FEMINISMO
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   Estudiar la identidad de la mujer en cuanto persona cristiana y el significado peculiar de su vocación en la Iglesia es uno de los deberes de los catequistas. Ella reclama adaptación a su formación como creyente y precisa suficiente defini­ción como mensajera de la verdad evangélica.
   Se debe hacer con tacto, profundidad y limpieza.
   El tacto eliminará tradicionales suscep­tibilidades y desconfianzas por la dis­criminación injusta a la que a veces ha sido sometida. La profundidad conllevará la claridad y la efectividad en su misión en la Iglesia. La limpieza ideológica hará transparente su identidad tanto en el orden personal como en el catequísti­co; y también alentará su labor apostólica.
   Además, en el orden pastoral y en el ámbito eclesial, se precisan determinadas revisiones que hagan olvidar perjudiciales actitudes reivindicativas, que han hecho con frecuencia de la acción femenina una carrera de obstáculos, cuando la tarea apostólica "no admite distinción entre judío o gentil, entre circunciso o incircunciso, esclavos o libres, pues es Cristo el mismo para todos." (Col. 3.11)
   Conocer, respetar, aceptar y acomodarse a la mujer es un honor, más que un deber, en una correcta visión apostólica de la tarea educativa. Armonizar la identidad femenina, la misma que la masculina en cuanto ambos son seres humanos, con los reclamos específicos de mujer, es también una necesidad a veces olvidada.
   En el orden catequístico, la mujer, como receptora del mensaje cristiano, en poco se diferencia de lo que el varón debe reclamar: ideas, actitudes, sentimientos. Pero en cuanto agente pastoral, la mujer posee singulares capacidades que es preciso entender, alentar y aprovechar, si lo que importa es la proclamación del Reino de Dios y lo que rige es la igualdad eclesial

 

  

1. Identidad de la mujer

   El texto bíblico del Génesis que relata la creación de la mujer (Gn. 2. 21-25) no es referencia única ni material ni formal del pensamiento de la Iglesia sobre la mujer. Ha sido manantial y fuente de insuficientes interpreta­ciones histó­ricas, al haberse redactado y asimi­lado en el contexto de culturas orientales discrimi­nadoras del sexo fe­menino, Pero son inválidas para los tiempos actuales.
    Lo que la Iglesia piensa de la mujer requiere otro tipo de planteamientos y comprensión, así como otro estilo de lenguaje que supere ideas de dependencia respecto del varón o actitudes de protección o de singularidad en el orden ético, estético, místico o eclesial.

   1.1. El texto bíblico

   Se aprovecho a veces para justificar la sumisión femenina. Pero debe entenderse como declaración de igualdad y no de subordinación. Adán no halló nada se­mejante a él entre los animales de la tierra a los que puso nombre. El Señor Dios tomó la decisión de hacerle una compañía de su misma naturaleza. Por eso no tomó barro de la tierra, sino el mismo el mismo cuerpo de Adán por el formado: "Y de la costilla que de Adán tomara, formó el Señor Dios a la mujer".
    En la creación de su compañera, Adán reconoció "ser hueso de sus hueso y carne de su carne; varona será llamada, pues del varón ha sido tomada." (Gn. 2. 23)
   Interpretado a la luz del contexto cultural, la mujer se manifiesta hecha del varón, no viceversa, lo que se equipara a dependencia. Pero, iluminado el texto a la luz de toda la palabra de Dios y de la exégesis que siempre la Iglesia ha hecho de los textos escriturarios, la originalidad, la dignidad y la grandeza de la mujer adquieren otra dimensión.
   Por otra parte, el origen divino y el carácter de criatura hacen a la mujer un producto divino singular. Se presenta en la catego­ría de "imagen y semejanza de Dios". Por eso es colocada en el mismo Paraíso que Adán, para que "se multipliquen y llenen la tierra".
   Incluso, es interesante consignar cómo la prueba a que son sometidos ambos es equivalente, pues se cuenta con su inteligencia y con su libertad. Si bien la serpiente, el más astuto de cuan­tos animales hizo el Señor Dios, fue a la mujer a quien se dirigió para insinuar la rebelión, la acción rebelde corresponde a los dos por igual.
   Adán fue inducido por Eva hacia el pecado, no viceversa, del mismo modo que la mujer fue inducida por la serpiente. Lo que importa en el hecho es el pecado no la ocasión.
   El castigo es diferente, pero para los dos es castigo. A Adán se le impone el trabajo ingrato como pena; a la mujer se le da las incomodidades de la gestación y el ardor hacia el marido, que la dominará, como signo del castigo. El castigo es idéntico en esencia para los dos, aunque en la forma se diferencie según la peculiaridad de cada sexo. Se armoniza hábilmente la igualdad con las diferencias. Es necesario admitir que el hombre fue creado por Dios como varón y como mujer, pero se puede dudar de que la culpa no lo sea, por entender que el varón era cabeza de la mujer y no viceversa, como parece desprenderse de San Pablo: "La mujer procede del varón, no el varón de la mujer, y por eso le estará sometida". (1 Cor. 11. 8)

