Transexualidad.
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       En Sociología, Psiquiatría y Sexología se suele aludir con este término a la tendencia a disgregar el sexo fisiológico y anatómico del psicoafectivo y mental.
    Esto lleva a trascender el propio sexo orgánico y, al reencauzar las tendencias, los afectos, las fantasías, de la propia configuración primaria y secundaria (anatomía y simpatía). Se siente el deseo irresistible de configurar la vida (lenguajes, conductas, ornamentos, vestidos) conforme a modelos del sexo opuesto. Y también lleva a desear, y en ocasiones conseguir, la transformación de la propia anatomía corporal, cada vez más asequible por los progresos de la cirugía y el cultivo experimental que se ha ido haciendo de fórmulas de control de los efectos secundarios de la anatomía (hormonas, caracteres sexuales secundarios, tendencias, etc.)
    Estrictamente es concepto diferente al de homosexualidad (tendencia al propio sexo) y al de inversión (conductas ajenas al sexo anatómico propio: ins­tintos, prefe­rencias, relaciones). La transexualidad se refiere tanto a las hembras con pro­pen­siones y persuasiones masculinas, como a los varones con actitudes y configuraciones femeninas. En el varón anatómico se puede eliminar el pene y los testículos y crearse una vagina funcional. Si se administran estrógenos, se aumenta el volumen del pecho y se manipula el vello cutáneo o se altera la tonalidad sonora de la voz para feminizar las apariencias. En la mujer anatómica se practica la mastectomía, se reconstruyen, en lo posible, genitales masculinos y se masculiniza la voz o la estructura cutánea con administración de testosterona.
    Estas realizaciones somatoquirúrgicas, que son posibles y existen, aunque no tanto numéricamente como quieren hacer creer las publicaciones y los movimien­tos patológicosexuales, plantean muchos problemas médicos, sociales, legales y morales.
   Algunos biólogos especialistas incluyen estas situaciones o propensiones en las alteraciones psiquiátricas y sospechan que, en muchos casos, son meras deformaciones morales, como es el caso de los trasvestistas, de los exhi­bicionistas, de los voyeristas, que se creen del otro sexo por el sólo uso de vestidos y ornamentos ajenos al propio sexo o por las acciones que no responden a los patro­nes de comportamiento habitual.
   Otros biólogos reconocen que un determinado número de transexuales lo es por una configuración estructural auténtica, y no ficticia o patológica; y creen que se les debe atender de forma diferente y peculiar, pues nos son psicópatas sino "personas diferentes".
    Moralmente es muy difícil emitir juicios generales respeto a la situación de estas personas. La moral cristiana aconseja evitar hacer apreciaciones generales y condenar sin más a los hombres.
     En consecuencia, hay que respetar a los que se creen personas de sexo diferente al que determinan los rasgos somáticos. Pero hay que valorar la importancia que tiene la naturaleza psicológica, y no sólo la fisiológica, para determinar la identidad de la persona. Y también, al mismo tiempo, hay que afirmar categóricamente que la identidad sexual ha sido una realidad creacional en la doble dimensión masculina y femenina que el Autor de la naturaleza ha querido para los hombres. Y en cada caso especial en que alguien se considera "transexual" es aconsejable dejar al técnico (médico, biólogo, psiquiatra) decidir sobre los aspectos técnicos y respetar la conciencia de cada ser humano y su responsabilidad ante las opciones personales que él adopte.
     Lo que sí dice claramente la moral cristiana, y el simple dato de experiencia, es que muchos movimientos transexuales, bisexuales y homosexuales responden a actitudes marginales sociológicas, es decir de simple y puro vicio de desajuste sexual. En esos casos la ética cristiana niega la realidad generalizada del "tercer sexo", como si fuera un estado social tan primario, natural y radical como la masculinidad y la feminidad. Por eso rechaza claramente la homosexualidad como sistema social, el matrimonio con persona del mismo sexo como derecho indiscutible del ser humano normal, o las experiencias en el ámbito sexual, como si de operaciones cosméticas se tratara. Aunque también es cierto que respeta cualquier asociación que hagan los no creyentes, con tal que respeten los derechos ajenos, cosa que no acontece cuando se hace propaganda ofensiva de prácticas aberrantes o cuando se reclama la adopción de niños por parejas homosexuales, cuando se reclama la gestación con semen extramatrimonial si son muje­res "asociadas" o cuando se pide la normalización de conductas caprichosas que alteran o niegan la bisexualidad normal en la naturaleza humana.