PRÓJIMO
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    Es un concepto básico en la moral cristiana y en el Evangelio. La Ley de Dios es tajante al afirmar que el primer mandamiento de la Ley es amar a Dios, pero que el "el segundo es semejante al primero: "amar al prójimo como a sí mismo" (Lev. 19. 18; Mt. 5. 43)

   1. Concepto de prójimo

   En los textos bíblicos la idea de prójimo se identifica con la de "hermano", "cercano", "vecino", "compañero", "semejante". Incluso recogiendo el término del Antiguo Testamento, se expresa con el término griego ("plesíon" o "paraplesion"), que alude al que está próximo (latín, próximus), al que está cercano. Se usa unas 18 veces en el Nuevo Testamento. Sólo 5 de ellas en los escritos paulinos y 2 en la epístola de Santia­go.
   En formas aproximadas: pariente, amigo, camarada, compañero, conocido, colaborador son muchas más. Y sobre todo "hermano" (adelfos) aparece nada menos que 382 veces.
   El término prójimo encierra connotaciones físicas de proximidad. El término hermano alude a vínculos más profundos de amor y complementariedad. No es fácil hacer la exégesis terminológica, por cuanto el contexto es el que da el sentido a las palabras aisladas. Y el término de prójimo alude a cualquier persona que vive cerca de nosotros, con vínculos físicos, mientras que la palabra hermano es más afectiva, más vital.

   2. Deberes con el prójimo

   Supuesto que aceptamos la diferencia entre "hermano" con resonancia afectiva y "prójimo" con significación más social, el término en el Nuevo Testamento implica sobre todo un deber de respeto, colaboración, convivencia
  Sin embargo la referencia profunda con el "hermano" supone vinculación más profunda y espiritual (por consanguinidad, alianza familiar, vida cercana, fe, raza o solidaridad).
   Al prójimo, sea amigo o enemigo, buscado o impuesto, se le respeta por exi­gencia social.
   Al hermano se le ama por vínculos espirituales, de religión y de fraternidad. Lo que se manda en la Ley divina, es por lo tanto el respeto en el Antiguo Testamento y se exige mucho más en el Nuevo, en el cual se habla más de hermanos que de prójimos.
   El Nuevo Testamento añade el deber del "amor al prójimo", pues Dios ha hecho el corazón humano semejante al suyo, capaz de abrirse a la humanidad entera. Son los más cercanos, los que viven en nuestro entorno, quienes más reclaman ese amor. "Porque, si no amáis más que a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿No hacen eso los gentiles? Yo os digo mucho más: Amad a los que os aborrecen." (Mt. 5.42-47)
   La llamada divina al amor al prójimo, no solo al hermano, sino al vecino, está en el centro del Evangelio y es lo que proclamaron los seguidores de Jesús. Pablo decía que la ley del amor al prójimo era la base de toda ley divina: "El que ama al prójimo es el que cumple la ley. Porque todo lo otro: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, cualquier otro mandamiento, se resume en esta palabra: amar a tu prójimo como a ti mismo. La caridad es por lo tanto la ley en su plenitud."  (Rom. 13. 8-10)
   Con ese amor se cumple el precepto del mismo Jesús, quien enseñó siempre lo que ya se había dicho en el Antiguo Testamento y está grabado en el corazón de todos los hombres. Pero también mucho más.
   El Apóstol Santiago en su carta proponía algo semejante: "Vues­tra conducta sólo será buena si cumplís la suprema ley de la Escritura: amarás al prójimo como a ti mismo... Y si andáis con distinciones y favoritismos, cometéis pecado y la ley os acusará de falta... Mirad que quien dijo: "no adulteres", dijo también: "no mates". Si no cometes adulterio, pero matas, eres del todo transgresor de la Ley" (Sant. 2. 8-10).
   La diferencia entre el amor a Dios y el amor al prójimo es teórica. En la práctica ama a Dios el que ama al prójimo y no puede dejar de amar al prójimo, sea quien sea, el que ama a Dios con autenticidad. Este ha sido el gran mensaje evangélico desde los primeros tiempos cristianos: que no se puede andar con distinciones en cuestiones de amor.
   Por lo demás es decisivo el que el cristiano sepa graduar ese amor en función de la "proximidad". El que vive cerca reclama más amor y respeto que el que vive lejos.
   El que se cruza con nosotros varias veces al día reclama más com­prensión que el ocasional.
   Con todo es bueno recordar que, cercano o distante, el más necesitado es el que más debe ser objeto de la comprensión, el respeto y la colaboración. En la medida de lo posible hay que tener una respuesta al estilo de Jesús, cuando alguien nos pregunta "quién es mi prójimo". (Lc. 10.29)

   3. Contenido de la catequesis

   Educar en el amor es esencial en una buena formación religiosa. Pero es conveniente diferenciar bien las motivaciones y los procedimientos.
  - Todo ser humano que vive cerca de nosotros y es amado por Dios. En cuanto hombre es prójimo. Y es más prójimo todavía si es necesitado de ayuda o de comprensión.
   La educación evangélica supone adelantarse en el servicio al pró­jimo y no esperar su reclamo.
   - El corazón humano, para ser cristiano, tiene que abarcar a todos los hombres. Así fue el corazón de Jesús, que amaba a todos y sigue amando sin excepción. Pero hay que saber atender con preferencia a los más cercanos y a los más necesitados. La moral cristiana que la Iglesia ha promocionado ha tenido siempre como eje el amor a los más cercanos.
   - El amor al prójimo no puede ser sólo afectivo y tolerante, con respeto distante y reverencial, sino que será auténtico si es práctico, desinteresado y leal.
   Educar la conciencia de esa forma supone ayudarla a crecer hacia el interior, pero sin perder la referencia al exterior.
   No es fácil conseguirlo si se multiplican las distinciones sutiles entre "hermano" y "prójimo", entre "solidaridad" y "fraternidad", entre "don" y "limosna". Para quien sufre hambre lo importante es la comida no la etiqueta del envase. Hay muchos teóricos del amor al prójimo, pero los más necesarios son quienes lo practican sin sutilezas ni exorcismos.
   El concilio Vaticano II recordaba este deber: "Cada uno, sin excepción, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente". (Gaudium et Spes 27)  (Ver Hombre 7)