SINAGOGA
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Término griego, equivalente al hebreo de "beit kneset", que significa lo mismo reunión familiar o asam­blea judaica que lugar físico de esa reunión. La reunión se hacia para orar y escuchar la palabra divina, tanto su lectura o proclamación como su comentario o explicación. Am­bas cosas, edificio y reunión, se puso de moda en las comunidades judías de la diáspora probablemente entre los desterrados de Babilonia. Luego se mantuvo, incluso en Jerusalén después de la reconstrucción del Templo al regreso de la cautividad.
   En tiempo Jesús había sinagogas en las principales ciudades y aldeas de Galilea y hasta en Jerusalén había sinagogas (la de los libertos, por ejemplo Hch. 6.9), en donde se encontraban los que procedían de la misma región o hablaban ya idiomas no hebreos ni ara­meos.
    La sinagoga, después de la destrucción del segundo templo por las tropas de Tito, en los años 66 a 70, se convirtió en soporte del judaísmo en Oriente y en Occidente a lo largo dos mile­nios, es decir hasta hoy.
    En Europa central y oriental las sinago­gas se llamaron también a edificacio­nes hechas con motivo de instruir, no sólo para orar. Se las denominó en siglo IV y V "shules" (en judaico “escuelas”).

    El arte y la elegancia acompañaron a veces a las construcciones y asumieron diversas formas arquitectónicas. Pero siempre se coincidió en un edificio cuadrangular, con una vestíbulo lateral para las mujeres y con un frontal elevado para los presidentes o los proclamadores del texto hebreo. En ese frontal se situó desde antiguo un arca o pequeño arma­rio (el hekal) para guardar con honor los rollos de la Torá (el Pentateuco) y los textos de los Profetas. Fue usual orientar la pared de la presi­dencia hacia Jerusalén, con el fin de que los asistentes miraran hacia el sitio en el que debía estar su corazón, según una llamada perpetua o "ner ta­mid" del mismo Dios.
    La mesa colocada ante el sitial del presidente (bimá) servía para sostener la Torá ante la congregación: Y un pequeño atril de lectura ayudaba a sostener el rollo seleccionado para cada asamblea de los sábados (del sabbath).
   El candelabro de los siete brazos no solía faltar (menorá), como signo de la presencia del Dios único y de la iluminación que ofrecía a su fieles. Hecha centro de la vida religiosa, la sinagoga fue la base del judaísmo durante dos milenios.
   En la Diáspora de Babilonia fue la fuerza espiritual y social que mantuvo la conciencia de pueblo desterrado y en espera de poder regresar a la Patria. Es seguro que se extendió su uso por las diversas localidades en las que los judíos se fueron dispersando bajo los babilonios primero y bajo los persas y los griegos después. Hay restos arqueoló­gicos en Egipto de sinagogas del siglo III a. de C.  Las más antiguas descubiertas en Palestina (las de Masada y Herodium) son del siglo I d. C. Pero las referencias literarias son abundantes desde el siglo I antes de Cristo. Flavio Josefo las da por existentes en todos los lugares don­de vive el pueblo dispersado. La sinagoga cobró la primacía cultural en todo el Oriente, cuando fue destruido el segundo templo en la guerra judaica del 66-70 y al ser dispersados los israelitas por todas las naciones.
   La liturgia rabínica se centró en los primeros siglos de la Era cristiana en la plegaria, como culto los sábados y de las fiestas sobre todo pascuales, y en diversos servicios asistenciales que se organizaron en torno al edificio construido para las reuniones. In­cluso en muchos lugares la sinagoga también sirvió como  albergue de peregri­nos judíos y de recogidas de limosnas y del tributo religioso para Jerusalén, aunque Vespasiano prohibió recoger el que todo judío varón debía hacer llegar al Templo y lo transformó en un impuesto coactivo para Júpiter capitolino.
   En el Nuevo Testamento se cita el término "sinagoga" unas 40 veces en los textos evangélicos y otras 30 en el resto de los libros sagra­dos. Unas veces se alude al lugar de reunión y otras veces se hace referencia a la reunión misma de las personas, identificándose ambos aspectos por regla general.

   

 

 

 

 

   El mismo Jesús frecuentó la sinagoga los sábados y se presentó en ellas, Nazaret y Cafarnaum, como mensajero que tenía algo que decir a los reunidos.

   Episodios interesantes son la expulsión de un demonio en la Sinagoga de Cafarnaum (Mc. 1. 21-28), lo cual hizo que los presentes terminaran "impresionados de su enseñanza, pues les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados suyos"). En otra ocasión un hombre poseído por un espíritu inmundo interrumpió a gritos la enseñanza de Jesús (Mc. 1.23). "Estaba en aquella sinagoga un hombre poseído por un espíritu in­mundo e inmediatamente empezó a gritar" De nuevo Jesús expulsó el mal espíritu y curó al poseso.
   Tel vez el texto más impresionante relacionado con Jesús en la sinagoga sea el de su primera visita a Nazareth como profeta ante sus paisanos.
  La terminación violenta de la escena, pues quisieron despeñarle por los barrancos del entorno, es significativa pues encierra el germen de la ruptura cristiana con la sinagoga judaica, aunque Jesús se les fue de las manos (Lc. 4. 16-28)
   Jesús recorría Galilea predicando en sus sinagogas (Mt. 4.23 y 9.35; Mt. 13. 54; Mc. 39.2; Lc. 6.6; 13.10-14) Y es proba­ble que en los primeros tiempos de su paso por las aldeas y poblados, Je­sús siguió trabajando para ganarse la vida, como lo había hecho antes, y aprovechaba los sábados para anunciar su mensaje y hacer la mayor parte de sus signos sorprendentes que acreditaban su misión profética.
   Los cristianos primero siguieron su estrecha relación con la sinagoga, como se advierte en los primeros tiempos de la predicación de Pablo. Hech. 20.2; 13.15; 14.1; 17. 1 y 10.2. Pero fue en Corinto y en Efeso donde Pablo rompió con la sinagoga (Hech. 17.2; 18. 4 y 19. 18) y donde se dio cuenta de que la Iglesia de Jesús debía ser ya otra cosa muy diferente.
   Luego la Historia separó radicalmente a los judíos y a los cristianos. Los judíos siguieron aferrados a la raza y a la circuncisión. Los cristianos superaron las razas y la circuncisión y Pablo, el apóstol de los gentiles, se encargó de hacer un cristianismo propio y nuevo, basado en la fe y no en la carne, abierto al mundo y no cerrado en la raza, proyectado al futuro y no nostálgico del pasado.   (Ver Biblia y catequesis 5.1)