Trabajo
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   Entre los desafíos básicos que se dan en la vida del hombre, el trabajo, la ocupación, la profesión, la vocación, la dedicación son términos que reflejan un aspecto decisivo para su existencia. Todos eluden al deber de trabajar. Primero, como medio de subsistencia: después como desarrollo como persona y de su realización como miembro de la sociedad.
  El ejercicio de un trabajo o la dedicación a una actividad profesional, en su dimensión de actividad y en necesidad de productiva preferente, es decir "profesional", es imprescindible para el equilibrio personal y colectivo.

   1. Qué es el trabajo

   Es la acción humana que, con mayor o menos esfuerzo, persigue una rentabilidad inmediata y a largo alcance para obtener bienes para la vida personal y para la familiar.
   El trabajo supone esfuerzo y tiene un aspecto negativo y de fatiga. Es duro. Pero reviste también un aspecto gratificante y hace al hombre sentirse útil e independiente.
   El trabajo abre la comunicación con los demás miembros de la sociedad y encauza la vida bajo criterio de responsabilidad, de orden, de eficacia, de solidaridad y de colaboración.
   En todas las religiones el trabajo ha sido mirado como algo humano. Los dioses no trabajan, pues no necesitan esfuerzo para tener beneficios. Pero lo hombres viven en una tierra que debe ser cultivada.
   En la tradición cristiana se le vio de dos formas y se apoyó en el relato del Génesis la justificación de cada una.
   Fue mayoritaria la visión punitiva. El trabajo fue un castigo por el primer pecado. Antes de él, el hombre no debía fatigarse pues había sido colocado por el Creador en un jardín de delicias. Las palabra del castigo "Comerás los frutos de la tierra con el sudor de tu frente todos los días de tu vida" (3.17) resonaron en los oídos de Adán y, a través de ellos, en toda la humani­dad.
   La otra más sagaz y minoritaria fue ver el trabajo como una colaboración con el Creador. "Le puso en el paraíso para que lo cultivase." (Gn. 1. 15)
   Es evidente que la interpretación religiosa de algo que es radicalmente natural y primario. Por su naturaleza, no pasa de una metáfora y su sentido acomodaticio lo hacen teoría interesante e irreal.

   2. Los rasgos del trabajo

   Desde la perspectiva humana de un trabajo generalizado, de las diversidad oficios y necesidades y de la multiplicidad de capacidades personal, se elaboró desde siempre un vocabulario significativo sobre el valor del trabajo.
   - Se le definió como profesión cuando se resaltó el compromiso permanente con una actividad desarrolla con prefe­rencia por haberse preparado en ella y por ser reconocida por los demás.
   - Se habló pensando en los esfuerzos laborales como de llamada o de "vocación" y se vio cada tipo de trabajo como una invitación que una persona escucha en su interior para ejercer lo que es del propio gusto, interés, y adaptado a las capacidades propias y peculiares.
   - Se suelen emplear otros términos como oficio, empleo, colocación, cargo, ocupación, labor, y se identifican estos conceptos con el esfuerzo rentable y sistemático para ganar el sustento.
   La misma orientación de la formación escolar y del aprendizaje en los años juveniles, incluso infantiles, se dirige hacia ese esfuerzo, que es la profesión y el trabajo rentable.
   Ninguna expresión define mejor el trabajo como la de "ganarse la vida" o de la formación como la de "preparación para la vida".
   El trabajo se integra en el esquema de la sociedad como un derecho humano fundamental y el trato jurídico y social que se le depara responde a lo que son los aspectos condicionantes de la existencia, al igual que acontece con la salud, la cultura, la seguridad, la libertad, la con­ciencia o la protección social.
  
