MENTIR
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   El octavo mandamiento del Decálogo de Moisés indica el deber de decir la verdad en las relaciones con el prójimo y recoge la voluntad divina de respetar el derecho que los demás tienen a no ser engañados cuando prestan acogida a las palabras recibidas.
   La formulación bíblica del Exodo centra la atención en el respeto a la fama y a la libertad del prójimo: "No darás falso testimonio contra tu prójimo" (Ex. 20. 16; Deut. 5. 20). Pero la tradición cristiana ha hecho extensivo del decreto divino a todo lo que tiene que ver con el uso de la palabra y ha hecho "palabra de Dios" el principio natural de decir la verdad. Ello supone el que tiene que haber concordancia entre lo que se expresa exteriormente y lo que se siente o se piensa interiormente.
   El hombre necesita vivir con los demás con paz y seguridad. Y eso no es posible si no hay sinceridad. Por eso la naturaleza desea y busca por naturaleza la verdad en los demás. La conciencia natural impone el deber de respetar lo que todo hombre tiene derecho a conocer y descubrir y a no perturbar ese derecho.
   Es lo que declaraba el Concilio Vaticano II al hablar de la dignidad humana. "Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas..., se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias" (Dignit. hum. 2).
    Diversidad de términos recuerdan la virtud de la veracidad y el amor a la verdad: sinceridad, nobleza, autenticidad, lealtad, franqueza, rectitud, honradez. Todas estas expresiones, contrarias a mentira, hipocresía, engaño, embuste, disimulo, calumnia, farsa, etc. indican espontáneamente lo que está bien y es deseable y lo que está mal y debe ser rechazado.

