JERARQUIA
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   Jerarquía, o poder sagrado, (hieros - arjò, sagrado y mandar, en griego) es el rasgo de la Iglesia que se refiere a la autoridad que en ella rige en el orden doctrinal, en el orden social y en el orden espiritual. La Iglesia está organizada y constituida como una sociedad, en la cual alguien manda por deseo divino y no por consentimiento humano.
   En las sociedades terrenas la autoridad se apoya en la naturaleza, como es el caso de la familia, o en la delegación de la comunidad, como acontece en los grupos democráticamente constituidos.
    Durante mucho tiempo se discutió en­tre los teólogos sobre el origen de la autoridad: si venía de Dios o del consentimiento de los hombres; si podía llamarse a los reyes y gobernantes delegados divinos y ellos acuñar sus monedas con el lema de ser tales "por la gracia de Dios"; si el poder reli­gioso podía nacer del consentimiento o de la delegación de la Comunidad creyente o necesariamente procedía de la desig­nación de otra autoridad anterior.
    Se terminó concordando que la autoridad, en sí misma, sólo puede venir de Dios por vía de naturaleza (en sociedades naturales) o por vía de gracia (en sociedades religiosas). En las naturales, la designación del depositario de la autoridad sólo podría aceptarse por exigencias naturales (padres, propietarios) o hacerse por designación de la comuni­dad humana, por delegación o por consentimiento. En las religiosas, sólo debería  determinarse por "ordenación de otra autoridad".
    En la Iglesia cristiana su Fundador quiso una autoridad, un poder sagrado. Por eso la autoridad de quienes gobier­nan la Iglesia es algo santo y algo querido por Dios y no debe identificarse con la autoridad de cualquier otra sociedad.

   1. Rasgos de la jerarquía.

    Nada se opone por la naturaleza a que Dios hubiera querido otra cosa: la democracia, la oligarquía, la aristocracia, incluso la plutocracia en la animación y gobierno de su Comunidad.
   Sin embargo, ha querido que unas personas actúen en su nombre y sean autoridad sobre las demás en cuestiones religiosas: interpretación de los misterios cristianos, determinación de formas de culto y clarificación de exigencias morales. Ellas reciben del Fundador de la comunidad su autoridad.
   La jerarquía es algo muy diferente de teocracia sacerdotal. En la Iglesia no mandan los sacerdotes, sino que sirven en el gobierno (ministe­rio) unas personas "ordenadas" por la voluntad divina. Su "mando ministerial" tiene más misión de "enseñar, regir y santificar", no en propio nombre sino en nombre de Jesús. Y ese mando se da sólo y exclusivamente en la esfera de lo religioso, sin ninguna interferencia en lo profano.
    La voluntad de Cristo es lo que cuenta en el gobierno eclesial, no la mayoría de opiniones, de deseos o de opciones, es decir de votos. Y quien representa esa autoridad lo hace como un "ministerio" de fe, no como una "dignidad" social.
    No se puede entender esa autoridad como "monarquía" ni como "dictadura". Monarquía significa poder o mando de uno solo, siguiendo o no siguiendo la voluntad mayoritaria (monarquía absolu­tista o parlamentaria, impositiva o con­sultiva). Dictadura implica el mando total, incluso en contra de la decisión mayoritaria, por efecto de la fuerza mayor material o de otro tipo. Que la Iglesia es jerárquica no significa que sea dictadora o manárquica, sino que en ella hay una autoridad ordenada.



 
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1.1. Origen y formas

    La autoridad eclesial viene del mismo Cristo, no del con­sentimiento de la mayoría. Y ese mando abarca a los campos de la doctrina, de la moral y del culto, no a los demás que tengan que ver con la activi­dad eclesial: la economía, el arte o los estilos culturales. Cristo dio a su Iglesia una constitución jerárquica. Su capacidad de ejercerla se desenvuelve en tres campos: enseñar, gobernar, santificar.
    El poder de enseñar y su ejercicio se denominan Magisterio. Con él se alude al deber de la Iglesia de mantener en su integridad y en su recta expresión y comprensión el mensaje recibido de Jesús y de ofrecerlo a los hombres.
    El poder de gobernar, estrictamente Jerarquía, implica regir la comunidad con autoridad, es decir dar normas e imponer comportamientos en los terrenos morales y culturales. Además implica el poder discernir, juzgar, también imponer sanciones o penas que, evidentemente, serán de la naturaleza de su mismo poder, es decir moral y espiritual.
    El poder de santificar se expresa en Sacerdocio. Significa que la Igle­sia, por su autoridad, es cauce de la gracia y elige y difunde los medios para que llegue a todos. Unos medios le han sido dados por el mismo Jesús, los "Sacra­men­tos", y otros los establece ella, como son los llamados "sacramentales".
    Los Padres antiguos lo comparaban con el triple poder que se atribuye a Cristo, Dios encarnado: enseñar como Profeta, regir e imponer su Reino de gracia como Rey y salvar o redimir como Redentor.

