Epístola
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   Carta que se dirige, por regla general, a una comunidad o grupo determinado de destinatarios. Etimológicamente alude a mensaje o documento que se envía (E­pi-stole, envío sobre) y se recibe o se responde.
   Las cartas enviadas a personas y familiares se extendieron en el mundo griego y romano. Además del uso pragmático para cubrir distancias, se transformó también en un género literario que se extendía para divulgar ideas de todo tipo: políticas, de ciencia, literatura, derecho, incluso de politica y de religión. Así las usaban el griego Epicuro (Carta a Meneceo), Cice­rón, César y Séneca (Epístolas a Lucilo)
   Este género pasó a ser frecuente en determinados autores cristianos sobre todo del siglo IV y V. Son interesantes las Cartas de S. Agustín, las de S. Jeró­nimo y las que se conservaron de los grandes teólogos patrísticos. Las usaban con ver­dadera maestría literaria y las empleaban como medio de difundir y fun­damentar la doctrina cristia­na en las comunidades que las recibían.
   En el Renacimiento europeo, los humanistas (Vives, Erasmo, Tomás Moro, etc.) las tomaron como género preferido para exponer sus ideas e intercambiar sus ocurrencias o comunicaciones.
   En el lenguaje cristiano, el término Epístola se aplicó durante siglos con preferencia a las Cartas que quedaron entre las escritas por los Apóstoles a las comunidades que habían evangelizado o a las que deseaban alentar en la doctrina. Por eso eran preferentemente instructi­vas y profundamente sistemáticas.
    De las muchas que seguramente circularon en las comunidades, la tradi­ción nos conservó 14 atribuidas a San Pablo y 7 atribuidas a otros Apóstoles (Santi­ago, Juan, Pedro y Ju­das). Todas ellas emplean (salvo la de los Hebreos, que es más sermón que carta) el modo romano de escribir: salu­do ampuloso y encomiástico a la persona o a la comunidad a quien se dirige, cuerpo del asunto o doctrina, avisos, referen­cias personales y saludos en la despedida afectuo­sa.