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Acto o actitud de reconocimiento intelectual y moral de la supremacía divina por parte de las criaturas. Es el acto religioso supremo del creyente y se halla expresada por los actos de culto dirigidos a Dios: oración, plegaria, sacrificio.
Es propia de todas las religiones antiguas y modernas, en donde se concibe la figura divina como receptora del tributo del creyente. Especialmente se considera el acto central de la respuesta a la fe en las religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo y mahometismo.
En el Antiguo testamento de se reclama la adoración a sólo Dios en el primero precepto del Decálogo "Ex. 20. 1-17 y Deut 5. 6-21): "Adorarás al señor tu Dios y a él solo servirás". En el Nuevo Testamento, Jesús reclamará el mantenimiento del primer mandamiento, pero lo señalará como insuficiente sin el segundo: "El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo." (Lc. 10. 27 y Mt. 10. 40)
Por lo demás, en el cristianismo se presenta la adoración a Jesús, Hijo de Dios, como expresión también de la adoración divina o reconocimiento de su supremacía. Se reclama también la adoración de la humanidad del mismo Jesús, no en cuanto criatura, sino en cuanto unida hipostáticamente al Verbo o persona divina hecha carne. La adoración de un dios falso, o de formas falsificadas de divinidad, se denomina idolatría: fetichismo, si se adoran objetos; espiritismo si se adoran espíritus: diabolismo si se adoran demonios.
En la catequesis, la adoración divina, del Padre, del Espíritu y del Verbo encarnado, es la cumbre de las actitudes del creyente. Por eso debe ser un objeto central de toda clarificación religiosa el reconocimiento de la adorabilidad exclusiva de Dios. Con todo es un tema propio de la madurez espiritual, ya que en la mente infantil e incluso adolescente, el puro concepto de adoración se escapa de la comprensión inalcanzable para quien no ha llegado a un mínimo de capacidad abstractiva.
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