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1.2. La etapa juvenil (18- 25 años)
Se presenta ya como plena y autónoma. El joven, maduro o no, se ve arropado por los estudios superiores o inicia la actividad laboral, con lo que supone de autonomía en todos los campos. Se sabe dueño de una cultura y de una experiencia original, más o menos distante del adulto. Por eso prescinde de normas ajenas. Si se aceptan, es por conveniencia o por considerarlas asumibles en su situación familiar.
El pensamiento se vuelve con insistencia hacia las opciones de vida: trabajo, matrimonio, profesión, pertenencias. En el terreno religioso, el joven ya no acepta interferencias o curiosidades ajenas. Su situación y sus creencias dependen de los procesos anteriores de formación más o menos asimilados y de la sintonía cultural, social y familiar, en la que cuenta lo afectivo y lo tradicional, más que el cálculo explícito.
2. Rasgos adolescentes
Tradicionalmente se ha considerado la conmoción somática que acontece en la pubertad como signo de un tránsito brusco hacia la adultez. Pero es sólo el anuncio de una primera madurez. A partir de ella, emergen los valores definitivos de cada persona. Afecta ese salto o crisis a todas las dimensiones, sobre todo a lo moral y social.
Y esto supone nuevas perspectivas en todos los terrenos: afectividad, imaginación, capacidad de opción, criterios, sociabilidad, intereses, etc.
La preadolescencia, con todas sus riquezas, no fue más que una puerta abierta y un anuncio de nueva vida. La adolescencia será el tránsito un tanto alborotado hacia la primera vida adulta, a la cual llamaremos juventud madura. Cada uno de los rasgos irá desarrollándose de forma original.
- Se consolidan las ideas, los sentimientos y las relaciones con cierto tono objetivo y dinámico, con apertura a lo mundanal y con apoyos experienciales firmes. No siempre se hace con serenidad. Es frecuente el negativismo y la agresividad ante la vida. El adolescente se vuelve muchas veces taciturno y triste, sin que se pueda determinar las causas, ni siquiera ante sí mismo. Ello le hace un tanto ingrato en las relaciones sociales, inseguro y obstinado, desconcertante en sus reacciones. No son estados duraderos, pero sí lo suficientemente frecuentes para que él mismo se sienta inseguro.
- Es sensible ante el afecto y se irrita con la injusticia o las discriminaciones. Reclama austeridad y se vuelve ambicioso. Protesta cuando se siente víctima de limitaciones y muchas veces es duro cuando impone sus normas a los demás. Habla de democracia, pero se resiste a ser pluralista. Sueña con ideales y sucumbe ante los reclamos de los sentidos. Se vuelve más romántico y utópico que trabajador y sacrificado. Se refugia con frecuencia en el ensueño como evasión compensatoria ante sus propias contradicciones.
- Su principal desconcierto es la debilidad moral. Se propone con frecuencia empresas, trabajos o resoluciones que, sin él explicárselo, duran poco en su voluntad. Se siente frágil. Hasta es a veces pesimista y se desprecia ante sí mismo por ello. No acierta a hallar remedio.
- Es a veces desconcertante en sus proyectos y también inconstante en el cumplimiento de sus deberes o de sus compromisos. No se pueden describir siempre sus caminos, pues ni él mismo los entiende con claridad. Se puede decir con razón que sabe o intuye lo que no quiere, pero no acierta a expresar en cada momento lo que desea. Improvisador por dinámico y también impulsivo por riqueza afectiva, el adolescente no es propenso al orden ni a la previsión; y sus decisiones se fraguan con frecuencia sobre la marcha.
- Por eso aparece como conflictivo en la vida familiar y también en la escolar. Altamente sensible a la autonomía y a la libertad, se vuelve exigente cuando asume un puesto de mando, pues le atenaza el complejo de su propia debilidad o el miedo al fracaso. Con todo, la conflictividad no es ordinariamente profunda y se amortigua con el paso del tiempo, sobre todo si se mueve con educadores tolerantes y comprensivos.
Sus fuerzas afectivas son ricas y explosivas, pero no violentas. Cultiva la amistad y la solidaridad como valores ideales, pero a veces es inconsecuente con ellos. Es fiel, pero no constante, ante lo prometido. Se enreda con frecuencia en simpatías por el otro sexo, con enamoramientos platónicos e irrealizables, que no son duraderos.
