TRADICIÓN
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        Comunicación o trans­misión de noticias por vía oral y mediante conserva­ción de los contenidos o mensajes en la memoria colectiva natural en las sociedades. Supone la transmisión de generación en genera­ción.

   1. Concepto de Tradición
  
   En lenguaje religioso, la Tradición alude a esa pre­sencia misteriosa de mensajes religiosos (misterios, celebraciones, deberes morales) que Dios ha querido emplear para que la verdad revelada se mantenga en la humanidad y, de manera especial en la Iglesia cristiana.
   En griego se denomina "para­dosis" (opinión o enseñanza cercana) a la verdad o mensaje que, como doctrina, narración o costumbre, se ha transmi­te de una generación a la otra a lo largo de los siglos y se considera pro­cedente de los Apóstoles. Es la manera de explicar que la Revelación divina es el origen de los misterios que no tienen referencia en la Sda. Escritura (Inmaculada concepción de María, por ejemplo).
   Se denomina "kerigma ekklesiastikon" a la predicación eclesiástica que se apoya en esa "paradoxis" o practica vital cristiana. En las Iglesias de Occidente se llamó sin más "tradición" o transmisión y por parte de los teólogos medievales se la dio tanta importancia como a la Sagrada Escritura.


  

2. Sentido y valor

   El sentido de "Tradición, en sentido estricto, se explica en el Concilio Vaticano II como "la transmisión de lo que los Apóstoles enseñaron, que se conserva en la Iglesia por la asistencia del Espíritu Santo y cuya comprensión va creciendo ya por la contemplación y el estudio de los creyentes que meditan en su corazón ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con el episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad... Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta Tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante". (Dei Verbum 8)
   La Tradición no es un complemento de la Escritura Sagrada, sino una forma de profundizar los elementos, aspectos y rasgos del mismo mensaje escrito. La misma Revelación está en ambos depó­sitos, que se complementan en la oferta del mismo el misterio cristiano.
   Cuando en esa Tradición o transmisión hay verdades, valores o datos que se consi­deran bási­cos en el misterio revelado, se habla de Tradición en sentido estricto. Se piensa que el misterio proviene de la acción iluminadora del Espíritu Santo y se asocia a la fuerza inspiradora divina. Entonces se buscan las reglas para discernir la fe revelada.
   Pero los hechos, relatos y datos secun­darios varían con el paso del tiempo, ya que cada transmisor adorna el contenido según su fantasía y sus intereses.
    Hay cuestiones de tradición oral que se ha conservado en la memoria de las comunidades. Pero pronto esas realidades o recuerdos pasaron a ser tradición escrita, pues hubo testigos o escritores que lo dejaron consignado en sus documentos. En este sentido, una doctrina o institución que no está en la Sda. Escritura, pero se atestigua repetida y persistentemente por los "testigos de esa tradición" se la considera un argumento fuerte sobre su procedencia divina, aunque no se halle explícita en la Sagrada Escritura.
    En lo que se refiere al mensaje religio­so, mediante las fórmulas doctrinales o litúrgicas o en los textos sagrados, existe la certeza teológica de que Dios también se halla presente con su Providencia en la transmisión de la verdad en sus creyentes. El mantiene lo esencial del mensaje en la Escritura y en la Tradición.
    Por esta creencia, la Tradición junto a la Sda. Escritura, es la regla de fe segura en lo que a moral, culto y doctrina cristiana se refiere.

    3. Diversas sensibilidades

    El tema de la Tradición es una cuestión que enfrentó a los católicos con los luteranos desde lo primeros momentos, cuando un principio básico de la Reforma fue "sólo la Escritura" y en Roma se recalcó que, en cuestiones de fe y moral, cuenta también el criterio de Tradición.
   Se discutió durante siglos si Cristo comunicó a los Apóstoles enseñanzas orales que quedaron latentes en las comunidades cristianas fundadas por ellos, aunque no hayan sido recogidos en la Escritura (Sacramento de la Unción de enfermos. diferencias entre obispos y presbíteros, por ejemplo). El principio protestante es la aceptación de la Biblia como exclusiva fuente de fe y de vida cristiana. El postulado católico es que la Tradición, el Magisterio y la Comunidad tienen referencias que completan e interpretan la Palabra Sagrada contenida en la Escritura.
   En las Iglesias de Oriente, incluidas las Ortodoxas o separadas de Roma, la sensibilidad ante la Tradición fue siempre muy fuerte y determinante.
   Los Orientales se aferraron a los re­cuerdos de los primeros escritores, de los primeros Concilios y de las primeras plegarias, que se conservan para apoyar en esos arsenales la clarificación de las cuestiones religiosas. Admiten por lo general la institución divina y la autoridad de los Obispos. Asumen la infalibilidad e indefectibilidad de la Iglesia. Pero se refugian en la Tradición primera para negar la singularidad de la Iglesia de Roma y la autoridad personalizada del Obispo de la Ciudad Eterna.

