FAMILIA
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   Es la institución natural en el orden biológico, social, moral y espiritual, en la que nacen y viven los hombres. Es la plataforma de la sociedad para asegurar la convivencia humana. Y es la fuente de los valores, hábitos y vínculos espirituales, manantial peremne de las mejores riquezas de la vida sobre todo moral y religiosa.

    1. Lo que es

   Familia equivale en biología y sociología a "grupo de individuos equivalentes", aunque luego se transpola a las ciencias morales y a la psicología conservando la referencia a las características comunes y la igualdad de tronco de procedencia.
  La familia humana se crea por la "conyugalidad", que es unión entre personas de diverso sexo, las cuales se unen para promover la procreación de nuevos seres. La conyugalidad se despliega en "paternidad" y "maternidad" en referencia a la prole, en "filiación" en referencia a los progenitores y en "fraternidad", que son los vínculos establecidos entre los miembros procedentes de los mismos padres.
   Incluso las interrelaciones que se establecen por motivo de consanguinidad genera la "parentalidad", o relación moti­vada por los lazos de los mismos padres.
   Son pues diversas esferas de relación natural las que se establecen y es amplio el abanico de conexiones naturales las que hacen de soporte a la familia.
   Los vínculos de parentesco o matrimonio generan un inmenso abanico de relaciones interpersonales, que van de lo afectivo a lo jurídico y de lo moral a lo social. La naturaleza es la base de la sociedad precisamente en cuanto el ser humano es "familiar" por necesidad y en cuanto los primeros estadios de la vida no pueden desarrollarse correctamente sin esos vínculos insustituibles.



  

   Idealmente, la familia proporciona a sus miembros seguridad biológica en los primeros años, pero en todo tiempo les ofrece protección, compañía, apoyo y socialización.
    La estructura y el papel de la familia varían según la cultura y la sociedad en donde se vive. La familia nuclear, formada por varón y mujer con sus hijos, es la unidad principal de las sociedades más industrializadas o urbanizadas. Pero todavía quedan amplios sectores en los que la poligamia genera otro tipo de familia de otra significación.
    En los ambientes más tradicionales el núcleo mínimo de la pareja y la prole se integra en otra órbita más amplia y parental constituida por abuelos, tíos, primos, suegros, consuegros, nueras, cuñados y otros elementos cuya terminología se diversifica en las lenguas desarrolladas y se simplifica en la idea de "hermanos" en los gru­pos étnicos más antiguos de los pueblos orientales.
   Los núcleos "ampliados" suelen ser muy respetuosos con los patriarcas (los ancianos), generadores de esa sociedad cercana y consanguíneamente vinculada.
   En algunos entornos culturales ese concepto de familia se amplía más, a los siervos, criados, paisanos más allegados. Se habla entonces de la familia heril o extensiva. En ocasiones, se restringe a la uni­dad monoparental, en donde los hijos viven sólo con el padre o con la madre en situación de soltería, viudedad o divorcio y separación, caso frecuente en las sociedades más industrializadas.
   Y no hay que olvidar que en ocasio­nes se distorsiona el concepto familiar con determi­nas pre­tensiones, como la de conside­rar familia a parejas monosexua­les que pretenden simular las relaciones y vínculos de las heterosexuales. Incluso se mira, como "familia extensiva", a gru­pos múltiples y variopintos en los que la promiscuidad genera cercanía más o menos estable, como acontece en ciertas comunas de marginados, o automarginados, inspirados en creencias religiosas sectarias, en hábitos culturales novedosos, en reacciones defensivas.
 

