Vocación
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   Los hombres no vivimos solos en el mundo. Somos sociales por naturaleza y por regalo sobrenatural de Dios.
     - Por naturaleza, hemos nacido en medio de otros hombres que nos necesi­tan. Y tenemos que hacer algo en la vida que sea prove­choso para ellos y esté a nuestro alcance.
    Pero nuestra labor no es tanto vivir y desenvolvernos de forma creativa, sino colaborar en la tarea común y hermo­sa de construir el mundo, con nuestra inteli­gencia y con nuestro trabajo.
     - En lo sobrenatural, somos miembros de un Cuerpo Místico de Cristo, de la Iglesia. En ella también tenemos que cumplir una misión y aportar a la comu­nidad cristiana nuestro esfuerzo y nuestras disposiciones.
   La vocación, la dedicación, la profesión, la misión... son conceptos desa­fiantes que nos sitúan, en el mundo por una parte y en la Iglesia por la otra, en disposición de servicio.
   El cristiano tiene conciencia de que Dios, Ser supremo, rige los destinos de los hombres y cuida del mundo. Y por eso intuye que Dios le destina para una función, labor o situación a la que debe responder con generosidad y fidelidad.

   1. Que es la vocación

   Etimológicamente es la llamada (vocare, llamar). Semánticamente es la incli­nación hacia determinada profesión o actividad, para la cual se poseen cualidades suficientes. "Cuando en castellano decimos "voca­ción", aludimos a la demanda de algunas profesiones que requieren dedicación singular: la de sacerdote... que cuida las almas; la de médico... que cuida los cuerpos; la de maestro... que se preocu­pa por los cuerpos y por las almas… la de maestro que hace la doble labor de cuidar cuerpos y almas..." (G. Marañón, Vocación, Etica y otros ensayos)

   1.1. Concepto religioso

   En el sentido espiritual y trascendente, hablamos de vocación cuando pensa­mos en una llamada interior, natural o sobrenatural, que una persona recibe de Dios creador y siente en su conciencia como estímulo para hacer algo o para dedi­carse a alguna misión en la vida.
   Implica designio divino por parte de Dios, que se cuida de sus criaturas (Providencia); y supone libertad por parte del hombre (Con­ciencia).
   La vocación, pues, significa intercambio entre lo divino y lo humano, enlace de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Hace referencia, por otra parte, a las alternativas que se abren en la existencia del hombre, sobre todo en ambientes desarrollados, donde hay posibilidades de opción (comida, vestido, relaciones, trabajos, aficiones) y hay que elegir trabajo entre muchos o una profesión entre varias. Menos eco tiene el concepto de vocación en ambientes en los que bastante tienen los hombres con sobrevivir en trabajos primarios o tradicionalmente heredados, sin ninguna posibilidad de eludir el destino impuesto por las circunstancias.
   La idea de vocación en los ambientes desahogados conduce al tipo de trabajo preferente en la vida y al grado de dedicación profesional que se prefiere. En esta clave de elección libre es donde se sitúa la llamada hacia un camino concreto. Como toda elección, supone renuncia, preferencia y libertad, deliberación, decisión y compromiso.
   En el lenguaje cristiano, es decir con ojos de fe, la idea de vocación implica llamada de la Providencia divina hacia un tipo de vida, sobre todo orientada al servicio de los demás. Presupone que Dios actúa  de forma viva y quiere para cada hombre concreto un camino determinado, Aunque respeta su libertad por haberle creado como ser libre, le dota de cualidades y les sugiere posibilidades.
   Que la Providencia existe y actúa no es una teoría, sino una íntima persuasión del creyente. Con frecuencia es también una experiencia. Lo sabemos por vía de razón, como explicaba Séneca en su obra "Sobre la Providencia"; y los sabemos por revelación, como lo afirma S. Agustín en su obra "Sobre la ciudad de Dios.

   1.2. Teorías vocacionales

   Siendo el concepto de vocación muy difuso y confuso, las opiniones de los escritores cristianos han sido diversas en este terreno.
  - Hubo quien pensó que la vocación estrictamente no existe de manera diferenciada, salvo la general vocación a la fe y al amor al prójimo y a Dios.
   Dios ha creado a los hombres y no se introduce demasiado en sus vidas. Les deja que se desarrollen por su cuenta sin marcarles un camino. Son ellos los que eligen los modos de vivir y las for­mas de ac­tuar.
   Sólo metafóricamente hablamos de vocación, si aludimos a las cualidades o preferencias que inclinan la voluntad o el gusto en determinada dirección. Vocación sería la posesión de esas cualidades.
   Ciertamente no es muy providencialista este género de afirmaciones, pero el racionalismo de S. Anselmo, de Abelardo, de Sto. Tomás o de San Alberto Magno se inclinan en esa dirección. No es normal la inspiración divina para señalar a cada hombre un género de vida que le alivie la necesidad de su reflexión y la responsabilidad de su elección.
   - El voluntarismo, incluso misticismo de otros: S. Bernardo, S. Buenaventura o Juan Duns Scoto, se inclinan por pensar que Dios es Ser Supremo y predestina a cada hombre para un camino concreto: le da cualidades, le abre oportunidades, le acompaña y le ilumina: pues es Señor de la vida y de la Historia y está por encima de los hombres.
  Sospechan estos que Dios traza a cada hombre un plan, pues es soberano, y los hombres deben ponerse en actitud de humilde escucha a las inspiraciones del cielo y de obediente seguimiento una vez que han descubierto su camino. El hombre hace mal si se sale de él.
   El hombre es libre, ciertamente, pero la voluntad divina le empuja en una determinada dirección.
  - La actitud o teoría intermedia se basa en que la Providencia divina interviene en la vida de los hombres, pero desde la óptica de la libertad de que les ha dota­do. Les predispone para un determinado campo o ámbito de referencia; pero no se puede hablar de vocación diferencia­da y personal. Son las circunstancias las que condicionan cada camino personal y es la inteligencia y la conciencia la que determina el seguimiento. Desde la libertad, el hombre elige o rechaza, cambia o se mantiene, es fiel o infiel. Y Dios desde el amor ilumina, protege, ayuda e inspira, pero no condiciona.
   Según ellos, no hay una vocación "cerrada", concreta, individual, sino que la vida de cada persona depende de las circunstancias terrenas más que de las predisposiciones divinas.