   1. 2. Otros textos

   Los textos posteriores de la Biblia, al menos en el orden lógico, ya que en el cronológico la redacción del Génesis es sin duda postbabilónica (S. IV a C.), se hacen eco de esta relación de igualdad diferente o de diferencias desde la igualdad. Aparecen en los libros sapienciales del Antiguo Testa­mento: "De él formó Dios una ayuda que le fuera semejante" (Eccli 17. 5).
      Con frecuencia se ensalza a la mujer virtuosa en el Antiguo Testamento: Can­t. 2. 8-11 y 5. 2-16; Prov. 5. 15-23; Prov. 31. 10-31; Eccli. 26. 13-18 y 36. 20-27.
   Y Jesús mismo declaró que en el cielo todos serán iguales: "ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán iguales como los ángeles que ven el rostro de Dios." (Mt. 22.28. Mc. 12.18)

 


 

 

   Figuras modélicas y significativas de la mujer en la Bilblia han sido:

 *  En el Antiguo Testamento
     - Eva, madre de los vivientes. Gn. 2.20 a 3.20
    - Sara, la esposa libre de Abraham: Gen 12. 10-20
    - Rebeca. La elegida esposa de Isaac: Gnb. 24. 1-30
    - Raquel. La preferida de Jacob:  Gn. 29. 9-29
    - María o Miriam, hermana de Moisés: Num. 25. 5- 9
    - Débora, la valerosa guerra: Juec. 4. 4-23
    - Ruth, la fiel: Libro de Ruth
    - Ana, la dolorida madre de Samuel: 1 Sam. 1.  1-17
    - Betsabé, la esposa de David:  2 Sam 11. 1-26
    - Esther, la salvadora: Libro de Esther
    - Sara, la liberada. Tobías
    - Judith, la gloria de Israel. Libro de Judith

* En el Nuevo Testamento
      - María, la madre virgen del Señor: Mt. 1. 18 y Lc 1 y 2
      - Isabel, la madre del Bautista: Lc. 1. 39-45
      - Ana, la viuda del Templo: Luc. 1. 36-38
      - Magdalena, la pecadora: Mt. 26. 6-11 y 28. 1-4
      - Marta, la afanosa: Lc. 10. 38 y Jn 11. 11- 27
      - Salomé, la seguidora de Jesús: Mc. 1. 15-40 y 16.1
      - La cananea creyente: Mc. 7. 24-30
      - La samaritana convertida: Jn 4. 1-26
      - La hemorroisa curada: Mt. 9. 22-25
      - La adultera perdonada: Jn 8. 1-9
      - La viuda de Naim: Lc. 11. 17
      - La mujer de Pilatos: Mt. 27- 19

 2. La docencia eclesial

   Durante siglos, la visión cristiana de la mujer se ha sentido lastrada por los efectos de una cultura grecolatina, que la consideró jurídicamente inferior al varón y por las resonancias orientales: mesopotámicas y babi­lónicas, sobre todo, que la vieron como objeto de com­praventa por el marido y su familia.
   Como es normal, el pensamiento cristiano ha sido tributario de las diversas formas culturales en que nació. No podía sin más desprenderse de los esquemas y de los lenguajes heredados.
   Pero, la reflexión serena a la luz de la Palabra de Dios, hizo posible situar a la mujer en cuanto tal en un contexto radicalmente diferente. fue su dignidad humana lo que se impuso. Y se fueron revisando los estereotipos sociales que no coincidían con lo que la mujer es ante Dios.
   Superados los resabios arcaicos, se valoró a la mujer como la persona libre que es protagonista de la mitad de la vida, de la mitad de la sociedad y de la mitad de la cultura, es decir en exacta equidad con el varón.
   Lo importante en la Iglesia es la misión salvadora que Jesús la asignó. Lo secundario es el que haga de instrumen­to en manos de Dios.

