ADULTOS
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   La catequesis de adultos se ha im­puesto en los últimos tiempos como modelo de toda catequesis, lo cual puede representar una visión más sociológica que pedagógica. Por eso, sin negar la importancia de la adultez en cuanto estado, y de la madurez cristiana como ideal, reclama una clarificación de princi­pios y de procedimientos.


  Podemos encontrar tres posturas pastorales respecto a su valoración
      a) Reduccionista. Es la catequesis por excelencia en la Iglesia. Es el modelo de toda catequesis y la fundamental a la que se debe aludir como modelo y como centro de atención peculiar.
      b) Tradicionista. Es una catequesis de compensación, que debe existir cuando no ha existido la conveniente educación de la fe en los años anteriores, infantiles y adolescentes.
      c)  Analógica. Tiene importancia peculiar, pero ni más ni menos que las otras etapas de la vida, pues cada una tiene sus rasgos y urgencias peculiares.

   1. Historia

   Con todo conviene recordar que la atención a los adultos es tan antigua como la Iglesia. Nació en los primeros tiempos cristianos, cuando se convertían a la fe de Jesús paganos de todas las edades.
   Los catecumenados que se organiza­ron en las diversas comunidades para ins­truir y para preparar litúrgicamente a los neófitos se dirigían especialmente a los adultos. Los hijos de fami­lias cristia­nas recibían la instrucción en el seno del hogar y en las asambleas cris­tianas y eran bautizados en sus pri­meros tiempos de vida.
   A los adultos se les reclamaba una preparación especial que, en el caso de Roma y de diversas comu­nidades del Mediterráneo, duraba tres años

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   Cuando los pueblos bárbaros se cristianizaron, después de sus procesos de conquista y de estabilización, las conver­siones se daban en masa y los pueblos se hacían cristianos en bloque. Surgió una etapa de especial atención a los mayo­res, mediante la predicación, la ambien­tación de las fiestas, las romerías y las exigencias de vida ordenada y regulada.
   En los días de la revolución protestan­te, en el siglo XVI, nace la inquietud de una formación del pueblo cristiano, ya que se atribuye a la ignorancia el aban­dono de la fe por parte de muchos.  Surge entonces la inquietud por los catecismos, al estilo del preparado por el mismo Lutero para la gente sencilla del pueblo. Las catequesis de adultos se dan en la predicación de la palabra.


    El Concilio de Trento respon­de a esta costumbre y a esta convicción pidiendo la catequesis del pueblo y la mejor instrucción en los misterios cristianos (Ses. 5. 2 y Ses. 22). Encargó a los párrocos el cuidar la instrucción ca­tequéti­ca de los niños, de los jóvenes, pero ante todo de los adultos. Esa sería la tarea prioritaria de la Iglesia para evitar la ignorancia.
    En la época revolucionaria del XIX, pasadas las convulsiones de la Revolu­ción francesa (1789) y las campañas napoleónicas (1814 Waterloo), surge una época de "restauración". Se vuelve a in­sistir en la necesidad de la instrucción religiosa de los adultos ignorantes como forma de afianzar la fe cristiana. Surgen multitud de predicadores ambulantes y de funda­ciones educadoras, las cuales llenaron el siglo XIX.


    A comienzo del siglo XX, San Pío X, con la Encíclia "Acerbo nimis" (1905), re­clama de nuevo esa necesidad de edu­cación del pueblo, aunque se sigue dan­do la im­portancia prioritaria a la infan­til por los movimientos metodológicos de Munich y los psicológicos de París.