    


 
 
 

 

 

   

 

 

1. 2. Base bíblica

   Cristo transmitió a los Apóstoles la misión que había recibido del Padre (Jn. 20. 21). Les dio el encargo de anunciar el Evangelio a todo el mundo. (Mt. 28. 18; Mc. 16. 15). Les confirió su autoridad y lo declaró repetidamente. (Lc. 10, 16; Mt. 10, 40). Les prometió amplio poder para atar y desatar (Mt. 18. 18) y les transmitió los poderes sacerdotales de bautizar (Mt. 28.18), de celebrar la Eucaristía (Lc. 22.) y de perdonar los pecados (Jn. 20. 23).
    Los Apóstoles, según testimonio de San Pablo, se consideraban como lega­dos de Cristo. "Por El hemos recibido la gracia y el apostolado, para promover entre todas las naciones la obediencia a la fe" (Rom. 1. 5). Ellos se consideraron enviados, "como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor. 4. 11) y  como predicadores "de la palabra y del perdón y del ministerio de reconciliación". (2 Cor. 5. 18)
   Los textos sagrados del Nuedvo Testamento multiplican los testi­monios de cómo ellos interpretaron su misión: ense­ñaron, bautizaron, santificaron, perdonaron y en ocasiones castigaron: Mc. 16. 20; Hch. 15. 28; 1 Co. 11. 34); 1 Cor. 5. 3-5; 4. 21); Hech. 2. 41. Ellos mismos impusieron las manos a otros, es decir transfirieron esos poderes a sus poste­riores enviados: Hech. 6. 6; 14. 22; 1 Tim. 4. 14; 2 Tim. 1. 6; Tit. 1. 5.

 

   2. Perpetuación de la Jerarquía

   Los poderes jerárquicos concedidos a los apóstoles se transmitieron a los Obispos. El Concilio de Trento enseña: "Los obispos, que han suce­dido a los apósto­les, constituyen principalmente el Orden jerárquico y han sido puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios." (Denz. 960). El concilio del Vaticano I dejó claro: "Como Jesús envió a los apóstoles, que habla escogido del mundo, lo mismo que El habla sido enviado por el Padre (Jn. 20. 21), de la misma manera quiso que en su Iglesia hubiera pastores y maestros hasta la consumación de los siglos" (Denz. 1821)
    Y el Concilio Varticano II refrendó el poder jerárquico: "La misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta el final de los siglos...  Por eso los Apóstoles, en esta sociedad jerarquizada, tuvieron cuidado de establecer sucesores... Confiaron a sus cooperadores inmediatos la misión de continuar su misión y les dieron la orden de que, al morir ellos, confiaran su ministerio a otros por ellos elegidos". (Lumen Gentium 20)
    La existencia de la Jerarquía nunca ha fallado en la Iglesia en cuanto a "suce­sión" o autoridad transmitida de unos a otros. Las for­mas de elección o designación, y la dignidad social atribuida a las personas que la aseguraron, pudieron cambiar con los tiempos y los espacios. Pero la acción ministerial jerárquica en ningún momento se interru­pió, por especial providencia divina.
  
   2.1. Enseñanza de la Iglesia

   Los ejemplos más claros de la suce­sión apostólica se hallan en los relatos y en las palabras relacionadas con Pablo a Timoteo y a Tito: 2 Tim.  4. 2-5;  Tit. 2. 1;  1 Tim. 5. 19-21;  Tit. 2. 15;  1 Tim 5. 22;  Tit. 1. 15. Posiblemente fueron las dos primeras "autoridades" postapostóli­cas de las que se guarda memoria más clara en la misma Iglesia.
   La cadena sucesoria entonces iniciada se fue haciendo fuerte y amplia. Se normalizó en los usos de la Iglesia y se extendió por el mundo cristiano que se desarrollaba de forma acelerada.
   San Clemente Romano, que probablemente empalmó a finales de siglo I con los mismos Apóstoles, relata en la breve carta que de él se conserva la transmisión del ministerio jerárquico: "Predicaban por las provincias y ciudades, y, después de haber probado el espíritu de sus primicias, los constituían en obispos y diáconos, de los que habían de creer en el futuro." (Cor. 42. 4)
   El concilio de Trento declaró, contra el protestantismo opuesto al sacerdocio consagrado y, por lo tanto, a la jerarquía, que la Iglesia tiene un poder confiado por el mismo Jesús: "Si  alguno dice que la Iglesia católica no posee una verdadera jerarquía por ordenación e institutoción del mismo Dios, que sea condenado" (Denz. 966)