  2. Evolución histórica

  En las sociedades muy primitivas los núcleos familiares se relacionaban prioritariamente por vínculos de parentesco y consanguinidad. Se convivía y se generaban nuevos seres en el clan que incrementaban el foco originario. La familia se identificaba casi por completo con la estirpe, tribu o etnia. Aunque el ejercicio sexual suponía cierta autonomía excluyente de la pareja por exigencia psicorgánicas y naturales, los vínculos de filiación o fraternidad se difuminaban en la colectividad.
   Caza, pesca, cultivo agrícola, defensa, eran función de los varones. La mujer cuidaba de los hijos hasta su emancipación, cocinaba, allegaba en lo posible alimentos y los preparaba para la comida, por lo general compartida y repartida.
   Cuando aparecen las culturas bien organizadas comienza la familia a ser independiente del grupo étnico, aunque integrada en él. Y se multiplican los enlaces con miembros de otros grupos por compra, conquista o acuerdo.
   Y el ritmo de la independización de la pareja se acelera a medida que los siglos pasan y los estadios culturales se desenvuelven.

   2.1. Familia oriental.

   Las culturas primitivas de Oriente promovieron las familias "religiosas", en las que el padre era, en cierto sentido, encarnación y representante de la divinidad. La mujer y los hijos le tributaban un culto quasirreligioso. Se mantenían dependientes por vínculos cercanos a lo cultual. Era el padre el que transmitía las creencias y las normas morales vinculadas a la divinidad. Y la obediencia era en ellas precepto divino más que exigencia natural.
   Así era la familia babilónica o mesopotámica, patriarcal, estable, "señorial". En ella la esposa, o las esposas principales, y las concubinas, sobre todo esclavas, estaban el servicio del "señor".
   La poligamia era condición de mayor fecundidad y los hijos se miraban como la mayor bendición celeste, pues en ellos se prolongaba cada una de las personalidades patriarcales, incluso más allá de la muerte.
   El padre era el respon­sable de todos los hijos y era dominador de todas sus esposas, que le "tributaban" obediencia, reverencia y veneración.
   Esta familia late en los escritos bíblicos, sobre todo del Antiguo Testamento, y se mantiene en las culturas inspiradas en los patronos orientales: el hinduismo, el budismo y el islamismo o religión de la fidelidad.

   2.2. Familia patronal.

   A medida que en Occidente se fue imponiendo la cultura griega con el ex­pansión helenística de los tres siglos anteriores a Cristo, y el derecho romano, que era tributario de la filosofía griega, se hizo norma en el mundo romanizado, el estilo de familia varió a formas más contractuales y jurídicas.
   Lo religioso desapareció o se mitigó como ingrediente y como inspira­ción; y lo jurídico se sobrepuso. El patriarcado oriental fue desplazado por el patronazgo o señorío legal. El esposo se hizo patrón, propietario, dueño; la esposa se convirtió en matrona, señora dependiente, generadora de hijos.
   La familia se construyó como matrimonio (matris-munium, oficio de madre) y como patrimonio (patris-munium). Basta analizar estos términos para entender que la madre, la matrona, tiene por misión engendrar hijos y su sitio es el hogar. Y el padre, el patrón, debe allegar bienes y recursos y representar a todos.
   Esa familia grecorromana fue resultado del derecho que regía el contrato, los deberes y las respuestas obligadas por ley. El matrimonio funcionaba como contrato. Y los hijos eran el resultado estipulado de ese contrato, por lo que eran "propiedad", aunque desigual, de los contratantes. El padre era el que representaba en la respública, en la sociedad, a la familia.
   Aunque en los tiempos primitivos en los hogares romanos, más etruscos que latinos, se veneraba a los lares y penates, la familia no era lugar de culto. Para esa labor estaban los templos y los altares de las ciudades.
   Al ser romanizados, y cristianizados, los pueblos bárbaros que destruyeron el imperio romano, al menos en Occidente, se asumió en toda Europa ese estilo de familia jurídica, que se perpetuó hasta nuestros días.

   2.3. Familia humanista

   La llegada del humanismo y la superación de los aspectos rurales de la Europa feudal, suscitó el nacimiento de una familia más convivencial que jurídica y más humanista que sacral. Se impuso poco a poco la supremacía de los valores morales, afectivos y convivenciales, sobre los meramente jurídicos.
   Se despertó el sentido de la dignidad de la personas. Se puso en entredicho las dependencias (esclavos, siervos, esposas obedientes). Se promovió, no sólo por motivos religiosos sino también sociales, la fidelidad, la libertad, la cultura femenina, la educación de los hijos fuera del hogar.
   Se abrieron nuevas formas de convivencia y se promocionó la vida social de la mujer, por lo que estimuló la cultura femenina y el ideal de la mujer libre desplazó a la simple matrona del hogar.