 


    
    Con el Concilio Vaticano II (1963-1965) la perspectiva eclesial se vuelve más propicia a la promoción de todas las formas de catequesis de adultos. Las ideas, a veces radicales y utópicas, de algunos catequistas hicieron variar las preferencias: A. Exeler en "Esencia y misión de la catequesis" (Barcelona, 1968), J. Colomb, en "Manual de Catequética. Al servicio del evangelio." (Bar­ce­lo­na, 1971); los autores del "Catecismo Holandés: Nuevo catecismo para adultos." (Barcelona. Herder. 1969), resal­taron el valor prioritario de la cate­quesis de adultos, menospreciando en cierto senti­do la infantil. Esta tendencia se vio fortalecida durante años con la publicación del "Ordo initiationis christianae adultorum", (Roma. Sda. C. de Litur­gia, del 6 de Enero de 1972), documento en el que se explícita el valor que los organismos ro­manos otorga­ban a esta catequesis.
     En América del Sur, durante la Semana Catequética de Medellín, 1968 ("Catequesis y promoción humana", Sala­manca, Sí­gue­me, 1969), los participantes hicieron planteamientos similares, aunque con menos fortuna y eficacia.


     En algunos ambientes, las Conferencias Episcopales resaltaron la importancia de los catecumenados de adultos. Por ejemplo en España, los Obispos Españoles publicaron en 1990 las "O­rien­taciones pastorales sobre la catequesis de adultos".
    El final del siglo XX se siguió insistien­do en esa dinámica preferente por los adultos. Pero la diversidad de circuns­tancias y la superación de posturas in­transigentes han multiplicado las acti­tudes flexibles tanto en las jerarquías como en los catequistas.
    Se ha tendido al comenzar el nuevo siglo a evitar ritos comparativos y a pro­clamar que todas las edades y en todos los ambientes es urgente el anuncio del Evangelio y es importante ofrecer al mundo seculariza­do de hoy una oferta viva, humilde, dinámica y atractiva del mensaje de Jesús.

   2. Principios

   Los motivos del interés eclesial por la catequesis de adultos son múltiples, pero no superiores ni diferentes a los que tiene cuando piensa en otras eda­des. Fácilmente se pueden condensar en los grandes principios del mensaje evangéli­co.
     - El Evangelio fue dado por Jesús a una Iglesia adulta, aunque en fase inicial de organización. Como germen de vida cristiana, el Evangelio debe ser vivido y proclamado en el seno de la adultez. Para llegar a ella hay que pasar por las etapas infantiles y juveniles. En todo momento es preciso educarse en la fe e instruirse en el mensaje cristiano.
     - La etapa adulta no puede dar por supuesto lo que nunca se termina: la formación. Hay que ofrecer alternativas a cada edad, y también hay que sugerir­las en las etapas de la madurez, como se hace en la infancia y en la juventud, y como tiene que hacerse cuando el hom­bre llega a la tercera edad.
     - Es im­prescindible que los creyentes, una vez comprometidos con su fe, conti­núen toda su vida alimentando su cultura cristiana y su formación moral, afectiva y social. Sin el cultivo, la fe languidece y con frecuencia muere. La catequesis de adultos no es sólo una posibilidad, sino un deber serio del creyente.
     - La catequesis de adultos tiene por su naturaleza una dimensión personal, pero también social. La sociedad se basa ante todo en la familia; y la familia, en el or­den natural y social, supone la plenitud de la madurez, que se desenvuelve por la fecundidad, tanto en lo biológico como en lo socio­lógico y en lo cultural. La Catequesis de adultos implica cierta dimensión social que no se puede olvi­dar.
    - El hombre, y el cristiano como tal, se hallan hoy en un mundo en cambio. Camina como peregrino en la vida y en la historia. Tiene que acomodarse a las culturas y a las circunstancias.
  

- La buena catequesis de adultos no es solo instrucción y cultura religiosa. Su objetivo es educación de toda la persona en clave cristiana. Así como necesita desarrollo en todos los sentidos, también necesita la actuali­zación en los lengua­jes religiosos, en los que se encarna el mensaje de la salvación.
  - En ciertos momentos de las historia, los cambios culturales son más intensos y condicionantes. Es lo que acontece en los comienzos del siglo XXI. Se precisa una cate­quesis de actualización y de fortaleci­miento. Hoy resulta más urgente y imperativa que en los tiempos bonanza y de estabilidad

