VOLUNTAD
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   La voluntad es la facultad humana por la que realizamos actos de opciones y mantenemos las decisiones de forma adecuada después de hacer elegido.
   Para entender las naturaleza de la voluntad hay que situarla en el contexto de las personalidad entera, donde la inteligencia conoce, la voluntad elige y la afectividad añade el agrado o desagrado a lo que conoce y decide.

1. Teorías sobre la voluntad

  La voluntad se ha presentado siempre como facultad específica del ser humano. Ella permite al hombre adherirse a un objeto (cosa, persona, acción) y mueve todo su ser en dirección a su consecución. En cuanto facultad, compromete la totalidad de la persona y pone en movi­miento desde los afectos más elementa­les hasta las operaciones mentales más elevadas.
   - Si se pone en movimiento por dimensiones afectivas y aficiones sensoriales y motrices, nos encontramos en un nivel puramente animal o sensible, al cual llamamos tendencia. La tendencia, o tensión, es espontánea, inconsciente y automática. Y responde a la necesidad de satisfacer necesidades básicas propias del individuo, como en el caso de la comida, del bienestar, de la continuidad de la especie.
   Todos los seres sensibles quieren lo que les beneficia y rechazan lo que les perjudica. Se adhieren a lo que les agrada y huyen de los que produce desagrado. Un mecanismo sensorial, arraigado en la totalidad del organismo, les mueve a ajustarse a las condiciones vitales más propicias para su desarrollo.


 

-  Pero en el hombre funcionan otros dinamismos superiores. Le llevan a que­rer, no sólo en lo que es propio de la conservación de la vida individual o de la especie, sino en terrenos que superan con mucho esos aspectos radicales o vitales. En el hombre la voluntad se presenta como una fuerza que le hace querer aquello que le presenta la inteligencia como conveniente. E incluso le hace posible llegar a querer aquello que no le resulta conveniente.
   Las teorías volitivas han oscilado entre quienes han reconocido su autonomía y quienes la han hecho valorado como acción  humana consecuente con las otras funciones humanas, tanto superiores como inferiores. Por eso en la Historia ha tenido más prensa la inteligencia que la voluntad.

    1.1. Teorías relativistas

   Hay teorías que identifican la voluntad con las otras facultades, negando que posea una dignidad o una identidad propia y especifica. Han sido frecuentes las interpretaciones de quien la convierte en meras manifestaciones de las tendencias orgánicas o motrices.
    - W. Wundt (1832-1920) la identificaba con los sentimientos de agrado o desa­grado que el ser vivo experimenta ante los objetos.
    - T. Ribot (1839-1932), H. Ebbinghauss (1859-1909) y H. Spencer (1827-1903) la reducían a efecto de imágenes motrices adquiridas por la experiencia.
    - No han faltado también, como W. James (1842-1910), quien la ha negado la naturaleza original y diferencial, haciendo de ella una simple manifestación de la inteligencia.

   1.2. La teoría autónoma.

     La mejor interpretación de la voluntad fue la sostenida, entre otros, por Juan Lindworski (+1929) en su libro "Psicología de la voluntad". Entiende la voluntad, al igual que la inteligencia, como una facultad supe­rior autónoma del ser racional. Ella le permite elegir o rechazar un objeto, al margen de sus ventajas, de sus inconvenientes, de sus reclamos sensoriales, de su atractivo intelectual.
     El ser humano tiene voluntad, por encima de la sensorialidad e incluso de la afectividad, siendo capaz de hacer lo que no le agrada o resistir aquello que le atrae sensorialmente. Esta facultad va siempre aneja a la inteligencia, pero no puede ser confundida con ella. Y se basa, en sus afirmaciones, en experiencia, en la propia y en la ajena, ya que algo nos dice que los hombres somos capaces de optar de manera impredecible y original.
    Entendida la voluntad de esta forma, los procesos del querer cobran dimensio­nes muy diferentes a los movimientos del animal. El querer animal supone una respuesta automática a un estímulo exterior o interior.
    El animal que ve la comida (estímulo externo) o que siente hambre (estímulo interno), siempre reacciona de manera irresistible, poniendo en funcionamiento su motricidad para conseguir la satisfacción de su deseo. Sin embargo, el hombre puede superar esos mecanismos y "desear" la comida, pero "decidir" no tomarla. Sólo el hombre es capaz de superar sus impulsos con su voluntad superior. Ese querer supone en el hombre un proceso que va desde el conocer hasta el decidir.

