Neocolonialismo
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       Nueva forma de repetir lo que desde los tiempos antiguos unos pueblos realizaron con otros: conquistarlos, explotar sus riquezas, gobernarlos a distancia.
    El neocolonialismo moderno surgió con los afanes de los portugueses en el siglo XV y de los españoles en el XVI, al mirar a África unos y a América los otros, como ideal global: económico, cultural social e incluso religioso.
    El Imperio español se construyó al extender su influencia en el Nuevo Mundo descubierto. Abarcó desde la parte remota de California hasta la Tierra de fuego, en la Patagonia. Los portugueses que ya habían explorado África y llegado a la India, se establecieron en Brasil. La tendencia de ambos imperios era establecer asentamientos mixtos y los advenedizos se mezclaron con los nativos, de modo que la población al cabo del tiempo fue plural: indígenas, europeos y criollos. Holandeses, británicos, franceses y otros centroeuropeos tendieron más a exterminar las poblaciones autónomas a fin de tener el terreno libre para la expansión de sus territorios metropolitanos.
    Los primeros se movieron con mentalidad católica, es decir evangélica y respetuosa con los hombres. Matar era un crimen y, en la medida de lo posible, lo exigieron en sus legislaciones. Los segundos fueron más veterotestamenta­rios. Matar parecía un deber. Consideraron los territorios invadidos como nueva tierra prometida, en donde los "cananeos habían de ser entregados al anatema". Fueron más herederos del Antiguo Testamento por protestantes y visionarios que del Evangelio. Así aconteció en la inmensa tierra del Norte de América, hoy USA, Canadá y Australia. Esa fue la diferencia religiosa en la colo­niza­ción.
    La segunda etapa del siglo XIX cono­ció en Europa y en América del Norte una revolución industrial intensa, ávida de materias primas para poder elaborarlas y reexportarlas comercialmente al mundo. Hubo dos momentos: el del la distribución de los continentes conquistados en áreas de influencia pactada; y el de la organización en forma de provincias ultramarinas.
   Después de la reestructuración de Europa a la caída de Napoleón, las naciones se lanzaron a dominar los países lejanos con la intención de tener materias primas. La segunda etapa se orientó a explotar los comercialmente los territorios propios  y a garantizar la fácil navegaciones hacia ellos y desde ellos.
    El deseo expansionista llegó hasta los más remotos lugares. Los británicos explotaron al máximo Asia del Sur, Australia y el Pacífico. Francia puso sus ojos en grandes zonas de África, empezando por Argelia. La expansión hacia de Asia central de Rusia comenzó con los últimos zares y dejó en manos de la URSS la inmensa tierra de Siberia y de la enormes tierras de Asia Central.
    Después de la Conferencia de Berlín en 1885, que repartió entre cinco países europeos prácticamente toda África las compañías y los gobiernos se dispusieron a dominar los territorios a cada uno asignados. Prácticamente no hubo disputas hasta 1914, cuando la primera Guerra Mundial alteró las relaciones. De la guerra, el colonialismo inglés salió reforzado y el alemán desapareció. El Imperio Británico quedó como el más organizado. por su diversidad geográfica y por su extensión. Pero Francia, Bélgica, Holanda, Portugal quedaron con sus zonas indiscutibles. En Asia surgió el imperio japonés a finales del siglo y en América los Estados Unidos se persuadieron de que eran únicos dueños del continente.
    El siglo XX conoció, sobre todo después de la segunda Guerra mundial, entre 1939 y 1945, el ocaso de los colonizadores europeos y el auge del neocolonialismo americano, que no demandaba mando directo sobre nuevos territorios, sino dominio económico por medio de una red potente de empresas multinacio­nales, que hicieron y deshicieron a su antojo a lo largo de todo el siglo en África, Asia y el Pacífico, desplazando a todos los competidores.
    La explosión independentista de África y las luchas de liberación en Asia fueron sólo formas de que las multinacionales americanas todo lo dominaran.
    Tanto cuando se extendieron la colo­nias europeas como en la neocolonización americana, las aficiones económicas no fueron incompatibles con la promoción de la cultura de los colonizadores: colegios, museos, bibliotecas, periódicos se multiplicaron. En los siglos XVIII y XIX, también las Iglesias cristianas se construyeron sobre las rutas de los mercaderes y de los soldados. La cultura, la lengua, las costumbres, los planes de estudios fueron soporte de las creencias cristianas: anglicanas, evangélicas, católicas.