   3. Visión cristiana del trabajo

   El mensaje cristiano fue siempre claro en lo referente al deber del creyente  de aportar a la comunidad humana sus esfuerzos y los frutos de su actividad. El trabajo es visto como una dignidad y no como una esclavitud, a diferencia de la cultura griega y del imperio romano que lo consideraban como actividad de escla­vos y gente pobre.
   Los evangelistas vieron claro el origen humilde Jesús. El pasó toda su vida terrena como artesano, hijo de artesano, animador de apóstoles provenientes del trabajo. Supo cultivar la tierra, pescar en los mares, pastorear los rebaños, edificar, comerciar y ejercer oficios de "jornalero". Su vida de trabajo entró en "las obras de Dios, realizadas por personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas, al plan divino."(Gau­d. et Spes 34)
    Conviene recordar las enseñanzas claras de sus seguidores, con textos expresivo y clarividentes: "Si algu­no no quiere trabajar, que tampoco coma" (2 Tes. 3. 10; 1 Tes. 4. 11).
    De las más de 300 veces que se em­plea en el Nuevo Testa­mento el término "trabajo" (ergon) en forma verbal, adjetiva o sustantivada, se acercan al centenar las alusiones  al trabajo como forma de vida. La idea de trabajar (ergadsomai) se mira como un deber universal. La idea de trabajo (ergon) se valora como un resultado para la vida. “¿Por qué estáis todo el día sin trabajar?" (Mt. 20. 6). Y a Jesús aludía en un juego de palabra a que su trabajo era eco del trabajo de su Padre. "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo". (Jn. 5.17)
    El Catecismo de la Iglesia católica reconoce: "El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (cfr Lab. Exerc. 6). Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para susten­tar su vida y la de los suyos y para prestar servicio a la comunidad humana". (Nº 2428)

4. La profesión

   Especial sentido posee el trabajo en la vida humana cuando se convierte en sistemático, preferente y configurador de las personas en la sociedad: albañiles, panaderos, gobernantes, soldados, sier­vos, señores y de los estados tristes cuando no se puede realizar esa configuración: mendigos, exiliados, presos, enfermos.
   La fecundidad profesional se traduce, según cada persona y cada situación, en responsabilidad, en productividad, en solidaridad. Es una forma de aportar vida nueva a los demás. Es un cauce para proyectarse hacia los otros. Los aciertos profesionales refuerzan la satisfacción y, en consecuencia, la fluidez en las relaciones.
   En general los grandes campos profesionales se han movido en tres sectores que los sociólogos reconocen básicos.
   - El sector primario es el materialmente productivo de bienes de consumo: agricultura, ganadería, pesca, minería. Su objetivo es producir bienes que puedan circular.
   - El sector secundario es el que se encarga de transformar y distribuir esos bienes produ­cidos: industria, comercio
   - El sector terciario es el que hace posible la vida desarrolla en torno a los servicios de salud, de cultura, de orden, de arte, de convivencia, de creencias o de ocio.
   En la medida en que una sociedad es primitiva y está poco desarrollada el sector primario es absorbente y ocupa a la mayor parte de los ciudadano en trabajos de producción (labradores, pescadores, agricultores...)
   Y cuando la sociedad se halla desarrollada y ha promocionado instrumentos y sistemas industrializados, se incrementa el número de los trabajadores del sector terciario (científicos, abogados, ingenieros, encargados de ocio, periodistas...)
   A mitad de camino está las sociedades industriales y mercantiles: comerciantes, fabricantes, empresarios, oficinistas.
    Las profesiones se mueven en este triángulo en muy diversos niveles, desde los que ejercen labores de peonaje y trabajo manual hasta los que se hallan elevados en la significación, en la toma de decisiones y ocupados en el ocio. Estos últimos precisan contar con alta cualificación para desenvolver su oficio.
    En todos estos campos se desarrolla el factor común del trabajo: esfuerzo, tiempo, dedicación, competitividad.
    Para entender el mundo del trabajo hay que aludir a la diversidad de situaciones sociales en las que se mueven los trabajadores. Y para servir de orientación en el mundo del trabajo hay que superar los planteamientos dialécticos y agresivos de los socialistas utópicos del siglo XVIII (Fou­rier, Owen, Saint Simon), que valora­ban el trabajo como una mercancía so­cializable; y de los socialistas científicos del siglo XIX  (Engels, Marx...) que lo veían como una explotación patronal.

 

   

 