 

 

   2.2. El sentido de la Iglesia

   La Iglesia ha recibido el don de la unidad y de la santidad. Tiene que repartir esos dones a todos los hombres. Pero es el amor que siente por Jesús y el amor a los hombres de que se sien­te depositaria, lo que más la mueve a trabajar con ilusión en esta empresa.
   Además de trabajar con ilusión, ha de hacerlo con eficacia, es decir buscando las formas mejores. Tratándose de las actividades de la Iglesia entre los hom­bres, la eficacia se identifica con la evangelización. Para conseguir esto se precisa también orden, claridad de objetivos, dedica­ción de los mensajeros, cauces para las relaciones entre los creyentes, alientos frecuentes, distribución de ta­reas, en ocasiones corrección de olvidos o de errores.
   A la autoridad la llamamos Jerarquía cuan­do pensamos en ella como fuerza de orden y de animación. La llamamos Magisterio cuando pensamos en servicio de iluminación y animación según la Palabra de Dios.
   Sólo con la autoridad bien ejercida se puede conseguir todo esto. Je­sús mismo quiso que en la Iglesia hubiera esa autoridad. Por ello eligió a sus Apóstoles y les confió de manera especial la misión de evangelizar y de santifi­car, incluso en momentos difíciles. "Simón, Satanás os va a zarandear como al trigo. Pero he rogado para ti para que tu fe no decaiga. Cuando te conviertas, confirma en la fe a tu hermanos." (Lc. 22. 32)
   Sin autoridad la Iglesia no podría cumplir su misión con acierto. Por eso debemos amar la autoridad como un servicio, como un ministerio, y no sólo como un mando o como un poder. En la Comunidad de Jesús en esto se dis­tingue la autoridad de la existente en otras agrupaciones o sociedades.

 

 

 
 

 

   3. Orden y norma en la Iglesia

   Hablar de unidad en la Iglesia no es lo mismo que hablar de uniformidad. No se opone al sentido de igualdad ante Dios, el que haya en la Iglesia funciones, situa­ciones y disposiciones variadas.
   El hecho de compararla con un Pueblo de Dios no implica identificarla con cualquier pueblo terreno, con un Estado, con un país, una ciudad, una población.
   En la sociedad terrena se habla de perfec­ción o de orden cuando se habla de democracia y de libertad: cuando se alude a igualdad, a solidaridad, a justi­cia, cuando se organiza la colectivi­dad en función de un poder legislativo, ejecutivo y judicial, como hace Montesquieu en "El espíritu de la leyes". 
   En la Iglesia se cuenta con todo ello, pero de forma singular. Puesto que es un Pueblo de Dios y no de la tierra, hay rasgos que se orientan a la salvación y no a buscar garantías terrenas.
  La Autoridad, con todo, se ejerce teniendo en cuenta lo que la Iglesia es:
  - Una comunidad de creyentes, no sólo una colectividad de individuos, en la que cada uno vale por lo que es capaz de hacer o de aportar a los demás.
   - Es comunidad en la que cada persona es amada individualmente por Jesús, incluso hasta los deficientes, los delincuentes o los que no quieren vivir en ella después de haber sido bautizados.
  - La autoridad en esa Comunidad no es el fruto de una elección mayoritaria, de una elección, al estilo de las democracias que rigen las socieda­des libres. Es un don que viene de Dios y que El con­fiere a quien elige, no a quien convence con un pro­grama para ser votado.
  - La ley no es válida y justa por la acepta­ción de la mayoría o por la pro­mulgación de la autoridad, sino por ser reflejo de la voluntad de Dios.
  - El orden no es producto del temor a la autoridad, sino fruto de la conciencia y de la fe libremente aceptada.
     - La finalidad no es sólo el progreso material en este mundo, sino la santifica­ción de sus miembros para, viviendo honesta y justamente en la tierra, llegar con seguridad a la salvación eterna.
     - Las relaciones entre los miembros no se apoyan sólo en afectos o criterios racionales o en intereses materiales, sino que se rigen por el amor desintere­sado y fraterno vinculado a la voluntad divina.
     - Existen también leyes en la Iglesia, que son reflejo de las misma voluntad divina, no de la habilidad humana. Estas leyes se dieron siempre en la Iglesia para ayuda espiritual de los cristia­nos. Versan sobre aspectos o terrenos solamente religiosos no profanos.
    Durante mucho tiempo se escribían en forma de órdenes, cédulas, bulas, decretos y otras formas. Y a veces se recopilaban de manera ordenada y sistemática como Códigos o conjuntos más o menos sistematizados.
    Hoy la ley de la Iglesia se expresa en el llamado Código de Derecho Canónico. Su primera ordenación para la Iglesia de Occidente la hizo el Papa Benedicto XV en 1917, entrando en vigor al año si­guien­te. La revisión recien­te, solici­tada por el Concilio Vaticano II, fue promulga­da por el Papa Juan Pablo II el 25 de Enero de 1983 para toda la Igle­sia.

