PATRIARCAS bíblicos
       [011]

 
   
 

       

    Se denominan así en lenguaje bíblico a los primeros padres del Pueblo de Israel, protagonistas de los primeros relatos legendarios o históricos de la Sda. Escritura. La figura de los Patriarcas tiene interés especial en la catequesis, pues ellos son elemento básico inicial en la Historia de la Salvación. A ellos se refiere Cristo en diversas ocasiones, recordando que El ha venido a culminar esa historia
   Unos son figuras míticas que configuran la mente de los israelitas: tal es el caso de Adán y Eva, de Abel y Caín, de Noe y de sus tres hijos. Las más recientes son figuras hipotéticas o posibles, que están ya en la raíz del pueblo, como es el caso de Abraham, Isaac, Jacob, José y Judá.
   En el Pentateuco las figuras patriarcales se recogen en el libro del Génesis que narra la historia de la humanidad y de la formación del pueblo de Israel. Para la referencia a sus hechos y significado se prolonga en todos los textos posteriores, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
   Cronológicamente cubren la historia desde los orígenes de la humanidad (prehistoria), hasta los tiempos de los Faraones hicsos (semitas) que, hacia el 1674 (edad del bronce), invaden Egipto, poniendo la capital en Avaris (dinastías XV y XVI).
   Los Patriarcas constituyen una referencia religiosa obligada en la formación bíblica, al margen de las cuestiones arqueológicas o históricas que ellos representan.

  Los grandes Patriarcas fueron:

  1.  Adán y Eva.

  Adán representa el nacimiento a la vida. Según la Biblia y el Corán, el primer hombre y la primera mujer, progenitores de la raza humana, fueron creados por Dios.
    -  Adán, en hebreo tal vez signifique hombre. El Génesis alude a que fue creado "con polvo del suelo" (Gen. 2.7).
    -  Eva, en hebreo "havá", la que vive, la viviente, que fue hecha de una costilla de Adán y puesta en el Paraíso como compañera, carne de su carne y hueso de su hueso.
   El relato aparece en dos versiones: Gén. 1.26-27 y Gén. 2.7-8 y 18-24.  Adán es equivalente a vida y es la versión que hay que presentar en catequesis, al margen de todas las teorías sobre evolucionismo o creacionismo. La doctrina cristiana sobre el hombre es compatible con cualquier teoría antropológica o biológica que respeta la digni­dad superior humana.
   Los mitos creacionistas o las alternativas científicas de la antropología convie­ne que queden marginados de una buena catequesis sobre el "padre de todos los vivientes". Pero no está bien olvidar que los mitos sobre el hombre: formación, paraíso, prueba, pecado, serpiente, etc., se multiplican en las mitologías de Oriente desde el 2000 antes de Cristo.
   Lo que sí resulta decisivo en el pen­samiento bíblico sobre Adán es el abanico de principios cristianos: que el hombre fue creado por Dios, que la mujer es de la misma naturaleza que el hombre, que hubo una prueba de Dios y un pecado, que el hombre quedó pendiente de una redención (Gén. 2,18-24... Gén. 3.17-19  3.16).


  

2. Abel.

   Hijo de Adán y Eva, junto con Caín, es la otra gran figura patriarcal primitiva. Representa el mito del hombre bueno, pastor de rebaños, que cumple su deber de ofrecer a Dios sus ofrendas.
   Se presenta en la Biblia en con­traste con el envidioso y homicida Caín, agricultor, rechazado por Dios por su mal comportamiento. Caín termina matando a Abel (Gén. 4. 2-16).
   Esta historia de fratricidio servirá en la Historia de la salvación para hablar del mal y del bien, del culto agradable a Dios y del abandono de la Ley.
   Hasta qué cierto punto la historia, o leyenda, refleja la bondad del pastoreo nómada en Palestina sobre la avaricia del agricultor de una tierra sin agua (Hebr. 11.4; 12.24), queda a la reflexión de los expertos en arqueología y antropología. Lo que importa en catequesis es aprovechar esa personalización de "los dos caminos" éticos de todo hombre: el que acerca a Dios y le agrada, el que aleja de Dios y merece un castigo.

  3. Noé.

   Es la figura que sirve en la Biblia para explicar la existencia de las tres grandes razas, regiones y estilos de vida que cubren las interpretaciones primitivas de la humanidad. Los tres hijos de Noe, Sem, Cam y Jafet, reflejan los tres mundos conocidos: el del Este, Europa, el del Norte, Asia, el del Sur, Africa y el desierto arábigo.
   Hay un castigo a la corrupción en forma de diluvio universal, y hay una salvación del hombre bueno. Hay una bendición y luego la maldición de Noe a Cananán, el hijo mayor de Cam, que ha cometido el gran pecado de la impiedad (Gen. 6-9).
   No cabe duda de que el diluvio es un mito, también presente en las mitologías del Oriente.