   3. Formas

   Las catequesis de adultos han sido con frecuencia la respuesta de los gru­pos laicales a la excesiva clerificación de la Iglesia, en la que la acción sacerdotal y jerárquica ha suscitado con frecuencia reacciones de secularización de las estructuras. Para ello ha sido precisa una suficiente formación y eso suponía la mejor preparación de personas y de comunidades.
   El incremento del interés por el estudios de la Teología por diver­sos seglares en muchos países ha contri­buido a crear una alta sensibilidad en todo lo referen­te a la formación cristiana de los no sacer­dotes ni religio­sos.
  Con todo no hay que identificar catequesis de adultos con formación teológi­ca de seglares, ya que responden am­bos conceptos a variables diferentes.
   Pero sí es preciso ver en la inquietud teológica de los seglares una plataforma de despegue de las mejores catequesis de adultos. Las formas y cauces de esa cateque­sis han sido enormemente variables. Los documentos de la Iglesia han reconocido todas ellas. Entre las normas generales, en efecto, en el Directorio General de Pastoral Catequética (1971), renovado en el nuevo "Di­rectorio de Pastoral Cate­quética", de 1997, de la Congregación romana para la Educación, así como en  las consignas del "Sí­nodo de la cateque­sis", recogidas en las "Exhorta­ción Cate­che­si Tradendae" de Juan Pa­blo II, se señalan la gran variedad de posibilida­des y se bendicen todas las iniciativas.

   3.1. Variedad de estilos

   En cada sector se han acomodan­do las catequesis de adultos a circunstan­cias variables, según lugares y tiempos, resaltando algunos ámbitos como el latinoamericano y el centro euro­peos en este terreno.
   Un abanico completo de cauces, formas y movimientos en este terreno no es fácil perfilarlo. Pero se pueden reco­ger diversos modos en los que hoy es habi­tual formular planes, constituir grupos y elaborar proyectos de catequesis de adultos y analizar la gran creatividad que la Iglesia ha manifestado.


   - Los grupos de profundización de la fe, de mejora de la instrucción y del cultivo de determinados sectores teoló­gicos, son los más dignos de ser tenidos en cuenta. Los programas de estos grupos y los temas de reflexión y estu­dios han proliferado en diversas Diócesis y ambientes en los últimos tiempos. El común denominador de todos ellos ha sido la doctrina formal de la Iglesia: te­mas de moral, temas de dogma, sacramentos, liturgia, etc.
   - Al mismo tiempo se han difundido otros grupos más específicos: grupos de formación bíblica, de promoción en la justicia social, de sensibilización misio­nera, de compromiso parro­quial, de intelectuales sobre aspectos difíciles o conflictivos, etc.
   - A este ámbito de formación de adul­tos pertenecen las escuelas de cate­quis­tas, de misioneros, de educado­res, de líderes, de agentes de pastoral, etc. Como cauce para preparar cristianos más comprometidos y bien dispuestos han proliferado en las Parroquias y en las Diócesis.
   - Los catecumenados sacramentales, de prepara­ción prematr­monial, de reno­vación de matrimo­nios, los de Confir­mación de adultos, las bautisma­les, los movimien­tos neocatecumenales, los penitenciales, los eucarísticos, han sido plataformas de formación  y actualiza­ción religiosa.
  - Las escuelas de padres cristianos, los movimientos o grupos de recuperación de marginados, las asociaciones de formación y convivencia en la Tercera edad, los movi­mientos de enfermos, etc. se han nutrido de personas que deseaban ahondar su cultura cristiana y renovar sus sentimien­tos religiosos.

   4. Metodologías

    Evidentemente la catequesis de adul­tos ha supuesto metodologías adecua­das a la índole de los participantes en ellas.
    El mismo nombre de catequesis se ha quedado pequeño y ha sido mirado como más referente a la infancia que a la adul­tez. Por eso se han multiplicado otras denominaciones: asociaciones, herman­dades, seminarios, movi­mientos, encuen­tros, sesiones, proce­sos, planes, proyectos“, etc.
    Pero ha sido el térmi­no de "catecumenado" el que más se ha impuesto, evocando con él los procesos bautisma­les de los primeros cristianos.