 



 

 2.4. Familia residencial

   Los movimientos sociales y las formas convivenciales que suscitaron la indus­triali­zación y la movilidad social del siglo XVIII y luego la revolución comercial y la emigración del XIX obligaron a grandes masas humanas a dejar las estructuras rurales, patriarcales y más religiosas, y a instalarse en lugares de trabajo regulado por horarios, por especializaciones, con precariedad e inseguridad y con salarios reducidos con frecuencia.
   En esas condiciones no era fácil disponer de vivienda desaho­gada, pues el trabajo no daba para ella; y, en conse­cuencia, tampoco era fácil mantener un hogar armónico. La vivienda se reducía a residencia para pernoctar más que para convivir.
   El marido trabajador buscaba otros lugares de esparcimiento, si contaba con tiempo libre en las fiestas; y la mujer sentía el deseo del compartir con las demás mujeres fuera de la casa, si es que casa se tenía. Los hijos también se lanzaban a la calle o al campo para llevar una vida más extrafamiliar que hogareña. El hogar sehizo residencial más que vital.
   Esa familia industrial, laboral, cada vez más tecnificada, pero menos conjuntada, ya no tenía tiempo para rezar ni sentía el gusto de acudir unida a los actos de culto de los templos. Se incrementó la individualidad y la disgregación.

   2.5. Los modelos actuales

   Es evidente que en los tiempos actua­les se superponen o perviven los cuatro modelos indicados, pues esos diseños no son excluyentes entre sí, arrastran ecos de tradición y herencia cultural y fácilmente se adaptan a las diversas preferencias personales en función de los intereses y cultivos personales que se hacen bajo el peso de diversas circunstancias: ideales bíblicos en ámbitos cristianos, contratos y acuerdos prematrimoniales a la luz de experiencias ajenas; valoración de estilo modernos que superan tradiciones, etc.
   En la familia actual nuevas incidencias o influencias vienen a implicar lo que es el diseño frecuente que se dibuja al menos en Occidente. Entre ellos podemos citar algunos:
      -  La familia rural proporcionaba el trabajo, mantenía los usos y costumbres, aseguraba la educación, incluso la formación religiosa. Sin embar­go en la vida urbana actual esas actividades salen normalmente del hogar. Puesto que los padres trabajan ambos, la educación se confía a "otros", sobre todo al Estado, que la declara con frecuencia obligatoria y gratuita, al menos en sus niveles básicos. Sobre todo es el trabajo de la madre lo que condiciona esta práctica de la "educación exterior" ya que, al tender como mujer a realizarse profesionalmente fuera del hogar, implica relaciones diferentes con los hijos y con el esposo.
      -  La composición familiar ya no se perfila desde la perspectiva de tener hijos, cuantos más mejor. La natalidad se controla con métodos adecuados (birth control) e incluso se legaliza el aborto para los no queridos. Muchas familias se programan sin hijos o se admite la uni­dad como criterio o ideal.
      - La familia pierde la estabilidad de otros tiempos. Los hijos se emancipan prematuramente. La igualdad de varón y mujer supera la tradicional dependencia de todos con respecto al padre.
   Se instala en las actitudes y en los criterios la responsabilidad compartida y repartida. Cuando la desavenencia llega o la convivencia se dificulta, la familia se rompe con facilidad, pues el divorcio es fácil con sólo deshacer de mutuo acuerdo, por consenso fácil o por intermediación judicial si no hay consenso. Pocos entienden la separación como la profanación de un vínculo sagrado y o se avergüenzan con el estigma social que en otros tiempos ese hecho significaba.
  - La movilidad residencial y la mayor libertad económica de ambos cónyuges, incluso los apoyos sociales (educación gratuita, seguridad social en la enfermedad, etc.), consiguen que la persona sea mucho más libre en la familia y no se halle dependiente de los demás cuando ya no hay armonía con ellos.
  - Un porcentaje elevado de hogares actuales suponen la conviven­cia de nueva pareja con hijos de padres anteriores. Ello genera otro tipo de relación familiar y suscita condiciones nuevas en la formación de los hijos, nuevos estilos y vínculos afectivos, nuevos hábitos de con­ducta y de comunicación.
  - Incluso se va instalando en la sociedad el nombre de familia para otras categorías convivenciales: parejas de hecho sin vínculos legales ni, por supuesto, morales o religiosos, emparejamientos temporales o matrimonios a prueba, hasta convivencias, a veces reconocidas y basadas en la legalidad, de parejas que no responden a los patronos biológicos de la bisexualidad radical del ser humano.
   Las parejas homose­xuales se instalan en una sociedad "progresista" y rozan en ocasiones lo grotesco: se amparan en leyes similares a las que regulan la vida intersexual, llegan incluso a reclamar, y a veces a obtener, la adopción de niños como hijos, incluso intentan y consiguen la generación de hijos mediante personas contratadas (madres de alquiler o inseminación a distancia).
   Es difícil diferenciar en algunos ambientes y para bastantes personas, lo que hay en estos planteamientos de libertad y de libertinaje, lo que es simple y pura aberración natural y lo que son patrones culturales cambiantes.