   4. Abraham.

   Es la figura con la que se inicia el relato de la elección especial de un pue­blo, Israel, entre otros pueblos cercanos y racialmente fraternos.
   Refleja la figura del peregrino o emigrante del Oriente. De su figura fundacional nacen los pueblos orientales que rodean a Israel. Es la cabeza de los pueblos abrahámicos: israelitas y edomitas, moabitas y amonitas, arameos e ismaelitas. (Gen. 11.27; 25. 10).
   Su peregrinación desde Oriente, Ur unas veces (Gn. 12. 17 y 31; 15.7) y Padán en otras referencias (Gn. 28. 2-5; 48.7), se sitúa cronológicamente entre los años 1850 y 1750 a.C.
   Es considerado por los musulmanes, quienes le llaman Ibrahím, como antepasado de los árabes por la generación de Ismael, de su sierva Agar. Los israelitas le veneran como promotor por Isaac, de su esposa Sarai.
   Es contemporáneo de Hammurabi, rey de Babilonia, del cual se conserva un código con leyes de tipo semita.
   Elegido por Dios, abandona Ur junto a su sobrino Lot y su familia. Con su padre Tarej, se establece en Jarán. En diversas teofanías recibe la promesa de Dios de hacerle una 'nación grande'. Recorre Canaán, que le es prometida para sus descendientes. Más tarde, al crecer su hacienda, se separó de Lot, su sobrino, asociado al origen de los amo­nitas y moabitas después de la destrucción de Sodoma y Gomorra.
   Bendecido por el sacerdote Melquisedec, rey de Salem, crece y se multiplica. Su fidelidad queda patente en la ofrenda simbólica de su hijo Isaac en el monte Moria, donde luego se construirá el Tem­plo de Jerusalén y hoy se alza la mezquita de la Roca.
   Es el hombre de la Alianza, pues Dios le ama y le destina para ser "padre de todos los creyentes". Murió a la bíblica edad de 175 años y, enterrado junto a Sarai en la gruta de Macpelá, hoy Hebrón, sigue siendo la figura central de la Historia de la salvación para judíos, mahometanos y cristianos, por su fe, por su elección divina, por ser el símbolo de fecundidad. (Gn. 11.27 y 25.10).

   5. Isaac.

    Es el hijo gozoso (en hebreo, hará reír) que Dios concede a Abraham, ante la desconfiada sonrisa de su madre que escucha el anuncio divino de su nacimiento.  Es la figura asociada siempre a la de Abraham, heredero de las promesas divinas (Gén. 17. 19-21,) como hijo de la esposa libre y hermano de Ismael, el hijo de la sierva.
   Su vida es relatada en el Génesis (21 a 28) como eco y confirmación de los hechos de Abraham.  El Nuevo Testamento alude a Isaac como precursor de Cristo y de la Iglesia (Gál. 3.16; 4.21-31); la obediencia de Isaac a su padre hasta la disposición a la muerte sacrificial es reflejo y anuncia de la disposición salvadora de Cristo. (Heb. 11.17-19).

 

 

   

 

 6. Jacob.

   Es la figura patriarcal fundadora de las doce tribus de Israel, es decir del pueblo en sus diversos clanes y familias.
   En la Biblia se presenta como figura antagónica de su hermano Esaú, también promotor de doce clanes o tribus, los edomitas. Aparece destinado en la historia a vencer a su hermano, por la protección divina de que goza.
   La victoria de Jacob, que cambia de nombre en Israel después de haber luchado contra Dios (Israel, en hebreo "fuerte contra Dios") al huir de la ven­ganza de su hermano, será el comienzo del pueblo elegido.
    Jacob es el patriarca que de cuatro esposas, Lía y Raquel, las libres, Zilpá y Bilhá, las siervas, tiene 12 hijos, que formarán las doce tribus israelitas.
   De Lía tendrá a Isacar, Judá, Leví, Rubén, Simeón y Zebulón; de Raquel, a José y Benjamín; de Zilpá a Gad y Aser; de Bilhá a Dan y Neftalí. (Gen. 25-35).
   Los acontecimientos más sobresalientes de su existencia fueron la teofanía de la escala celestial y la bendición en Betel (Gén. 28. 10-22) y la concesión de nuevo nombre (Gén. 32.24-32). Es her­mosa la historia de las rivalidades de sus hijos, hasta la venta del menor de todos, José, a los mercaderes que le lleven luego a Egipto y asegura la salva­ción de sus hermanos.

   7. José

   Es el hijo amado, (en hebreo, El añadirá), perdido y recuperado, de Jacob (Gen. 30-50). Su importancia está asociada a la estancia de los israelitas en Egipto, donde llegaron para salvarse del hambre de Canaán y en donde luego son hechos esclavos cuando cambia el Faraón. Como hijo de su esposa favori­ta, Raquel, representa la protección divina sobre su pueblo elegido en las primeras fases de su expansión.
  El relato de José representa la presencia israelita en la tierra de la esclavitud y resalta sobre todo la libertad que luego recuperaran a pesar de haber vivido generaciones en tierra extraña. Por su importancia sus dos hijos, Efraim y Ben­jamín,  serán considerados por Jacob como hijos pro­pios, bendecidos como tales y con un papel singular en la historia posterior del pueblo.

