LITURGIA
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   La catequesis tiene dos pilares primarios que la sustentan: la referencia a la revelación que Dios ha querido hacer al mundo, cuya plenitud está en el envío de su Hijo primogénito y cuyo mensaje debe ser llevado a todas las naciones; y la respuesta que los hombres deben dar a Dios como acción de gracias por ese don misterioso. Esto significa que, sin conocimiento y amor a la Biblia y a la Liturgia, la catequesis no es auténtica.
   La Palabra de Dios es un "obsequio benevolente" entregado a la Comuni­dad que Jesús dejó en la tierra, la Iglesia, para que la haga llegar a todos los hom­bres. La Liturgia es la "respuesta de agradeci­miento"  de toda la comu­nidad a esa Palabra. Está hecha de recuerdo (anamnesis), de acción de gracias (eucaristía), de aclamación e invocación festiva al Espíritu divino que late en la comunidad (epiclesis)
   La Liturgia no se entiende sin la Sa­grada Escritura. La verdadera comunicación con Dios implica "aceptación" de su misterio revelado y "respuesta" de los hombres a Dios". Los catequistas tienen que hacerse conscientes de que la vida litúrgica y la preparación de los cristianos para esa vida es ele­mento fundamental en la educación de la fe cristiana.
   La revelación y la plegaria exigen lenguajes sagrados, diferentes, complementarios, vivos, queridos por Dios, los cuales están depositados en la Biblia y la Liturgia.

   1. Liturgia y celebración

   La Liturgia (en griego, "leitourgia", acción del pueblo o servicio público o popular), es el conjunto de acciones sagradas con que los hombres se diri­gen a Dios por medio de ala­banzas y peticio­nes, de ofrendas y sacrificios. Es la respuesta de la comunidad creyente ante la comunicación o revelación divina.
   La acción litúrgica reclama lenguajes celebrativos y conmemorativos, es decir litúrgicos. Ellos recogen las vías tradicionales de expresión religiosa y sirven de cauce para dirigirse a Dios Padre.
   Es también el estilo gozoso que emplean entre sí los adoradores del Señor cuando se reúnen para alentarse en el camino de la vida y para elevar juntos los ojos hacia los misterios divinos.
   Su importancia en la catequesis es decisiva. La catequesis tiene como modelo la Liturgia: recoge sus modos de expresar y celebrar, enseña a vivir conforme a la vida de Cristo.
   El Catecismo de la Iglesia Católica dice: "La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde manan todas sus fuerzas. Por lo tanto, es el ámbito privilegiado de la catequesis del pueblo de Dios. La Catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y, sobre todo, en la Eucaristía, donde Jesús actúa en plenitud para la transformación de los hombres. La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo, procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los sacramentos a los misterios".   (Nº 1074)

 

  

2.  Elementos de la Liturgia

   El alma de la liturgia es la plegaria que nos acerca a Dios, es el recuerdo de lo que Dios ha regalado, es la celebración gozosa de los misterios de Jesús: de su Encarnación, Evangelización, Redención y Resurrección.
   Todo ello se expresa por signos que hacen al creyente desarrollar la fe y apoyarse en la esperanza.

   2.1. Simbolización

   Supone la elabora­ción y conservación de símbolo, figuras, gestos compartidos entre los creyentes. El Catequista muestra, interpreta, familiariza con esos gestos y signos y consi­gue que el catequizando descubra y goce la presencia divina en medio de su Pueblo.
   El lenguaje sim­bólico abre el camino para admirar, aceptar y asumir el misterio simbolizado. El lenguaje litúrgico es ese lenguaje simbólico vivificado por la fe y el amor.
   Los signos y los símbolos, que encierran y conservan las intenciones y los misterios han sido comunes a todas las grandes religiones de la Historia. La religión cristiana cuenta también con un arsenal rico, inmenso y variado de esos signos, en los que laten los mensajes, las creencias y las esperanzas humanas.

   2.2. Celebración

   De los símbolos se salta a los gozos, desde los gestos se llega al encuentro con Dios. El cristiano vive su fe con gozo y celebra la salvación por medio de los signos.
   La celebración supone comunidad y supone plegaria. Con la comunidad el gozo se comparte. En el mensaje de Jesús la idea de Comunidad, de grupo de elegidos, de pequeño rebaño, de "iglesia" es esencial.
   Por eso la celebración reclama la dimensión solidaria como exigencia pri­mordial. Pero también supone el sentido de trascendencia, es decir la proyección hacia el misterio de lo espiritual.
   No es la fiesta del presente el alma y motor de la liturgia, sino la referencia a la fiesta interminable de la eternidad.


 

  2.2.1. La comunidad solidaria

   La celebración supone comunidad, es decir poder compartir el gozo. No basta la intimidad de cada conciencia; se precisa la comunicación interpersonal, la solidaridad en la congregación de los otros creyentes.
   La dimensión comunitaria, por voluntad del mismo Cristo, es peculiar de su men­saje. Por eso es tan importante la educación con referencia a la comunidad. Sin ella no puede haber auténtica fe ni encuentro con Dios.