    2. Actos de la voluntad

    La voluntad, como facultad superior, actúa de forma compleja. Elabora sus decisiones y mantiene sus opciones por encima de los estímulos. Este proceso sigue los tres pasos siguientes:

    2.1. Captación del objeto

    Se entiende que en cierto momento se sufre una demanda o estimulación por algo susceptible de ser querido o rechazado. Esta captación procede de la inteligencia, pero no es sólo una acción lógica, mental, intelectual. En cierto sentido la menta presenta el objeto como apetecible o realizable. Si no se conocen los objetos, no se ponen en movimiento la voluntad. Por lo tanto la captación del objeto como "alcanzable" es una invitación a poner en juego el querer o no querer. Estrictamente es acto de la inteligencia, pero incoactivamente es acto de la voluntad.
     Los objetos pueden ser sensoriales o motrices; y entonces se denominan "móviles". Llegan a la voluntad a través de los sentidos. Y se comportan de forma similar a como lo hacen en los animales, aunque en el hombre actúan suscitando la comprensión. El hombre piensa, por ejemplo, que tiene hambre; el animal sólo siente que lo tiene.
     Los móviles pueden ser positivos (premios) y pueden ser negativos (castigos) Los primeros desencadenan el querer sin más. Los segundos promueven el no querer o "querer negativo"
    También pueden los objetos ser superiores, abstractos, morales o intelectuales. Entonces se les denomina "motivos", y llegan más a la profundidad de la conciencia humana, pues ponen en juego la inteligencia. Motivos son el honor, deber, el cumplir, la conciencia, la dignidad, la amistad, el poder, la sabiduría.
   Según el modo de presentarse los objetos (móviles o motivos) la voluntad será más consciente o más inconsciente, más clara o más oscura, más diáfana o más confusa.

   2.2. Deliberación

   Cuando no hay más que un motor (motivo o móvil) la voluntad opta entre el hacer o no hacer. Pero ordinariamente los motores se presentan múltiples y con frecuencia contradictorios. Entra en juego el segundo acto de la voluntad: deliberar. Es la confrontación de las fuerzas que llevan a aceptar o rechazar el objeto. La deliberación va emparejada, y también identificada, con la reflexión. La inteligencia razona, mientras que la voluntad delibera.
   Se comparan fuerzas, razones y sentimientos. Se busca una clarificación de fuerzas; y la persona entera pondera a la vez razones, motivos, conveniencias, sentimientos, impulsos y consecuencias.


   Por el modo de ejecutar ese proceso deliberativo la voluntad es más rápida (impulsiva) o más lenta tarda (morosa). El tiempo, aunque sea pequeño, siempre entra en juego. Apenas si se pueden tomas decisiones instantáneas.
   Según la claridad lograda en la deliberación el acto de la volición es más ligero o más ponderado; y según la comodidad o el esfuerzo, es más fácil o más difícil.
   Según la complejidad y la profundidad de los móviles y de los motivos, es más natural y espontánea o más complicado forzoso. Y según los sentimientos que acompañan se realiza más tranquilo o más compulsivo.
   En todo caso será más intencional y responsable, si se hace con mayor responsabilidad y consistencia. O será más confuso y ligero si el fiel de la balanza deliberadora no se ha inclinado claramente hacia una dirección.