A veces se pierde en el romanticismo: gestos tímidos o audaces, solidaridad utópica, admiración por héroes o empresas ambiciosas, amor a la naturaleza y a la vida, cultivo de la literatura, del periodismo, de la política o del arte, también de la religión. Y muchas veces se refugia en sí mismo: diarios, cartas personales e íntimas, autodescripciones, etc.
- Está propenso a evasiones que le alejan de la realidad: juego, espectáculo ruidoso, cine de aventura, novela, incluso alcoholismo o toxicomanía. Llega a situaciones de riesgo por su afán de novedad, por el atractivo del riesgo, o por la persuasión, más o menos subconsciente, del entorno.
Prefiere la evasión en grupo y rompe muchas veces con las normas prudenciales, sobre todo para no ser menos que los compañeros. Pero sus diversiones más espectaculares le dejan con frecuencia vacío interior, sobre todo si tiene elevados valores morales; mas trata de llenarlo con sucedáneos y experiencias desbordantes.
- También se siente arrebatado por compromisos idealizados, los cuales muchas veces no son calculados en todas las consecuencias: empresas exigentes, pertenencias a grupos novedosos, reacciones contra las normas o los usos sociales, provocaciones innecesarias a la autoridad, invitaciones irresistibles a colaboraciones no siempre bien definidas, etc. Se siente mayor cuando puede hablar de lo que ha visto, experimentado, gustado. Con frecuencia magnifica sus logros o sus proyectos, con el deseo de parecer más fuerte o hábil que los otros.
- Los adolescentes se diferencian notablemente por la situación social en la que se mueven. Sus compromisos y sus actividades condicionan su identidad personal desde el momento en que se sienten aprisionados en determinados roles o empresas exigentes. Por eso son tan diferentes las exigencias y reacciones de los adolescentes estudiantes, trabajadores, marginados, líderes, miembros de bandas, participantes en grupos políticos, etc. Según el contexto en el que se mueve, cada adolescente se proyecta para el bien o para el mal y se siente propenso a la serenidad o la violencia, al equilibrio o al desajuste.
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3. Religiosidad
Es época en que transita inconscientemente por una religiosidad subjetiva, camino de la objetivación. El adolescente posee grandes riquezas emotivas. Es sensible, imaginativo y social. No solamente se muestra dinámico y comunicativo, sino que necesita también la apertura hacia y desde los demás. Ello equivale a decir que tiene facilidad para captar y reaccionar ante los valores espirituales.
Su religiosidad por lo general no es todavía definitiva y madura. Se halla muy sujeta a transformaciones asociadas a sus alteraciones emocionales. Por eso tiene el riesgo de ser tornadiza y sufrir rupturas, o al menos vaivenes, en las decisiones, adhesiones o valores.
3.1. Rasgos
- Su inclinación frecuente es el moralismo. Se multiplican las vinculaciones con los aspectos éticos en sus reflexiones y planteamientos de vida. Algunos temas le afectan con insistencia: justicia social, conciencia, solidaridad, derechos humanos, sobre todo la sexualidad. En muchos adolescentes de ambientes creyentes se establece estrecha vinculación entre sexualidad y compromiso religioso, siendo frecuente la aversión agresiva hacia la ley moral a causa de la dificultad de su aceptación práctica en los terrenos sensoriales.
- Se siente también la estructura eclesial como un estorbo, sobre todo por la espontánea relación que se configura entre personas y dogmas, entre evangelizadores y Evangelio, entre tradiciones sociales y creencias de conciencia.
- Muestra una religiosidad muy vinculada también a estímulos ocasionales y a períodos de efervescencia sentimental. Una persona, una vivencia, un encuentro, una invitación, una lectura, una necesidad ajena, un acto religioso que conmueve su sensibilidad, pueden ser ocasión de exaltación espiritual o de adhesión intensa. El riesgo es la provisionalidad, ya que la inconstancia suele ser, más que amenaza, tropiezo en los caminos de su crecimiento espiritual.
- La religiosidad adolescente tiende mucho a personalizarse y vincularse a nombres concretos y a eslogans de cierto sabor utópico, incluso mítico.
