PSICOLOGIA RELIGIOSA.   Historia
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   La Historia de la Psicología religiosa se identifica con la trayectoria general de la psicología en medio de las demás cien­cia y corrientes filosóficas.
   El tema religioso directa o indirectamente ha sido siempre importante entre los hechos psíquicos. Y por ello ha estado presente en las inquietudes científicas de los psicólogos.

   1. Etapas precientíficas

   Los tiempos antiguos se caracterizaron por la preferencia que se daba a la reflexión teórica sobre la interpretación objetiva y sistemática de los hechos observados apoyándose en datos experi­mentales o en hecho concreto.
   La confianza de los pensadores en el poder de la mente era total y la visión de la "persona" humana, más que de la "personalidad", se fundaba en postulados teóricos más que en conclusiones prácticas. Cada uno trataba de entender al hombre y de interpretar sus inquietudes trascendentes según los presupuestos mentales que su filosofía le sugería.
   Las inquietudes trascendentes se consideraban como sobrenaturales, más que naturales.

   1.1. En tiempos antiguos

   Lo religioso resultaba indiscutible e innegable. Los griegos y los latinos fueron más supersticiosos que creyentes. Se purificarían sus creencias al llegar los tiempos paleocristianos y se volvería a múltiples mitologías en los medievales.
   Las mitologías antiguas, bellas literariamente, absorbieron en todos los pueblos la visión de la vida humana y tendieron a hacer a los hombres juguetes de los dioses. Ejemplo es la interpretación mítica de Homero, quien, en la Iliada y la Odisea, hacia el siglo IX a.C., relataba en unos 20.800 versos hexámetros cómo los protagonistas Aquiles y Ulises, que se hallan a merced de la voluntad de los habitantes del Olimpo y actuaban bajo su influencia. Del mismo modo, Hesíodo, en "Las Teo­go­nías" describía las genealogías divinas y atribuía a cada divinidad, por el pueblo inventada y por él organizadas en ingeniosas interdependencias y parentescos, una función peculiar en la tierra y en la vida.
   Esas fantasías hacían a los hombres "religiosos", pero evidentemente tendenciosos, temerosos, desconcertados ante el más allá.

   1.1.1. Ruptura de los mitos

   El primer escéptico que comienza a vacilar sobre tanta credulidad parece que fue Tales de Mileto (624-554), ingeniero que se permitió dudar de la influencia de los dioses en la tierra y pensó que era preferible explicar la vida del mundo y del cielo por los hechos y las capacida­des humanas de actuar sobre ellos.
   Después siguieron su camino en Mileto Anaximandro (610-545) que habló de lo indeterminado (el apeiron) como origen de las cosas; y Anaxímenes (585-524) que concibió a todas las realidades como formadas por el aire y explicables por este elemento invisible.
   Son los primeros que se permitieron disentir de lo divino y pretendieron explicar la vida no por creencias míticas, sino por reflexiones racionales.

    - Pitágoras (576-492 a C.), influido tal vez por misteriosos secretos de los tem­plos egipcios, habló del diez, como número sagrado y de la esfera como realidad perfecta. El diez encierra los cuatro elementos de la naturaleza (fue­go, aire, agua, tierra: 1 + 2 + 3 + 4). Y la esfera esconde la perfección divina (pues encierra el punto, la línea, la superficie y el volumen). Lo perfecto, lo divino, lo exacto condiciona la vida de los hombres.

   - Heráclito de Efeso (535-465) concibió al ser humano como fruto de la lucha interior, eco de la exterior, del cambio permanente. Lo miró como fuego, torbellino, fuerza, guerra, lo cual explica todo lo que existe en la tierra. "Todo fluye", "la guerra es el padre de todo", "nadie habla dos veces con la misma persona o se baña en el mismo río". Todo es movi­miento. En el hombre todo es fuerza.

   - Parménides de Elea (540-460), adoptó postura opuesta. Todo queda y permanece, nada cambia, todo es divino e inmutable. El ser que describe es eterno y permanente. Es divino. Y con ello todo producto humano es efluvio de la divinidad. Así surge el panteísmo.

