Teofanía
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    Manifestación de Dios (teos, fainomai) al hombre. Aparece con frecuencia en la Biblia la manifestación divina en diversas formas, figuras y modelos. Estas manifestaciones o apariciones van desde las legendarias formas de hablar con Adán, Caín y Noé (Gen caps. 1 a 6), hasta las apariciones a los Patriarcas Abraham (Gn. 12.7; 15.18 y 17.1), Isaac (Gn 26.2) y Jacob (Gn 32. 25-31), que se mueven todavía en el contexto de la leyenda antropomór­fica.
   No sucede lo mismo en los escritos proféticos en los que la presencia divina se configura ya con un mensaje doctrinal o moral, que va desde la teofanía mosaicas (Zarza ardiente, Sinaí, diversas en el desierto: Ex. 33. 20-23; Ex. 19.10; Ex. 20. 19 Ex. 24.9-11;), hasta la hermosas descripcio­nes proféticas de Samuel (1 Sam. 1.3-19), Salo­món (1 Rey. 8.10), Elías (1. Rey 19.9-12), Isaías (Is. 6. 1-13), Jeremías (Jer. 1. 3-19), Daniel (Dan. 2. 17-24) Ezequiel (Ez. 1.4 y 2.9)
  Propiamente, los lenguajes teofánicos de la Biblia no son apariciones al estilo moderno, sino referencias al contacto divino con los hombres. Se encierran en relatos referenciales que están más allá de la simple descripción antropomórfica.
   Las teofanías en el Nuevo Testamento son otra cosa, desde la visión de Jesús en el Tabor (Mc 9. 2-13; Mt. 17.1-10; Lc. 9. 28-36), hasta la visión de Esteban (Hech. 7. 56-57) o las referencias de San Pablo (Hech. 9. 3-6 y 2 Cor. 12. 2-6).
   Las teofanías divinas se presentan en la educación de la fe a presentaciones hermosas de la acción divina en la vida de los hombres y a señalar el camino del acercamiento a Dios, que siempre está donde sus hijos caminan, esperan, oran y luchan.