Particular relieve cobra en esta edad la figura humana de Jesús, que sintetiza el mito, el héroe, la fortaleza, la bondad y la honradez, que admiran a todo adolescente. Jesús se presenta como alguien distinto y en la adolescencia se valora más su figura que su doctrina, se experimenta más atractivo por sus hechos que por sus palabras.
- El espíritu participativo y solidario de esta edad abre las puertas también a la relación religiosa con otros compañeros en similares condiciones. Esos vínculos pueden desenvolverse por intercambios individuales o cauces asociativos.
- En los círculos íntimos, en los que predomina la confianza, no se siente inhibición para el cumplimiento religioso. La vida sacramental tiende a ser convivencial y fomenta, incluso, la solidaridad con el grupo. Si no hay confianza, lo religioso se relega al fuero de la conciencia y el respeto humano impide exteriorizarla. Del mismo modo nacen afanes apostólicos, sobre todo en los grupos de amigos con los que se convive.
- Con todo, la expresión de la fe del adolescente tiende a ser preferentemente personal, aun cuando le cuesta todavía desprenderse de las concomitancias sociológicas: familiares, escolares, convivenciales. Rechaza cauces de expresión impuestos y no llega a sentir la necesidad de respetar la fe ajena, si estas formulaciones chocan con la suya. Por eso su fe no se manifiesta todavía madura, serena, estable.
3.2. Religiosidad de desarrollo
La religiosidad se presenta en la etapa adolescente como más personal y más proyectiva que la configurada en la etapa anterior: manifiesta mucho de tensión, se asocia con reflejos de autoafianzamiento, posee carga afectiva más que doctrinal, se condensa en la práctica cultual como elemento primordial de referencia.
Es fruto de los procesos educativos seguidos hasta el momento; pero va adquiriendo tonos ya personalizados, los cuales conllevan actitudes diferenciadas. Hay ya adolescentes creyentes y practicantes; los hay creyentes y no practicantes; no muchos son los practicantes no creyentes; y los hay en abundancia que ni creen en nada concreto ni practican nada religioso.
Es cierto que la fe en este momento no debe ser identificada con el mero cumplimiento religioso; pero no ha de ser fácilmente separada de él. El adolescente se siente ya libre en sus cumplimientos, al menos físicamente. Otra cosa es que lo sea moralmente y no pesen las tradiciones familiares o las mismas convenciones sociales.
3.3. Religiosidad diferencial
- A su situación ha llegado de muchas formas y por diversas influencias; pero su cumplimiento depende de las opciones adoptadas. De aquí que la educación religiosa habrá de valorar mucho la instrucción doctrinal y moral.
3.3.1. Diferencia por situación
- En general, sea cual sea la actitud habitual, en este momento predomina la permanencia serena y sin excesivos vaivenes en el comportamiento y en las creencias.
- En los estudiantes de orientación humanista suelen surgir con alguna frecuencia replanteamientos ideológicos o revisiones periódicas, al menos en terrenos o aspectos relacionados con sus estudios literarios, históricos o filosóficos.
- En los que viven ambientes laborales o en los mismos estudiantes de orientación técnica, científica o económica, las conmociones o replanteamientos religiosos son menos frecuentes. Al menos no poseen las cargas dialécticas que reflejan los primeros, teniendo ellos el riesgo del pragmatismo.
3.3.2 Diferencias por sexo
- Hay que recordar las variaciones religiosas en relación a las peculiaridades de cada sexo.
- Si la joven tiende a exteriorizar con más sensibilidad las reacciones y las opiniones, no hay que concluir que es más religiosa que el varón, sino que tiene formas expresivas propias para transferir al exterior sus creencias y sus actitudes.
- El comportamiento religioso de la muchacha influye notablemente en el varón, incluso más que la influencia familiar, cuando con ella se relaciona en clima de homogeneidad y de confianza.
3.3.3. Por forma evolutiva
La evolución religiosa de los adolescentes y jóvenes no es homogénea. Se puede manifestar de manera muy diferente, incluso más que en la infancia o también más que en los adultos.
En los diversos estadios repercuten las actitudes y las capacidades psíquicas de cada persona: También inciden inevitablemente las formas sociales que influyen de múltiples formas o en las que debe traslucirse la misma religiosidad.