    5. La vocación

    A medida que el sector terciario se incrementa y muchas personas ocupadas se ocupan en él y el sector primario disminuye, la diversidad de situaciones sociales aumenta, sobre todo cuando predomina el sector secundario. La opcionabilidad en la elección del tipo de trabajo que se puede ejercer provoca que las personas elijan o aspiren a elegir. Surge el concepto de vocación.
    En general se habla de una vocación universal al trabajo, que se mira como universal y que entre los cristianos se considera como una expresión del plan divino sobre los hombres.
   Juan Pablo II decía: "El acceso al trabajo y a la profesión debe estar abierto a todos sin discriminación injusta, a hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados (Laborem Exercens 19 y 22-23)... “Y habida consideración de las circunstancias, la sociedad debe por su parte ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo y un empleo” (Centesimus Annus 48).
   El educador en general, y especialmente el de la fe, tiene que ser sensible a esta diversidad y promover en los educandos el sentido de la opción, que normalmente denominamos vocación profesional, valor profundo de la persona humana que está estrechamente ligado al concepto de Providencia y a la acción divina sobre la vida de las criaturas.
    Es frecuente en la psicología orientacional resaltar que la vocación es una condición natural de la identidad de cada persona, que varía en sus aptitudes, en sus gustos, en sus experiencias y, por lo tanto, en sus opciones vocacionales.
    En los tiempos actuales se da mucha importancia a la orientación profesional y vocacional. Es conveniente que los educadores de la fe se pongan también en disposición de aportar su dimensión trascendente a esa labor.
   Más que impulsar la elección de un trabajo muy preciso y señalado, en una sociedad como la actual cambiante y pluralista, se tiende hoy a hablar de áreas laborales o profesionales, dentro de cuyo espectro se pueden mover las elecciones y realizar variaciones y adaptaciones a lo largo de la vida.
   Las pruebas analíticas preparadas por el psicólogo G. Federico Kuder hablaban en el "Test de Preferencias profesionales" de 1948, de diez campos o áreas  vocacionales: profesiones de aire libre, mecánicas, matemáticas, científicas, persuasivas, artísticas, literarias, musicales, asistenciales, administrativas.
   Luis L. Thurstone prefería en 1937 hablar en su "Panorama de aptitudes profesionales"  de otras doce áreas: técnicas, biológicas, matemáticas, mercantiles, ejecutivas, de funciones públicas, literarias, sociales, artísticas, musicales, administrativas, de secretariado y burocracia.


    6. El descanso

   Ni que decir tiene que el trabajo no es la misión esencial del ser humano, sino el medio para cumplirla en más plenitud, suponiendo que la razón de su existencia es su realización como persona. Si el trabajo sólo entra de forma parcial, aunque sea importante, es conveniente también resaltar el valor de las otras acciones de desarrollo: cultura, convivencia, ocio y servicios sociales
   En sociología se suele denominar descanso al tiempo que no se ocupa en la actividad laboral primaria o complementaria. Y se considera una señal de equilibrio personal y social el saber dedicar tiempos proporcionales y adecuados a esas labores. Por eso es necesario resaltar su importancia.
   Entre esos ámbitos o labores evasivas están los lúdi­cos o diversivos. Es impres­cindible para el equilibrio mental el saber descansar, divertirse y comunicarse festivamente con los otros. Pero tam­bién se deben cultivar las formas de diversión que enriquecen me­diante la creatividad y el ingenio, por la solidaridad y la expresividad, con la proyección convivencial y la promoción de la felicidad ajena.
   La necesidad lúdica surge desde los primeros años de vida. Los que llama­mos juegos, igual que los trabajos, son diversos y numerosos. Hay que saber elegir los que más se conforman con la propia personalidad y los que fomentan el desarrollo social, incluso los que más proporcionan descanso para luego rendir mejor en la actividad profesional.
   El desenvolvimiento es más natural cuando los modos de distracción se conforman con los gustos y habilidades. Hay que cultivar los hobbies preferidos. Pero hay que mirar con predilección aquellas formas de ocio que enriquecen  y menospreciar los que empobrecen.

   7. Catequesis y trabajo

   El campo laboral y profesional precisa con frecuencia una palabra orientadora del educador. Hay un aspecto religioso en ese terreno que es preciso resaltar y dejar muy claro en el corazón y en la mente del educando. Claro que, para dar esa palabra hay que tenerla uno mismo.
   Quien desarrolle en este terreno sólo ópticas pragmatistas o materialistas y no sea capaz de cultivar criterios providencialistas, altruistas o eclesiales, carece de una dimensión evangélica imprescindible para el cristiano.
   Estos criterios se pueden regir por tres principios evangélicos que deben orientar cualquier elección desde la perspectiva del mensaje cristiano. Y deben estar en los labios del educador creyente.
   - Todo hombre cristiano está llamado a la perfección. "Sed perfectos, como mi Padre es perfecto." (Mt. 5.48) El trabajo y la profesión deben contribuir a esta misión de creyente sensible a ser cada vez mejor y servir a los demás.
   - Una sola cosa es necesaria en la vida, también cuando se busca la con­quista de los bienes de la tierra. Es la salvación y la vida eterna. "De que te sirve ganar todo el mundo si al fin pierdes el alma" (Mt. 16.26). El trabajo y la profesión no son fines, sino medios para objetivo más elevados.
   - El hombre debe buscar con su trabajo "el pan nuestro de cada día". Pero, antes de pedir el pan, tiene que saber decir "Hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo" (Mt. 6.10)