   1. Conceptos bíblicos

   El Antiguo Testamento resaltó el deber de respetar y promover la verdad, dando tonalidad personal y concreta al precepto y no quedándose en el principio más abstracto de la ética. Se formula el precepto en forma de "no dar falso testimonio contra el prójimo" y no en forma más general de "no mentir", no engañar, no falsear la verdad que el prójimo tiene derecho a conocer.
   Pero en el fondo es lo que, desde el Decálogo, la tradición judía primero entendió y la moralidad cristiana más adelante desarrolló.
   La Escritura Sagrada multiplicó en los demás libros y textos las referen­cias condenatorias de los embustes, falsificaciones y engaños. Las referencias existentes en el Antiguo Testamento a que se dijera siempre la verdad son muchas: "Dios es la verdad... Su Palabra es verdadera" (Prov. 8. 7). "Su ley es verdad" (Sal. 119. 90 y 142). Su verdad se mantiene de edad en edad." (S­al. 119. 90; Lc. 1. 50).
   En ocasiones hay hechos patriarcales que reclaman exégesis adecuada: Abraham miente al Faraón (Gen. 12.13), Jacob engaña, con la colaboración de su madre, a su padre Isaac (Gen. 27.19), David confunde con astucia a los sacerdotes de Nob (1 Sam. 21.3). Pero esos hechos quedan, además de la correcta exégesis de los mismos, compensados con la frontal condena del "padre de la mentira" ya desde el paraíso. Mintió la serpiente a la mujer: "No, no moriréis. Al contrario, Dios sabe que, cuando comáis, seréis semejantes a dioses" (Gen. 3.4)
   La razón de la condena de toda mentira se puso siempre en el derecho de Dios sobre sus criaturas y en el deber natural de vivir el prójimo en confianza espontánea y no con desconfianza habitual.
   El concepto de verdad en el Antiguo Testamento refleja un rasgo de la trascendencia divina, y no sólo una práctica virtuosa del hombre. Dios es Verdad por esencia. Es sabio y poderoso y es sincero, fiel, infinitamente verdadero. Es la  verdad que ilumina la vida y es incompa­ti­ble con el error y con la falsedad.
   Los libros sapienciales sobre todo multiplicaron sus lecciones morales sobre la verdad y pusieron en guardia sobre el hombre mentiroso: Eclo. 20. 1-21 y 27. 4-30; Ecle. 20.20. Job en medio de sus sufrimientos proclamará. "Yo siempre os diré la verdad a la cara" (Job 6.28)
   En el Nuevo Testamento la idea se profundiza en otra dimensión, que desa­rrolla la original y natural interpretación del Antiguo Testamento. Es la certeza y la aceptación de que Cristo es mensajero de la verdad y quiere que sus seguidores transmitan la verdad a todo el mundo.
  Jesús condenó tajantemente la hipocresía y la mentira (Mt. cap 23. 1-23) y reclamó que sus seguidores vivieran conforme a la verdad, a imitación del Padre que es autor de la verdad.
   A sus adversarios les decía: "Vuestro Padre es el diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn. 8. 44).
   Y a sus discípulos les declaraba: "El Padre os dará el espíritu de la verdad" (Jn. 14.6). Y añadía: "Os conviene que yo me vaya y así vendrá el Espíritu de la Verdad, al cual os conducirá hasta la verdad plena". (Jn. 16. 13)
   Dios se presenta, sobre todo en los textos joánicos, como infinitamente sabio y su sabiduría transciende a los hombres. Dios es la verdad y el diablo es la mentira. Mentir y decir la verdad son dos polos de una antinomia irreconciliable.
   Jesús exige la sinceridad: "Sea vuestro lenguaje: ´sí, sí´ o ´no, no´, pues lo que de ahí sobrepasa de mal principio proviene". (Mt. 5. 37). La razón de ese deber de claridad y transparencia está en que Jesucristo se presentó como la verdad de Dios encarnada: el Verbo divino, la eterna Sabiduría del Padre. "Lleno de gracia y de verdad" (Jn. 1. 14). Y por eso El es "la luz del mundo" (Jn. 8. 12) y los seguidores deben vivir en la luz y en la verdad.
   Las 187 veces que en los escritos del Nuevo Testamento aparece el término verdad (alezeia) o sus equivalentes dejan muy claro la opción evangélica por la verdad. Pero además hay 65 veces en que se cita la mentira (pseudomai); hay 31 veces en que se alude a la hipocresía (hipokrites, hipocrinomai); y hay unas 200 expresiones que condenan términos relacionados con la mentira: engaño, extravío, doblez, disimulo, etc). todo esto deja muy en claro lo que es la mentira y su sentido antagónico de la verdad en la misma Palabra sagrada.
    El cristiano debe ser, como lo fue Cristo, portador de la verdad y enemigo de toda mentira. Es mensaje que se proclama muy claro: "La verdad es la que hace libres" (Jn. 8. 31-32); la verdad santifica (Jn. 17, 17); seguir a Jesús es vivir del "Espíritu de la verdad" (Jn. 14. 17), la verdad es plenitud (Jn. 16. 13).
    Ante Pilatos Jesús reconoce "haber venido al mundo para dar testimonio de la verdad" (Jn. 18. 37).
   Los cristianos de todos los tiempos siempre lo entendieron así y por eso el mandamiento del no mentir es algo más que una práctica piadosa.

   Entre los muchos mensajes que lo proclamaron, se pueden recordar las palabras del mártir S. Policarpo: "Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires... Has cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por El, que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén. (Del martirio 14, 2-3).