   2.2.2. La plegaria celebrativa

   Por eso la Liturgia es acción de toda la Iglesia, aunque la hagan unos pocos. Y esa acción gozosa y fraterna, que eso significa celebrativa.
   Jesús mismo está presente en esa acción litúrgica, como cabeza del Cuerpo Místico formado por todos sus seguidores. Esa oración y esa conciencia de comunidad exigen fe para creer en su presencia y amor para vivir de su espíritu. Ambas realidades producen alegría y esperanza.
   La liturgia es el mejor cauce para relacionarse con el Señor. Es en ella donde el cristiano encuentra su refugio y su aliento. En la catequesis se enseña a rezar y a celebrar en el contexto de la comunidad eclesial.

   2.3. Conmemoración

   La celebración suscita recuerdos agradables. Implica el recuerdo del hecho salvador, cuyo eco se oye al celebrar y cuya eficacia se agradece al compartir. Los gestos y los ritos buscan hacer presente en la conciencia y en la memoria la Historia de la salvación.
   En la catequesis se enseña a vivir esa Historia con confianza, como una redención personal y colectiva, no como una creencia vacía, como algo presente y perpetuo, no como un acontecimiento anti­guo.
 
   2.4 La proclamación

   Al evocarlos los dones divinos surge la proclamación y la acción de gracias, que es la exteriorización de la fe y de la confianza en Dios.

   Se haga en forma sencilla y silenciosa o de manera exaltativa y festiva, es la evocación lo que da el ropaje vistoso y luminoso a la liturgia: luces y flores, himnos y aclamaciones, saludos y reverencias, cánticos y músicas sonoras.
   La proclamación de la salvación no es un aviso personal y pasajero, sino una aclamación abierta, dinámica y transformadora, que atestigua la existencia del don divino que produce regocijo.

     2.5. La conversión

   Por eso la Liturgia implica, en su misma esencia, la conversión, la mejora de vida. El hombre creyente que recuerda y celebra se transforma en seguidor de la voluntad divina.
    Por eso la Liturgia supone cercanía divina, amistad, gracia, pureza de vida. Y toda catequesis debe ser litúrgica que es lo mismo que decir que es modo selecto de encaminar al hombre hacia el perdón ofrecido por Dios.
   Afecta esa salvación al destinatario de la catequesis, el catequizando. Pero más aun compromete al mismo catequista que no se contenta con decir buenas palabras, sino que está comprometido a ser testigo con sus buenos ejemplos.
   Se puede decir con el Catecismo de la Iglesia Católica: "La Liturgia es la acción del Cristo total, misterio de amor. Quienes celebran esta acción, independientemente de la existencia de signos sacramentales, participan ya de la liturgia del cielo, allí donde la celebración es enteramente comunión y fiesta...  Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo, la  que celebra. Por eso toda acción litúrgica no es privada y particular, sino la celebración de toda la Iglesia, que es sacramento de unidad."  (Ns. 1139 y 1141)


 

 

 

   

 

   3. Liturgia como plegaria

   Entendida la oración como actitud del hombre que responde a la palabra divina, tanto de forma personal como en la solidaridad de la comunidad.
   La Palabra divina es la acción de Dios que se comunica con el hombre. La Liturgia es la respuesta del hombre que se comunica con Dios. Por eso, de una u otra forma, se identifica la Liturgia con la plegaria, de manera especial con la plegaria común, compartida, representativa, de todos los miembros de la Igle­sia.

   3.1. Fórmulas de oración­.

   Como la plegaria común exige sinto­nía, ha sido siempre tradicional expresar la fe en la presencia del Señor con fórmulas solidarias.
   El cristiano tiene que ser "experto en oración" y dar la respuesta en su mente y de su corazón a Dios que está cerca y espera contestación a su Palabra.
   Pero tiene que ser capaz de expresar su oración con los modos que aprende de la comunidad y que el mismo Cristo enseñó cuando los discípulos le dijeron: "Enséñanos a orar" (Mt. 6.8) y El les enseñó la más litúrgica de las plegarias cristianas: "Padre nuestro" (Mt. 6.9-11).
   Todo creyente debe ser orante, de forma personal y comunitaria. De manera particular lo debe ser el catequista, que actúa como mensajero de la Igle­sia para transmitir el mensaje.
   En cuanto animador de los hombres el catequista debe "saber orar":
   - Saber pedir beneficios y protección con humildad y enseñar a hacerlo a aquellos a quienes educa.
  - Saber suplicar perdón con arrepentimiento ante sus fallos y enseñar a pedir misericordia a sus catequizandos.
  - Saber dar gracias por los dones y ser capaz de descubrir la gratuidad de los beneficios recibidos.
  - Saber alabar a Dios y las maravillas de sus obras y ayudar a sus catequizandos a imitar sus ejemplos.
  - Saber sobre todo adorar al Señor con fe y amor y ayudar a todos a tributar los homenajes de respeto y veneración al Padre del cielo.
   Estos cuatro fines de la plegaria (impetratorio, propiciatorio, eucarístico y latréutico) es la esencia de la oración litúrgica. Todos los que actúan inspirados por ellos están dentro del ámbito litúrgico: los sacerdotes, los religiosos y los fieles que viven con esas actitudes.
 