   2.3. La opción o decisión

   Es el acto final por el que la voluntad se inclina por una u otra de las diversas posibilidades de adhesión que se presentan. Si la resolución es positiva y la voluntad termina "queriendo", se denomina volición (volere, en latín "querer sí). Si concluye "no queriendo", o rehusando adherirse al objeto presentado, entonces se llama "nolición" (nolere, en latín "querer no"), rechazar, repudiar.
   Si la volición positiva es un simple acto fugaz, lo llamamos acogida o aceptación. Si se trata de un estado, o adhesión permanente y profunda, lo llamamos amor. Si no se logra, pero la voluntad se inclina hacia ello, se llama "deseo".
   Si la volición es negativa, es decir nolitiva, se produce el rechazo, el repudio, si es pasajero, o el estado de odio, si es más profundo y permanente. También se dice aversión, si el rechazo es más afectivo y estable.
   Por el modo de optar, la voluntad puede actuar en diversas formas por la intensidad con la que actúa.
     - Es voluntad débil o frágil la que se conserva poco tiempo en lo elegido. Es firme y estable la que se mantiene mucho tiempo en ello.
     - Es voluntad segura y decidida la que compromete a fondo a la persona. Es insegura, débil y vacilante la que no termina de afianzarse del todo.
     - Es voluntad actual y concreta la que hace un simple acto de decisión. Y es consensual o habitual, la que engendra un modo estable de comportamiento.
   Detrás del acto de voluntad, vinculado a él, está siempre la realización de lo decidido. Ordinariamente es en la ejecución donde se muestra la opción tomada o la elección realizada. En ella se adoptan los procesos o las acciones concretas que ponen en el terreno de los hechos lo que la voluntad realiza en el de las intenciones.

 

   

 

   3.  La motivación

   Por lo dicho, hemos de ver en la motivación la verdadera energía de la  voluntad humana. Es la palanca que pone en juego la opción. Por eso podemos decir que no hay acto de voluntad, si no existen motivos.
  - Los motivos son fuerzas interiores y profundas, que condicionan el proceso de la deliberación y, en consecuencia, inclinan la balanza de la decisión. Son fuerzas motrices autónomas que generan movimiento interior.
   No hay que confundirlos con los móviles, que son fuerzas motrices no autónomas, sensoriales, dependientes de los atractivos afectivos.
   Los motivos, en cuanto se vinculan de alguna forma con la inteligencia, pueden ser identificados parcialmente con los valores. No son lo mismo, pero es difícil establecer la frontera entre ambos. Y en cuanto se relacionan con la afectividad, se acercan a los intere­ses. Tampoco se identifican con ellos, pero hay una estrecha interdependencia que hace imposible diferenciar del todo ambos conceptos.
   Los motivos son muchos en número, en peso específico y en su influencia en el comportamiento.
      + Por la extensión de su influencia pueden ser colectivos o participativos, afectar a un grupo de personas; y pueden ser también íntimos, singulares y perso­nales. Los primeros suelen ser más exteriores y detectables. Los segundos son más inexplicables e intransferibles.
      + Por su misma naturaleza, hay motivos trascendentes y espirituales y los hay morales o éticos, culturales, estéticos, sociales. Pero también puede haber otros muy materiales y concretos. El honor es motivo espiritual. El placer, la salud, el vestido, el dinero son más materiales.
      + Por la validez y capacidad hay motivos suficientes e irresistible y otros son menos eficaces; los hay objetivos o subjetivos, permanentes o pasajeros.
    La voluntad de cada persona se halla en estrecha dependencia de los motivos que se ponen en juego. Sin moti­vos, la voluntad queda paralizada. En cuanto fuerzas interiores, reflejan ciertos rasgos psicológicos que es preci­so conocer para lograr su control o regulación.
     - Los motivos se configuran con el tiempo y con las "razones" ponderadas que los dan consistencia o los "intereses" personales que los dan eficacia. Cuando se ha llegado a la madurez suficiente y se puede ya pensar por propia cuenta, se purifican los motivos y también se gradúan más o menos consistentemente.
     - Los motivos se superponen con frecuencia y resulta difícil detectar, clarificar y graduar su influencia en las decisio­nes que se adoptan bajo su influencia. La voluntad no actúa siempre de manera clara y definida. Depende del peso de los motivos en que apoya sus elecciones. Y no siempre es discernible la influencia de cada uno de ellos.
    - Nunca se llega a descifrar del todo lo que hay en la motivación que rige en el comportamiento humano, es decir en las fuerzas que gobiernan la voluntad. En esta indefinición está la clave del misterio humano y la difícil previsión de su comportamiento último.