   2. Vocación cristiana

   No es fácil perfilar una buena Teología de la vocación con sólo la reflexión o los argumentos fríamente racionales. Es bueno acudir a la fuente de la fe que es la palabra de Dios, para optar por la mejor teoría vocacional.
   La Biblia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, está llena de ejemplos vocacionales hermosos y diversos. Ofrece modelos, llamadas, relatos y planes divinos, con respuestas fieles o infieles en los elegidos. La Historia de la salvación es un abanico pluriforme y sugestivo de esas vocaciones celestes.

   2.1. Vocaciones en la Biblia

   Las llamadas a los Patriarcas y a los Profetas resultan las más sorprendentes y aleccionadoras.

    2.1.1. Vocaciones en el A. T.

    - Adán es llamado por Dios a la vida y recibe la misión de poblar el mundo desde un estado de amistad, que luego libremente rompe (Gn. 1 a 4). Desde su pecado, las realidades humanas ya no serán las mismas, pero la presencia divina se mantendrá en su existencia.
    - Noé es destinado a salvar y conservar el género humano, a la hora del castigo. (Gn. 6 a 9). Cumple con su misión y Dios repite su bendición creacional: "Creced y multiplicaros y llenad la tierra... yo pediré al hombre cuenta de la vida de sus semejantes." (Gn. 9.5)
     - Abrahán recibe la vocación de vivir en una tierra, que será dada a su des­cendencia (Gn. 12.1). "Creyó Abrahán a Yaweh y le fue reputado como justicia." (Gn. 15.6). Su fidelidad es el origen del pueblo elegido.
     - Jacob, después de haber renovado Dios la alianza (Gn. 28. 13-16), hereda la promesa y recibe el nombre de "Israel", que significa "fuer­te contra Dios y los hombres". (Gn. 32. 10 y 31)
     - Moisés cumple la llamada divina para liberar al Pueblo. (Ex. 3. 1-22). Su fidelidad es el origen de la liberación de la esclavitud, que siempre Israel conmemoró con la Pascua del Señor.
    - Samuel acoge una misión y es fiel a ella (1. Sam. 3. 1-19), aunque sea dura como todas las misiones proféticas.
    - Y detrás de él este primer profeta, vienen los otros pro­fetas y reyes; la de David (1. Sam. 16.13), la de Elías (1 Rey. 19. 9-16), la de Eliseo (2. Rey. 19. 19-21), la de Isaías (Is. 6. 1-13), la de Jeremías (Jer. 1. 4-6), la de Ezequiel (Ez. 2. 1-9), la de Amós (Am. 7.14) o la de Jonás (Jon. 1. 1-15)

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2.1.2. Vocaciones en el N.T.

   En el Nuevo Testamento existen múltiples elecciones divinas en los protagonistas de la Historia de la Redención.  Los modelos más significativos son los del mismo Cristo Señor, llamado por el Padre a una labor de redención. (Jn. 1. 1-14 y Hbr. 10. 9-10). Y los de su Madre llamada por el ángel para ser madre del Verbo (Lc. 1. 26-31) y de su humilde esposo, llamado a ser padre legal del Señor (Mt. 1. 19-21).
    Se multiplican, desde la elección de los Apóstoles: Mt. 14. 18-22; Mc. 1. 16-20; Mc. 3. 13-19; Lc. 5. 1-11; etc, hasta la conversión de Pablo. (Hech. 9. 1-18)
    Las palabras de Jesús son claras sobre exigencias, misiones y compromi­sos de los elegidos: Mt. 8. 18-22; Lc. 9. 57-62; Mt. 9. 9-12; Lc. 10. 1-16. Sus consignas se in­crementan ante los que le si­guen: Mt. 10 1-4; Mt. 10. 16-24; Mt. 19. 16-22; Lc. 14. 25-32; Jn. 7. 60-69.
    Los Apóstoles transmitieron luego sus llamadas a otros, como se refleja con frecuencia en los Hechos (Hech. 1. 12-26; Hch. 6. 1-7; Hech. 13. 1-3) y en las Cartas de S. Pablo y de los otros hagiógrafos: 2. Cor. 8.9; Rom. 3. 21-30; 1. Cor. 4. 1-7; Gal. 6. 1-10; Ef. 4. 7-13; Tes. 45. 1-8; 1 Pedr. 1. 13-21; 1 Jn. 4. 1-6; Apoc. 1.19 y 5.2.
    Las múltiples veces en que se emplea en el Nuevo Testamento el concepto de vocación en el sentido de llamada o recla­mo a un seguimiento (21 en los Sinópticos, ninguna en Juan y 53 el resto) existe un común denominador que es la referencia al Señor que reclama y exige el trabajar por los hombres y la promesa de su presencia en medio de sus mensajeros, pues es El quien elige, envía, acompaña, fortalece y, al final, recompensa.

   2.2. Vocación en la Tradición

   La Iglesia fue siempre consciente de lo que significaban las elecciones divinas y se puede decir que, desde los primeros cristianos, siempre aceptó, entendió y enseñó la presencia divina en la vida de los hombres.
   Las llamadas a la vida contemplativa y a la vida activa fue la gran diferencia que siempre estableció, desde las perspectivas evangélicas de las figuras emblemáticas: María y Marta como modelos de servicios al Señor.
   La exégesis no coincidió siempre con la piedad popular y la tradición a la hora de entender que la vida contemplativa y la activa eran complementarias y no antagónicas. "María ha elegido la mejor parte". (Lc. 10.42)
   Pero en la Iglesia se fomentó siempre auténtica veneración hacia los imitadores de Jesús en las diversas etapas o situaciones de su vida: los solitarios y eremitas recordaron su estancia en el desierto; los monjes imitaron su vida de trabajo en los campos; los predicadores le miraron como Maestro y mensajero de la Palabra. Todos los imitadores de Jesús se fijaron en algún rasgo concreto que defi­nió lo original de cada vocación.
   Desde los diversos estados de vida se perfiló una Teología vocacional rica, profunda, evangélica, la cual quedó recogida en los escritos ascéticos y en las manifestaciones del arte, en las plegarias litúrgicas y en las conmemoraciones festivas.
   Sin la idea común de "llamada de Jesús" a sus seguidores, el mundo no habría conocido ni templos ni altares, ni mo­nasterios ni con­ventos, ni hospicios ni albergues de peregrinos, ni hospitales ni asilos de ancianos, con la exuberancia que logró la Iglesia en sus obras de asistencia y caridad.