   3.2. La oración pública

   Se denomina en la Iglesia "Oficio" o "Liturgia de las Horas" a la plegaria que, como comuni­dad orante, ha ido organizando desde antiguo para que todos participen de ella. Los Salmos y los himnos se han distribuido con alegría y regocijo colectivos a lo largo de la jornada. Y la invitación a recitarlos con devoción se extiende a todos los cristianos.
   Expresa la pertenencia a la Iglesia y la continuidad cotidiana en la relación con Dios. Es eco de la plegaria que el mismo Jesús dirigió al Padre, pidiendo el envío del Espíritu divino sobre sus seguidores.
    La Iglesia así lo entendió siempre y reclamó la alabanza divina, la plegaria continua, que se llama también "canónica" (regulada), "oficial" y "pública".
    Son simbólicamente siente las Horas" (maitines y laudes, prima, ter­cia y sexta, vísperas y completas). El Concilio Vaticano II reclamó una armónica y juiciosa actualización y distribución.
    "Sean Laudes como oración matutina y Vísperas como oración verspertina...; las Completas queden para el final del día... Y en el coro sean Maitines como alabanza nocturna..; Tercia, sexta y nona sean oportunamente elegidas y suprímase prima..."  (Sacros. Conc. 89)
    Esa oración "oficial", es compatible con todas las plegarias ocasionales y personales que el corazón del creyente quiera elevar a Dios.

   4. Liturgia como lenguaje

    La Liturgia es como la "Palabra de la Iglesia" que se eleva al cielo. Es plegaria, celebración, recuerdo, reviviscencia, "Eucaris­tía", expresión de fe. Es conmemoración y celebración del don recibido.
    Es ante todo, recuerdo del gran sacrificio de Cristo en el Calvario, que se renueva cotidianamente en la comunidad de sus seguidores y obtiene la salvación.

   4.1. Liturgia y Sacramentos

   Pero la palabra litúrgica no es sólo "predicación". Es también sacramento, es decir, sino sensible de la gracia divina. Por eso se expresa con símbolos y actitudes sensibles y por gestos visibles.
   El sacramento es signo sensible que comunica la gracia. La plegaria litúrgica se expresa con fórmulas, pero sobre todo con posturas, con canciones, con colores y ornamentos, con acciones sagradas.
   Educar al creyente para que entienda y emplee ese lenguaje de signos religiosos es conveniente para la fe. El Catequista debe ver este lenguaje litúrgico como respuesta al lenguaje bíblico, que también se desarrolla figuras: gestos, símbolos, parábolas, metáforas.
   La educación litúrgica no se logra con una mera información y exégesis de los signos, sino con el protagonismo personal y comunitario en los mismos.
   El educador de la fe debe acudir a ellos en todo momento de su mi­sión apostólica, no como unos recursos más en el abanico de los lenguajes, sino como refe­rencia permanente de lo que debe hacer y decir.
   Para que la cateque­sis sea eficaz y evangelizadora el catequista debe encontrarse con las formas que tiene la Iglesia, la comunidad de Jesús, de recor­dar, celebrar, proclamar y revivir los hechos y las palabras de Jesús.
   Por eso los lenguajes del catequista tienden a hacerse litúrgicos, lo cual significa alegres, conmemorativos, orientados a que el catequizando aprenda a amar, a rezar, a creer, a esperar, a vivir, según los mensaje de la Palabra divina.

 

  

4.2. Ritos y culturas

   Los usos litúrgicos han sido siempre vivos y expresivos. Han ido variando con los tiempos y los lugares. Precisamente por eso la Liturgia cristiana es eco y recuerdo de multitud de formas espirituales que se han dado a lo largo de los siglos. No se pueden entender muchas de las costumbres expresivas actuales sino aludiendo a las "ocurrencias" históricas.
   Es preciso cultivar la conciencia de la unidad en la pluralidad de preferencias. Y el educador debe moverse entre el respeto escrupuloso a los rasgos esenciales del acto litúrgico y la flexibilidad conveniente a cada entorno cultural, lengua, tradición y sensibilidad espirituales de los celebrantes.
   Cuando se exploran las tradiciones que existen en las muchas formas litúrgicas (ritos) cristianas que hoy existen en el mundo, se advierte la riqueza de la Iglesia y la firmeza de la unidad fundamentada en Cristo. Griegos, coptos, rusos, armenios, búlgaros, rumanos, servios, entre otros, en el orden geográfico, y católicos latinos, uniatas, ortodoxos, anglicanos, evangélicos, reformados, en el orden confesional, son modelos y moldes de expresión litúrgica pluri­forme que hacen pensar en la diversidad existente entre los creyentes.

