Religiosidad
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  El concepto "religiosidad" es psicológico y no debe ser confundido con otros relacionados con él: fe, credulidad, creencia, credo, crédito, espiritualidad, trascendencia, moralidad, etc.
   Como don de Dios, la fe no es fruto del esfuerzo humano ni resultado final del sentimiento personal, de la reflexión, o de la influencia ajena, que pueden asociarse al acto de creer.
   La religiosidad es la dimensión humana de la fe. La fe es misteriosa en su origen y en sus formas, pues es gracia de Dios. La religiosidad no es misterio, sino producto humano, que viene del pensar, del sentir, del querer, del vivir, del compartir con los demás.
   Los hombres no podemos influir directamente en la evolución de la fe. Pero si podemos indirectamente crear y promover los soportes humanos en los que la fe se apoya. Entre esos soportes, la religiosidad es el más personal y el más importante y condicionante.
   Es en este terreno, en esta capacidad, donde debe centrarse la educación del espíritu del catequizando. Al formar e informar la religiosidad, estamos acercándonos a la educación de la fe.

   1. Concepto y definición

   Interesa dejar claro el concepto de religiosidad. Son muchos los estudios, los escritos y las definiciones que tratan de expresar la idea de religiosidad.
   Entre las buenas definiciones M. Mankeulinas, en "Psicología de la religiosidad" (Madrid. Religión y Cultura. 1961. pg. 26) la define como "el conjunto de ideas, sentimientos y actitudes que unen al hombre con lo trascendente".
   Interesa este concepto, entre otros posibles, pues responde de alguna ma­nera a una Psicología personalista, la cual puede ayudar mucho en la tarea educativa y comprensión de la labor catequística.
   Es la visión dinámica, entre otras, de G. Allport en" La Personalidad" (Barcelona. Herder. 1975. pg. 24). "Personalidad es la organización dinámica en el interior del individuo de los sistemas psicofísicos que determinan su conducta y pensamientos característicos".
   En esta perspectiva personalista y psicodinámica, el concepto de personalidad presupone la armonía y configuración de diversos rasgos, cuya confluencia constituye la referencia de la personalidad, como conciencia de la persona y expresión del yo.
   De la armonía y proporción de esos rasgos y de su desarrollo coherente depende en gran medida el equilibrio de toda la personalidad. Se desenvuelven sobre todo en tres áreas o infraestructuras básicas: la mental, la volitiva, la afectiva. Equivale esto a decir que la personalidad se organiza con aspectos o perfiles entre sí complementarios y que el conjunto de sus valores hace posible abrirse a la vida con serenidad y con consistencia interior.
   Precisamente la educación va a reclamar constantes atenciones en los tres sectores del perfil de la personalidad. Y de su armonía, coherencia y proporcionalidad depende el equilibrio interior y el correcto modo de actuar en el exterior.
     - Por una parte cuentan los rasgos mentales, como pueden ser ideas, juicios, criterios, valores, ideales, sistemas de pensamiento, informaciones, etc., con los cuales aprendemos a juzgar, a valorar, a interpretar la vida.
     - No menos importancia poseen los rasgos morales o volitivos: hábitos, opciones, deliberaciones, decisiones, motivos, móviles, que nos llevan a querer, a elegir, a decidir entre diversas opciones.
     - Y decisivo valor e influencia implican los rasgos o dinamismos afectivos: gustos, sentimientos, actitudes, intereses, preferencias, afectos, preferencias...
   Tenemos que conocer cómo evolucionan las ideas, los sentimientos, las actitudes de cada persona, si queremos acercarnos a ella y actuar educativamente en su vida. Así la podremos orientar y alentar en sus dimensiones religiosas y, a través de ellas, contribuiremos a la formación de la fe.
   Religiosidad es un concepto psicológico que refleja la resonancia del fenómeno espiritual en la particular contextura íntima de la persona. Como la sociabilidad, la afectividad, la sexualidad, la expresividad, etc., es una "facultad" humana, un poder, una capacidad, una aptitud, también una disposición. La fuente de la religiosidad, y la trama en la que se tejen todos sus valores y sus manifestaciones, es la totalidad de la personalidad humana. Y la religiosidad se define por la confluencia de ideas, de sentimientos y de actitudes de índole espiritual, religiosa y trascendente. En consecuencia, educar la religiosidad es formar los modos de pensar, los modos de querer y los modos de sentir.