 

   

 

 

   3. Campos vocacionales.

   La sociedad humana nace, se desarrolla y se perfecciona, gracias a la colaboración y participación entre todos sus miembros. Nadie que­da excluido de la tarea de construir el mundo mejor.
   Colaborar es trabajar con los demás. Participar equivale a tomar parte en el esfuerzo común. Ningún arroyo es imprescindible para formar el caudal de un río. Pero ningún río es exactamente el mismo, si un sólo arroyo se seca.
   Ante la tarea de situarse responsablemente en la vida para ejercer un trabajo digno y gratificante para sí mismo y ventajoso para los demás, cada persona es dueña de sus destinos, pero todos son reflejo de las circunstancias.
   Al ser una de las decisiones de mayores consecuencias para toda la existencia, habrá que consultar a la propia conciencia y asumir los consejos ajenos que ayudan a acertar en la elección.
    El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda este deber: "Cuando llegan a la edad conveniente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir profesión y estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo deben pedir y recibir con docilidad. Y los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos en la elección de la profesión... Pero esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario ayudar a los hijos con consejos juiciosos." (N. 2230)

    3.1. Campos naturales

   La razón lleva a la conclusión de que, si se han recibido cualidades especiales de la naturaleza, si se presentan oportunidades excelentes, si los demás necesitan de uno, hay que elegir con responsabilidad y dedicación.
   El premio por la respuesta positiva a la vocación natural y espiritual, es la satisfacción de haber colaborado en el gran edificio del mundo que Dios, junto con los hombres, construye.
   Si por el contrario se impone la cobardía, el egoísmo o la traición a las espe­ranzas, algo serio se rompe en el camino de los hombres. La infidelidad origina remordimiento, del mismo modo que la fidelidad es fuente de regocijos.
   Existe ante la mirada de cada hombre libre un abanico, inmenso y maravillo­so, de posibilidades. Hay que poner en juego el corazón, y en lo posible también la razón, para elegir con serenidad y acierto. La vocación no es sólo resultado de un silogismo, sino del amor.
   Por otra parte, podemos recordar que, cuando se habla de vocación, hay dos grandes ejes de referencia que de alguna forma afectan a todos los hombres libres: el estado de vida al que se opta: matri­monial o celibatario; y el género de trabajo o profesión que se prefiere, determinado por un área general; la sanitaria, la docente, la artística, por ejemplo; y por una concreción: ser cardiólogo, maestro o escultor

    3.1.1. Profesión y trabajo

   En general se alude al concepto vocación cuando se hace referencia a determinadas profesiones y oficios que reclaman esmerada preparación y suficientes cualidades y aptitudes para su ejercicio.
   Entre ejercer la profesión con vocación y hacerlo sin ella, hay considerables diferencias en cuanto a satisfacción personal, a dedicación, a eficacia, a capacidad de superar dificultades y a facilidad para establecer relaciones en el ámbito de los demás profesionales.
   En la psicología existe un terreno o especialidad que hace referencia a la "orientación profesional", la cual busca ordenar los ideales y las opciones de cada persona hacia aquel trabajo y oficio para el que se cuenta con mejores aptitudes y actitudes.
   No debe ser confundida con la "selección profesional", que es el arte o técnica de elegir el mejor profesional para un trabajo u oficio que lo reclama. Un profesiograma es un mapa objetivo de rasgos que reflejan las cualidades de una persona, en referencia a un oficio, trabajo o profesión.
   Entre los elementos prioritarios que existen en ambos campos, diferentes pero complementarios, se debe tener en cuenta la vocación, la cual es el resultado de simpatías y anhelos, de habilida­des y experiencias positivas, de influencias del exterior y de confluencias en el interior de la propia personalidad.
  En la psicología orientacional se habla de las áreas ocupacionales, más que de las profesiones concretas, L. Thurstone señala campos, como el sanitario, el docente, el científico, el militar, el mercantil, el artístico, el social y político, el jurídico, el moral y pastoral. La vocación se define por los campos y las precisiones ulteriores dependen de las oportunidades, de las necesidades, de las capacidades y de las decisiones.

   3.1.2. Estado matrimonial o celibato
  
   También se suele hablar de llamada o vocación cuando se hace referencia a la elección del estado de vida hacia el cual se siente movido cada individuo: matrimonial o celibatario.
   El que tiene vocación matrimonial contempla el enlace con una persona del otro sexo como proyecto, para vivir y convivir, con miras a desarrollar el amor mutuo en sus dimensiones fisioló­gicas, psicológicas y espirituales.
   No se debe confundir vocación matri­monial con el instinto sexual y reproductor, el cual no es más que el motor de arranque hacia la vocación matrimonial. La vocación matrimonial conduce a un estado que implica oblación, compenetración, servicio, abnegación, fecundidad y plenitud. Y estos rasgos no se improvisan, sino que se cultivan en el camino de la madurez de la persona.
  Esa madurez es la única que conduce a descubrir lo que es verdaderamente el matrimonio como respuesta a una voca­ción sincera: fecundidad, fidelidad, estabilidad, exclusividad, delicadeza, entrega y paternidad o maternidad.

   3.2. Campos eclesiales

   El concepto de vocación ha hecho siempre más referencia al ámbito de los valores religiosos, bajo el presentimiento de que Dios late con especial presencia en los campos espirituales. ­También conviene recordar esos campos o alter­nativas que se definen por la pertenen­cia a la comunidad de la Iglesia.
   Esa referencia se inicia en la llamada "vocación bautismal" que es la llamada divina que culmina en el Bautismo y en el género de vida que este sacra­mento origina.
   Los creyentes llevan en su espíritu una llamada misteriosa, propia de todos los que han descubierto y aceptado a Cristo. Esa vocación es la voz del Maes­tro, que señala el camino, y es el progra­ma con sus enseñanzas como plan de vida para los seguidores.
   Entre los pri­meros cristianos se identi­fi­caba la vida fiar lodo cristianos como "El cami­no". (Mt. 3.3; Lc. 1. 76 y 3.n; Jn. 1. 23; Hech 8.39 y 16. 17 2; Pedr. 2. 21). Los cristianos podían decir, como Pablo, que "siguiendo el camino que ellos llaman secta, sirvo al Dios de nuestros antepasados." (Hech. 24.15)
   Algunas de esas formas de vida o caminos reclaman, según las enseñanzas del Evangelio, una vocación singular. Todas ellas se ampara en la palabra del Señor: "No me elegisteis vosotros a mi, soy yo el que os he elegido a vosotros" (Jn. 15. 16).