   - Anaxágoras de Klazomene (500-428) asumió posturas intermedias; habló de elementos que se combinan, que son estables, la homeomerías, pero que se entremezclan y dan las cosas. Y detrás de esos elementos aparece la idea de una mente orde­nadora, de un "nous" o espíritu divino, que es fuente de la vida.

  -  Empédocles de Agrigento (495-435), en sus libros "Sobre la Naturaleza" o "De las Purificaciones", de quien se dice que se consideraba divino y se arrojó al Etna cuando la ancianidad le hizo entender que era humano, habló de las cuatro fuentes de la realidad: el fuego, el aire, el agua y la tierra. Con esta lista de pensadores surgió un intento no religioso de explicar la vida.
    El hombre, al menos el intelectual y el pensador, tomó conciencia de su poder razonador y se dio cuenta de que es él mismo el que crea a sus dioses y el que debe explicar la realidad. Así surgieron las teorías, las opiniones, las ciencias, la Psicología y la Filosofía (el amor a la sabiduría). La Filosofía de Occidente comenzó a dejar de lado las religiones y se hizo racionalista hasta explicar humanamente todas las creencias y todas las teorías en otros tiempos divinas.
   Y surgieron los grandes pensadores del siglo V griego, el de Pericles, el de Fidias, los que marcaron el derrotero del pensamiento de occidente para los siguientes dos milenios.

  - Sócrates de Atenas (469-399) fue el pensador que supo atraer a la juventud de Atenas con su discurso sensato y su virtud sincera. Entendió al hombre como un ser terreno que busca el saber y tiende a comportarse según un espíritu divino (un daimon o genio interior) que lo rige desde su nacimiento. Terminó condenado a beber la cicuta por "asebeia", por impiedad, y por ateísmo, ya que enseñaba a desconfiar de los dioses inventados por los hombres y de los sentidos halagados por las pasiones.

    - Platón (427-399), persuadido por Sócrates, propondrá en adelante las ideas del maestro condenado. El hará del Bien, del Amor, de la Verdad, el centro de sus inquietudes y el motivo de sus reflexiones. Sospechara que el hombre es un espíritu desterrado del Olimpo, encadenado en un cuerpo que lo esclaviza, inseguro entre la verdad y el error.
   Su dualismo radical considerará al hombre como un pobre espíritu, alma, sufriendo la prisión de un cuerpo material que le impide llegar a lo más elevado de la verdad, a lo supremo. En "El Banquete", el mejor de sus diálogos, y en "La República", la mejor de sus utopías que luego corregirá oportunamente con "Las Leyes", propone modelos de entender lo que es el hom­bre y sus inquietudes. Con sus ideas se mantendrán vivas en la historia las inquietudes del hombre por la otra vida, la que no se reduce a los sentidos y placeres de la tierra.

  - Aristóteles (384-322) prefiere ver al hombre con más realismo: como animal social (anthropon politikon), artífice de sus propias ideas, dueño de su destino, dependiente de sus sentidos, buscador de la felicidad (eudemonismo).
   Pero también lo mira como un espíritu capaz de pensar y de seguir el destino de los dioses. Superará las sospechas de las divinidades mitológicas y hablará de un Ser Supremo, de una divinidad entendida en clave intelectual ("noeseos noesis noeseos", la inteligencia que conoce su propia intelección).

  - Los sofistas del siglo IV griego se encargaron de completar el panorama psicológico y filosófico. Protágoras de Abdera (481-401) resaltó la cara humanista del hombre: "Es la medida de todas las cosas, de las que son y de las que nos son." Gorgias de Leonthinos (483-375) resaltó el escepticismo del conocimiento humano: "Nada existe; si existe no podemos conocerlo; si conocemos algo no lo podemos comunicar". En lo corporal, el gran Hipócrates de Cos (460-377), el médico y biólo­go más representativo de los grie­gos, vio al hombre como un organismo vivo cuyo equilibro depende de la armonía de los humores y con infravaloración de su dimensión espiritual y trascendente. Epicuro de Samos (341-270) explicará lo importante que es el placer: el corporal, el social, el estético, el espiritual. Y Zenón de Citium (336-264) se pondrá en una actitud opuesta defendiendo un "estoicismo" o indiferencia (epojé) superadora.