Ni todos son idénticos en ritmo y en reflejos, ni todos sufren cambios equivalentes en su maduración. Podemos hacer una clasificación de jóvenes según algunas referencias o criterios que permiten entender mejor sus transformaciones interiores.
Podemos recordar lo que Blas Pascal decía sobre la fe de los hombres y también de los jóvenes :
"No hay en el mundo más que tres clases de personas:
* unas que sirven a Dios, habiéndole encontrado;
* otras que se dedican a buscarle, al no haberle encontrado;
* y algunas que viven sin buscarle ni haberle encontrado.
- Las primeras son razonables y felices; las últimas son locas y desdichadas; las del medio son razonables, aunque sufran en vida". (Pensamientos 257) |
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4. Su tipología religiosa
Una tipología interesante de los tipos religiosos adolescentes es la que hace años formulaba un educador, Luis Guittard en "La Evolución religiosa de los adolescentes" (Barcelona. Herder 1961). Desde criterios estadísticos de comportamiento y cumplimiento religioso, reflejó cinco grandes modelos juveniles:
4.1. Los arreligiosos.
Se marginan de todo lo espiritual y se sienten dominados por el escepticismo. Evitan el factor trascendente en su vida y sus actos o planteamientos y sólo se apoyan en intereses inmediatos.
4.2. Los indiferentes.
Se independizan de lo religioso sin negarlo explícitamente. Su postura es la atonía espiritual. No niegan la existencia de lo trascendente. No se sienten dominados por sentimientos y actitudes que tengan que ver con la divinidad o con sus misterios.
4.3. Los tradicionalistas.
Se hacen eco de la sociedad en la que viven y ordenan sus criterios y sobre todo sus actos en función de las costumbres mayoritarias de la familia o de la entidad escolar a la que acuden. Cumplen desde fuera ritos y asumen mínimos sin especial problema.
4.4. Los indecisos y volubles.
Sufren oscilaciones tanto en formas de pensar y de sentir como en modos de comportarse en lo referente a la religiosidad. No pueden prescindir de lo religioso, pero son inconstantes en sus líneas de acción y en sus criterios.
4.5. Los fervorosos.
Ven y sienten en la religión un condicionante fuerte de sus modos de pensar, de querer y de actuar, interior y exteriormente. Asumen los misterios religiosos y los convierten en fuerzas vitales, con intensa tonalidad afectiva y con actuaciones consecuentes.
Son más abundantes los tres intermedios: tradicionalistas, indiferentes e inestables. Pero existen adolescentes de todos los tipos. Y en tiempos recientes se han incrementado los tipos agnósticos también entre personas de estas edades de apertura a la vida. Pero en general la religiosidad adolescente varía según las circunstancias que envuelven a las personas. No es bueno reducir mucho la clasificación de los procesos religiosos adolescentes, pues las manifestaciones son múltiples, sobre todo teniendo en cuenta el pluralismo religioso de los tiempos actuales y las diversas perspectivas que se plantean al respecto.
Por otra parte, en los tiempos actuales y en ambientes desarrollados se incrementan cada vez más los modelos agresivos de cierta religiosidad polémica y antijerárquica, aunque procedan sus promotores de familias creyentes y adheridas a lo religioso. Por eso en la adolescencia es frecuente la oscilación entre la turbulencia y el reconocimiento del valor religioso, entre la credulidad y el desconcierto, entre la aceptación y el olvido, entre el peso del entorno social o familiar y la ruptura jactanciosa con lo que rodea.
Es preciso también reconocer que las influencias de los medios modernos de comunicación social (cine, música, Televisión, tecnologías), con la promoción de mitos y criterios de signo consumista, está influyendo mucho en los modos de comportamiento religioso y en el área de los criterios, al menos en ambientes desarrollados y pragmatistas.
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5. Comportamientos religiosos
Podemos también diseñar los diversos modelos de comportamiento religioso adolescente, que son hoy frecuentes en consecuencia con las creencias propias de esa edad.
5.1. Rutinarios.
Hay muchachos de religiosidad tradicionalista, que reducen su fe al cumplimiento cultual. No son muchos, pero aparecen con frecuencia en los ámbitos escolares. Son miméticos más que pacíficos. Viven de la herencia, del entorno y de cierta pasividad convivencial.