   2. Etica de la verdad

   El octavo mandamiento prohíbe la mentira, pero ante todo exige la ver­dad. Su dimensión práctica tiene que ser más positiva que negativa. El mandato divino es amar la verdad de tal manera que la mentira resulte inaceptable. Y de esa forma el cristiano ordenará su conducta de cara a la práctica de la virtud de la sinceridad, de la lealtad, de la nobleza.
   Decir la verdad no es siempre "decir lo que se sabe", pero sí lo es "saber lo que se dice". De igual modo, la mentira no es "ocultar lo que no se debe decir", sino decir algo diferente de los que se piensa, de lo que se esconde en la mente.
   La ética natural pone por soporte de la verdad o de la mentira el derecho ajeno. La mentira: "decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar", perjudica al prójimo, haciendo que adquiera datos falsos. Se puede realizar de dos forma: impulsado directamente el engaño, y dejando indirectamente que el receptor del mensaje se engañe a sí mismo. Y ambos procedimientos, que conducen al mismo resultado, implica un perjuicio para el derecho a la verdad que el prójimo puede tener. Si no lo tiene, el primer camino todavía sigue siendo de­sordenado por ir directamente contra la verdad; pero el camino puede ser admisible en cuanto no es directo, sino indirectamente resultado de una acción de búsqueda a la que no se tiene derecho.
   Por eso la Etica de la verdad es cuestión de análisis de derechos y deberes. Se resquebraja cuando se provoca el error en quien tiene derecho a la verdad. No se lesiona si no hay ese derecho.
   Y para juzgar y actuar en ese sutil balanceo de derecho y de deber, se han de cultivar virtudes y actitudes adecuadas: discreción, prudencia, tacto, reserva, oportunidad, sensatez.
   El que revela secretos naturales que no debe transmitir también esta violando el dere­cho a la verdad, que lo posee quien tiene el deber o el deseo justo de no comunicarla. Y el que no guarda la palabra que no debe decir, también perturba el orden del mismo modo que el que no dice la debe decir.
    El carácter de cada mentira está, pues, en relación al nivel del derecho a la verdad del prójimo. Y el desorden de cada violación de la sinceridad se mide también por el derecho del prójimo a que su verdad sea respetada.
    San Agustín definía la mentira como "decir falsedad con intención de engañar" (Mend. 4, 5). Es evidente que si no se tienen intención de engañar, sino de proteger, de consolar, de respetar, no se estará en el nivel de la mentira, aunque pueda haber inducción al error.
   Por eso la Etica natural condena el engaño, el disimulo, o la inducción al error, pero también rechaza la indiscreción, la imprudencia, la violación del secreto debido, la exageración, la manipulación de la información, muchas cosas más que alteran la serena y equilibrada posesión de la verdad.

 

 

   

 

 

   3. Voluntad de Dios y verdad

   Además de los datos y criterios relacionados con la verdad por vía de ética, de sentido natural de conciencia sana, la defensa de la verdad y el rechazo de la mentira pueden ser mirados también en clave de revelación divina.
   Dios ha dicho una palabra positiva a la inteligencia humana a través la revelación. El cristiano encuentra en la verdad una dimensión sobrenatural. Dios le ha pedido y ordenado que diga siempre la verdad como eco y reflejo de su gracia divina y sobrenatural.
   Las múltiples veces que, sobre todo en el Nuevo Testamento, se habla del cultivo de la verdad y del respeto a la verdad reclaman también una delicada interpretación relacionada con el amor a Dios y a los hombres. Descubrir que, en clave evangélica, Dios ha querido un "pureza mental" en sus seguidores es un criterio también de la educación de la fe.
   La limpieza con respec­to a la verdad implica sinceridad y trans­parencia de vida, sencillez y delicadeza, imitación de Cristo que es la verdad interior del alma, cultivo de la verdad en el prójimo en el cual reside el mismo Dios por la gracia.
   El Catecismo de la Iglesia Católica dice en este sentido trascendente: "La práctica del bien y de la verdad va acompañada de un placer espiritual gratuito y de belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar otras formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que ella entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. (Nº 2500).
   Es más o menos lo que Jesús decía a la samaritana: "Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad" (Jn. 4.23). Y esa verdad de referencia no es una abstracción lejana, sino una persona que se proclama a si mismo Verdad. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn. 14. 6). Yo soy la luz, la claridad, el reflejo del más allá.
  Y además de serlo, Jesús de declara portador de ella: "Mi palabra es la ver­dad, porque yo no estoy solo" (Jn. 8. 16)
   Los mismos adversarios de Jesús le declaraba portador de la verdad: "Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con verdad" (Mt. 22. 16) Y Jesús, que los conocía y los identificaba, les respondían con alusiones a la verdad tal cual es, las pruebas de las obras. "El que obra la verdad va a la luz" (Jn, 3.21" (Mt. 22.16)
   Y los Apóstoles más adelante recordarían el valor operativo de esa verdad que Jesús había traído a la tierra y la convertirían en mensaje llevado a todos los hombres. "Vosotros habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús" (Ef. 4. 21)

   4. Pecados contra la verdad

   Un repaso resumido de atentados a la verdad, de mentiras que acechan al cristiano, ayuda siempre a evitar las desviaciones de la verdad.
   Son pecados contra la verdad ciertas actitudes, deseos o acciones como las siguientes:
 