4. Cualidades de la voluntad

   Cada persona posee su voluntad diferente y original, del mismo modo que tiene su inteligencia desigual y personal. Entre las cualidades que diversifican la voluntad podemos señalar algunas.
  - La claridad o conciencia en las decisiones puede ser distinta en cada sujeto. Mientras unos llegan a ver con claridad lo que quieren otros se mantienen confusos y sufren la oscuridad en lo que pre­tenden, con frecuencia de forma desasosegada y conflictiva.
  - Por la intensidad el acto de voluntad puede oscilar según los individuos o, incluso, en distintos momentos del mismo sujeto. Llamamos voluntad enérgica o fuerte a la que se aferra a la decisión después de haberla tomado. Y es frágil la voluntad que se adhiere con debilidad al objeto elegido y fácilmente lo sustituye por otro.
  - Por la permanencia de las opciones también es diferente. Llamamos voluble al que cambia continuamente de opciones por razones fútiles y consideramos enérgico al que mantiene sus opciones incluso cuando se ha equivocado al tomarlas.
   - Hay personas que tienen una voluntad autónoma, personal, independiente. Otras siempre buscan apoyos ajenos ante sus vacilantes disposiciones y se muestran inseguros si no están sus deci­siones avaladas por otros.
   - Incluso es frecuente encontrar personas que sufren cuando tienen que tomar decisiones; otras asumen sus decisiones con serenidad y hasta regocijo y hasta gozan en ayudar a otros a tomar opciones.
   Lo normal en las personas mayores es actuar con autonomía, serenidad, claridad, fortaleza y responsabilidad cuando deben decidir los caminos que debe aceptar en la vida. Y lo normal en las personas inmaduras, como es el caso de los niños, la fragilidad e inconstancia, el predominio de los móviles sobre los motivos, la inseguridad y el pronto olvido de los decidido y la dependencia psicológica de los adultos.
   La inversión de estos panoramas es síntoma de desajuste. Tan anormal es un niño con voluntad de hierro como un adulto con voluntad de paja.

     5. Desajustes volitivos

  Como todas las facultades humanas, la voluntad es susceptible de experimentar trastornos o desequilibrios. Ordinariamente pueden ser de tres tipos:

  - La abulia. Es la carencia de voluntad atonía en el querer. Se carac­teriza por la incapacidad de opción auténtica, expre­sada con situacio­nes de debilidad moral y de languidez en la conducta.
   Existe una abulia caracterial, o constitutiva, que se debe a rasgos de personalidad y a pobreza de apoyos unas veces fisiológicos (languidez) y otras veces psicológicos (apatía). Se manifiesta por inseguridad en el proceso volitivo, por debili­dad en las opciones, inconstancia en los compromisos, imprecisión en las deliberaciones, confusión en las determinaciones.
   Pero es más perturbadora la abulia patológica, que consiste en la incapacidad, con frecuencia angustiosa, de tomar decisiones. Las causas neurológicas y endocrinas suelen ser las más frecuentes y generales.

  - La hiperbulia. Es la desproporcionada intensidad en las decisiones y la obstinación y fijación de la voluntad en los objetos elegidos.También esta perturbación puede ser de dos tipos: caracterial y psicopática.
   La hiperbulia provoca rigidez y obstinación, con frecuencia crispación. Suele estar asociada a estados de aislamiento y desconfianza y suscita reacciones de agresividad y hasta de violencia y dureza en las reacciones.

  - La disbulia. Es la distorsión o fluctuación volitiva, por oscuridad en la captación de objetos, por desproporción en las deliberaciones, por inestabilidad en las opciones. Los caprichos, por ejemplo, son formas de disbulia. Los cambios frecuentes de proceder denotan inseguridad. El temor obsesivo a equivocarse refleja carencia de voluntad sana.
   La disbulia se manifiesta sobre todo en la desproporción en las decisiones: rigidez en cosas intrascendentes o ligeras en las importantes; improvisación en decisiones graves y parsimonia en temas comprometedores. La disbulia temperamental es síntoma de desajuste de personalidad.