   4.3. Acciones sagradas

   La liturgia es ante todo acción compartida e inspirada en la fe. Para entender y asumir la exigencia primera de la fe se requiere entrar en el juego de lo que se hace en la presencia de Dios: los ritos sacramentales y las prácticas piadosas.

   4.3.1. Las acciones sacramentales

   Son las primeras y más importantes acciones litúrgicas, ya que el mismo Cristo lo quiso así en su vida terrena.
   Dejó siete signos sacramentales como elemento de referencia. La Iglesia fue penetrando y aclarando con el tiempo esos signos. Y desarrollo otros complementarios para ayudar a los cristianos.
   Lo recordó el Concilio Vaticano II al decir: "Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios. Pero en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen fe, sino que también la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas...
   Es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales."  (Sacr. conc. 59)
   Por eso ellos son la primera fuente de la expresión y de la formación litúrgica. Con ellos se celebra la presencia de Dios y se solicita su gracia:
  - En los de iniciación, Bautismo y Confirmación se ruega el comienzo de la fe.
  - En los de santificación, Penitencia y Eucaristía, se alimenta esa fe con el amor y el perdón.
  - En los de fecundidad cristiana, la Ordenación sacerdotal y el Matrimonio, se abre a los demás la vida propia.
  - Incluso en la Unción de los Enfermos se prepara al hombre para el salto a la eternidad dichosa.
   Con todos es la celebración eucarística la que más cariño despierta en el creyente, pues ofrece la singularidad de la presencia misteriosa y real del mismo Cristo en medio de los fieles. Es la que debe centrar de manera singular la atención del educador de la fe.
   Por eso el catequista habla con entusiasmo de la presencia de Cristo y del Sacrificio de la Cruz renovado en los altares. Prepara con ilusión a lo niños a su primera comunión. Les forma eucarísticamente, que es mucho más que iniciarles en la vida sacramental.

   4.3.2. Acciones piadosas

   Los demás ritos sacramentales, que han calado siempre en la piedad popular, merecen también su atención: bendiciones, plegarias, consagraciones, tradi­ciones, procesiones, rogativas, recuerdos, ritos, ofrendas, votos, limosnas, fiestas, etc.
   Saber ponerlos en su sitio, después de los sacramentos, y acogerlos con interés y benevolencia, sin supersticiones ni ritualismos, es la condición para convertirlos en ayudas eficaces para la fe y la caridad. El catequista debe respetarlos y enseñar a sus catequizandos a admirarlos y a participar en ellos en cuanto es conveniente y necesario.
   Recuerda con interés las consignas eclesiales respecto a las acciones de piedad y devociones, que con tanta frecuencia se extienden entre los cristianos sencillos.

   4.3.3. Usos y compromisos

   Si sabe usar los lenguajes bíblicos y litúrgicos el catequista tiene garantizado el logro de sus objetivos. Pero debe tener en cuenta que ambos se hallan estrechamente interrelacionados. Debe convertirlos también en cauces y recursos de educación cristiana.
   Con el lenguaje litúrgico se enseña al catequizando a orar y a celebrar. Lo hace de manera personal con frecuencia, y también comunitaria.
   Este lenguaje eleva la per­sona por encima de los sentimientos pasajeros de la vida e introduce en los misterios profundos que conserva, recuerda y transmite la Iglesia. Facilita la vinculación con los demás creyentes.

 

 
 

 

   5. Las personas litúrgicas

   La liturgia no se basa en una teoría o una abstrac­ción, sino un instrumentos de vinculación personal, con sus luces y sus limitaciones.
   La figura de Jesús hombre, pero Verbo divino encerrado en la carne, es la prime­ra de las referencias litúrgicas.
   Por eso la Iglesia recuerda y celebra los hechos y los dichos de Señor desde sus primeros días terrenos y con convierte en fiestas y recuerdos los hechos de Jesús, de su Madre y de los mejores siervos de Dios fieles al mensaje evangélico.

   

  

5.1. Las personas vivas

Las personas especialmente dedica­das a cumplir con una misión de gobierno y magisterio, jurídico o moral, en la Iglesia. Se convierten en figuras indirectamente litúrgicas, es decir animadoras de la plegaria eclesial y de celebraciones y recuerdos santos.
      - Las jerarquías son personas que ejercen el gobierno eclesial: Papa, obispos, cardenales, párrocos...
      - Los sacerdotes o personas que han recibido el sacramento del Orden para el servicio religioso de la comunidad.
      - Los consagrados por vínculos religiosos, más o menos solemnes y más o menos públicos, que son también reflejo y testimonio de esperanza y de caridad.
      - Y en cierto sentido entran en el con­texto de la acción litúrgica los padres cristianos, los misioneros, los evangelizadores, predicadores, catequistas, que representan la vanguardia del servicio apostólico.
      - Se puede recordar desde alguna perspectiva a los enfer­mos, a los necesitados, a todos los que sirven de signo de presencia divina, que son "litúrgicos" por su dignidad bautismal.