  - Cuando llegan los pensadores roma­nos Marco T. Cicerón (106-43), Lucio A. Séne­ca (4-65 d. C.) o el médico Claudio Galeno (130-200), casi no harán otra cosa que aplicar las teorías de los griegos y explicar la vida y el pensamiento de los hombres forma más social y, sobre todo, utilitaria. Mirarán su "persona" como el resultado de la unión del "pneuma", o espíritu, y del "soma", o "cuerpo".

   - Al terminar el período greco-romano, Plotino (203-269), que nació en Licópolis de Egipto y enseñó en Roma a partir del 243, dejó perfilada en sus 54 obras (Las Eneadas) una visión dualista del hombre, formado de cuerpo y alma; y afirmo que el espíritu es divino y sólo puede producir acciones divinas, El cuerpo es freno terreno y sólo puede estorbar al espíritu. Y hará del alma un "eon" o ser divino emanado de una divinidad suprema de la que se engendró la realidad total.
  


   1.1.2. Tiempos patrísticos.

   Con la estructura grecolatina, y muy poco con ideas venidas de Oriente, los cristianos nacidos de un kerigma y de un carisma transformadores, construyeron también su pensamiento original y propio sobre el hombre y sobre su capacidad par pensar y amar. Resaltaron su vocación divina y su capacidad para trascender la vida presente.
   El período cristiano fue decisivo para entender como piensa, siente, quiere, vive el hombre y como se comporta bajo los impulsos según como se forme y se discipline en sus facultades. Se puede afirmar con contundencia que fue el pensamiento antropológico y psicológico que triunfó en Occidente el hizo mirar con nuevos ojos a la humanidad.
   Lo común del pensamiento paleocristiano es entender al hombre (sus facultades y sus operaciones) como ser singular, libre, inteligente, superior a los ani­males, doble en su composición radical. La Psicología se convertirá en los primeros escritores inspirados por el Evangelio en el estudio detenido y paciente de ese ser de origen divino y de vida terrena. Y se hará tributaria de las corrientes en las que vive: la estoica, la epicúrea, la neoplatónica y, luego, la aristotélica.

   - Los primeros grandes pensadores cristianos, como San Clemente de Ale­jandría (150-217), Orígenes (185-253) y Tertuliano (260-320), hablarán del hom­bre como un ser luchador, espiritual, trascendente, social, pecador y redimido, pero siempre sometido a la influencia y al peso de su cuerpo material, que es preciso dominar para superar el mal.
  - Los pensadores del siglo IV serán los más sistemáticos y profundos psicólogos por su experiencia sobre el hombre: S. Jerónimo (340-420) con su "Carta a Leta", S. Juan Crisóstomo (344-407) con sus "Homilías", San Basilio (371-425) con su "Carta a los jóvenes sobre los autores paganos".

  - S. Agustín (354-430) planteará en sus escritos antropológicos, "Las Confesiones", "Sobre la vida feliz", "Sobre la inmortalidad del alma", "Sobre el libre albedrío' "Sobre el Maestro", etc. una Antropología y una Psicología que serán definitivas en muchos aspectos en la historia del pensamiento no sólo cristiano, sino filosófico o social. El hombre, para este singular Obispo de Hipona es libre y ha nacido para Dios.

    1.2. Los tiempos medievales

     En la Edad Media centro su atención en las cuestiones teológicos (sobre Dios y la Iglesia) más que en las antropológicas (visión del hombre). Pero los grandes pensadores que surgieron en los nuevos pueblos bárbaros no fueron menos brillantes que sus predecesores.

   - Boecio (480-525), en su libro "Sobre el consuelo de la Filosofía", será el que abra el pensamiento a los nuevos pueblos y el que ofrezca una visión consoladora sobre el valor hombre cuando es bueno y el riesgo de corrupción del peca­dor y del violento.
   - Y en estos pueblos surgirán pensado­res como Isidoro de Sevilla (570-636), educador de los Visigodos de la península Ibérica, con tratados como "Las Etimologías, o Alcuino de York (730-804), consejero de francos en "La razón del alma", los cuales centran sus estudios sobre el hombre, individual y socialmente considerado, y lo contem­plan como protagonista de su propia vida.