   2. Elementos de la religiosidad

   La Psicología, en cuanto ciencia relativa al hombre, estudia la religiosidad, como lo hace con los otros rasgos inte­riores de la persona.
   No sólo la mira como realidad personal, susceptible de exploraciones generales. También la explora como proceso evolutivo, el cual reviste peculiares diferencias en cada etapa del desarrollo humano. La religiosidad es por tanto entendida en la Psicología como el con­junto de ideas, sentimientos y actitudes que definen al hombre, a cada hombre, ante lo sobrenatural, ante lo que se refie­re a Dios y a las realidades del espíritu.

    2.1. Ideas y criterios

    Decir ideas hace alusión a la capacidad de pensar, a la dimensión intelectual del hombre. La inteligencia con todo no fabrica sólo ideas: también elabora juicios y construye raciocinios. A través de todo ello, la mente fabrica, por sí misma o por imitación, escalas de valores personales, con los cuales interpreta la vida propia y la ajena. Con estos valores se interpreta la vida, la historia y la naturaleza.

 2.2. Sentimientos y afectos

   Los sentimientos son aquellas disposiciones afectivas que aproximan o alejan de las realidades presentadas por el ambiente o por la inteligencia. Provocan adhesiones, si son positivos, o rechazos, si son negativos. Producen agrado o desagrado. Configuran una amplio abanico de sentimientos: simpatía, aversión, confianza, temor, cordialidad, interés, alegría y mil otros más, tanto positivos como negativos.

   2.3. Actitudes y opciones.

   Las actitudes son posturas o disposiciones de toda la personalidad ante los objetos intelectuales o morales que se descubren por vía de pensamiento o de sentimiento. La actitud conduce al compromiso, aunque no necesariamente llega hasta él.
   Para comprometerse tiene que entrar en juego la voluntad. La actitud tan sólo prepara el camino. Es oscilante en sus comienzos, pero tiende a afirmarse a medida que se hace profunda o se hace permanente. El hombre toma actitud espontáneamente ante las cosas, los hechos, las ideas, las personas, cuanto se le pone delante. También adopta actitudes religiosas.

   3. Fe es otra cosa

   La religiosidad es un rasgo humano de la personalidad, el cual se construye sobre las facultades intelectuales, morales y afectivas.
  La fe es otra cosa. La fe es un don sobrenatural; es regalo divino que implica la adhesión de todo el hombre al misterio que se revela por parte de Dios. Interesa explorar la religiosidad como rasgo natu­ral. Pero conviene distinguir lo que de verdad es y en qué se diferencia de la fe que, como don sobrenatural, no depende de la propia volun­tad o de la inteligencia.
   La religiosidad humana nace, crece, cambia, se desenvuelve, se acelera o se atrofia. La fe se va desarrollando según misteriosas leyes del espíritu. Sin embargo, la religiosidad se promociona en la medida en que madura la libertad, la voluntad, la sensibilidad, la inteligencia, la personalidad entera. Sólo impropiamente podemos hablar de "maduración de la fe".
   Pero lo hacemos para aludir al hecho de que, promocionando y desarrollando la religiosidad, creamos las condiciones humanas para que se desenvuelva el don divino de la fe en el hombre concreto. En este terreno humano es donde se sitúa la ayuda del catequista: instruye, ayuda a reflexionar, sugiere valores, fomenta sentimientos, encauza relaciones, etc. Se va promocionando lo humano, para apoyar en ello lo divino.
   La dimensión religiosa, o religiosidad, se desenvuelve a través de los tres rasgos aludidos de la personalidad. Hay que tener cuidado para no confundir la evolución de la religiosidad con los cambios de otros rasgos humanos. Y hay que hacer lo posible por ayudar, y no manipular, esa misma evolución, teniendo en cuenta que el hombre es libre y que lo religioso reclama opciones libres.  

