura y  hacer creer, por el brillo de las ideas que se expresan con abundancia de  palabras, que la fe es sólida y segura. Pero la fe no se nutre sólo de ideas y  términos. Se alimenta también de valores y sentimientos, de actitudes y  opciones, de adhesiones personales y compromisos, de actos buenos. Es toda la  persona la que cree, no la inteligencia sólo la que elabora creencias. 
       
    
    
        
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