   4.1. Lesiones a sí mis­mo

   El hombre puede faltar a la verdad cuando se enseña a sí mismo el error y si se refugia culpablemente en el engaño que le afecta.
  - Tal puede ser la obstinación en el mal comportamiento, justificándose con excu­sas y con pretextos.
  - Existe engaño culpable en la herejía, cuando se aferra la mente a una doctrina falsa, o al cisma, cuando se rompe la comunión por orgullo o vanidad.
  - La vanagloria o jactancia fantasiosa en las propias excelencias, la soberbia y la falta de humildad, la ruptura de la sencillez y de la mo­destia.
  - La insinceridad de vida, sobre todo si voluntariamente uno se mantiene en la ignorancia, creyendo que con ello se elimina el deber de obrar el bien.

    4.2. Lesiones a los demás

    Pero es más frecuente la violación de la verdad cuando los demás tienen dere­cho a ella. La mentira entonces atenta contra el derecho a saber, nece­sario para todo juicio y decisión humanos.
  Esas lesiones contie­nen el ger­men de la división de los espíritus, socava la confianza entre los hombres, rompe el tejido de las relaciones socia­les. Su gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según sus circunstancias, según las intenciones.
   Algunos de esos atentados a la verdad, que destruyen la ética y alejan al creyen­te de la voluntad explícita del mismo Dios revelador, pueden ser los siguientes:
   - Juicio temerario. Es el pensamiento adverso, más o menos malintencionado, a las buenas condiciones o intenciones del ser y del obrar del prójimo. Juicio es pensar de determinada manera. Temeridad es juzgar sin pruebas ni razones. Además de ser contrario a la bondad del hombre, puede ser falta de caridad y de justicia, si el juicio se convierte en difamación, en vacilación exteriorizada, en sos­pecha vana y lesiva para la paz.
  -  Maledicencia y difamación. Implica el uso de la expresión externa (palabra, gesto, actitud) para ofender y perjudicar al prójimo, se trate de personas singulares o de grupos y comunidades. El maledicente o maldi­cien­te ofende, aunque lo que dice tenga una base de ver­dad. Si no se guar­da la requerida discreción y moderación en el hablar y, sobre todo, si se hace sin ninguna autoridad, oportunidad o necesidad, la ofensa a la verdad va unida con la lesión de la caridad.
  - Calumnia. Es la maledicencia con mentira. Además de faltar a la verdad y a la caridad, se perjudica la misma justicia. El calumniador queda en la obligación de restituir la fama o la dignidad que destruye con el feo vicio de la calumnia.
  - La contumelia. Es la calumnia con ofensa. No solamente ofende en la reputación sino hiere directamente en presencia del ofendido indefenso.
  - La adulación. Es la alabanza innece­saria y dolosa, que hace creer a una persona cualidades o situaciones que realmente no posee, provocando una conducta perjudicial para sí mismo o para los demás. Es una forma de engaño y de originar perjuicio, sobre todo si el que la recibe, por carácter o por inteligencia, no tiene capacidad defensiva para situar las alabanzas en su justo alcance o si em­prende acciones para las que no estaba preparado.
  - Perjurio. Es una afirmación contraria a la verdad, pero apoyada en una invoca­ción a la divinidad para dar más fuerza a la propia palabra ante las personas que las reciben. Al invocar la dignidad divina sobre una falsedad, se lesiona la virtud de la religión, sobre todo si el perju­rio se hace con notoriedad y publicidad.

 

 

 
 

  

 