   8. Judá.

   Es el otro patriarca importante entre los hijos de Israel o Jacob. La Biblia sitúa su establecimiento en el sur de Palestina y a él le corresponde el territo­rio de Jerusalén.
   En vida será el más audaz y caudillo de sus hermanos y luego la tribu que formará la vanguardia en la conquista de la tierra de Canáan. Pero la leyenda le hará singularmente importan­te pues a su descendencia pertenecerán los grandes reyes del Sur, desde David y Salomón, hasta los descendientes que siempre serán los dominadores de la ciudad santa de Jerusalén.
   En el Antiguo Testamento, este cuarto hijo de Jacob se convertirá, después de la destrucción de las tribus del norte, en la síntesis del pueblo que se mantiene vivo, que es llevado a la cautivi­dad de Babilonia pero regresa protegido por Dios, y se vuelve a instalar en la tierra prometida.
   Es por lo tanto el heredero final de las promesas y el núcleo humano al cual pertenecerá el Mesías salvador, prometido por los profe­tas y luego presente en el pueblo a la llegada de Jesús. (Gén. 29, 35 y 38).
   Según el libro de Éxodo, la tribu formó la vanguar­dia en la travesía del desierto tras la salida de Egipto. Los siguientes libros bíblicos, que registran la historia posterior de Israel, destacan a Judá como guerrero, líder y predominante en el pueblo. Tras el reinado de Salo­món, rey de Israel y de Judá, las tribus de Judá y de Benjamín formaron un reino separado (1 Rey. 12; 2 Rey. 25), que sería el único superviviente de la destrucción final.

   9. Los otros patriarcas.

   Los israelitas consideraron siempre sagrado respeto a sus progenitores históricos. En el cabeza de tribu hacían todos nacer sus genealogías, teniendo a gala ser de cual o tal tribu y sentirse vincula­dos a sus hermanos de grupo, dentro del gran pueblo de Israel.
   Los profetas resaltarán el carácter del Mesías, que habrá de ser de la tribu de Judá, como reclamarán siempre el servicio del templo a la tribu de Leví, distribuida entre las otras para realizar sus labores mediadoras y pacificadoras.

 

  10. Catequesis y Patriarcas

   Tienen importante pues constituyen el eje de la historia humana en clave religiosa desde los comienzos de los tiempos hasta la llegada del Mesías. No se basa esta importancia en el rigor histórico o en la significación social, sino en el alcance religioso de la pertenencia a un pueblo elegido por Dios.
   El catequista debe reflejar con frecuencia estas figuras en sus presentaciones religiosas, primero por el eco profético que quedaría siempre en el Nuevo Testamento y, además, por que constituyen los eslabones de la Historia de la salvación.
   No deben presentarlas en plan crítico, aplicándolas todos los parámetros de la arqueología y de la prehistoria, como si se tratara de personajes reales de pueblos primitivos. Pero tampoco debe hacerlo con credulidad mítica, como si sus hechos o datos fueran reales y documetados con baremos humanos.
   Los patriarcas son figuras religiosas que se integran en el lenguaje bíblico y ayudan a captar la presencia de Dios en la formación de un pueblo elegido en una tierra. Es la resonancia mesiánica de estas personas y de sus gestos lo que verdaderamente interesa en los planos morales y religiosos.
   Según la edad de los catequizandos es bueno plantear las cuestiones antropológicas concomitantes con las religiosas, pero sin confundir ambos niveles.
  Sus ejes de actuación deben, por tanto, ser catequísticos:
     - Hay unas figuras claves en el lenguaje bíblico y otras menos importantes.
     - Sus hechos son referencias a la creación, a la salvación y a la elección divinas de todos los hombres.
     - Iluminan con su historia particular jalones interesantes de toda la historia humana, en la cual se engarza la historia de Israel, que es historia objetiva y no mera mitología ornamental.
     - Son testimonios de las grandes verdades cristianas: Providencia, fe, vocación, esperanza, culto, promesa divina, cumplimiento y fidelidad.
     - El Nuevo Testamento, la Historia de Jesús y la fundación del nuevo Pueblo de Dios, hay que entenderlos en el contexto del Antiguo.
     - Seguimos siendo herederos de esa promesa divina hecha a Adán y a Noe, pero sobre todo encarnada en Abraham, Isaac y Jacob, la cual llega a la plenitud en Cristo Jesús.
   La mejor forma de presentar las figuras de los Patriarcas es familiarizar al catequizando con la lectura de la Escritura Sagrada y promover su simpatía por los grandes personajes de la Historia de la Salvación.