 

    

  La dedicación de la mujer a los trabajos y ministerios que le son propios constituirá ­siempre un medio insuperable y eficaz para cumplir semejante misión.
   El Papa Juan Pablo II, en la Encíclica "Sobre la dignidad de la mujer" (Mulieris Dignitatem), escribía el 15 de Agosto de 1988: "La Iglesia desea dar gracias a la Stma. Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas que Dios en la historia de la humanidad ha cumplido en ella y por ella.  ¿No se ha cumplido y en ella y por medio de ella, lo más grande que ha existido en la historia, el acontecimiento de que Dios mismo se ha hecho hombre?
   La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una en particular: por todas las madres, hermanas y esposas; por las mujeres consagradas a Dios y por todas las que se dedican a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otro ser humano; por las que trabajan en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las que trabajan en las diversas profesiones; por las que están cargadas de grandes responsabilidades sociales.
   Por las mujeres perfectas y por las mujeres débiles da gracias. Las da por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios". (N. 31)


 
 
 

 

 

   

 

 

 


 

3. Misión de la mujer

   El sentido y la vocación específica de la mujer se han ido dilucidando en la Iglesia en los últimos tiempos con más celeridad y objetividad que en tiempos antiguos. Se ha valorado su identidad, su dignidad y, sobre todo, su misión eclesial.
   En una Iglesia con discriminaciones raciales, sociales, económicas, culturales, etc, como han sido las predominantes otras épocas históricas, es evidente que las sexuales no pueden ser evita­das y condicionan los comportamientos.
   Pero, cuando la Iglesia se declara Comunidad en la igualdad y en la fraternidad, en la responsabilidad y en la misión evangelizadora, como es la tónica de la eclesiología del Concilio Vaticano II, las diferencias sexuales quedan situadas en su justa medida, es decir como un factor secundario en referencia a la importancia primordial del Reino de Dios, que es lo decisivo.
   La cuestión estará, según cada caso y cada comunidad cristiana, en la aplicación de los criterios rectos y en la delimitación, más que definición, de las competencias y compromisos.

      3.1. Situación cultural nueva

  Es bueno recordar que el mensaje cristiano no es una abstracción, sino que tiene una dimensión personal, vital, concreta. A veces, más que hablar de la mujer en general, tenemos que aprender a hablar de cada mujer que actúa, que vive una vida cerca­na, que se realiza como perso­na creyente.
   El derecho de igualdad ha de llevar a la mujer, superando ya formas sociales arcaicas y rechazables, a sentirse interpelada por el amor fraterno y la verdad evangélica en la cultura y en el ambiente en que  desarrolla su vida y su acción:
     - El trabajo, por ejemplo, debe ser para ella una forma de ser persona y no una plataforma para independizarse, ya que en el amor cristiano no es la independencia, sino la entrega a los demás, lo que satisface. El trabajo por el Reino de Dios reviste en la mujer algo mucho más importante que el reconocimiento social de la comunidad en que lo desempeña.
     -  Lo mismo se puede decir en aspectos de política, de economía, de arte, de cultura, de ciencia y de técnica. La mujer entra en estos campos para servir y apoyar, no para reivindicar. Hacerlo como revancha es el peligro de los reprimidos. Exigirlo como derecho de las personas es orientar su acción correctamente.
      -  La cultura tiene mucho que ver con las expresiones y representaciones religiosas. En tiempos pasados la mujer estuvo muy marginada, más por motivos profesionales que ideológicos de los ámbitos culturales. Superada aquella situación, al menos en los países desarrollados, es hora de que se vea la plataforma cultural como una propedéutica para la promoción de valores religiosos.
     -  Y algo similar acontece con la sexualidad, en cuyo terreno hay que revisar los roles genitales que tantas veces han condicionado las valoraciones globales de la persona. Ni la función masculina conduce a tomar el protagonismo repro­ductor ni la labor femenina se define por la pasiva receptividad de los estímulos.
   Como consecuencia, se renovarán los planteamientos tradicionales de la mater­nidad "matri­monial" (matrismunium, oficio de madre) y de la paternidad patrimonial (patrismunium) que desde luego no coinciden con las exigencias naturales ni con las demandas culturales modernas.