   


 4. Conceptos análogos

   Conviene diferenciar la verdadera religiosidad, en consecuencia la plataforma humana de la fe, de otros conceptos que pueden confundirse con lo fiducial. Diferenciando estos rasgos o elementos, el catequista mejora su tarea formadora. Algunos de esos aspectos, o términos, pueden ser confundidos con la religiosidad o con la fe. Es bueno que el catequista los distinga con claridad.
     - La creencia puede ser entendida y valorada como una disposición mental hacia lo espiritual. Por ella descubrimos y aceptamos reflexiva y conscientemente un mensaje religioso. La creencia es producto de la inteligencia y de la personalidad entera.
      - La credulidad es diferente. Implica una disposición ingenua de la persona sencilla que acepta acríticamente los datos que parecen religiosos, mágicos, espirituales o divinos.
    Es una postura cómoda de la mente. Ordinariamente se halla reforzada por predisposiciones afectivas y por una fantasía desproporcionada. Puede parecer creyente el que sólo es crédulo.
     - El concepto de superstición se refie­re a la creencia irreflexiva y afectiva de datos que presenta la fantasía. Originan una relación incorrecta, y no sólo ingenua, con un objeto, hecho, persona, lugar, práctica o situación. Puede parecer religioso el que simplemente es supersticioso.
     - La moralidad es la disposición a comportarse de acuerdo con la propia conciencia. Es una valoración ética de las acciones o de las intenciones según criterios determinados. Permite al hom­bre disponerse a distinguir el bien del mal, lo virtuoso de lo vicioso, lo lícito de lo ilícito, según sistemas concretos de pensamiento.
     - No ha de ser confundida la religiosidad con otras ideas próximas a ella: con la espiritualidad, la sensibilidad trascendente, sobrenaturalidad. Son capacidades del hombre para captar las riquezas superiores; con la sobrenaturalidad, que es el eco del don misterioso que Dios ha otorgado al hombre para que pueda acceder al orden de la gracia divina; con la trascendencia, que es la capacidad de superar todo lo sensible.
     A través de la formación de la religiosidad, el catequista educa la fe gradualmente, con adaptación a cada edad y a cada persona. Actúa por encima de la credulidad y más aun de la superstición. Estimula la adhesión del niño y del joven a la Palabra reveladora de Dios, la cual se desenvuelve en el Misterio anunciado y llegado a la plenitud con la "Palabra hecha carne en Jesucristo". El catequista trabaja en definitiva por la fe. Pero su trabajo es preparar el camino de la fe desenvolviendo y haciendo madurar la religiosidad.
 
   5. La Religiosidad del niño

    El catequista, al margen de su interés humano y científico por la evolución religiosa del niño, del preadolescente y del joven, tiene que ponerse en disposición de acompañarle con afecto y con comprensión en su camino.
    Por ello precisa conocer su riqueza interior: los sentimientos preferentes, los criterios, los ideales, los valores, motivos que le dominan...
    Esta necesidad le plantea diversos desafíos que no siempre encontrará cómodos o fáciles de clarificar o de convertir en comportamientos precisos. Pero debe ayudarse con la compañía, las opiniones y experiencias otros.

   5.1. Desafíos religiosos

   Entre estos desafíos, podemos aludir a algunos que con frecuencia llaman la atención de quienes trabajan en la formación de los hombres:
      - La originalidad de cada persona, que tantas veces rompe las expectativas previsibles o los  planteamientos meramente teóricos sobre causas y motivos profundos del obrar humano.
      - La variedad de métodos y recursos que muchas veces predisponen las diferentes respuestas que se obtienen cuando se aplican, al margen de las intenciones y por encima de los cálculos de probabilidades. Los instrumentos y los lenguajes tienen mucha importancia en la educación.
      - Las diferencias que existen entre los niños y las niñas, sobre todo al llegar a las épocas cercanas a l la preadolescencia y a la juventud.
      - Lo impredecible que resultan los comportamientos en cada momento, sobre todo en los ambientes variados en que se desenvuelven los grupos parroquiales o escolares de catequizandos.
      - Las diferencias de ritmo y el modo en que se dan en cada niño, ya que nunca seguirán dos sujetos los mismos estadios en su maduración espiritual, aunque parezca que el camino es igual.
      - Las distintas reacciones ante los mismos estímulos y los modos originales como cada sujeto recibe los mensajes de los catequistas, de los padres, de todos los que se interesan por su maduración espiritual.
   No se trata, desde luego, de que cada catequista sea un experto en psicología científica evolutiva. Su misión no está en hacer progresar la ciencia, sino en ayudar a madurar a las personas en la fe. Pero difícilmente podrá tener una visión sufi­ciente y actuar de forma oportuna, si no objetiva con rigor sus datos y sus impresiones.