3. Familia cristiana

   Evidentemente todo este panorama de nuevas realidades familiares, o pseudofa­miliares, suscita una convulsión en la estructura y en los criterios de la familia cris­tiana. Sin embargo algo dice que el alma familiar permanece estable y refluye entre las alteraciones sociales en búsqueda de su identidad, la cual tiene por manantial el amor conyugal, por cauce la convivencia con los hijos engen­drados o esperados, por finalidad la felicidad natural y sobrenatural de lo que es innegociable, que es el plan de Dios.
   Y ello se hace compatible con cualquier esquema, con el babilónico, el grecorro­mano, el humanista y también el industrial, siempre que se respete la identidad esencial de la comunidad de personas que se juntan por amor y se abren a la nueva vida que están destinadas a engendrar.
   Por eso el matrimonio cristiano no es un mero contrato, sino algo más sutil y sublime. Es el signo sensible del amor de Cristo y la Iglesia y, como signo, la fuente de la gracia conyugal y "familiar". Y la familia, en consecuencia, no se define por la generación de hijos al estilo animal, sino por el amor a los hijos al estilo espiritual de quien ama en plenitud a los hijos que son dones de Dios.
 
 3.1. Mensaje bíblico

   La familia en el mensaje cristiano se presenta como un don de Dios que hay que agradecer, cultivar, defender y hacer crecer. Es lo que late en la Palabra divina y la Sagrada Escritura recoge con cierto respeto y admiración.
   En el orden natural se presenta ya en la Biblia como un plan de Dios: "Creced y multiplicaos" (Gen. 1.28). Y "conoció el varón a su mujer Eva y dio a luz a Caín... y luego tuvo a Abel.. y más adelante conoció a su mujer y engendró a Set... Y vivó Adán luego ochocientos años y tuvo hijos e hijas". (Gn. 4.1 y 5.4)
   En la visión providencialista de la Historia humana que aparece en la Biblia como un proyecto de vida, el reclamo a la familia se va repitiendo a lo largo de los siglos, desde Noé y sus hijos (Gen. 9. 1 y 7) hasta los diversos patriarcas que  encarnan los hitos del pueblo de Dios: Gen. 6. 12. 3; Gen. 15.4; Gen 24.6.
   Dios quiso la familia porque creó la especie humana como realidad de seres bisexuales. Y quiso que los hijos se desarrollaran dentro del contexto paternal: Tob. 8. 5-9; Ecclo. 3. 1-16 y 7. 18-28; Prov.31. 10-30; Job. 12.13.
   Por eso hizo al hombre dependiente de los progenitores y a los padres protectores naturales de su descendencia. Recordó a los hijos el deber sagrado de obedecer a los padres (Ex. 20.12). Y a los padres le exigió el deber de educar y cuidar a los hijos (Prov. 10.1 y 13.1)
   En el Nuevo Testamento la visión de la familia sigue en parte el sentido religioso de la Escritura antigua, pero se afirma más la dependencia de los hijos y el deber de fomentar la vida del hogar (Rom. 16.3; Gal. 1.15). Cristo mismo fue hijo de una familia maravillosa.