   4. Sujetos de Jerarquía

   Los protagonistas o sujetos de la Je­rarquía, o poder sagrado, son todas aquellas personas o entidades que la ejercen en la Iglesia.  A veces las personas, Papa y Obispos, a lo largo de los siglos, han constituido organismos o grupos de gobierno, a fin de realizar mejor su función en determinados aspectos. Esas figuras y esos organismos son, de una u otra manera, reflejo de la autoridad de Jesús.

   4.1. El Papa

  El primero o Primado, es el Papa, Sumo Pontífice en la Iglesia. Es la pri­mera de esas figuras que representa la autoridad máxima, por ser el suce­sor de San Pedro en la Sede episcopal de Roma, en donde el Apóstol entregó su vida en testimonio de su fe.
   “Pappas” en griego significa padre, venerable, y se nombró así desde antiguo al Obispo de Roma. Con el tiempo se convirtió en título honorífico, pero con una consideración afectiva y social.
   Se le llamó Primado desde tiempos antiguos, por cuanto es el "primero", la máxima autoridad, del mismo modo que San Pedro lo fue entre los Apóstoles elegidos por Jesús.

   4.2.  Los Obispos

   Son los sucesores de los Apóstoles y participan en la autoridad del Papa. Ejercen su Autoridad tanto de manera personal cuando gobiernan y animan sus Diócesis o territorios encomendados, como cuando se juntan en Asambleas para deliberar sobre las necesidades de la Iglesia.
   Algunas veces los Obispos se encargan con cierta autoridad de la animación y supervisión  de otros Obispos y se les denomina Arzobispos. Y pueden hacer también labores de Obispos auxiliares o de Obispos Coadjutores.
   Algunos Obispos de Diócesis antiguas y venerables, sobre todo de Orien­te, reciben el nombre de Patriarcas.

   4.3. Concilio.

   Se llama Concilio Universal o Ecuménico la reunión de todos los Obispos católicos, bajo la convo­catoria del Papa. Este hecho ha tenido lugar 20 veces a lo largo de toda la Historia de la Iglesia.
   Se llama Concilio particular, o regional, cuando se juntan los Obispos de una región, país o zona del mundo.
   Hoy se emplean otras denominaciones en diver­sas ocasiones.
   Sínodo es la convocatoria de deter­minados Obispos y consultores hecha por el Papa para estudiar algunos asun­tos o temas particulares
   Se habla de Conferencia Episcopal cuando se reúnen los Obispos de una nación bajo deter­minadas normas o estatutos particulares

    4.4. Instancias derivadas

   - En la Iglesia pueden funcionar otros organismos o servicios para ayudar al Papa en las tareas de Gobierno.
     * Los Cardenales son príncipes o prin­cipales de la Iglesia. El Papa da este título a personas, ordinariamente Obispos, que le ayudan en diversos aspectos o menesteres. Hoy son los que eligen al Sucesor del Papa cuando fallece; lo hacen en una reunión inmediata, celebrada en Roma, que recibe el nombre de Cónclave.
     * Los Nuncios, o Delegados y Legados Apos­tóli­cos, son los representantes del Papa ante determi­nados países, gobiernos o acontecimientos.
     * Los Vicarios son los que hacen las veces, por fallecimiento o muerte, de alguna de la autoridades de la Iglesia.
   - Autoridad delegada tienen también algunos representantes de la Iglesia, como en el caso de los Párrocos.  Son los sacerdotes encargados de una demarcación territorial de la Iglesia, que llamamos Parroquia, la cual constituye la comunidad cristiana más cercana y geo­gráficamente coherente.