  - La reflexión antropológica se vuelve creativa y profunda cuando llegan las dialécticas de la Escolástica.
    Unas veces se actúa con sentido polémico, como en el caso del inquieto y enamoradizo Pedro Abelardo (1079-1142), que tanto se preocupa de la conciencia en su tratado "Del sí y del no".
   Y en ocasiones se orientarán las inter­pretaciones por las vías místicas y subjetivas, como en San Bernardo de Claraval (1096-1153), organizador de la vida religiosa del Císter. A veces son las sabías observaciones de San Anselmo de Canterbury (1033-1109) en el "Proslogium" y en "Sobre la verdadera religión" y ocasiones fluya le vena mística, como en San Buenaventura (1217-1274), con sus teorías sobre la iluminación del "Itinerario de la mente hacia Dios".

  - Síntesis geniales logran los grandes maestros del siglo XIII, en el momento de esplendor de la Escolástica: S. Alberto Magno (1200-1280), con sus luminosas concepciones en "De la unidad de la inteligencia" en que tanta claridad ofrece sobre la naturaleza humana y animal; Sto. Tomás de Aquino (1225-1274), con su visión realista en la "Suma Teológica", el más influyente de los escritos cristianos de todos los tiempos.

  - El pensamiento cristiano medieval será deudor de los excelentes escritores árabes, como Averroes de Córdoba (1126-1198), que en sus "Comentarios a Aristóteles" ensalza la importancia de la mente huma­na; o como el médico Avicena o Ibn Sina (980-1037) que, en su "Libro de la Curación", hace al cuerpo la fuente del actuar del alma.
  - Al final de los tiempos medievales es cuando el conocimiento del hombre ha avanzado tanto que se pueden hacer estudios tan completos y hermosos como los de Guillermo de Occam (1300-1350) sobre la intuición y sobre la ley moral, en su libro "Suma de la Lógica"; y los de Raimundo Lulio (1235-1315), incansable escritor de temas psicológicos, con su "Doctrina Pueril", verdadero manual de psicología, o su novela "Blanquerna", tratado hermoso de sociología y de pedagogía cristiana.

 

 

   

 

   2. Los tiempos modernos

    En el Renacimiento es la puerta de la modernidad. Se vuelve la aten­ción a la visión moral y convivencial del hombre. Las ciudades y las nuevas rela­ciones sociales y políticas reclaman la elabora­ción de nuevas teorías sobre el hombre.
  - Figuras de la talla de Erasmo de Rotterdam (1467-1536) reclaman en sus libros, como en "El Elogio de la locura", mayor espíritu crítico ante la realidad de la vida y ante las instituciones.
   - Surgen las utopías sobre el hombre como ser dinámico, tales como la de Sto. Tomás Moro (1480-1535), titulada "La Utopía"; o la de Tomás Campanella (1568-1639), "La Ciudad del Sol"; e incluso "La Docta ignorancia", de Nicolás de Cusa (1401-1461).
   Se escriben programas de vida como "El Prínci­e", de Nicolás Maquiavelo (1467-1527); y surgen estudios profundos y vitales, como los del genial Luis Vives (1512-1540), que llevan por título, "Sobre la enseñanza de las disciplinas" o "Sobre el alma y la vida" o "Sobre la educación de la mujer cristiana".

   Y se perfilan finos análisis de temas vitales, como "Los Ensayos", del liberal Miguel de Montaigne (1533-1592). Y se elaboran tratados verdaderos de Psicología sistemática, como "El examen de ingenios", de Juan Huarte de San Juan (1530-1581) y exploraciones biológicas, como las del médico Teofrastro Paracelso (1493-1541).
  - Hasta se renueva la visión del hombre con nuevos métodos para analizar la realidad en la que vive, como hace Francisco Bacon de Verulam (1561-1626), quien, en su "Nuevo Organo de las ciencias", anuncia ya concepciones audaces.

     3. Los tiempos racionalistas

  El racionalismo del siglo XVII y el naturalismo del siglo XVIII serán la cumbre de esa etapa de renovación. Se multiplican pensadores que vuelve insistentemente la atención propia y el interés ajeno sobre el la razón y el sentimiento, sobre las ciencias la naturaleza, sobre las leyes de la vida.