 

   

 

   4. Cultivo de la Tradición

   Así como la Escritura Santa es una fuente cerrada en lo que a contenido se refieren, la Tradición es un manantial vivo que sigue brotando aguas puras, siempre nuevas, pero siempre procedentes del mismo manantial.
   La Escritura recogió lo que Jesús enseñó ante el deseo de guardar los dichos y los hechos del Maestro. Quedaron escritas algunas de las cosas que Jesús dijo e hizo y, una vez escritos y asumidos por la Iglesia, ya no se puede añadir en ellos nada nuevo o diferente de lo recibido.
   Sin embargo la Tradición es algo que se ha confiando a la Comunidad cristiana. Esta comunidad es viva, peregrina, cambiante y flexible. Explora en su interior lo que ha recibido en depósito y hace lo posible por iluminar su significado, su alcance, su influencia en la vida de las personas y de los grupos.
   Todo católico que desee dar razón de su fe y de los principios que profesa se tiene que acercar a la "Tradición" general de la Iglesia entera y mirar con sim­patía las "tradiciones" religiosas de la comunidad en la que vive. Entonces puede entender que es sólo a la luz de lo que se vive y se ha vivido en su entorno como podrá entender y atender los misterios cristianos que la Iglesia guarda para hacerlos llegar a todos los hombres.
  Incluso cuando quiere entender y pro­mulgar la doctrina que hay en las Escrituras, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, tiene que hacerlo a la luz de la Tradición, ya que es la ella la que da las pautas de como deben entenderse y vivirse los diversos mensajes explícitamente consignados en la Escritura.
   Según la doctrina paulina, la autoridad de la Iglesia es fundamental para salvaguardar la ver­dad. Y es la tradición la que se inspira en esa verdad que la Iglesia guarda, y es la Iglesia la que los guarda inspirándose a su vez en la Tradición.
   Sin la Tradición, los mismos textos escritos de la Biblia, y menos los relativos al Antiguo Testamento, se pueden entender con claridad y autenticidad.
   La autoridad tiene una protección divina especial por cuanto se inspira en la conservación del mensaje revelado que se ha mantenido desde que Cristo lo dio a sus seguidores. Ellos no fueron predicando un libro, el Evangelio, sino un mensaje que sólo más tarde quedó grabado en un libro. Esa conciencia de continuidad es el fundamento del primer anuncio de la fe. Y es anterior incluso a la Escritura. Por eso la Tradición ha sido desde el principio mirada con veneración y con profundidad y no tienen razón los protestantes cuando la recha­zan para quedarse sólo y exclusivamente con la Escritura.
   El mismo Jesús fundamentó el valor de la Tradición cuando prometió su continua presencia: "Me quedaré con vosotros hasta la consumación de los siglos". La Tradición tiene valor y da seguridad, porque el mismo Jesús está entre sus seguidores. Si no estuviera, es evidente que la Tradición se reduciría simplemente a recuerdos y se sabe que los recuerdos, a medida que el tiempo pasa, se deterioran y pueden fallar.
   Esa permanencia se hace presente en la predicación y en la plegaria, en la caridad y en solidaridad, en la exploración del misterio y en su anuncio a todos los hombres. Por eso, lo mismo que Jesús confirmaba sus palabras con sus obras, pedía a sus discípulos que obraran de modo que todos creyeran al ver sus buenas obras. Los milagros eran los sellos divinos de su misión.