   5.2. Las personas celestes

   Especial recuerdo y referencia litúrgica tienen los fieles que, habiendo llevado una vida cristiana modélica, la Iglesia propone ante la veneración e imitación de los cristianos.
   No todos son santos o bienaventurados "canonizados", o señalados en una lista o canon por la autoridad de la Iglesia para modelos de los cristianos.
   Pero son cauce y estímulo para el culto y recuerdo piadoso para los fieles, al lograr que quienes conocen sus virtudes sientan deseos de imitarlos.

   5.2.1. La Madre de Jesús

   Especial referencia y devoción inspiró siempre en la Iglesia la Virgen María, santa e inmaculada Madre de Dios. La liturgia mariana resulta especialmente querida, no como simple devoción a una singular modelo de vida cristiana, sino por la especial misión eclesial que ella asumió en su vida mortal y en la Historia de la Iglesia.
   El valor litúrgico de la Virgen María ha poblado el calendario cristiano de fiestas y devociones, de santuarios y plegarias. "Ella es saludada como miembro eminente y del todo singular por la Iglesia, que la mira como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad. Por ello la Iglesia Católica, inspirada por Espíritu Santo, la honra con filial afecto de piedad como Madre de Dios." (Lumen Gentium 53)

   5.2.2. Los santos del cielo

   Además de la Ma­dre del Señor, la Iglesia venera con afecto las figuras de San José, de Juan el Bautista, de los Apóstoles, de los Santos Padres primitivos, de los márti­res de todos los tiempos que dieron ejemplo de su fe.
   Venera a los Doctores que la ilustraron con su sabiduría; a los Fundadores que originaron sociedades o instituciones eclesiales fecundas y serviciales; y se encomienda a aquellos santos especialmente declarados por ella como singulares protectores y "Patronos" de sus familias religiosas, diócesis, naciones, institutos, regiones, oficios o especiales misiones apostólicas.
   Para todos ellos tiene cultos y plegarias y en todos ellos contempla modelos celestiales inspiradores de fe y valor para quienes siguen peregrinando en la vida presente.
   Los difuntos que "esperan" en el purgatorio su llegada al cielo han sido con frecuencia objeto de sufragios y también de plegarias, pues su destino seguro es el paraíso, en virtud de sus méritos y virtudes mientras vivieron en la tierra.

   5.2.3. Las imágenes

   Los cristianos miraron siempre con simpatía las figuras, iconos e imágenes de los santos celestes, que hacen posible recordar de forma sensible y familiar a los que ya gozan de la patria celeste. Cultivó y respetó todas las expresiones artísticas en este terreno.
   Por eso las esculturas, pinturas, mosaicos, vidrieras, bordados, grabados y decoraciones con figuras de este tipo fueron siempre venerados como soportes del culto cristiano.
   Lejos de cualquier superstición o fetichismo, pero rechazan­do los prejuicios rigoristas de quienes combatieron su exis­tencia (los iconoclastas), y más allá de los simples goces estéti­cos que promocionaron los artistas, las imágenes se difundieron y veneraron como ocasión de plegaria y de conversión cristiana.

   5.2.4. Las reliquias

   También las reliquias o restos de los hombres venerados como santos merecieron culto singular. El cuerpo de los mártires, que dieron su vida por la fe que profesaron, mereció un culto singular y fue conservado con devoción.
   Templos vivos de Dios en la tierra, fueron recuerdo y estímulo de piedad y de multitud de muestras de veneración entre quisieron seguir sus pasos en el mundo.

 

  

 

   

 

   6. Objetos y lugares

   El culto cristiano no es mero recuerdo o plegaria individual. Es sobre todo acción sagrada y comunitaria en la que entra en juego el cuerpo y el corazón.
   En todas partes se puede y debe venerar a Dios y elevar al cielo alabanzas y peticiones, según Jesús dijo a la samari­tana (Jn. 4. 22). Pero en la Iglesia merecieron singular respeto los lugares, los tiempos y los objetos asumidos como sagrados por los cristianos.

   6.1. Templos y lugares santos

   Los lugares santos merecen especial atención: santuarios e igle­sias, especialmente las catedrales, sepulcros de los mártires y lugares de vida de los santos. Desde los primeros tiempos se multiplicaron entre los cristianos casas de oración, capillas, basílicas, orato­rios, monasterios y conventos, cementerios, desiertos y lugares solitarios. En ellos se rezaba de manera especial y sobre todo en forma comunitaria.
   Incluso los centros de cari­dad cristiana: hospitales, asilos, hospicios, casas de acogida, tuvieron gran valor como lugares de encuentro con Dios.
   Merecieron especial veneración y animación para el culto los "santos lugares" en donde el mismo Jesús pasó su vida terrena (Jerusalén, Belén, Nazaret) o en donde sus Apóstoles ejercieron su tarea misionera (Roma, Efeso, Santiago de Compostela).
   A veces los fieles sintieron singular amor a los sitios en que los mártires sufrieron y derramaron su sangre por la fe: coliseos, circos, patíbulos, cárceles.