    3.1. Revolución cartesiana

   Los tiempos humanistas prepararon la visión nueva sobre dos ejes: la razón y la naturaleza. La primera dominará en el Continente. La segunda será centro de atención en el núcleo sajón. Surge la visión global del hombre desde sus productos individuales y colectivos.
   - La reacción antiescolástica y antihumanista, que representa Renato Descartes (1596-1650), es el punto de partida. En sus libros: "Tratado de las pasiones del alma" y "Reglas para el discernimiento de los espíritus" ahonda su aguda distinción entre la "sustancia extensa" o material y la "sustancia cogitans" o racional.
   - Ni el misticismo de Blas Pascal (1623-1662) en sus "Pensamientos" ni el pesimismo de Tomás Hobbes (1588-1679) en sus "Elementos de Filosofía" o en su crítica "Leviathan" desdicen de cualquier manual de psicología actual.
  - Será Guillermo Leibniz (1646-1716), gran matemático que también escribe sobre psicología, por ejemplo su obra "Nuevo ensayo sobre el entendimiento humano", el que más aplique a la vida humana el racionalismo de Descartes.
   En las Islas Británicas nace también un gran afán por estudiar lo humano y lo social: Juan Locke (1632-1704) construye un sistema de psicología empirista en sus obras "Ensayo sobre el entendimiento humano" y en "Algunos pensamientos sobre educación". Y su seguidor David Hume (1711-1776), en su estudio "Tratado sobre la naturaleza humana", lleva más lejos sus afirmación sobre las fuerzas vitales del hombre.

    3.2. Enciclopedismo y razón

   El estudio sistemático y renovador del hombre se extrema en los Enciclopedistas franceses. F. M. Arouet o Voltaire (1694-1778) representa la corriente críti­ca y mordaz de este movimien­to.
   E. B. de Condillac (1715-1780) se expresa, en su "Tratado de las sensaciones", con exage­rado sensorialismo; y J. O. La Mettrie (1709-1751), en su obra "El hombre máquina", incurre en el más grosero mecanicismo.

   Es el oportunista J. J. Rousseau (1712-1778), quien con su novela pedagógica "El Emilio", o con sus teorías sociales del "El Contrato social", quien hace volver la atención sobre lo que vale el sentimiento, el impulso, la pasión, lo que él llama "la naturaleza". Su postura suscita una enorme preocupación por el estudio de cada hombre particular, al hacer del niño el centro de sus reflexiones y condicionar la vida adulta a las condiciones en las que el niño se forme y desarrolle.

    Paralela a esas corrientes de los "ilus­trados" aparece una línea psicológica racional, crítica y filosófica. Viene representada por la figura de Manuel Kant (1724-1804) influyente por su rigor científico y sus esquemas lógicos de nuevo cuño. Es el comienzo de una psicología "apriorística", "formal", integrada en un importante soporte filosófico. La expone Kant en "Crítica de la razón pura" en donde formula el planteamiento de la inteligencia y de sus estadios configurativos de las ideas perfectas (el estético trascendental, el analítico trascendental y el dialéctico). Ante la oscuridad del plan­teamiento tiene que desarrollar el esque­ma en la "Crítica de la razón práctica" y en sus dimensiones sociales en "La metafísica de las costumbres" o en "Sobre la paz perpetua", para terminar con algunas aplicaciones en sus escritos menores como en su "Tratado de Pedagogía".
   La psicología de Kant es más filosofía que estric­ta antropología, pero sus planteamientos pedagógicos derivados de su esquema del conocimiento crítico resultó muy influyente en los estudiosos posteriores sobre los problemas del conocimiento y las actividades sociales del hombre.

   4. Los tiempos dialécticos

   La ciencia del siglo XIX se caracterizó por su arrogancia: despreciaba lo anterior como ingenuo, se consideraba definiti­va por su originalidad, se extendía a todos los campos del saber, era dogmática por sus afirmaciones, se emancipó definitivamente de cualquier autoridad divina y humana que no fuera el prestigio de sus promotores.
   En lo relativo al estudio del hombre siguió los criterios de la Ilustración, que no eran otros que los del "Dictionnaire reaisonés des siences, des arts et de métiers", vulgarmente llamado Enciclopedia, generadora del racionalismo integral, del secularismo y del idealismo absoluto.

   4.1. Psicología científica

    Por eso se considero la psicología como una ciencia autónoma, rigurosa, basa en los hechos demostrables y no en las reflexiones personales. Se miró todo lo anterior como consideraciones morales. Es decir la Psicología se hizo positiva y experimental de forma exagerada.