   3.2.1. Vocación sacerdotal

   La consagración eclesial que supone el sacramento de Orden exige una sincera y definida vocación. Nadie se puede o debe acercar al altar, si el mismo Dios no le reclama.
   La vocación sacerdotal, la que implica la ofrenda del sacrificio y la dedicación al Pueblo de Dios, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, supone la llamada divina, autentificada por la lla­mada de la Iglesia.
   Nadie tiene derecho por sí mismo a seguir el estado sacerdotal. Se requiere que la Iglesia, por medio de su autoridad, del Obispo, se haga eco de la llamada de Dios. Lo original de la vocación sacerdotal es esa confluencia de lo divino y de lo eclesial.

   3.2.2. Vocación religiosa

   La vocación religiosa, en sus diversas formas y terrenos, implica la inspiración personal por parte de Dios y la aceptación, no vocación, por parte de la familia o grupo al cual una persona se siente llamada.
   Propiamente hablando, y dada la inmensa variedad de misiones eclesia­les que las personas consagradas con compromisos "religiosos" ejercen, podemos decir que la vocación religiosa es doble: vocación a la consagración y a la acción.
   La consagración implica la aceptación de las exigencias comunes de toda vida religiosa: oración y no sólo plegaria, obediencia y no sólo dependencia, castidad y no sólo celibato, pobreza y no sólo austeridad.
   Para la práctica de los "consejos evangélicos" se requiere una llamada divina y una respuesta humana. Ambas deben durar toda la vida: por parte de Dios así es; por parte del hombre, inestable y libre, muchas veces rectifica sus decisio­nes y se vuelva atrás.
   El mensaje de Jesús es claro: "Muchos son los llamados y pocos los elegidos". (Mt. 20. 16). Los Apóstoles lo entendieron: "Llamó a los que él quiso." (Mc. 3. 13). En ocasiones no bastó que algunos quisieran seguirle: "Aquel hombre le pedía ir en su compañía, pero Jesús no lo consintió, sino que le dijo: vuelve a tu casa y anuncia lo que Dios ha hecho contigo" (Mc. 5. 18-20).
   Reclamó reclama que la pala­bra dada fuera seria y firme: "El que pone la mano en el arado y vuelve los ojos atrás no es digno del Reino de los cielos." (Lc. 9.62). Y reconoció siempre libertad en la elección, aunque su invitación fue directa y clara: "Si quieres ser perfecto, deja lo que tienes, dalo a los pobres y luego ven y sígueme." (Mt. 19.21).
   La vocación religiosa requiere dotes singulares, espirituales y naturales, pues "el Reino de los cielos padece violencia y solo quienes se la hacen pueden entrar en él" (Mt. 11. 12).
   Ciertamente las limitaciones serán reales y variadas. A veces serán relati­vas a la pobreza: "Uno le dijo: Te seguiré a donde quiera que vayas. El respondió: Las raposas tienen madriguera, el Hijo del hombre no tienen donde reclinar la cabeza." (Mt. 8.20 y Lc. 9. 58)
   Existirán en lo referente a la virtud de la castidad: "No todos son capaces de ello, el que  sea capaz que lo haga... Pues hay eunucos que a sí mismo se renuncian por el Reino." (Mt. 19. 11).
   Y surgirán ante la humildad y la obediencia: "No he venido para hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me ha enviado." (Jn. 12. 49)
   Al margen de la exégesis técnica de todos estos textos evangélicos, lo que hay de cierto en el fondo de ellos es lo que siempre entendió la tradición: que es Dios quien llama y quien da fuerza para superar los obstáculos del camino. Y que es el discípulo el que le sigue y merece su apoyo y re­compensa.
   La consagración religiosa recla­ma una vocación singular: abierta a todos los sacrificios que exige el cumplimiento de los votos, privados o públicos, simples o solemnes, perpetuos o temporales.
   Además de la tendencia a la perfección en general: a la renuncia, a la fidelidad, al encuentro con Dios, la vida religiosa requiere otra di­mensión vocacional definida por el tipo de actividad a la que, en la Iglesia, se entrega cada Instituto.
   Esta actividad va desde la más pura actitud contemplativa y testimonial en la Iglesia, hasta los más variados ministerios: sanitarios, docentes, misioneros, parroquiales, asistenciales, etc.
   Quien se siente llamado a un grupo religioso de esta naturaleza debe examinarse, probarse, decidirse, prepararse, comprometerse y quemar su vida por el Reino de Dios.

   3.2.3. Vocación apostólica

   También se puede hablar de la necesidad, existencia y excelencia de una vocación singular para la entrega apostólica en bien de los hombres.
   Con frecuencia se entendió el mandato misional: "Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a todas las naciones" (Mc. 16. 15), como referido a los Apóstoles que le escuchaban y se le vinculó con el bautismal: "Bautizadles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo." (Mt. 28.19). Pero no es del todo exacto en el contexto en que Jesús ordenó esta encomienda.
   Todos los cristianos, por el sacramen­to del Bautismo, deben sentirse envia­dos al mundo para proclamar la buena noti­cia de la salvación. Todos tienen el derecho y el deber de ser ministros de la palabra, con su voz, con su vida, con sus gestos, con su plegaria.
   Pero en la Iglesia existen personas especialmente llamada por Dios para una misión apostólica de entrega total, desde su estado y profesión, con sus cualidades y limitaciones, en todos los momentos y a todas las edades.
   Esas personas requieren una fortaleza especial para dar respuesta positiva a la llamada divina. De ellas siempre se dirá lo que S. Pablo recordaba dicho por Isaías: "¿Cómo van a creer en El, si no hay quien le anuncie? Y ¿cómo van a oír hablar, si nadie les envía? Por eso dice la Escritura (Is. 52.7) ¡Qué hermosos son los pies de quien anuncia las buenas noticias!"