Siguen criterios y hasta sentimientos ajenos. En ellos pesan menos las convicciones que los ejemplos que imitan con facilidad, sobre todo en procedentes del marco familiar. Consideran una señal de equilibrio adaptarse sin más.
5.2. Moralistas.
Otros adolescentes son tributarios de una religiosidad moralista. Identifican las creencias con la aceptación y el cumplimiento de las leyes. Su religiosidad es una fuente de satisfacción para su conciencia.
Determinan lo que es bueno y malo de forma afectiva más que reflexiva y lo religioso se reduce a no romper la norma interior, que suele tener más de sentimiento que recta iluminación a la luz de la fe.
Van a misa, pero no oran. No hieren al prójimo, pero no cultivan el amor. Respetan al prójimo, pero no distinguen el sentido de la caridad. Sienten paz si cumplen sus obligaciones religiosas y les remuerde la conciencia si abandonan sus "deberes" religiosos.
Algunos imperativos morales pueden absorber su fe: solidaridad, justicia, honradez, deberes escolares, autodominio sexual, etc. Identifican su fe con su moral.
5.3. Racionales
No son muchos los adolescentes de religiosidad crítica y lógica, que identifican su fe con el conocimiento del dogma, del mensaje revelado, de la doctrina aprendida, retenida y practicada.
Respetan y hasta admiran las verdades y olvidan que no basta el saber para cree ni es suficiente el respetar para expresar amor.
En algunos domina la religiosidad dialéctica, es decir, más empeñada en demostrar creencias que en aceptar misterios, en conocer verdades que en convertirlas en vida.
5.4. Proselitistas
En no muchos la religiosidad se convierte en un motivo de acción conquistadora, llegando en ocasiones a la fogosidad sectaria por motivos más afectivos que racionales. Hacen de lo religioso motivo de lucha más que de oferta.
Tales adolescentes son creyentes persuadidos y tratan de dominar y cautivar a otros, sin examinar lo que creen. No quiere ello decir que sean inconsecuentes, sino que su inmadurez no dan para posturas más consistentes, al no entender que la fe es un don divino y no una conquista humana.
A veces, estos proselitistas se mueven por dinamismos turbulentos, llegan a los umbrales del fanatismo conflictivo y agresivo. Hacen de los mensajes y de las normas motivo de tensión tanto en sí mismos, por sus dudas y angustias, como en los demás, por el contagio de sus zozobras.
La lástima es que hay grupos, incluso católicos, un tanto integristas, que fomentan estas actitudes, sin entender que no responden a lo que el Evangelio tiene de oferta y de servicio. Hacen mal servicio a los adolescentes que reclaman para este tipo de religiosidad.
5.5. Los piadosos
De cuando en cuando domina en la mente y en la conciencia de algunos adolescentes una religiosidad de devociones más que adhesiones profundas. Con ella se genera una de infantilizada, crédula, informal, hasta ingenua y supersticiosa.
Se muestra en gestos de simpleza espiritual, que no son otra cosa que reflejo de estadios no superados de la infancia o de influencias ambientales no convertidas en actitudes personales.
La piedad verdadera supone algo más que fórmulas y ritos. Implica conversión, coherencia, servicio y entrega. Si no lo es, puede ser mero pragmatismo religioso y conducir a la superstición empobrecedora.
5.6. Los fantasiosos
También hay en ocasiones adolescentes dominados por una religiosidad mística, intimista, en donde el mito se sitúa en el centro de los sentimientos y de las creencias, sin filtro alguno racional, eclesial o social.
En el comportamiento de estas personas influye con exceso la fantasía o la mitología, sin que se susciten reacciones proyectadas a la vida.
Son actitudes frecuentemente cultivadas en sectas religiosas o pararreligiosas que no ayudan al equilibrio de la personalidad.
5.7. Los filántropos
La religiosidad antropocéntrica, social y benefactora, altruista y comprometedora, puede tentar a muchos adolescentes comprometidos en tareas y en servicios solidarios. Se justifican por los reclamos de la sensibilidad, pero no se basan en los imperativos de la doctrina.
Es difícil diferenciar en estas personas lo que hay de humano y lo que es espiritual en sus comportamientos.