   Contribuyeron a ellos las actitudes filosóficas del positivismo de Augusto Comte (1789-1857) en obras como "Discursos sobre el espíritu positivo", los gustos pragmáticos de los utilitaristas como John Stuart Mill (1806-1883) en pubicaciones como "Sobre la libertad" o "El utilitarismo", en las metodologías dialécticos de G. F. Hegel (1770- 1831), con su "Fenomenología del Espíritu" o "La Ciencia de la Lógica", y en la inquietud antropológica de Karl Darwin (1809-1882), en libros como "El origen del hombre". Los estudios sistemáticos y profundos sobre el hombre, a partir de los datos objetivos y no sólo de consideraciones intuitivas, se divulgaron ampliamente en Europa.

   Se siguieron cultivando estudios literarios, como los de H. Pestalozzi (1746-1827), por ejemplo "Cómo Gertrudis enseña a sus hijos" o también "Veladas de un solitario". Se escribieron análisis vibrantes sobre las razas, como los "Discursos a la nación alemana" de J. G. Fichte (1762-1814), que publicó "Fundamentos de la teoría de la ciencia".
   Y se formularon consideraciones románticas y brillantes como las F. G. Schelling (1775-1854) en "Filosofía de la religión, "El alma del mundo" o "El yo como principio de la Filosofía".
  Y algunos filósofos como Federico Schiller (1759-1805) en sus "Cartas sobre la educación estética o "Sobre la elegancia y la dignidad", y  Federico Scheleiermacher (1768-1834)  "Proyecto de un sistema ético", o "Lecciones de Estética".

    Pero surgieron los trabajos estrictamente de psicología, en forma de pedagogía o de sociología, entre los que se pueden citar las figuras clásicas en los inicios de la psicología experimental.
   -  J. F. Froebel (1782-1852) en "La educación el hombre" o en sus "Escritos de Pedagogía."
   -  J. F. Herbart (1776-1841) es uno de los más originales organizadores de la Ciencia psicológica, con su "Tratado de Psicología" o su "La Psicología como ciencia". Da orientación práctica a los conocimientos científicos, sobre todo ahonda el concepto de "formación humana" en su libro "Pedagogía General derivada del fin de la educación".

  - La dimensión naturalista aparece en F. E. Beneke (1798-1854), quien escribe un "Tratado de psicología considerada como ciencia natural". En él promociona las demostraciones independientes de la reflexión y establece leyes y criterios básicos de actuación psicológica.

  - Cierta orientación social y comparativa aparece en P. Natorp (1854-1924) en su libro "Psicología social". Y un profundo rigor objetivo reclama F. Brentano (1838-1917), cuando escribe " La Psicología desde el punto de vista científico" o también su obra "Clasificación de los hechos psíquicos"

   4.2. Psicología experimental

   Surgieron incluso los laboratorios de antropometría, como fueron el de Leipzig en 1789, el primero considerado como iniciador de los experi­mentos psicológico dirigido por Guilermo Wundt (1832-1920) que escribió obras en este sentido: "Elementos de Psicología fisiológica" o "Psicología de los pueblos". Y también nació en 1884 el Laboratorio de antropometría de Londres, de Francisco Galton (1822-1911) surgido en 1884. Esa inquietud por la experimentación hace que se divulguen los experimentos.
   El esquema lo había dado el fisiólogo clásico francés Claudio Bernard (1813-1878) al trazar el itinerario de cualquier trabajo científico experimental y admisible en el los ámbitos de cualquier ciencia: hipótesis, documentación, tabulación, comparación, comprobación, divulgación.

   Pero los experimentos se multiplicarán a lo largo del siglo. Sikorsy en 1879 trabajaba ya sobre la fatiga escolar en Rusia; Santely Hall en 1883 exploraba las sensaciones en Baltimore y Jaime Ca­tell (1860-1944) en 1890 iniciaba los "tests" como forma preferente de medir los hechos psíquicos también en EE­.UU. Teodoro Ribot (1839 ­1916) y Alfredo Binet (1857-1911) iniciaban en Francia la Psicología moder­na.
   G. T. Fechner (1801-1887), en su libro "Elementos de Psicofísica"; y Th. Ribot (1839-1916), en su obra "La herencia psicológica", resaltaron el valor de la exploración psicológica objetiva como camino para construir la ciencia del hombre. Con ellos se potenció la medida como criterio; y la conclusión rigurosa se aprecia como fuente exclusiva de afirmaciones científicas.
   La Ciencia de hombre entró, casi sin advertirlo, en la órbita de las grandes ciencias físicas, naturales, médicas, matemáticas, sociales o económicas, que requieren datos demostrables para llegar a conclusiones ciertas.