   3. 3. Vocaciones seculares

   Desde el Concilio Vaticano II se ha insistido en la Iglesia sobre la importancia que tiene la dedicación de los seglares cristianos en la Evangelización.
   El Papa Juan Pablo II, en la Exhortación "Christifideles Laici", dice: "La misión salvífica de la Iglesia en el mundo es realizada no sólo por los ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos.
   Estos, en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal, proféti­co y real de Jesucristo, cada uno en su propia medida". (N. 22)
   Esta voluntad de Cristo exige de cada fiel creyente compromisos eclesiales firmes, claros, conscientes y libres.
   - Todos deben analizar qué pueden hacer para que la verdad sea conocida por todos los hombres.
   - Deben cultivar la fortaleza suficiente para dar a la vida sentido de frater­nidad y no sólo buscar la promoción personal.
   - Tienen que obrar conforme a una escala de valores humanos y espirituales para bien de toda la Iglesia.
   - Y, como bautizados, han de pensar en el porvenir más que en el presente, cultivando la esperanza y la fe.
   En la Exhortación citada de Juan Pablo II, se dice también: "El Espíritu Santo enriquece a la Iglesia con dones e impulsos particulares, llamados carismas. Sean extraordinarios, sean sencillos y ordinarios, los carismas son gracias del Espíritu y tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial, ya que están destinados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo...
  Los carismas se conceden a cada persona concreta, pero siempre se ordenan al bien de la comunidad entera." (N 24)
   Desde la Revolución religiosa que originó Lutero, se intensificó el riesgo en el ámbito católico de clerificar las actitudes vocacionales y se identificó a la Iglesia con la Jerarquía y el Magisterio, olvidando algo el sentido de Pueblo y de comunidad. Se dividieron las vocaciones en clericales (sacerdotes) y laicales (religiosos no sacerdotes) y se reservó el concepto de vocación para esos estados especiales de "tendencia a la perfección", al tiempo que se confundía lo eclesial con lo eclesiástico.
   Los tiempos modernos, superados los miedos y antipatías antiprotestantes, han regresado a mejores actitudes para proclamar el valor primordial de la vocación bautismal y al sentido corresponsable de todos los fieles, laicos o clérigos, religio­sos o seculares, varones o mujeres, en la comunidad cristiana.
   En el Código de Derecho Canónico, que es la ley de la Iglesia, se dice: "Son fieles cristianos los que, incorporados a Cristo por el Bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a de­sempeñar la misión que Dios encomen­dó cumplir a la Iglesia en el mun­do.
   Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, coope­ran a la edificación del Cuerpo de Cristo.
   Los fieles están obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar. Todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa, así como incrementar la Iglesia y promover la santificación continua de todos.
   Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de la salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero". (Cánones 204 a 210)

 
 

 

   4. Vocación, don eclesial.

   El mensaje evangélico deja claro que es Dios quien rige los destinos humanos, pero también que el hombre es libre para asumirlos y para rechazar­los.
   Dios se cuida de cada hombre y le señala su camino en la vida de forma suficiente. El hombre puede seguirlo, si lo descubre, pero puede caminar tam­bién hacia otra dirección.
   El plan divino para cada hombre con­duce a la salvación. Los modos y los ritmos pue­den ser diversos y es el hom­bre el que, con su inteligencia, debe discernir lo que Dios le ofrece entre muchas posibilidades y lo que él elige entre variadas ofertas.
   Por eso se presentan los designios de la Providencia como compatibles con la libertad y con la responsabilidad de la propia conciencia. Es ella la que debe optar ante cada demanda del cielo. Es lo que siempre ha proclamado la piedad cristiana cuando ha presentado las vocaciones sacerdotales y religiosas, las apostólicas y las contemplativas, como dones divinos libres para ser seguidos o rechazados.
  Los animadores vocacional, si han entendido el mensaje de la libertad y de la voluntad divina, han alentado a los hombres a buscar la voluntad de Dios a la hora de elegir estado, profesión o situación. Pero han respetado las decisiones finales de los protagonistas.
  La mayor gracia divina ha sido la llamada a la fe, el Bautismo; lo demás ha sido mirado siempre como regalos com­plementarios.
   En todo caso, con ojos de cristiano, el trabajo se ha mirado siempre es algo más que una ocupación rentable. Es la manera de vivir con los demás y para los demás, no sólo entre los demás. Elegir profesión o estado de vida no es sólo cuestión individual, sino que transciende en beneficio de toda la comunidad de fe a la que se pertenece.
   San Pablo dice a los cristianos de Tesalóni­ca estas palabras: "Un hermano no puede vivir ociosamente... El que no quiere trabajar que no coma tampoco. Nosotros instamos a todos a que trabajen y coman el pan sin perturbar a nadie. Y que nunca se cansen de hacer el bien a los demás". (Col 2. 5-7)

   4.1. Vocación y solidaridad

   En la aportación de las propias riquezas, materiales, morales, intelectuales, espirituales, al caudal común de la sociedad en la que se vive, entran en juego multiplicidad de rasgos o aspectos, cuya acumulación se puede llamar, de forma general, "vocación profesional".
   La persona inteligente debe tenerlos en cuenta todos, en la medida de lo posible. Debe ser consciente de sus elecciones: cuando forma una familia, cuando aporta a los demás los frutos de sus esfuerzos, cuando comparte con los más necesitados sus posesiones.
   Todos los hombres, y de forma más directa los más "próximos", sienten los beneficios o los perjuicios de las decisiones y opciones de cada persona.
   - Por una parte, importan las aptitudes y cualidades de cada uno, pues la armonía de la sociedad, y de la Iglesia, procede del cúmulo variable y diferente de riquezas de cada miembro componente.
   - Tienen prioridad las opciones libres de cada uno para enriquecer o empobrecer el bien común. Las preferencias, gustos, influencias, de cada uno deben ser tenidas en cuenta. Pero, a la hora de elegir, el buen cristiano sabe pensar en los demás como desti­natarios de la ma­yor parte de las decisiones.
   - En las decisiones vocacionales influyen las circunstancias y oportunidades de todo tipo que rodean: ámbito cul­tu­ral, localidad, recur­sos familiares, modelos, experiencias infantiles, etc. Pero esas realidades son luces que alumbran, no coacciones que oprimen.
   El hombre tiene el derecho de elegir. Pero tiene el deber de hacer todo lo posible por acertar con lo mejor y de poner a disposición de los demás las cualidades y posibilidades. No se deben infravalorar los propios planes, proyectos y previsiones individuales. Hay que estimar también los consejos, las aportaciones, las ayudas de los demás ( de los padres, de los amigos, de los educadores) y las consecuencias para los demás (presentes y futuros) que han de beneficiarse de los proyectos de cada uno.
   Por eso hay que relacionar con la voluntad divina los frutos de las buenas opciones.
    San Pablo escribía a los Corintios: "Cada uno tiene que dar a los demás lo que su conciencia le dicte, no a regañadientes. Dios ama siempre al que da con alegría... Dios proporciona la semi­lla al sembrador y pan para que coma. Dios os dará la semilla y hará que la multipliquéis para que se convierta en una gran cosecha". (2 Cor. 9. 7-10)