   6.2. Los objetos del culto

   En esos lugares se miraron, y se miran todavía, con especial respeto los objetos o instrumentos que servían para las ceremonias y las acciones santas.
   Pilas bautismales, púlpitos y ambones, cátedras y sitiales, cirios bendecidos, ornamentos y vestidos, hábitos religiosos, báculos y mitras, cruces procesionales, sepulcros y retablos, fueron siempre contempladas con respeto y centraron la inspiración de mil artistas que recogieron con sus impresiones estéticas la piedad de los creyentes.
   De forma singular los objetos eucarísticos fueron centro de atenciones minuciosas: cálices y patenas, expositorios y sagrarios, corporales y purificadores, misales y rituales.
   Entre todos esos elementos, resaltó siempre el altar, o ara del sacrificio, y sus entornos­: retablos, frontales, figuras, candelabros y luminarias, enseres diversos relacionados con el sacrificio.
   Sobre todo fue el "ara", o mesa sacrificial con las reliquias de los mártires, la que mereció mayor atención, por significar y representar la misma presencia de Cristo en medio de la asamblea.

   6.3. Cementerio

   El lugar y la tierra bendita que acoge los restos mortales de fieles, el dormitorio o cementerio, fue lugar de plegaria y de recuerdo bautizado por la piedad cristiana con la denominación de "campo santo" y con el sentido de esperanza.
   Al enterrar a los difuntos se bendice la tierra y se la llena de incienso acompaña a las lágrimas de despedida de quienes vivieron con los allí depositados. Allí se albergará durante un tiempo los restos materiales que un día resucitarán para reunirse con el alma y saltar con nueva vida a la patria esperada del cielo.

   7. Los recuerdos

   La liturgia es anamnesis o recordación vivificadora de los hechos relacionados con la salvación de los hombres.
   El primer objeto de recuerdo es la presencia de Jesús en medio de sus elegidos, presencia viva y transformadora de sus seguidores. Pero unidos a él se hallan todas las enseñanzas y men­sajes recibidos de los que viven en Dios y señalan a los hombres viadores el camino y el designo salvador.
   Sin recuerdos del pasado no puede haber celebración. Pero la liturgia del recuerdo se une con la  expresión de la fe en el presente.



 

  7.1. Los tiempos celebrativos

   Así surge el sentido del calendario y de la sucesión de con­memoraciones que es decisiva en la marcha del Pueblo cristiano. El proceso sucesivo de los recuerdos se organizó desde el principio en la figura gloriosa del resucitado y luego se añadieron las otras referencias esenciales de la vida del Salvador: nacimiento, vida, pasión y triunfo final.

   7.1.1. El Domingo

   Por eso tuvo singular y perpetua significación el primer día de la semana" al que se denominó "Día del Señor" o Dominicus. Fue el día en el que resucitó Jesús, el que invita de manera especial a la plegaria y a la caridad.
   Por eso, desde la reviviscencia de la fe, no todos los días son iguales ni todos los tiempos equivalentes. Desde hace dos mil años los cristianos aprovechan ese comienzo de la semana para promover su conciencia de que ha llegado el comienzo de la salvación: para orar y hacer obras de caridad, para convivir y descansar, para alabar a Dios que quiso encarnarse y salvar a los hombres.
   La celebración de la "misa dominical y festiva", además de sus aspectos morales de precepto de la Iglesia, posee una dimensión comunitaria original. Formar a los catequizando en el "sentido de do­mingo", en la "valor de la fiesta", es algo que se debe valorar con la impor­tancia que objetivamente se merece.
  No se trata del alentar el "cumplimiento dominical" para entrar en la casilla de los "practicantes", sino de despertar el sentido celebrativo de la fe en la Resurrección del Señor. Los buenos catequistas saben que, sin ese sentido, no se puede ser de verdad cristiano.

   7.1.2. Los ciclos litúrgicos

   No menos interés puso la Iglesia en los tiempos ordenados en los dos grandes ejes del misterio cristiano: la Pascua y la Navidad, la Resurrección y la Encarnación.
   El paso de los siglos fue enriqueciendo los núcleos originales con abanicos de recuerdos y de celebraciones. La Pascua o Resurrección se adorno de un tiempo celebrativo posterior: la esperanza de Pentecostés, y de un proceso preparatorio anterior: la Semana Santa y la cuaresma, con todo su abanico de ecos dolorosos y gloriosos.
   La Navidad se organizó de un tiempo de manifestación o Epifanía y otro de preparación o Adviento,
   Las demás fiestas del Señor: Bautismo y transfiguración, o de María Santísima y de los Santos y Apóstoles, fueron configurando el año litúrgico lleno de resonancias y de anhelos celebrativos.