   6. Educación de la voluntad

   La voluntad debe ser educada como lo tiene que ser la inteligencia. Y se educa de manera espontánea y cotidiana, mediante la experiencia de la vida, cada vez que se ejercen actos de voluntad ponderados. Y se educa también con programas reflexivos, adaptados a las personas, consecuentes con la psicología de la voluntad.
   En general, la primera labor con respecto a la voluntad es promocionar las fuerzas que la hacen rica, sólida y eficaz. La segunda labor es prevenir los posibles desajustes. Porque, como las demás facultades, también la voluntad puede ser susceptible de trastornos y desajustes, pasajeros o permanentes.
   Todo educador precisa ideas claras de como educar la voluntad de sus educan­dos y por lo tanto precisa conocer la psicología de esta facultad superior del hombre. En lo posible tiene que apoyarse en programas inteligentes y ponderados.
   Estos programas deben regirse por algunos criterios fundamentales, entre los que se pueden resaltar los siguientes:
   - En la medida en que la persona va madurando, se hace mayor, los motivos impuestos por autoridad deben ser reemplazados por los propios basados en la reflexión. No es buen procedimiento decidir por otro lo que él tiene que decidir por sí mismo. Incluso hay que dejar que el dolor del fracaso ayude tomar conciencia de las propias acciones. La experiencia de la vida resulta insustituible para la educación volitiva.

   - Los hábitos son apoyos insustituibles para la educación de la voluntad. Y los hábitos buenos, las virtudes, son los ejes de toda educación sana de la voluntad.
   Exigir orden en las acciones, fidelidad en los compromisos, mantenimiento de las decisiones, fortaleza en las dificultades y otras cualidades similares, es educar la voluntad.
  - Hay que enseñar, con la palabra y con el ejemplo personal, a cargar con las consecuencias de las propias decisiones. Es una manera de enseñar a pensar, que eso es deliberar, de ayudar a elegir, que supone renuncia a lo no elegido, y de animar, y en ocasiones obligar, a conservar las decisiones tomadas, que es lo contrario a la ligereza del cambio constante e irreflexivo.

   - La voluntad se educa ayudando a descubrir la libertad y a obrar conscientemente bajo sus exigencias. Esto sólo se consigue de manera graduada. Sí no hay libertad no hay vida humana sino respuestas automáticas. La responsabilidad es precisamente el termómetro de la libertad y sus exigencias son los mejores modos de formar la capacidad de decidir. Educar la responsabilidad es condición de llegar a la plenitud humana.

   7. Dimensión catequística

   Entre las consignas educativas referentes a la educación de la voluntad, no deben faltar, cuando se trata de una educación cristiana, los motivos de índole superior: religioso, bíblico, espiritual.
   - Hacer alusiones a la voluntad de Dios como luz que ilumina la puesta en juego de la propia voluntad no es una actitud pietista o utópica, ajena al lenguaje y al sentimiento que un creyente debe tener, sino un criterio asumible en una sana pedagogía.
  -  Debemos iluminar las deliberaciones y las elecciones, la voluntad, también con motivaciones superiores. Decidimos no robar, no sólo por sentido común, sino porque Dios no quiere que robemos. Y decidimos ayudar al prójimo porque Dios quiere que le ayudemos.
   Los ejemplos y apoyos evangélicos, las referencias y modelos de los santos y de las figuras de la Iglesia, la alusión a los mandamientos o a las consignas morales y religiosas, son también elementos que deben ser tenidos en cuenta en la educación de la voluntad.
   - El apoyar las decisiones importantes en la propia conciencia iluminada por la fe es también demanda de la moral cristiana. Por eso podemos, con prudente frecuencia, ayudar a la voluntad de la persona creyente, y a sus formación, con referencias religiosas: el deber de respetar las personas, la existencia de una ley divina que debe iluminar los propios actos, la certeza de la presencia de Dios en nuestra vida, la esperanza en la otra vida en donde los actos serán juzgados y sancionados.
  -  Es interesante, en lenguaje cristiano, repasar las referencias a la voluntad divina en los textos evangélicos, como pauta para el comportamiento de la vo­lun­tad humana. Desde la petición del padrenuestro de hacer la "voluntad divina en la tierra y en el cielo" (Mt. 6.10) hasta las 320 veces en que aparece la referencia a la voluntad ("zelema") o al querer ("boulema") de Dios, hay una abanico de pistas, ejemplos, referencias y criterios que dan juego interminable a quien educa al hombre en clave de Evangelio.