    El nacimiento de esa Psicología científica rigurosa se debió sin duda a diversos factores:
  - A la influencia de tantos científicos que no se contentaban con afirmaciones generales, sino que requerían demostraciones objetivas y experimentales.
  - Al elevado número de filósofos y sociólogos que, sin llamarse psicólogos todavía, trabajaron y escribieron sobre temas psicológicos estrictos.
  - A la creciente preocupación que se desarrolló al final del siglo por el hombre individual y colectivamente considerado.
   El siglo XIX terminó con gran preocupación por los problemas psicológicos, en su dimensión psicofísica (sensaciones, reacciones, medidas, experimentos) y en su dimensión humana (causas, facultades, relaciones interiores).
 
  Y el siglo XX será ya muy psicocéntrico. Una excesiva valoración de la psicometría colectiva tenderá a hacer cauces a la nueva psicología: la de la inteligencia, la de la personalidad, la de la creatividad, la de la sociabilidad. Se observará cierto desconcierto de los datos que ya no dice todo lo que hay en el fondo del hombre. Y por eso triunfarán corrientes psicoanalíticas como compensación de la afición que existe a explicar todos los hechos psíquicos por la neurobiología y la endocrinología. Serán tan abundantes los estilos, formas o corrientes psicológicas que convertirán la Psicología en una ciencia "polivalente" para todos los que se dedican a estudiar al hombre.

 

    5. Los valores religiosos

   Queda el interrogante de los que supuso en esa carrera vertiginosa de desarrollo psicológico el campo religioso y todo el conjunto de aspectos que le configuran y que le hacen original.
   No es evidentemente fácil tratar los espiritual: ideas re­ligiosas, sentimientos éticos o espirituales, credulidad, espiritualidad, fe, virtud, sentido de la trascendencia , como se hace con lo demás.
   Pero es evidentemente que contribuyo a introducir en el esquema científico la dismitificación religiosa que provocaron los adversarios, a veces patológicos, de todo lo que significara creencias:
   F. Nietsche (1844-1900) en "Humano, demasiado humano" y Luis Feuerbach (1804-1872) en "La esencia del cristianismo" son dos ejemplos de obsesivos anticristianos de bello estilo y de influencias fuertes e innegables.
   Federico Strauss (1802-1874), en "La fe antigua y la fe moderna" hacía una historia tendenciosa de los dogmas cristianos y en "La vida de Jesús para el pueblo alemán", opuesta a la "Vida de Jesús, de José Ernesto Renán (1823-1892) que se había divulgado para los franceses.
   Los misterios cristianos se dejaron aparte, reservados para las conciencias y para las creencias. Pero los sentimien­tos, los conceptos, las relaciones, sobre todo la actitudes morales y las preferen­cias de cultos o las prácticas religiosas se comenzaron a mirar como desafíos científicos que había que morar con lupa y se sometieron a las exploraciones y a los contrastes de opinión que tanto apasionaban a los psicólogos experimentales (autodenominados científicos), sobre todo si alardeaban de incredulidad.
    En general el siglo XIX estuvo muy lejos de diferencia fe de credulidad, religiosidad de superstición, amor divino de afectividad humana, ética de moral. La perspectiva que permite la historia permite hoy asegurar que fue un beneficio que también el terreno religiosa se sometiera a los devaneos (aciertos y errores, discusiones bizantinas y exploraciones en profundidad) para que, al menos en el terreno de la pedagogía y de la catequesis, se comenzará a dar importancia a la religiosidad sana, a diferenciar el rito del culto y explorar los itinerarios por los que la fe ingenua del niño egocéntrico y animista se convierte en disposición solida de adhesión al misterio divino presentado por los mensajeros y los lenguajes humanos.