   4. 2. Iglesia y dones vocacionales

   El hombre debe ser generoso al explo­rar el estilo de vida que le es posible en función de las cualidades de que Dios le ha dotado.
   Pero el cristiano debe, además, pen­sar cómo puede hacer fructifi­car esos dones para bien de la comuni­dad de fe a la que pertenece.
   Debe explotar sus "cualidades profe­sio­nales o vocacionales" con sentido de Iglesia, previendo su aportación al Reino de Dios presente y futuro:
   - Las intelectuales, que son las que más definen su capacidad como hombre y sus posibilidades de desarrollo, le deben mover a defender, promover, enri­quecer en su entorno los criterios y los valo­res del Evangelio: oración, cari­dad, esperanza, fe, justicia.
   - Las morales y afectivas, que constituyen la fuente de su energía espiritual y de sus preferencias, le deben proyectar al servicio, a la humildad, a la disponibilidad ante los demás cristianos.
   - Las sociales, así como las circunstancias ambientales que ponen en sus manos mayores o menores posibilidades materiales, le llevarán a la colaboración, a la solidaridad y, cuando el caso lo requiera, al ejercicio del liderazgo en diversos terrenos o materias.
  - Sus cualidades espirituales y sobrenaturales (sensibilidad, virtud, fe, sabiduría, piedad) deben ser contempladas también como "carismas", concepto que significa gracia recibida para bien y provecho de los demás. El que tiene fe se hace consciente de sus capacidades espirituales y de sus inspiraciones apostólicas. Debe escuchar a Dios. Y se ha de sentir miembro de una Iglesia activa, en la que es importante anunciar el Reino de Dios a todos: a los que ya lo cono­cen, para que vivan según Dios quiere; a los que no lo han descubierto, para que reciben el primer anuncio.
    San Pablo se lo escribía a los Corintios: "Hay diversos servicios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversos dones, pero el Espíritu es el mismo. Son diversas las actividades, pero es el mismo Dios el que da la actividad y lo ordena todo al bien común. La presencia del Espíritu en cada uno se ordena al bien de todos."(1 Cor 12. 5-7)
   Los cristianos de todos los niveles y ambientes son responsable de que el Anuncio o Buena Noticia llegue a los hombres. Su vocación bautismal les compromete con la comunidad de fe a la que pertenecen.
   El Concilio Vaticano II dice a los cris­tianos: "Los fieles laicos tienen como vocación buscar el Reino de Dios, ocupándose de las realidades terrenas. A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser conformes al plan de Cristo y se conviertan en alabanza del Creador y Redentor". (Lum. Gent. 31)

 

 

  

 

   

 

   5. Elección de vocación

   Si la vocación natural y la cristiana se compenetran y comprometen las actitu­des y disponibilidades aludi­das, es fácil en­ten­der que el acierto en su elec­ción y la fortaleza en su segui­miento son de impor­tancia trascendental.
   Cada hombre tiene un destino en el mundo y cada camino supone un desa­fío. Es ley de la vida el integrar­se con los demás seres para vivir la fe.
   Por la mis­ma índole de nuestra natu­rale­za social, y también en términos eclesiales, todo lo que hacen los demás re­percute en nosotros y todo lo que hace­mos compromete la vida de los demás.

   5.1. Elegir con reflexión

   El Ser Supremo ha hecho que los hombres sean necesarios para vivir, convivir y sobre­vivir. Desde la cons­truc­ción de una casa hasta la fabricación del pan cotidia­no, desde la protección de la salud hasta la defensa contra el frío o contra los peligros, desde la producción de obras artísticas hasta las diversiones y descan­sos, pocas cosas se pueden hacer sin contar con los demás.
   Es necesario enseñar a los hombres en esta compenetración. Por simple lógi­ca, deben pensar en los demás y no en sí mismos, cuan­do se trata de situarse en el mundo. La madu­rez de perso­nas sólo se consi­gue en la proyec­ción hacia los demás.
   No hay vocación verdadera, si el que la contempla sólo la valora como plata­for­ma de promoción propia y si excluye por principio el beneficio de los demás. En ese caso habría comercio, negocio, inversión rentable, utilidad. La idea de vocación requiere donación, entrega, servicio, dedicación, ofrenda.
  Elegir un camino u otro supone pensar y deliberar. Nada hay tan decisivo e importante en determinados estadios de la evolución de la persona que ayudarle a pensar en este terreno y prepararle para elegir con responsabilidad.

   5.2. Preferir desde la fe

   Pero los cristianos superan la dimen­sión meramente racional. Ven la vida, el mundo y los traba­jos, como una forma de cumplir el plan de Dios sobre cada hom­bre. Por eso desean que los dones y las rique­zas espirituales sirvan a la comuni­dad de creyen­tes a la que perte­necen, al menos con tanto provecho como se desean para sí mis­mos.
   Los que tienen fe serena y suficiente se saben hombres a quienes la Sabidu­ría divina ha confia­do la animación de un mundo mejor para que triunfe el Reino del bien. Y ese Reino no es una utopía o una quimera. Es el resultado de una lucha guiada por la gracia de Dios.
   En el plan de Dios cada uno tiene su lugar. Aislados, los creyentes parecen poco impor­tantes, pero todos son im­pres­cindi­bles y valiosos considerados como espigas, racimos y edificios.
   Y cuando alguien falla en el cumpli­miento de sus previsiones, un fragmento del plan divino se destro­za.
   Por eso es nece­sario situarse adecua­da­men­te en el puesto que Dios ha queri­do para cada uno de nosotros, como fuente de gracia personal y como cauce de gracia colectiva.