   3.2. Visión de la Iglesia

   La historia cristiana ha multiplicado las enseñanzas sobre la familia de una ma­nera continua y siempre en la misma dirección: la familia es un don de Dios. Es insustituible y no se reduce a una institución social más entre otras instituciones. Es más bien el eco de la presencia divina y la plataforma en donde el niño aprende a amar a Dios y a respon­der a los misterios de la salvación.
   Entre los documentos eclesiales recientes, ninguno como la Constitución pastoral "Gaudium et Spes" del Concilio Vaticano II y la Exhortación Apostólica "Familiarium consortium" han ofrecido planteamientos más claros, sistemáticos y contundentes sobre lo que la familia es en la vida de las personas y de los creyentes. Ella representa para la formación de la conciencia y de la inteligencia de los hijos la primera fuente de la verdad y constituye el primer eco de la trascendencia.
   El Vaticano II declara con claridad: "La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada al buen ser de la comunidad familiar y conyugal... Y no en todas partes brilla por igual la dignidad de esta institución, pues aparece nublada a veces por la poligamia, por la lacra del divorcio, por el llamado amor libre y otras deformaciones análogas... (Gaud. et Spes. 47)
   En esta llamada de atención están las líneas específicas de la catequesis familiar. El objetivo es realizar el verdadero ser de la familia: porque  “la familia es una escuela, una humanidad más rica... Es el lugar donde se encuentran diferentes generaciones y donde se ayudan mutuamente a crecer en sabiduría humana y a armonizar los derechos individuales con las demás exigencias de la vida social" (Gaud. et Spes 52).
   Y de forma más explícita y cercana la Exhortación "Familiaris consortium" de Juan Pablo II dice: "Los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo. Ellos han de fomentar la vocación personal de cada uno y, si el caso llega, la vocación hacia el estado consagrado" (N. 21)

 

 


 

 
 

 

 

   

 

 

 

 

4. Catequesis familiar

     La catequesis familiar es la primera y más importante de todas las acciones pedagógicas en favor de la educación de la fe y de la conciencia. En primer lugar hay que hablar de catequesis "de la familia". Y en segundo lugar es preciso clarificar el sentido de la catequesis "en la familia" cristiana.

   4.1. Catequesis de la familia

   Implica que todos los miembros de la familia necesitan una autentica formación moral y religiosa para ponerse cada uno en lugar. Y esa formación se la deben dar entre sí con sentido de proyección y no sólo con intención de enriquecimiento interior. La familia madura y consciente de lo que es la fe cristiana, siente la vocación a proyectar al entorno en el que vive como signo sensible de la gracia matrimonial, lo que ella ha recibido carismáticamente. Al aludir al concepto de carisma, hay que recordar que la familia debe gozar en primer lugar de la gracia divina. Pero esa gracia es eclesial y, por lo tanto, debe proyectarse a los demás.
   Por eso entendemos por catequesis "de la familia", el ejemplo de vida y plenitud cristiana que se ofrece cuando se vive la fe en comunidad, cuando se es ejemplo de armonía evangélica, de paz y de responsabili­dad, cuando se ofrecen los propios criterios a los demás y a todos se da ejemplo de vida según el Evangelio.
   Para dar ejemplo de vida cristiana no necesitan los miembros de la familia, los padres y los hijos, otra cosa que la actitud de fe ante la vida, la práctica de la caridad y la vivencia de la esperanza.

