Duda
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   Estado de la mente en el que no acaba de decidirse por una opción entre dos o mas alternativas, debido a la carencia de argumentos predominantes en favor de una opción.
   La duda es condición del hombre inteligente. En la medida en que no lo sea, las dudas no existen y sus persuasiones son ingenuas. Pero la duda no puede adueñarse de la mente sana como sistema permanente pues el hombre tiende a la verdad. Es camino impulsor de la investigación, de la búsqueda. A la verdad auténtica se llega, del todo o en parte, por la certeza y la seguridad (que es algo interior y subjetivo) o por la evidencia (que es algo exterior y real).
   Descartes hablaba de "Duda metódica" cuando la sugiere como forma de cami­nar en la reflexión filosófica.  El cartesianismo exige dudar de todo y demostrarlo todo: es el alma de la cien­cia objetiva. En el racionalismo cartesiano se tiende a partir de presupuestos seguros, de postulados. De lo contrario se deja la ciencia que da la verdad clara y distinta y se cae en la creencia que es solo opinión.
   Las dudas tienen un significado especial cuando afectan a cuestiones o secto­res vitales, como es lo relativo a la propia identidad, al propio futuro, o las creencias religiosas. Entonces producen desasosiego y reclaman solución y claridad. En la medida en que se resuelven sobreviene la paz. Y, si persisten, surge la zozobra y la inseguridad.
   De manera especial son las dudas en materia de fe las que muchas veces hacen sufrir a la persona honesta. Las dudas sobre Dios, la salvación, los misterios revelados, los deberes religiosos, etc., deben ser vistas por el educador como normales en determinadas edades o situaciones. Pero deben ser tratadas con la originalidad de lo religio­so, que no es lo científico, lo social, lo humano.
   En esas situaciones el educador debe ser respetuoso con quien no ve claro en cuestiones religiosas. Debe ayu­dar sin coaccionar, sugerir sin manipular, insinuar caminos sin pretender imponerlos. Y debe recordar que la oración, la humildad y la libertad hacen más efecto que las argu­mentaciones y los discursos.