5. Problemas especiales

   Determinadas situaciones pueden generar dudas y vacilaciones en la conciencia de quien quiere actuar con verdad o perplejidad de quien dudan entre dos o más caminos aparentemente buenos que se le presentan.
   Algunas cuestiones interesa en ocasiones clarificar a los catequizandos
   - El secreto profesional. Los secretos profesionales (que obligan a los médicos, juristas, políticos, etc.) o las confidencias hechas bajo secreto moral (consejeros, educadores, amigos) deben ser guardados en virtud del deber de la verdad, de la justicia y de la solidaridad.
   Salvo el caso de que su revelación fuera necesaria que evitar males mayores, resultan obligaciones graves de conciencia y exigencia de justicia.
   - El sigilo sacramental. En algunas ocasiones se hallan los secretos naturales refrendados por lo deberes impuestos por la virtud de religión, como es el caso del "secreto de confesión" al que se obliga el confesor, quien cometería sacrilegio con graves penas de la Iglesia si lo revelara.
      - Las informaciones injustas. Por privilegiadas o por lesivas a terceros, son también materias que rozan el derecho a saber. Deben ser evitadas. Y en el caso de ser conocidas, aunque no hayan sido con­fiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y proporcionada. Se debe guardar la justa reserva respecto a la vida privada de personas, de comunidades, sobre todo si son de dignidad especialmente significativa n la sociedad o si resultan especialmente vulnerables.
      - Medios de comunicación. Por naturaleza son informativos. Pero los límites de la información, recibida y ofrecida, y sobre todo de la divulgación de la información, está en el derecho de las personas o de los grupos a la intimidad y en los inconvenientes o alteraciones que resultan de la difusión escandalosa o contra la voluntad de los interesados. Aunque sea poco frecuente el control periodístico en temas escabrosos, eróticos o violentos, el periodista o propietario del medio es éticamente responsable de lo que divulga. Debe respetar la justicia, el honor, la intimidad y la caridad.
      - Datos de investigador. Algo parecido acontece con los hallazgos del investigador que adquiere datos que difaman a figuras históricas o a sociedades o grupos del pasado. Aunque el tiempo haya amortiguado o anulado los derechos a la intimidad o a la fama, resulta a veces conflictivo para la conciencia si es calumnia o maledicencia revelar ciertos descubrimien­tos.

  

 

  

 

   

6. Catequesis de la verdad

   La educación para el amor a la verdad y para superar la tentación de la mentira es importante en la moral cristiana. Tiene que realizarse con tacto delicado.
   No es una educación que se resuelve con un programa prefabricado o que se aplique a todos de forma suficiente en determinada etapa de la vida. Es más bien una labor pedagógica conti­nua e imperceptible, hábil y personal, motivada y respetuosa con la libertad, la cual se realiza más por contacto y experiencias vitales en ambientes éticamente sanos  que median­te consignas abstractas.
    El educador de la fe debe ayudar al mismo educando para que sea él quien descubra, por sus impulsos naturales hacia el bien y por el conveniente estudio y aceptación de los mensajes cristianos, todo aquello que supone nobleza, hones­tidad, sinceridad, veracidad y sobre todo verdad.
    Por eso debe educarse al niño y al joven desde los primeros años de la vida. Los criterios en este terreno son cla­ros: debe hacerse de manera delicada, inteligente, continua, testimonial.


     - Ha de adaptarse a los diversos estadios evolutivos, recordando que hay una etapa de fabulación y animismo (3-5 años, cuando abunda la mentira psicoló­gica), una etapa de utopía adolescente (que tiende al disimulo defensivo por intimismo puberal), y hay ocasionales períodos de fragilidad ética en la vida (crisis y tránsitos de irresponsabilidad o propensión a la excusa). Por eso nos son universalmente todos los criterios ni todos los procedimientos.
     - La cultura moderna está llena de convencionalismos, artificios, modas, rivalidades psicológicas y sociales. Puede resultar difícil lograr actitudes serenas de sinceridad y sencillez. El educador no debe desanimarse por las contradicciones que halla en el ambiente y en la familia. Aunque resulte difícil, siempre ha de reclamar transparencia y fidelidad a la propia palabra, como debe sugerirla, o exigirla, en las comunicaciones con los demás.
  - Las fórmulas sociales están llenas de expresiones y frases materialmente insinceras. Hay que enseñar al educando a reflexionar sobre lo que se dice por costumbre y ayudar a desprenderse de ritos, hábitos y modelos de lenguaje que no responden a la realidad.
   - El cultivo de virtudes como delicadeza, discreción, prudencia, oportunidad en el hablar, moderación, realismo, no se improvisa. Supone otros aspectos que sólo personas desarrolladas en ambientes moralmente limpios logran conseguir.
      - Además hay que ayudar a elevarse desde el plano natural al sobrenatural, desde la honradez en el hablar a la referencia a Dios que escucha todas las palabras. Esa educación "religiosa" y no solo ética, debe ser el ideal del buen educador de la fe.