   5.3. Amar la comunidad

   La dimensión social y eclesial es deci­siva en la buena elección vocacional. Todos los cristianos están llamados al servi­cio apostólico. Estén o no vincula­dos con una "congre­gación", con un movi­miento, con un grupo, lo esencial es trabajar por el Reino, que es la vocación co­mún de los segui­dores de Jesús.
   Si ciertas llamadas divinas selectas resuenan en su conciencia y sienten que Dios les invita a vivir una vida asociada con otros, lo cual facilita e incrementa la eficacia apostólica, deben seguir­la con valor y desprendimien­to. Pero son libres de hacerlo o no. Después de la vocación a la fe, por medio del Bautis­mo, pocas cosas más hermosas hay que la voca­ción sacerdo­tal o la llamada a una vida religiosa y apostólica de vanguardia.
   En la Carta a los Efesios dice S. Pa­blo­: "Cada uno de nosotros hemos recibi­do nuestro don, en la medida en que Cristo ha querido darlo...
   El es quien ha hecho a unos Apósto­les, a otros profe­tas, a otros evangelis­tas, a otros encargados de dirigir y ense­ñar a los creyen­tes. El es quien capacita a los fieles para que cada uno desempe­ñe su tarea y cons­truyan el Cuerpo de Cristo" (Ef. 4. 9-13)

 

   6. Catequesis vocacional

   Los criterios expuestos son decisivos para que el educador de la fe entienda que una catequesis vocacional oportuna, evangélica y personal es mucho más importante que el proselitismo para gru­pos religio­sos o el servicio de orienta­ción profesional para que cada hom­bre se gane hon­rada­mente la vida.
   Es ante todo una colaboración con la Iglesia y una personalización de las respuestas a las demandas divinas.

   6.1. Criterios

   Toda catequesis vocacional y todo educador de la fe deben responder en este terreno a criterios evangélicos, eclesiales y pedagógicos claros. Se trata de una catequesis que sitúa sus raíces en el mis­terio del Cuerpo Místico y en las exigen­cias de la misión salvadora de la Iglesia en el mundo.
   En tres podemos condensar los crite­rios básicos de una buena catequesis vocacional.
  - El lograr que el catequizando vea la orientación vocacional como algo más que una elección profesional. Es el princi­pal objeti­vo de esta catequesis. No se trata de alentarle a buscar un trabajo provecho­so. Más bien esta catequesis le conduce a situarse en el mundo bajo la luz del Evangelio, no de la rentabilidad social. "Buscar el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt. 6.33)
    - La valoración de toda acción en clave eclesial, es decir de solidaridad de fe con todos los creyentes, es decisiva. Hay que enseñar a ver la vida propia en función de la comunidad, no de los inte­reses exclusivamente personales. "El que deja casa, padre, madre, hermanos, hermanas,  hijos o tierras por mi causa, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mt.19.29)
   - La profesión, el trabajo, la elección de vida, pertenecen al orden de los me­dios para conseguir los fines últimos. Y el fin último del creyente es cumplir la vo­luntad divina. "De qué le sirve al hom­bre ganar todo el mundo, si des­pués pierde el alma?" (Mt. 16.26)
  
  

  

 

 
 

  

6.2. Etapas

   Por otra parte, estos principios son sutiles y sublimes. Su asimilación recla­ma madurez progresiva, tiempo suficiente, apoyos exter­nos y disponibilidad interior.
   En este terreno, como en los demás, no se debe nunca olvidar que la catequesis es un proceso de educación de la fe y es preciso acomodarse al nivel mental y a las influencias sociales exis­tentes en cada catequizando.
   Pero es bueno entender que se trata de una "catequesis continua", que debe hacerse presente a todas las edades y en todas las situaciones.

   6.2.1. En niños pequeños, sembrar

   La infancia elemental es un período de siembra vocacional: simpatías, sorpresas, admiración por los adultos, términos, valores iniciales, situación en el mundo, datos familiares que se reciben y subconscientemente se almacenan.
   Hay que presentar ahora la variedad de oficios en la sociedad y, en la medida de lo posible, la diver­sidad de servicios, labores y necesidades en la Iglesia.
   En lo posible, es provechoso situar en el centro de las consideraciones la ac­ción y presencia de Dios en el mundo. Las figuras bíblicas y los ejemplos de Jesús en el Evangelio sintonizan con la preferencia infantil por los hechos y por los personajes atractivos. Es la hora de la "catequesis de los modelos."

   6.2.2. En niños mayores, observar

   Con niños mayores, conviene personalizar las diversas experiencias positi­vas y negativas que se hallan. Tanto en lo profesional como en lo eclesial, el niño va intuyendo que es cuestión que le afecta de cara al porvenir
   Es etapa en que se aprende a valorar las diversas realidades profesionales y la existencia generosa de determinadas dedicaciones desinteresadas en la Iglesia: misioneros, catequistas, sacerdotes. Las referencias personales como comentario se multiplican en el ambiente familiar.
   En la catequesis, la atención debe estar en la presentación del Evangelio y en los ejemplos y palabra de Jesús, que el catequizando debe poder entender, relacionar, personalizar y saber comen­tar deforma sencilla.
   Sensible a los valores sociales y abiertos a las experiencias grupales, el mensaje de Jesús puede albergarse en su mente ávida de datos y en su vida interesada por las experiencias.
  En ellas debe apoyarse esa "catequesis de la imitación y de la oferta".