  Por eso es bueno recordar que la catequesis familiar no es sólo una acción "ad intra", para beneficio de los compo­nentes, sino también "ad extra", para testimonio evangelizador de toda la Iglesia. Los protagonistas de cada familia cristiana deben ofrecer su vida de fe como espejo para los que no tienen tanta como ellos y deben ayudar con desinterés y generosidad a todos lo que necesitan apoyo en su entorno. La fami­lia que vive la fe y educa en la fe a sus miembros irradia luz y caridad.
   En la primitiva Iglesia la principal plataforma de evangelización era la familia cristiana mensajera del amor de Dios y cauce de la gracia divina. En los tiempos actuales se dice a los padres creyentes que "el designio de Dios creador y redentor es que la familia cristiana descubra no sólo su identidad, lo que es, sino también su misión, lo que debe hacer... Ella recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y como participación real en el amor de Dios a la humanidad y en el amor de Cristo Señor a la Iglesia, su esposa".     (Fam. con­sort. 17)

4.2. Catequesis en la familia

   Es decisiva la acción misionera de los padres con respecto a los hijos, y de los mismos cónyuges entre sí.
   El mensaje de la salvación llega a los hombres a través de las mediaciones humanas. El testimonio de los padres es lo que más cautiva el corazón y la mente de los hijos. A través de él, de su vida y de sus virtudes, más que de sus palabras y de sus explicaciones, los hijos descubren el mensaje evangélico.
   Con todo también es necesario disponer de cauces y de formas más organizadas y explícitas para ofrecer la instrucción religiosa, la formación de la conciencia y la iluminación de la inteligencia, sobre todo a medida que los hijos van creciendo y necesitan más sólida y sistemática cultura religiosa.
   Pero la familia no es una escuela cristiana, es decir una entidad didáctica, con un diseño curricular de instrucción religiosa. Tampoco es un grupo de catequesis parroquial con un plan anual. Es otra cosa. Es un hogar de convivencia y en él se descubre el mensaje cristiano por medio de la vivencia y del contacto personal. Por eso hay que evitar diseñar la catequesis familiar como si fuera cuestión de unos momentos semanales de instrucción o pudiera reducirse a la presentación de un plan de temas doctrinales, de plegarias o de experiencias previstas de antemano

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  Esa catequesis es, o debe ser, continua, natural, espontánea. En todo mo­mento los padres tienen que estar preparados para un consejo, para una aclaración, para un buen ejemplo. Toda oportunidad es buena para infundir criterios o rectificar errores, para señalar pistas y prevenir desviaciones, sobre todo para suscitar sentimientos de amor a Dios y de vida evangélica.
   Con frecuencia es una catequesis más bien indirecta, sobre todo cuando los hijos han crecido. Se hace apoyándose en procedimientos que más o menos consciente y planificadamente se pueden prever y buscar con habilidad, prudencia y mucho amor a los hijos, según su personalidad, su edad y su libertad.
   Entre los medios de catequesis indirecta que se pueden sugerir a las familias cristianas algunos merecen atención prioritaria:
     - la elección de buenos colegios cristianos, en donde se cuidan los programas de instrucción religiosa;
     - la asistencia a catequesis parroquiales desde los primeros años de la vida infantil, atendiendo con especial esmero a los catecumenados que preparan para la iniciación sacramental: eucaristía, peniten­cia, confirmación, el matrimonio cuando el momento llega;
    - la facilitación de buenas lecturas o de programas audiovisuales o similares, entre los que no hay que olvidar los informáticos en ambientes más tecnificados;
     - la animación a la pertenencia a algunos grupos de vida cristiana: cofradías, congregaciones infantiles o juveniles, escultismo, según las posibilidades o la existencia y los intereses del hogar;
    - la oferta de buenas compañías, creando condiciones de convivencia adecuadas a las posibilidades y evitando la pertenencia o inclusión en grupos religiosos cerrados que, a la larga, provocan repulsa en muchos jóvenes cuando crecen y superan los estadios infantiles;
     - la protección contra malas experiencias o contra desórdenes y escándalos desproporcio­nados para la capacidad de asimilación que a cada edad se pueda tener, hecho que hoy puede resultar tentación frecuente contra la que los padres nunca se pondrán suficientemente en guardia.