   7.2. Las efemérides

   Hay otros recuerdos especiales que la Iglesia celebra con alegría y con espe­ranza. A esos recuerdos y a las plegarias que eleva, les atribuye también cierto carácter litúrgico y dependiente de las Iglesias particulares.
   Pero en la Iglesia universal se celebra con alegría hechos trascendentes para la Iglesia universal: victorias cristianas que llegaron a convertirse en fiestas, como la de Lepanto y su relación con Ntra. Sra. del Rosario, el 7 de Octubre; o también celebraciones de años santos o jubilares con reclamos a la conversión, al perdón y a la renovación; y también los sentimientos conmemorativos de hechos trascendentes, como el V Centenario de la cristianización de América. Otras son más coyunturales como el cumpleaños del Papa o el re­cuerdo de su elección como Pontífice. Son recuerdos que ayudan a la mejora de vida, a las plegarias fervorosas y a la renovación espiritual.

 
 

  

   8. Catequesis y Liturgia

   La impresión que provocan todos los elementos aludidos: tiempos, objetos, lugares y personas, es que la Liturgia es un terreno amplio y sugestivo que recla­ma una preparación informativa y afecti­va para que sea fuente de vida espiritual personal y colectiva.
   La formación litúrgica (como la moral y la dogmática) es imprescindible para el cristiano y llave exigida para entender otros muchos hechos humanos: arte, música, literatura, etc.

   8.1. La Catequesis es liturgia

   Pero también es conveniente recordar al cate­quista que su misma tarea educadora es litúrgica, por que conmemora, celebra y transforma la vida y el pensamiento del catequizando.
   Por eso sus lenguajes, por pedagógicos, artísticos, tecnológicos que resul­ten en la forma, tienen dimen­sión sagrada y transformadora. Son litúrgicos en la medida en que anuncian y preparan una respuesta adecuada a la Historia de la salvación en la que se apoya la educa­ción cristia­na.
   La catequesis es también anamnesis y epiclesis como la acción litúrgica. Anuncia recuerdos y sugiere aclamaciones. No se reduce a enseñar o instruir sobre cualquier cuestión de cultura humana, sino que hace referencia al misterio divino.
   En el fondo de un dibujo o de un montaje audiovisual, de una canción o de una dramatización, se halla siempre un recuerdo religioso más o menos influyente. Pero en el alma de una celebración late siempre la presencia de Dios.

   8.2. Catequesis sobre Liturgia

   Por eso también el educador de la fe debe dar importancia a la suficiente y correcta educación litúrgica de los catequizandos. Con la Liturgia los catequizandos se hacen más conscientes de su fe. Dios se pasea amoroso y providente por el mun­do y se hace presente en el acto de culto y de piedad.
   El misterio de la encarnación se actualiza en la Navidad. El misterio de la redención se vive por cada persona. El nacimiento de la Iglesia se hace presente en cada recuerdo celebrado en comunidad. La catequesis no es una actividad docente cualquiera. Su dimensión litúrgica hace presente al Espíritu divino.
   Para el catequista esto significa una responsabilidad, de la cual muchas veces no se da casi cuenta. Pero, cuando lo piensa despacio, se siente admirado de su dignidad eclesial, temeroso de su mi­sión profética, comprometido al ser comunicador eficaz de misterios eternos, humilde para pedir la ayuda del Señor.

   8.3. Lenguaje de signos

   El catequista tiene que aprender a hablar el lenguaje de los signos sagrados. La importan­cia que tienen los lenguajes simbólicos en la tarea educadora y el especial afecto con que debe educar a los niños y jóvenes en gestos, signos, imágenes y señales es evidente
   A través de las acciones hu­manas, los catequizandos se sienten impulsados a relacionarse con Dios mediante intermediaciones. Es la puerta de entrada a la vida sacramental, tanto a los hechos básicos de los siete sacra­mentos cristianos como a los innumerables signos que se vincu­lan a la expresión de la fe.
   Siempre es posible mejorar la labor que se realiza en este campo. Pero el catequista está obligado a ser claro y selecto en el uso de signos religio­sos.
   Necesita cultivar la "acti­tud celebra­tiva y conmemorativa", no el mero ritualismo. La Liturgia no es rito, pero precisa de él. No es gesto, pero se apo­ya en él. No es ceremonia, pero debe aceptarla.

   8.4. Niveles litúrgicos.

   Muchas son las expresiones, los sig­nos, las fórmulas, las acciones, que la Liturgia cristiana ofrece. Y muchos son los lenguajes litúrgicos que frecuentemente tiene que saber entender y emplear el catequista. Pero muchas veces se puede preguntar sobre lo que en ellos hay de vida o de rutina, de ropaje cultu­ral o de encuentro con Dios.
   - Se puede limitar el catequista a informar sobre el abanico de gestos y símbo­los en los que se apoya la acción litúrgica. O incluso se puede reducir a invitar a participar en ellos sin otra significación que la actuación participativa.
   - Se puede dar un paso más y llegar a dominar culturalmente las significaciones y las causalidades de esos signos. Incluso se pueden suscitar sentimientos y actitudes de acogida por simple simpatía u afecto a la tradición.
  - Pero también se puede llegar a preparar la conciencia y la inteligencia de tal manera que, iluminadas por la gracia divina, lleguen a encontrarse con el misterio de Cristo, expresado en los ritos y en las rúbricas, que servirán de intermediaciones humanas para acceder a la posesión de la adhesión divina a ese misterio sagrado.
   Es importante educar al cristiano para que siga ese camino y llegue a la adultez en la fe. Para ellos deberá alejarse por igual del secularismo exagerado, que menosprecia lo simbólico y conduce al laicismo agresivo, y de la credulidad ingenua, que lleva a las supersticiones, que tanto acechan a los que carecen de formación auténtica.

