Persecución
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        Oposición violenta e injusta a una persona o a una colectividad por su raza, su profesión, su situación o sus creencias religiosas. Con frecuencia la persecución se convierte en actos agresivos y cruentos, incluso con la ejecución cruel de los perseguidos.
   En lenguaje cristiano, cuando se habla de persecuciones, se alude a las diversas épocas de la Historia en las que se ha intentado destruir a los cristianos por el solo hecho de ser seguidores de Cristo y se les ha matado como medio de conseguir tal objetivo.
   La Iglesia nunca se extrañó de ello, pues es uno de los men­sajes de Jesús, latente a lo largo de los siglos, ya se anunciaba: "Si me han perseguido a Mí, os perseguirán a vosotros... Os echarán de las sinagogas, os maldecirán... Y quien os quite la vida hasta creerá que hace un obsequio a Dios". (Jn. 15.20; Lc. 21.12). Pero "Dichosos los que son perseguidos por la justicia, porque ellos serán salvados" (Mt. 5.10 y 11). Porque "de la misma manera que persiguieron a los profetas, os perse­guirán a vosotros" (Mt. 11.12).
   Hasta 59 veces se emplea la palabra "persecución (diogmos, sustantivo; y dioko, verbo) y de ellas 13 en los labios de Jesús. Ante un mensaje tan claro, las enseñanzas de los Apóstoles no podían ir por otro camino: las de Pablo (29 veces habla de persecución en su cartas) y las Juan (sobre todo en el Apocalipsis).
   Los primero cristianos conocieron la persecución de los judíos (Pedro, Esteban, Saulo, Juan); Y sobre todo las que el imperio romano desencadenó por medio de sus Emperadores. Es tradicional agruparlas en diez oleadas, con intensidad variable y rasgos propios de cada región del imperio. Las diez se la suele denominar con el recuerdo y la figura de uno de los emperadores: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Séptimo Severo, Maximino, Decio, Valeriano, Aureliano, Diocleciano. La última de Juliano el Apóstata fue una reacción ante el dominio cristiano, reconocido ya en la Carta de libertad de Constantino y Licinio, llamada Edicto de Milán del 313.
   La llegada a la escena del islamismo incrementó las persecuciones de los cristianos y de los hinduistas, las dos grandes religiones con las que en Occidente y en Oriente se enfrentó el mahometismo en su expansión por el mundo. Miles de muertos precedieron a las luchas internas entre sectas islámicas del siglo XI y XII, una vez que el Islam se consolidó.
   Al extenderse fuera de Europa el cristianismo, apoyado por los viajes misioneros al Oriente y al Occidente en el  siglo XV y XVI, fueron surgiendo oleadas de persecuciones: Japón, China, Indochina, Brasil, Africa. Y al mismo tiempo los grandes movimientos violen­tos dentro del mundo cristiano cuando vinieron las convulsiones religiosas de la Reforma y de la Contrarreforma católica del siglo XVI. Alemania, Inglaterra, Países Bajos, Francia fueron escenarios de frecuentes matanzas o de procesos represivos de índole religiosa.
   Y no otra cosa que persecución religiosa fueron los hechos de tiempos recientes, ya en el siglo XX, acaecidos en Méjico de 1923-1929, en España de 1936 a 1939, en Alemania de 1933 a 1945, en los países oprimidos por la URSS de 1945 a 1980, en China, en Vietnam, en Cuba y en mil sitios más.
  Por eso no es arriesgado decir que el concepto de persecución, de martirio, de cruz, es consustancial con el Evangelio y de una o de otra forma va a estar presente en la Iglesia. En consecuencia será de trascendencia preparar y educar a los nuevos cristianos para que lo tengan en cuenta: es la debilidad y la fortaleza del cristiano, es el signo de la victoria final del bien.    (Ver Apocalipsis 4)