 


 

 

 5. Crecimiento cristiano en familia

   La catequesis familiar es algo más que una práctica o un plan. Es una vida y es un deber sagrado de todos los padres, que con ella se con­vierten en doblemente padres: por la fe, pues ya lo son por la naturaleza.
   La paternidad y maternidad biológica es tan fuerte que no hay relación humana más intensa e íntima que ella. Y el no respetar sus leyes de afecto, de dependencia y de convivencia se convierten en una aberración.
   Pero, en clave evangélica, la paternidad y maternidad espiritual por medio de la gestación de la educación de la fe, engendra una relación superior: es el vínculo del amor espiritual y de la fe, datos inmensamente superiores a lo biológico y naturales, basados en la consanguinidad. Los padres cristianos deben recordar que son más padres por educar cristianamente a sus hijos que por engendrarlos corporalmente.
   Por eso deben seguir con verdadero interés y amor el desarrollo espiritual de sus hijos y recordar sus especiales y singulares vínculos de amor cristiano con respecto a ellos.

   5.1. En la infancia elemental

   En el comienzo de la vida, los padres son los primeros dirigentes espirituales de sus hijos y comentan, alientan, impulsan, explican y transmiten todo lo que a la religión se refieren.
   Deben recordar lo importante que es el despertar de la fe y deben preparar su hogar, desde la decoración en la que no debe faltar alguna imagen inspiradora de buenas impresiones, hasta la protección adecuada contra la basura televisiva que puede perturbar la mente y la afectividad.

   5.2. En la infancia superior

   Los padres debe mantenerse como elemento de referencia y frecuente oportunidad de dialogo. Los padres catequizan ayudando a crecer en la fe y en la vida cristiana. Alentando con su ejemplo y con su palabra la vida sacramental y la plegaria familiar. Deben ofrecer a sus hijos estímulos, modelos y dedicación directa en los trabajos de apoyo y seguimiento en todo lo que se hace en la escuela, en la parroquia o en los grupos de pertenencia.

  5.3. En la juventud

  Los padres siguen teniendo una misión básica de referencia cuando lo hijo crecen y les llega la hora de independizarse del hogar. Aunque la madurez progresiva hace a los hijos más autónomos en lo religioso y moral, y su vida tiende a desenvolverse en el exterior del hogar, donde halla las bases de aprovisionamiento intelectual y sus cauces de desarrollo moral y religiosos, los padres no terminan su misión.
  Saben ofrecer un consejo, brindar una lectura, comentar una incidencia y sobre todo ofrecer el testimonio de su vida cristiana personal y matrimonial.

   5.4. En los momentos difíciles

   Cuando llegan las dificultades, el hogar cristiano es siempre refugio y apoyo, aliento y fuente de clarificación, con los consejos discretos y con los alientos precisos y oportunos.
   Los momentos de crisis y de sufrimientos suelen momentos singulares para una catequesis de reforzamiento que los padres creyentes nunca dejan de aprovechar.

   5.5. Durante toda la vida

   La misión catequística de la familia nunca termina del todo, por adultos e independientes que se hayan hecho los hijos y por autónomos que caracterialmente resulten. El recuerdo gratificante de un padre honrado y de una madre piadosa son apoyos religiosos que perduran toda la vida y fuente de inspiración religiosa permanente.
   El modelo del hogar y de los progenitores tiende a reproducirse cuando los miembros crecidos del hogar emigran para generar sus propias células de vida nueva. Cuando el hogar ha cumplido con su deber "catequístico", lo hijos llevan gérmenes de vida cristiana y antes o después esas semillas se transforman en flores y luego en frutos que se perpetúan en el tiempo y en el espacio.