   5. Rasgos de la Tradición

   La Tradición se caracteriza por la continuidad como rasgo que mejor define su esencia. Eso significa consistencia, permanencia, seriedad. Lo mismo creemos hoy que hace mil años. La doctri­na revelada por Dios y llevada a la plenitud por el mismo Cristo no cambia nunca. Y por eso podemos confiar en lo que siempre se ha enseñado.
   El lenguaje puede continuar. Pero el mensaje es inmutable, lo cual que no quiere decir que no sea clarificable y profundizable.
    - La claridad y la estabilidad es lo que se consigue con esa permanencia y continuidad de las enseñanzas.
    - La universalidad y la realidad de que en todos los lugares del mundo se asume la misma verdad y la misma expresividad, supone continuidad en la fe personal y eclesial y garantía de ortodoxia.
    - La fidelidad y la veneración no se prestan a la Tradición por sí misma, sino al mensaje que late en la Tradición, que es lo que importa. Si sólo se mira a la Tradición por sí misma, se cae en el "tradicionalismo" y en la rutina.
    Pero la permanencia de la doctrina que la Tradición conlleva la convierte en crite­rio de vida cristiana. Ello no quiere decir que, en cuanto a las formas, la Tradición lo es todo. Es bueno someterse a prácti­cas pasajeras de tiempos pasados. Pero hay que actualizarse continuamente, so­bre todo cuando se habla y se vive en ambientes juveniles.
    La Tradición no es meramente aceptación conceptual, sino expresión vital de lo que se siente en el interior del alma.
    Y, si es vital es fiducial, es moral y es cultual, ya que la Tradición no hace referencia sólo a lo que se cree o se confiesa, sino también a lo que se ora y a la práctica de cada día.
    La Tradición fue, pues, una cosa querida por Jesús, que hizo referencia a ella en sus mensajes. Pero también condenó las tradiciones de los fariseos si con ellas olvidaban la Ley. Pero tales enseñanzas no formaron un eco diferente de la misión dada a su Iglesia, a sus Apóstoles, de predicar la verdad por todo el mundo. La Tradición no es más que el eco permanente de sus enseñanzas que se hallan latentes en los discípulos que se fueron sucediendo ininterrumpidamente a lo largo de los siglos.
   Los que siguieron a los Apóstoles enseñan tradicionalmente no porque no puedan inventar cosas nuevas, sino por que no tiene sentido que inventen. Su misión es transmitir la verdad, e interpretarla de forma autorizada, no inventarla. Ellos enseñan lo que ellos mismos aprendieron.

    6. Testigos de la Tradición

    Se debe distinguir entre la tradición dogmática o transmisión de la verdad revelada, y las tradiciones piadosas, como son las celebraciones, las costumbres litúrgicas, las plegarias y devociones, las narraciones o las "revelaciones" y comunicaciones sobrenaturales que se han dado en el mundo.
    La Iglesia (Magisterio, Comunidad, Teólogos, Pastores, Evangelizadores) admite que Dios puede intervenir en la vida de los hombres y que ello genera recuerdos, devociones y preferencias de piedad. Pero no define ni autoriza nada de forma solemne y formal, salvo a aquellas cosas que considera que más o menos directamente tienen que ver con el depó­sito de la fe.
   En lo demás lo que hace es declarar "negativamente" su verosimilitud o su compatibilidad con la doctrina cristiana: "que no contiene nada contra la fe y las buenas costumbres". En lo que verdaderamente se relaciona con la fe, es donde más prudentemente actúa observando y valorando los testigos de la Tradición.
    - Son los Escritores sagrados, sobre todo de los primeros siglos (Los Padres de la Iglesia), los que se ha distinguido por su doctrina excelen­te (Doctores)
    - Explora las plegarias y liturgias de las Comunidades celebrativas, sobre todo de aquellas que tuvieron en sus orígenes especiales relaciones con los Apóstoles.
    - Mira con atención las enseñanzas de los mensajeros y evangeli­zadores del mensaje cristiano: de los mártires, de los confesores, de los santos más carismáticos.
    - Recuerda las enseñanzas, aprobaciones y condenas, de los Concilios y de las reuniones eclesiales que se dieron con abundancia durante siglos
    - Es fina observadora de las expresiones sociales y artísticas, literarias y musicales, que han recogido el sentir de los fieles, el cual cobra una fuerza singular cuando es unánime y prolongado.

    7. Catecismos y Tradición

   Especial resonancia tiene para la ex­ploración tradicional el amplio abanico de catecismos que se han ido dando en la Historia. La maravillosa unidad alcanzada en la enseñanza eclesial se manifiesta en estos documentos escritos, que los Obispos han ido ofreciendo a los fieles y que constituye un hermoso y singular testimonio de la verdad religiosa.
    Los catecismos no son libros teológicos para discutir o promover determinadas teorías o doctrinas. Son ofertas doctrinales de los sucesores de los Apóstoles a sus fieles. Popularizan y propagan las verdades cristianas, algunas veces a nivel de toda la Iglesia (Catecismo de San Pío V o del Concilio de Trento de 1597; y el "Catecismo de la Iglesia Católica", de Juan Pablo II presentado en 1992 por la Constitución Apostólica "Fidei depositum"). Pero los miles restantes en todos los tiempos y de todos los países, hechos o autorizados por los Obispos de cada Diócesis o por las Conferencias episcopales nacionales, son los mejores testigos de la tradición en lo que a men­saje cristiano se refiere.
    El Educador de la fe, el catequista, el profesor de religión, tiene necesidad de tener una especial sensibilidad ante las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. Con frecuencia encontrará dificultades, pues es más cautivador presentar cosas nuevas y dar sorpresas a quienes son destinatarios de sus enseñanzas. Mas hará bien en reservar el lenguaje de la novedad para las formas y para los lenguajes y salvaguardar como sea la verdad en el fondo y en el mensaje. Sin esa actitud correrá el riesgo de muchos ye­rros y el precio del error es la pérdida de fe de quien lo soporta.