 

   

 

   8.5. Terrenos especiales

   Una llamada de atención se debe hacer al catequista sobre ciertos terre­nos o aspectos litúrgicos que le abren la puerta para entender lo que representan.
  
    8.5.1. La música y el canto

    Son lenguajes humanos, pero se ha­cen religiosos cuando su contenido (melodía, palabras, intención) se orientan hacia esa dimensión. Tanto las formas más eclesiales (como el canto gregoria­no) como las más populares, son lenguaje lenguajes religiosos de la comunidad creyente y resultan imprescindibles para la expresión de la fe y de la piedad.
   Siendo la música un lenguaje de cierto valor expresivo en la infancia y juventud, también los catequistas tienen que aspirar a buena for­mación en este sentido, sin necesidad de llegar a niveles de especialización.
   Suponiendo que ellos mismos han conseguido esa formación, deben hacer lo posible para que sus catequizandos diferencien una "cancioncilla piadosa" de una canción realmente eclesial, bíblica y perpetua, como puede ser un Salmo bíblico o un Himno histórico. El empleo que la Iglesia hace de los Salmos, como plegaria permanente en liturgia, le pueden dar la pista de cuáles son los mejores modos y contenidos en su cantar.

   8.5.2. Arte y liturgia

   La vinculación que siempre ha tenido la Liturgia y las expresiones artísticas debe mover también al catequista a con­cienciarse de que precisa clara percep­ción de lo que late debajo de tantos monumentos y productos artísti­cos.
   Sin entender algo del valor expresivo del arte religioso difícilmente adquirirá sensibilidad litúrgica adecuada. Y al mismo tiempo, será su formación litúrgica la que le capacitará para entender el porqué de tantas riquezas artística han adornado los lugares y los tiempos en los que se expresaba la unión con Dios.

   8.5.3. Psicología y liturgia
 
  También debe tomar postura definida, aunque flexible, en los diversos aspectos psicológicos de la Liturgia. La Penitencia y la Eucaristía, el Matrimonio y el Bautis­mo no se pueden presentar y vivir de igual manera en las edades adultas y en la infancia elemental.
   La frecuente discre­pancia que existe entre los catequistas sobre si resulta mejor promover acciones litúrgicas adap­tadas a públicos infantiles o juveniles o si conviene fomentar la participación de "los menores" en los actos de "los mayores" puede ser un ejemplo de terrenos en los que hay que tomar opción des­pués de maduro discernimiento.
   El catequista debe tener en este senti­do un criterio acomodado a las circuns­tan­cias y, como buen educador, sospechar que no siempre lo mejor es lo conveniente, ni que las consignas inflexibles atienden siempre bien a las personas.

 

   9. Formación litúrgica

   Siendo tan importante la Liturgia, como lo es el Dogma y los es la Moral, la formación del catequista en este terreno es la puerta para llegar a la educación adenvicción o pueden resultar influencias del entorno.
   - No es posible, si el mismo catequista no se persuade de su importancia y no cultiva criterios sólidos de fe para dar respuesta a los interrogantes frecuentes que le plantean sus catequizandos.

 - Se debe basar no tanto en aprendizajes nocionales y terminológicos amplios, sino en experiencias vivas y eclesiales: en la plegaria comunitaria serena, en las actitudes evangélicas alejadas del ritualismo y del agnosticismo. La vida litúrgica supone la oración, la piedad serena, actitudes abiertas y flexibles, amor a la Iglesia y a la Tradición.
  -  Además, es importante habituarse a los lenguajes simbólicos, que se apoyan en hechos o gestos externos como cauce y expresión de los internos y espirituales. Ellos son el ropaje de las accio­nes litúrgi­cas. Han nacido en culturas o épocas diferentes a las nuestras y necesitan explicación, pues siguen sirvien­do como cauce para la expresión de la fe.
   Por eso la educación simbólica y gestual supone sencillez para admitir lo que otros quieren expresar, valoración de las fórmulas en función de las intenciones y no de la materialidad de las palabras, sentido de solidaridad para compartir con los demás gestos, prácti­cas y tradiciones.
   Esta formación de los simbolismos religiosos, como pasa con los sociales, comienza en edad prematura y corresponde desarrollarla a todo el contexto educativo de los catequizandos: familia, escuela, parroquia, entorno. Al catequista le compete ahondar, clarificar, discer­nir, testimoniar y compartir, para luego poder educar a su vez a sus catequizandos
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