    3.2. Misión evangelizadora

    Por eso, se impone desde el ángulo ético y religioso, revisar el estatus de la mujer en la comunidad eclesial, puesto que las variables culturales son nuevas.
    Esa revisión conduce a reclamar otras misiones de la mujer en la comunidad eclesial y en las tareas de la proclamación del Evangelio.
    Hay mucho terreno adelantado en cuanto a servicios se refiere. Es bueno recordar que numéricamente las mujeres comprometidas con el Reino de Dios han sido más que los varones. Y hasta se puede decir que su acción ha resultado más beneficiosa, cercana e imprescindi­ble en los terrenos concretos de la educación, de la sanidad, de la asistencia que la ejercida por los varones.
    Pero es preciso reconocer que todavía quedan muchas distancias que acortar en cuanto a representación, autoridad y determinación de opciones.
    Los derechos espirituales de creyentes son totalmente equivalentes en ambos sexos, sin embargo las funciones ministeriales eclesiales no quedan por igual equiparadas.
    No deja de ser un problema más pastoral y jurídico que teológico y evangéli­co si las limitaciones en este terreno son imprescindibles o coyunturas históricas que el tiempo verá difuminarse. Y es conveniente recordar que la cuestión es mucho más amplia que la simple incidencia del posible sacerdocio femenino, en el que tantos periodistas superficiales pretenden centralizar la atención.
 
  4. Situaciones nefastas

  Especial reflexión reclaman en los tiempos actuales las situaciones de explotación femenina que se mantienen. Choca con la justicia y también con la sensibilidad del mundo moderno, más exigente con los derechos humanos de lo que pudo acontecer en otro tiempo.

   4.1. Diversas culturas

   En algunas culturas la mujer sigue esclavizada por el trabajo duro en campos menos adecuados a su capaci­dad física o psíquica. Refleja la distancia que con frecuencia se establece entre los principios y los hechos.

 

 

   A veces somos insensibles a los tra­bajos femeninos infravalorados, pues nuestro corazón y nuestra mente están corrompidos por estructuras burguesas y explotadoras. Esas trabajadoras de fábrica, de oficina o de talleres con salarios inferiores a los varones, esas do­mésticas malpagadas de hogares de potentados, esas campesinas menos consideradas por culturas poco sensibles al Evangelio, merecen respeto especial.
   Necesitan con frecuencia comprensión y redención, a pesar de que sus estilos de vida lleguen a ser habituales.
     - La mujer dolorida e indefensa, con frecuencia engañada y abandonada, la viuda o la huérfana, la que ha tenido que trabajar desde la infancia y no ha tenido oportunidades de cultura ni pro­moción, por prejuicios sociales o caren­cias fami­liares, merece tal vez mucha más comprensión que quien malgasta recursos por falta de interés o de fortaleza.
     - La mujer explotada que aparece también en nuestro entorno, víctima de represiones solapadas o manifiestas, está pidiendo manos redentoras. Quien no es capaz de sentir angustia ante una pobre prostituta, quien no aprecia el vacío atroz que hay en la drogadicta, quien es insensible ante la que ha sido repudiada o traicionada y debe, sin medios, dedicarse a criar y educar a los hijos, carece de valores humanos.
     - Incluso la mujer mutilada por determinadas culturas, como la que es malvendida en amagos de matrimonio que no son más que transaciones comerciales interesadas, incluso la que es sometida a mutilaciones, como la clitoristomía, por tradiciones aberrantes de determinados ambientes primitivos, es el reflejo de los muchos que queda todavía por hacer en el mundo actual.