 

  

 

   

 

    5. Ejercicio del mando

   La Iglesia, por ser Comunidad de los seguidores de Jesús y vivir en este mundo, necesita una autoridad que haga posible cumplir su misión. La autoridad de la Iglesia tiene sentido de Jerarquía, que significa autoridad por motivo religioso. Por lo tanto no se reduce a una simple labor humana.
     - Se apoya en la voluntad de Jesús, que eligió a los Apóstoles y a Pedro para ejercerla. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del sepulcro no dominará sobre ella. Te doy las llaves del Reino de Dios y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra será desatado en el cielo." (Mt 16. 18-20).
     - Se ejerce de forma colegial, que significa solidaria, compartida y ordenada. Fue toda la comunidad apostólica la que recibió la autoridad del Señor y no sólo Pedro. La autoridad de los Apósto­les se orientaba a la proclamación del mensaje salvador. "Quien a vosotros escucha a mi escucha y el que os rechaza a vosotros, me rechaza mí y, por lo tanto, rechaza al que me ha enviado." (Luc 10 .16)

   4.1. Ejercicio en comunidad

   La autoridad de la Iglesia, la del Papa y de los Obispos, se extiende de manera delegada a todos los que animan a los miembros de la misma. Es una de las consecuencias de entender la Iglesia como comunidad y no como sociedad estamental.
  La base de las relaciones es el amor y la autoridad debe tender a promover siempre la caridad entre los seguidores de Jesús.
    Podemos hablar de dos tipos de relaciones en la Iglesia: las que mantene­mos con la autoridad y se rigen por la virtud de la obediencia amorosa y no temerosa. Y las que se mantienen con los iguales y se desenvuelven en función de la fraternidad.  Con la autoridad, las relaciones son de respeto, de colaboración, de subsidiariedad.
    En una visión excesivamente clerical, los seglares y los no clérigos se desentienden de los deberes y de las necesidades de la Comunidad, sobre todo de lo menos vinculados con los aspectos materiales.  Sin embargo, la Iglesia reclama con urgencia hoy la colaboración de todos los creyentes en sus labores de animación y de evangelización.
   Con los iguales y con los hermanos las relaciones tienen que ser más fraternales. Son relaciones de seguidores del mismo Señor. Y ello significa que todos los miembros de la Iglesia se conocen y se aman, se ayudan y se disponen a realizar un mismo proyecto, que es el proyecto de Jesús.
 Por ejemplo, podemos recordar algunos deberes cristianos primordiales:
     - El conocimiento no es sólo humano. Más que saber nombres, años, profesión o lugar de nacimiento, en la Iglesia importa el hecho de ser elegido de Dios. Todos somos hermanos y todos tenemos que ayudarnos a vivir la propia fe.
     - La ayuda mutua, el servicio, el trabajo desinteresado por los demás que lo necesitan, son condiciones de vida de los cristianos verdaderos.
     - El perdón de las ofensas y la com­prensión de los defectos y de las debilidades ajenas es la señal de haber entendido la familia de Jesús.

   4.4. Ejercicio con racionalidad

   La autoridad de la Iglesia ayuda a los cristianos a situarse en cada momento histórico según las demandas del men­saje de Jesús. La Iglesia manifiesta su sentido de la vida en la medida en que se acomoda a las necesidades de cada lugar y de cada tiempo. Pero, en deter­minados momentos históricos, la Iglesia se hace más sensible a las necesidades de los hombres: guerra y violen­cia, dis­criminación e injusticia, desconcierto o vacío moral.
   En estas necesidades demuestra que es un Pueblo que camina por un mundo real, hecho de hombres concretos y que tiene la esperanza de mejorar la vida y la fraternidad.  Así, por ejemplo, la Igle­sia de nuestros días se hace sensible a algunos reclamos de los hombres, como son los siguientes:
     - El mejor reparto de los bienes del mundo, de manera que se eviten las tremendas desigualdades que hoy exis­ten y las necesidades de muchos.
     - El deseo del progreso, pero en condiciones propicias para que sus beneficios lleguen a todos los pueblos y no sólo a los privilegiados
     - La necesidad de multiplicar la solidaridad con los más necesitados, con miras a que se practi­que la caridad y la justicia a nivel mundial.
     - El fomento del respeto por la naturaleza, con el fin de conseguir, promocio­nando actitudes ecológi­cas, una mejor vida humana.