Tranquilizantes
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      Productos naturales o artificiales, vege­tales o químicos (sintéticos) que relajan el sistema nervioso y producen una sensación de armonía y paz, pero que no dejan de ser artificial por provenir de añadiduras orgánicas y no aportes o estimulaciones naturales que  conduzcan a los mismos efectos o susciten respuestas que no vengan de estímulos ajenos.
   Ni que decir tiene que los tranquilizantes artificiales son desaconsejables, sobre todo cuando conducen a la dependencia física de los mismos. En la sociedad moderna se abusa de estimulantes y tranquilizantes, de somníferos o de euforizantes, de "pastillas" a la medida de las necesidades artificiales que el hombre tecnológico genera.
   Buena estrategia educativa es enseñar al hombre a sufrir, incluso desde los primeros años, y a cultivar valores como la resignación, la paciencia, la fortaleza, el dominio de sí, sin recurrir para nada a lo artificial. El individuo que desde la infancia ha sido preparado para gozar y no soporta un fracaso, un insomnio, un nerviosismo, etc., y que necesita consumir algún tranquilizante químico para ponerse a tono, se comporta como un enfermo y se fragua inadvertidamente un porvenir oscuro.
   El que asume las dificultades y ante ellas acepta términos como renuncia, resistencia, fortaleza y valentía, ordinariamente no precisa de esos engañosos sucedáneos artificiales y tiene asegurada mayor dosis de felicidad final en sus años venideros.
   Si esto tiene o no tiene mucho que ver con las actitudes morales y religiosas y con los programas de educación cristiana, debe decirlo el testimonio de la propia conciencia. Pero no se halla lejos de los ideales religiosos el educar al hombre para saber sufrir con paz cuando el dolor llega y para saber gozar con agradecimiento cuando la alegría suena a la puerta de la vida.