Tiempo
    [022]

 
   
 

      Concepto amplio y complejo que alude a diversidad de formas, pero que siempre ha suscitado curiosidad pedagógica. El concepto histórico: duración, sucesión, proceso, etapa, período, fase, lapso, continuación, ha sido base de un lenguaje narrativo que va desde las cosas más sencillas de la vida hasta los grandes acontecimientos de la Historia, incluida la Historia de la Salvación.
   Con todo hay otros conceptos más teológicos que tienen que ver con la vida, con el tiempo de acción y de libertad que le ha sido concedida al hombre para cumplir con su fin.
   La ascética siempre ha visto el tiempo como un don de Dios, al final del cual se ha de pedir cuenta al hombre de lo que ha hecho y de lo que no ha hecho. En ese sentido se hace presente también en los textos de la Sagrada Escritura.
   En más de medio millar de veces se emplea la idea de tiempo, con diversos significados, en el Nuevo Testamento: tiempo físico (jronos, 56 veces) tiempo humano, dura­ción de algo (kairos o pros­kairos, 101 veces), refe­rencias cronoló­gica al maña­na (aurion, 31 veces), al presente (arti, 42 veces), al ahora (nyn, 95 veces), al futuro (mello, 19 veces), al antes (pro­teron, 11 veces), al principio (proton, o protos, 159 veces), al momen­to (euzeos, euzys, 87 veces). Basta esta proliferación de la idea y de los voca­blos para entender que es una realidad pro­fundamente vinculada con lo religioso y que precisa especial consideración edu­cativa.
    La ascética cristiana se ha encargado de resaltar el sentido de este alcance espiritual y recordar el valor que se le debe dar, ya que la duración, el tiempo, de la vida humana, es muy breve y es preciso aprovecharlo mientras existe.
      - Tiene algo de misterioso: "No os toca a vosotros conocer el tiempo que ha fijado el Padre". (Mc. 13.33; Hech. 1.7; 1 Tes. 5.1; Mc. 13.33)
      - Hay que "vivir el tiempo que se tiene según la voluntad de Dios." (1 Pedr.4.2; Jn. 7.33;)
      - "El tiempo es corto" y la vida es breve para obrar el bien. (1 Cor. 7.29; Jn. 12. 35; Apoc. 2,21)
      - La "plenitud de los tiempos" (Gal. 4.4; Hech. 3.21; Rom. 16.25; 1 Pedr. 1.20)
   El tiempo es una de las magnitudes básicas físicas sin la cual no podemos situarnos ante la realidad. Ha sido objeto de múltiples análisis y medidas, con criterio astronómico (rotación diaria de la tierra, movimiento alrededor del sol) o con otros procedimientos más sofisticados y dependientes de las teorías físicas (Newton, Einstein, Heisenberg)
    El horario oficial se establece en la ciencia astronómica  en función del paso solar por el meri­diano de Greenwich. Tal modo internacional de hablar fue acordado en 1883 para poder confluir en los lenguajes sociales.
    Pero es evidente que los 24 husos horarios numerados a partir del que pasa por el Real Observatorio de Greenwich es una ficción de cálculo. Y la realidad del año solar no es precisa o exacta, sino que desde el comien­zo de la primavera al siguiente paso por el equinocio se pasa, no una año siem­pre equivalente, sino un tiempo de 365 días, 6 horas, 9 minutos y 9,54 segundos, lo que obliga a variar algo los cálcu­los para que con los siglos no se acumulen retrasos. Cada año la varia­ción es sólo de 1 a 2 segundos. Además la tierra va frenando su ritmo algo (una milésima de segundo cada 100 años). El segundo se mide desde 1967, como la duración de 9.192.631.770 períodos de la radiación (transición entre dos niveles hiperfinos, dicen los microfísicas) del átomo de Cesio 133.
    Estas sutilezas científicas sobre el valor del tiempo se escapan en la vida humana normal. Pero todos saben que su período de desarrollo es limitado y algo dice en el interior que conviene aprovechar al máximo lo que se tiene, que nunca el hombre sabe, pero que Dios tiene señalado pues es el Señor del tiempo y de l a Historia.    En este sentido es en el que hay que educar la conciencia y el espíritu de los educandos, como siempre hizo la Iglesia al recordar en su liturgia que el día del Señor esta siempre cerca y que lo impor­tante es aprovechar lo que se tienen para vivir conforme al plan de Dios espe­rando la llegada del Señor con vigilancia, con obras buenas y con amor al prójimo