   6.2.3. Con preadolescentes, invitar

   La preadolescencia es tiempo de metamorfosis. Llega el momento de planteamientos afecivos y previsiones vitales, con referencia más o menos clara a la propia persona.
   Interesa resaltar los hechos de la Providencia y aludir con frecuencia a las opciones personales como posibilidad y como riqueza natural y sobrenatural.
   Muchas de las actitudes básicas del cristiano surgen en germen en este momento de la vida y los valores fuertes y radicales de la persona se fundamentan ahora en la conciencia y en la sensibilidad del preadolescente.
   Importante es dejar grabados en su espíritu determinados valores vocacionales que más adelante, tal vez, den su fruto: realidad de la Iglesia, diversidad de ministerios, necesidad de la comundad eclesial en la expresión y maduración de la fe, existencia de vocaciones generosas, posibilidades personales ante el futuro, deseos de servicio eclesial, etc.
   No ha llegado todavía el momento de las opciones, pero sí es estadio evolutivo de las simpatías preferentes, de los ideales altruistas incipientes, de las invitaciones que quedan latentes en la conciencia y suscitan unas primeras opciones afectivas que más adelante se convierten, tal vez, en ideológicas.
   Es la "catequesis de la insinuación". Y es la catequesis de la "iluminación", de la "esperanza", de la benévola apertura al porvenir

   6.2.4. Con jóvenes, impulsar.

    La orientación vocacional casi definitiva es propia de los estadios académicos y sociales juveniles. Se realizan las opciones firmes en el tipo de estudios y se acogen las experiencias sociales que definen la persona para el provenir. Son posibles las aportaciones altruistas, los compromisos incipientes no definitivos en trabajos sociales, las influencias personas ante los gestos o los hechos de personas admiradas, etc.
   La buena orientación profesional en el tiempo juventud es un servicio necesario para que la persona opte ante la vida, sin precipitaciones pero sin demoras desconcertantes y empobrecedoras. Y en ese contexto se debe situar la catequesis vocacional como iluminación y apoyo en sus actitudes y posicionamiento eclesiales.
   No se deben excluir, en la presentación del mensaje cristiano ante los jóvenes, las invitaciones claras y las insinuaciones oportunas hacia opciones valientes: sacerdocio y vida religiosa, compromisos apostólicos fuetes, servicios y entregas a los necesitados.
   De forma especial estas ofertas y aperturas se pueden y deben presentar a quienes denoten mas elevados valores espirituales y posean riquezas morales y sensibilidad eclesial elevada, todo lo cual dependerá en gran medida de la buena catequesis anterior recibida en familia, en la escuela, en la parroquia, en diversos grupos cristianos.
   Todo joven cristiano debe alguna vez en su camino encontrar la invitación a "dejar lo que tiene y seguir a Cristo, si es que quiere ser perfecto", sobre todo en los momentos en que se pregunta "lo que debe hacer para ir a la vida eterna".
   Es hora de "la catequesis de la invitación y de la oferta".

 

   

 

 

 

6.2.5 Con adultos, acompañar

   Las llamadas a la perfección y al com­promiso cristiano apostólico se pro­longan como posibilidad a lo largo de toda la vida. La renovación vocacional, en sentido altruista, no terminan nunca mientras el cristiano camina en este mundo. Con todo hay momentos en los que pueden surgir con especial significación: cuando se inicia una vida matrimonial y los propios hijos aparecen en lonta­nanza, cuando una necesidad social golpea en la conciencia sensible, cuando una jubilación laboral permite disponer de tiempo libre abundante, etc.
   Es interesante ofrecer también en esos estadios adultos de la vida, determinadas invitaciones e insinuaciones hacia un mejor servicio eclesial.
   Todos pueden escuchar en determinado momento alguna especial llamada al apostolado y al servicio: misiones y ministerios, diaconados y compromisos samaritanos, reorientación de la propia vida en aras de un mayor amor al prójimo, etc.
   Por otra parte, en una sociedad cambiante y móvil como es la moderna, tan dependiente de los factores imprevistos de transformación, debidos a la cultura audiovisual y a los estímulos de la tec­nología, la buena catequesis nunca termina del todo, sino que acompaña siem­pre a las personas y a laf colectivi­dades.
   Todo momento de la vida es bueno para reactualizar una "catequesis de las llamadas eclesiales, de los compromisos personales, de los vínculos institucionales".

Salva al hombre, Señor, en esta hora
horrorosa, de trágico destino;
no sabe a dónde va, de dónde vino
tanto dolor, que en sauce roto llora.

Ponlo de pie, Señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino;
mas que tu luz lo inmortaliza y dora.

Mira, Señor, que tanto llanto,
arriba en pleamar, oleando a la deriva,
amenaza cubrirnos con la Nada.

¡Ponnos, Señor, encima de la muerte!
¡Agiganta, sostén nuestra mirada
para que aprenda, desde ahora, a verte!

Blas de Otero  1916-1979

 

 

Catequesis vocacionales modélicas

 a)  El Joven desanimado: COBARDIA:  (Mt 19. 16-26; Mc. 10. 17-31; Lc. 18. 18-30)

 1. Acercamiento a Cristo
       Un joven, un hombre, que busca y se acerca: "Maestro bueno"... Sólo Dios es bueno
 2. Interrogatorio oportuno: “Qué debo hacer para obtener la vida eterna...”
     - Cumplir los mandamientos: no matar, no robar...
     - Declaración de honradez: los he cumplido...
     - Invitación a la perfección: "Si quieres ser perfecto, deja y ven."
 3. Reacción de huida: "Al oírlo, bajó la cabeza y marchó muy triste."
 4. Criterios de Jesús: Sobre la riqueza y la vocación. "Que difícil que los ricos vayan al cielo"
 5. Enseñanzas: Para Dios todo es posible, hasta eso.  La invitación a "algo más" viene de Jesús.
 
  b) El Recaudador elegido: VALENTÍA:  (Mt. 9.9-12; Lc. 5.27-32; Mc 2.13-17)

1.  Mateo, el publicano de los tributos. Sentado y con mala fama, recaudador.
2.  Invitación de Jesús, "al pasar." Sencilla, clara y contundente: "Sígueme."
3.  Respuesta generosa, firme, "al momento."   Se levantó, dejó todo, lo siguió.
4.  Celebración de la fiesta.
      En su casa, una comida: llena de publicanos.  Las murmuraciones de los "puros" abundan.
    La respuesta de Jesús es contundente.   "Los enfermos son los que precisan médico."
5. Enseñanzas de la fidelidad.
  Condición para seguir a Jesús: la generosidad.  Mateo, hombre desprendido, valiente, audaz.
Mateo, apóstol desinteresado, culto, abierto. Mateo, proclamador entusiasta del Evangelio.