Cuando se dan estas actitudes en los niveles adolescentes siempre hay un factor fuerte de influencia externa.
5.8. Asumir la originalidad
La alusión a estos comportamientos no agota todas las formas de describir las respuestas religiosas de la adolescencia. Pero hace posible entender que es época de grandes diferencias personales y de variedad de respuestas. Lo más frecuente en el adolescente es la tendencia al cambio y a la inestabilidad, el nacimiento de la intimidad en este terreno y la natural necesidad de justificar los propios valores.
Este cambio y esta inestabilidad se hacen más presentes en personalidades frágiles y superficiales, sobre todo si la educación religiosa infantil no ha sido serena y equilibrada.
No resulta fácil determinar cuál de las formas religiosas es la mejor para cada uno o la más conveniente para la eficacia educativa de cada persona. Hay que saber acogerlas todas con respeto a sus protagonistas y tratar de sacar el mejor partido de cada una.
Lo único que es indiscutible es lo improcedente que resulta cualquier exceso. Los valores espirituales, como todo lo moral y lo superior, se presta a diversidad de expresiones y, por lo tanto, a pluralidad de interpretaciones. Mientras queden satisfechas las exigencias psicológicas mínimas, como son el respeto a la doctrina, la serenidad en los sentimientos, la compatibilidad de las actitudes religiosas con los deberes profesionales, su dimensión positiva en la convivencia, la satisfacción interior que se apoya en ellas, habrá que respetar cada postura en la medida en que aparezcan en cada persona.
Del mismo modo, es conveniente afirmar que el vacío religioso o la explícita marginación de todo lo trascendente provoca un lamentable vacío espiritual, que repercute en las demás dimensiones de la personalidad. Este vacío es particularmente perjudicial en los años de tránsito y de consolidación como son los de la preadolescencia. |
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6. Catequesis adolescentes
Si el adolescente se halla en transición hacia la madurez total y hacia el desarrollo de las facultades, la educación religiosa debe ser valorada como una palanca que facilita el camino.
La catequesis adolescente es una forma de ayudar a la persona a descubrir el valor de su fe y la responsabilidad de la propia maduración espiritual.
Es preciso hacerla ver como don de Dios que es bueno cultivar. Por eso no basta ya en esa edad una catequesis de mantenimiento, de simple instrucción, de lucha o de razonamiento.
La mejor estrategia de la catequesis de esta edad es promover formas personales y libres de aceptar el anuncio evangélico, de promover la esperanza en Dios que actúa en cada ser humano y despertar la adhesión a Jesús, centro del mensaje revelado, y a la comunidad eclesial, que es la intermediaria de Dios y de Cristo en la tierra.
Olvidar uno de estos polos: conciencia libre, misterio revelado, Dios providente, Cristo personal, Iglesia mediadora, conduce a la confusión y al fracaso.
6.1. Criterios básicos
La superación de las estructuras, incluso de las tradicionales, ha de ser criterio de partida. Una catequesis estandardizada, unificada, monovalente, no es válida para el ámbito adolescente, en el que cada uno es diferente.
La catequesis no se puede reducir a un proselitismo religioso. No debe limitarse a enseñar al adolescente a conformar sus creencias y sus comportamientos con las referencias de la colectividad (catequesis sociológica) o con los intereses de los grupos cristianos (catequesis eclesial), ni siquiera con los intereses moralizadores de la colectividad (catequesis moralista).
Más bien debe orientarse a promover el compromiso personal y la actitud profunda y libre, respetando los ritmos, las preferencias y las opciones.
Tampoco se puede limitar al aprendizaje de una doctrina (catequesis doctrinal), ya que el Evangelio no es un libro de sociología o de filosofía religiosa, sino el testimonio de una persona divina, la de Jesús, que anunció un mensaje de salvación (la buena noticia)
Por eso la catequesis de esa etapa ha de conducir hacia la adhesión generosa y dadivosa a la persona de Jesús y hacia su mensaje concreto y real y no a la integración en una sociedad, la Iglesia comunidad.
Ha de ser catequesis vital, evangélica y personalizada. Sólo lo conseguirá, si es libre, abierta, kerigmática, evangélica.
