ROMA
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   Ciudad única en el mundo, centro del Imperio romano, capital de la cristian­dad, sede del sucesor de Pedro, madre de todas las Iglesias, alma histórica, artística y espiritual de la religión cristiana. Surgida de los poblados que cubrían  las siete colinas cercanas al Tíber en el siglo VIII, (Capitolina, Quirinal, Viminal, Esquilina, Celia, Aventina y Palatina), la leyenda la hace nacer con un grupo de troyanos huidos que el año 753 a. de C. edificaron. Allí se unieron a sus dos primeros habitantes, Rómulo y su hermano Remo, niños amamantados por una loba en la colina del Capitolio.
    La historia fue pródiga en acontecimientos: cada siglo trajo un mensaje a la ciudad y destruyó recuerdos anteriores. Pero quedaron siempre lo recuerdos suficientes, sobre todo religiosos, para reclamar el primer puesto entre las grandes ciudades de la humanidad.
   La historia religiosa de Roma se condensa en la Ciudad del Vaticano, la Roma religiosa heredera de la Roma de los Papas medievales, señores de los terrenos cedidos por Pipino el Breve a Esteban II el año 751, cesión que duraría hasta que Víctor Manuel II del Piamonte se proclamó rey de Italia Unificada en 1870 y la historia del Papado dio un vuelco decisivo y beneficioso para su misión evangelizadora y espiritual.
    Pero ya Roma, antes de ser Estado pontificio, había sido sede del Papado de la Iglesia católica, pues a ella llegó el Pescador de Galilea hacia el año 63 o 64 y en ella murió crucificado en la persecución de Nerón hacia el año 66 o 67.
Los ecos de artistas creadores, sobre todo cuando llegó la cumbre del Renacimiento con los genios de Miguel Ángel, Donato Bramante, Rafael y otros artistas, se encargaron de dar el tono definitivo a un mundo urbano grandioso que llegaría hasta comienzos del siglo XXI
   Hoy Roma sigue siendo la ciudad del Papa, señor del Estado Vaticano, convertido en unidad política independiente que asegura la autonomía mundial del Pontífice, según los Pactos de Letrán firmados en 1929 entre Musolini y Pío XI.

   La majestuosa cúpula de la basílica de San Pedro, sobresale sobre el horizonte de la ciudad y marcha su vocación mundial en lo espiritual y en lo ecuménico, aunque los avatares de la ciudad fueron muchos durante siglos.
   La tumba de Pedro sigue siendo el centro del mundo, solo superada en amor y en importancia, aunque no en paz, por el Sepulcro de Cristo en Jerusalén.  (Ver Pedro 4. Ver Iglesia. 6)