   4.2. Mujeres en desarrollo

   Especial referencia y atención mere­ce la mujer en el Tercer mundo o en aquellos ambientes en situación de emergencia bélica, económica o racial. La solidaridad del mundo se vuelca contra las que son esterilizadas por su fecundidad y contra su voluntad, contra las que son social­mente reprimidas por su condición, las que son engañadas por su pobreza o por su religión.
   Algunas regiones del Tercer Mun­do siguen tributarias de economías de subsistencia y aprovechan el trabajo femenino, en el campo y en los mercados, como algo esencial para la subsistencia.
   Especial sensibilidad cristiana reclaman estas situaciones, que muchas veces llegan a ser emergentes por las carencias vitales o discriminaciones que afectan a millones de seres humanos.
   A medida que los países se desarrollan el sentido de la igualdad se impone como criterio social, político y económico de actuación. Algunos hechos sociales incrementan los frenos en ese progreso: masas humanas desplazadas hacia las ciudades en busca de mejores condiciones de vida, ambientes en los que la promiscuidad multiplica los hijos naturales sin que los varones tengan por hábito reconocer su paternidad cuando se produce, las mismas leyes que con frecuencia discriminan derechos por razón del sexo.
   El analfabetismo es tal vez el peor enemigo de la feminidad, por cuanto dificulta la exigencia de respeto, discrimina el trato equivalente, genera actitudes de inferioridad que resultan insuperables en la mujer que lo padece.

5. Feminismo cristiano

   El feminismo es el movimiento en favor de la igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres. Históricamente comenzó con la Revolución francesa de 1879 en Europa y con la proclamación de los Derechos del Hom­bre en 1792. En América se consi­dera su nacimiento en la publicación de la obra “Una reivindicación de los derechos de la mujer” (1792), de Mary  Wollstonecraft.
   La aparición del proletariado y la incorporación de la mujer como mano de obra barata suscitaron diversas reacciones en terrenos políticos, jurídicos y económicos. Al extenderse el derecho de voto a la mujer, la demagogia arrastró a mu­chas organizaciones a contar con los colectivos femeninos y alentó la organización de grupos, acciones y programas singular­mente femeninos.
    El movimiento feminista moderno ha seguido diversos caminos, desde el demagógico de políticos hasta el ideoló­gico de pensadoras originales como el reflejado en el libro "El segundo sexo" (1949) de Simone de Beauvoir.
   En el terreno religioso, y en los ámbi­tos cristianos, los movimientos feministas han tenido también su especial resonancia, sobre todo en ambientes no católicos. La segunda parte del siglo XX se ha mostrado especialmente sensible y activa ante el feminismo en los cam­pos eclesiales.
   Se ha ido desde las reivindicaciones eclesiales justas, como una recta exégesis de textos bíblicos claramente formulados en culturas pretéritas discriminadoras, hasta ideales litúrgicos, éticos o doctrinales de dudosa oportunidad histórica (sacerdocio femenino, revolución sexual femenina, democratización eclesial, jerarquía femenina proporcional).
   En ocasiones se ha incurrido en terrenos de la mitología terminológica (maternidad biológica compartida) o incluso en la estupidez (versiones asexuales del texto bíblico o de las plegarias litúrgicas) cuando no en aberraciones dogmáticas (equiparación encarnacional de María con Jesús, sexualidad femenina del Espíritu Santo)
   El feminismo sociológico niega la inevitabilidad de la superioridad del varón sobre la mujer tanto en el ámbito profesional como en el personal. Rechaza la dominación masculina sin más.
   El feminismo más inteligente y menos periodístico se sitúa en el campo de la justicia social y reclama el final de cualquier discriminación que no responda a las leyes de la naturaleza. Lo hace por las mismas razones que se opone a las discriminaciones raciales, a las económicas o a las profesionales.
   Gracias al feminismo conveniente, la sociedad toma cada vez más conciencia de determinadas situaciones de injusticia y se sensibiliza ante los programas de mayor respeto y equidad en las costum­bres, en las leyes, en los trabajos y en las funciones sociales.
   Sobre todo su mejor logro ha sido en el terreno de lo educativo, haciendo a las nuevas generaciones más propensas a la equiparación de los sesos, al no hallarse supeditadas por ecos pretéritos o estereotipos menos naturales.