   5.2. Ayudas de la Psicología

   En este empeño y para este objetivo le pueden ser útil los ofreci­mientos que le hace la psicología evolutiva y también la general.
   Con sus instrumentos y sus enseñanzas se pondrá en situación de mejorar los resultados glo­bales de su tarea específica.
   De esa manera, el catequista aprende, por ejemplo:
     - a conocer y tratar a cada sujeto, para ayudarle lo mejor posible;
     - a respetar conscientemente cada modo de ser, sin coaccionar ni imponer;
     - a buscar la coordinación de diversos factores, sobre todo de la familia;
     - a prevenir con cierta habilidad lo que se va a producir en las personas;
     - a distinguir entre lo que es decisivo y lo que es superficial;
     - a prever riesgos o perjuicios tomando las debidas precaucio­nes.
   Y todo ello hay que hacerlo con naturalidad, con sencillez, sembrando sentimientos de afecto y confianza, evitando precipitación, desconcierto, inseguridad o zozobra en la catequesis.
   Sólo si se actúa con serenidad y tranquilidad, con dominio y con seguridad, se puede orientar la catequesis como es conveniente. Esto supone que el catequista tiene que prepararse en el terreno de la teoría, pero sobre todo tiene que aprovechar la experiencia. Con buena voluntad y buenos medios a su alcance, lo conseguirá en poco tiempo.
   En este terreno importa valorar la religiosidad como algo eminentemente personal. Ello no significa que la religiosidad sea algo realmente autónomo, ya que pocos rasgos psicológicos son expli­cables sin el contexto de los demás.
   Le servirá de pauta la diversidad de perspectivas que pueden darse en una buena exploración de lo que es la religiosidad. En el análisis de su nacimiento y desarrollo será bueno que diferencie diversos aspectos o dimensiones.

 

6. Rasgos diferenciales

   Cada persona, y cada catequizando, configura su actitud religiosa a lo largo de toda la vida. Esto exige al catequista especial sensibilidad para descubrir y entender lo que han vivido aquellos a los que trata de educar.
   Una valoración individual y, en consecuen­cia, un trato diferencial, resulta imprescindible para acertar en la delica­da tarea que lleva entre manos.
   Y es evidente que la religiosidad reclama, mucho más que otros rasgos del hombre, esta comprensión y trato diferencial. Por otra parte, el catequista debe actuar como acompañante, no como protagonista, del itinerario espiri­tual de cada catequizando. Su misión es conocer, animar, estimular, ilustrar, facilitar, no imponer. La Psicología religiosa le enseña a adoptar esta actitud.
    El ser humano requiere la vida de grupo para su plenitud personal y para el seguimiento de su proceso interior. Esto es válido para todos los aspectos humanos, incluidos los religiosos.
    Ella está constituida también por las influencias que vienen del exterior y no se pueden ni entender ni acompañar adecuadamente sin tener en cuenta las influencias del entorno.
     Por eso la reli­giosi­dad supone valo­ra­ción del hecho comunitario, el cual, en una perspectiva cristiana, cobra una importancia singular, determinante y vigorosa. En la comuni­dad hay referen­cias de especial impor­tancia: la familia, la parroquia, la institu­ción escolar, el grupo en el que se vive, se reza, se crece o se participa, etc.
   Resulta también de importancia la claridad con que se presenta el mensaje cristiano, en cuanto doctrina y en cuanto moral. La tarea de la catequesis supone también un servicio a la verdad, la cual ofrece con la mayor claridad posible a la inteligencia del catequizando.
   Aunque hablamos insistentemente de religiosidad y exploramos la evolución de los sentimientos, ideas y actitudes, de­bemos recordar que la catequesis es también un servicio al mensaje salvador de Dios. Lo importante es la acción misteriosa de Dios por su Revelación y de la respuesta del hombre.
   Y el cate­quista sirve a los catequizandos en la medida en que los conduce con desinterés a descubrir y a dar vida al misterio divino que ha sido entregado a todos los hombres.