   4.1. Preferencias metodológicas

   Criterios básicos de la metodología de esta catequesis han solido ser variados: la prima­cía de las personas sobre los programas, la respuesta a las pluriformes demandas de cada ambiente, la importan­cia del animadores o coordinadores de cada grupo, la variedad de formas y objetivos acordados por los mismos participantes...  Es evidente que en cada grupo, plan o proceso, tratándose de adultos, se ha impuesto siempre el respeto a la expe­riencia de cada uno así como la total com­pren­sión de sus opciones personales.
   Sin embargo ha sido general la priori­taria dimensión bíblica, litúr­gica, ecle­sial y existencial, el recono­cimiento de la madurez de los adultos (en conocimien­tos e informa­cio­nes, en sentido crítico, en  capa­cidad de partici­pación), la auto­rresponsabilidad en los plantea­mien­tos y en los com­promi­sos.
    No podía hacerse una catequesis de adultos con sólo reproducir o adaptar los diseños pensados para niños o para jóvenes.

    4.2. Instrumentos y recursos

    Las metodologías han sido evidente­mente adaptadas más a las personas mayores: lectu­ra de documentos de traba­jo, refle­xiones compartidas, deba­tes y, con frecuencia, estudios sistemáti­cos con fuerte orientación a la reflexión per­sonal.
    No son suficien­tes las formas tradicionales y homiléticas, a las que tan dados han estado los animadores muy centra­dos en esquemas litúrgicos (sermones, homilías, lecturas comentadas). Ha sido preciso hacer esfuerzos de creativi­dad para lograr unas metodologías   ade­cuadas a los destinata­rios.
    La pluralidad de los grupos y la diver­sidad de los niveles culturales de los miembros ha supuesto con frecuencia dificultades, que la buena voluntad de los participantes ha solventado con entregas personales cuando la intención de forma­ción y de renovación cristiana era sincera y no simplemente se trataba de participaciones rutinarias.


   Algunas de las formas tradicionales: explicaciones, cursillos y conferencias, seminarios sobre la fe, es­cuelas de teología y para catequistas, etc. no siempre han dado los resultados apetec­dos y han envejeci­do en poco tiempo por falta de adaptación y dinámica.
   Más éxito han tenido los que han em­pleado medios dinámicos y actualiza­dos de formación: cine (cinefo­rum) y video, televisión y transmisio­nes radiofó­nicas y, en tiempos más recientes, pro­gramas informáticos (software adecuado) o nave­gación internética (dirigida y preci­sada, para no perderse en las vaguedades de la red).


    Los catecismos de adultos y los pla­nes diocesanos de documentos organi­zados y dirigidos han tenido mucha importancia en este movimiento. Son muchas las Diócesis que han publicado sus diseños formativos para adultos.
    Por la diversidad de las formas y de los ámbitos, no se puede preconizar una metodología uniforme que pueda ser re­comienda en este terreno. La creativi­dad de los animadores y la sinceridad de los animados de cualquier grupo de edu­cación de adultos es decisiva para que los efectos positivos garanticen el acierto en las diversas posibilidades que siem­pre se presentan. Algunos criterios son segu­ros, como la necesidad de usar lenguajes propios de mayores, y la huida obsesiva de la infantilización en los procedimien­tos.
    No cabe duda de que, en general, los métodos empleados han dependido mu­chos de los contenidos y de los sujetos participantes: un grupo universitario no es equivalente a un grupo obrero; y un proceso de formación bíblica no puede seguir los modos de una escuela de padres cristianos.


    Por otra parte los que se mueven en un proceso de iniciación en la cultura religiosa no puede hablar los mismos lenguajes que otro grupo de teólogos que se junta para ahondar cuestiones fronteri­zas.
    Lo que siempre ha existido en estos grupos ha sido la sensibilidad comunita­ria que suele presidir a los que partici­pan en esos procesos formativos. Es res­puesta a las demandas y a los estilos eclesiales que se difunden después del Con­cilio Vati­ca­no II.
   Pero también en los estilos comunita­rios con adultos las modalida­des de comunidad han sido muy diferentes. Entre las llamada "de base", más ancla­das en el compromiso social o políti­co, y las comuni­dades de oración o de adora­ción eucarística, la distancia es evidente.