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6.2. Procedimientos
La efervescencia adolescente, así como sus fluctuaciones, le llevan al riesgo del subjetivismo. Hay que facilitarle el descubrimiento por sí mismo de las diferentes actitudes profundas del alma y dejarle obrar de forma responsable.
Sin polémica, hay que saber presentarle las actitudes que conducen a la fe, como son la humildad, la sinceridad, la caridad, la sensibilidad espiritual. En cierto sentido, hay que prepararle el camino para que sea él mismo el que asuma sus compromisos religiosos y acepte el misterio cristiano que le ha de dar una vida personal y transformadora.
Conviene facilitar al adolescente una cultura religiosa amplia para hacerla paralela, si no superior, a los otros sectores científicos en que se desenvuelve por sus estudios y experiencias. Es bueno recordar que la cultura religiosa no equivale a la fe auténtica, pero le prepara el camino con facilidad.
Los adolescentes y los jóvenes agradecen claridad de ideas, solidez de planteamientos, profundidad de argumentos. La catequesis de la adolescencia ha de tener en cuenta la libertad y los rasgos espirituales de cada uno. Debe huir de cualquier preferencia proselitista o de la simple colonización espiritual, como si pretendiera ganar adeptos a una causa sin más. Hay que educar al creyente para protagonizar las opciones personales y no para imitar las que otros asumen. Aun cuando fueran negativas y empobrecedoras, deben ser respetadas si son personales.
Es peligroso en la adolescencia promocionar cualquier forma de fanatismo religioso o actitudes intransigentes, las cuales conducen a la anulación de los verdaderos valores espirituales.
La tarea del catequista está en enseñarle a descubrir lo que él puede aportar y animarle a hacerlo, aunque sea poco. De manera muy especial la catequesis de esta edad debe orientarse preferentemente hacia dimensiones generosas de servicio personal. Las invitaciones apostólicas son las formas más excelentes de preparar y dar consistencia a la educación de la fe en el hombre.
Convendrá también no reducir los cauces participativos a la acción social y filantrópica. Suelen ser provechosos los estímulos grupales de otro signo: por ejemplo, de reflexión cristiana, de oración y penitencia, de celebraciones sacramentales, etc.
El adolescente religiosamente cultivado suele encontrar en la fe de los demás compañeros un apoyo tonificador de la propia actitud de creyente. Por eso es tan positivo facilitar a los jóvenes y adolescentes encuentros, convivencias y relaciones auténticamente cristianas.
Ciertamente esta catequesis requiere gran paciencia y fortaleza, debido a las reacciones desconcertantes que manifiestan a veces los sujetos en esta época de tránsito. Los vaivenes afectivos, y las respuestas agresivas a que están propensos, requieren mucha comprensión y paciencia por parte de los educadores.
Incluso, aunque parezca que el tiempo se pierde al ver destruidos multitud de esfuerzos realizados con ilusión, no debe el educador dejarse dominar por el desaliento. Tratando con adolescentes, hay que estar siempre volviendo a empezar. Hay que hacerlo sin margen.
(Ver Juventud)
Diferencias entre sexos ( propensiones en forma de contraste)
Rasgos del chico |
Rasgos de la chica |
Más abstracto, Generaliza y teoriza
Se refugia en el grupo: se excusa
Confunde las ideas: se evade
Oculta sus sentimientos. Se evade
Reservado, no transparente. Se oculta
Más individual y aislado. Se inhibe
Vive lo inmediato. Improvisa
Reflexiona más que expone. Piensa
Reacciona con violencia. Ataca
Se irrita, aguanta. Protesta |
Más intuitiva. Personaliza y concreta
Asume sus opciones. Se explica bien
Prefiere las razones sólidas. Clarifica
Publica sus actitudes. Se explica
Es expansiva y solidaria. Se vincula
Más relacionada y abierta. Se vincula
Piensa en lo venidero. Se prepara
Habla más que reflexiona. Comunica
Actúa con precaución. Se defiende
Se retuerce, reclama, a veces llora |
Es activo y es impulsivo.
Desea el protagonismo y el riesgo.
Prefiere ver y mirar ante de que le miren y le controlen a él. |
Es receptiva y reservada.
Gusta de actuar, pero con moderación
Es más inclinada a dejarse ver y
Le agrada ser observada. |
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