EL ALMA
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   Es habitual identificar el alma como un ser misterioso que se alber­ga en el cuerpo para dar la vida original, racional, moral, espiritual al hombre. Cuando se habla de alma se juega con un concepto sutil, en el que se fusionan los elementos de un ser inmaterial, invisible, im­pres­cindi­ble, albergado en el cuerpo sin confundirse con él. El cuerpo, que posee la vida singular entre los seres vivos, se hace humano por la presencia y actuación del alma, la cual no sólo da la vida, sino la conciencia, la identidad, la  dignidad.
   Se entiende el alma como algo muy diferente al principio que produce la vida orgánica en los que llamamos animales no racionales.
   El término alma es latino (anima) y significa "vida" en primer lugar. Alude al impulso interior (ánimo, esfuerzo, alien­to) que late en el fondo de los seres vivos y les hace ser diferentes de los yertos. Los vivos nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Los vegetales son “vitalmente” diferentes de los animales que sienten, se mueven, poseen capacidades en diferente grado de desarrollo según la especie. Los yertos, las piedras, son inmóviles, insensibles y no se propagan. Los vegetales y animales sí.


   Reserva­mos en castellano la palabra "alma" para la vida animal, bruta o racio­nal. Los brutos tienen alma “elemental”, vital; los racionales, los hombres, tiene alma superior: espiritual, libre e inmortal.
    Los griegos empleaban el término de "Psyjê o Psyché" para expresar la vida del cuerpo y usaban "Pneuma" si se tra­taba del espíritu vital, personal y miste­rioso, independiente del cuerpo y capaz de vivir sin él.  Son los términos que los traductores bíblicos, los LXX y otros, usaron para recoger el término hebreo "nefês", o también el de "ruah", o el de "n'sâmâ", que aparecen en el Antiguo Testamento en repetidas ocasiones.

   1. Creencias y religiones

   En Oriente surgió ya muy primitiva­mente el concepto de alma, sospechando la existencia de algo en los seres vivos que los hace tan diferentes de los no vivos. Se trató de explicar las diferencias de perfección y por qué el espíritu no es equivalente en el animal, en el vegetal o, inclu­so, el que algunas creencias suponen con frecuencia en seres inanimados: la tierra, los astros, alguna montaña sagrada, el mar o los fetiches fabricados por el hombre.
   Aunque los sistemas religiosos y an­tropológicos variaron notablemente a lo largo de los tiempos, el común denomi­nador de todos es el reconocimiento de su realidad y de su trascendencia.
   - En el hinduismo, por ejemplo, se en­tiende el alma como un destello o ema­nación divina, un "atmán", que nace de la divini­dad y se mueve por el mundo alber­gado en cuerpos disponibles.   Ella impulsa todas las actividades del hombre y suscita su conciencia de originalidad. Los escritos hin­duistas, los Upanisad sobre todo, identifi­can el atmán con la divinidad (Brahman). Nacida de ella, se encarna en un cuerpo huma­no o animal. Luego se reen­carna sucesivamente en seres vivos, en los nobles si en la vida anterior ha sido justa, en los innobles si sus obras y méritos han sido negativos. La reencar­nación se repite hasta que el alma alcanza la purificación perfec­ta y puede regre­sar a la divinidad, al nirvana, para una eterna y estática sere­nidad.


   El distinto estado o nivel de la reencarnación es lo que genera la diferencia esencial de las castas, desde los puros brahamanes hasta los intocables parias. Sólo el tipo de vida anterior que el alma ha llevado es la causa de las diferencias entre los hombres.
   - El budismo modera el clasismo hindú y enseña que el alma no es individual, sino una ilusión de los sujetos que participan de ella. Por eso los budistas miran el alma como algo común a todos los seres huma­nos y rechazan las castas, en favor de la fraternidad universal  y de la práctica de la compasión y de la bon­dad, que son señales que reflejan una mejo­ra en la reencarnación.
   - Las diversas religiones chinas varían sus conceptos de alma. Desde el sentido panteísta del taoísmo (Tao-te-king de Lao-tse) hasta el indiferentismo pragmático de Confucio, las interpretaciones del alma se dispersan en actitudes más éticas y sociales que religiosas. Para muchos taoístas el alma más elevada, "el hun", es a lo debemos aspi­rar los hom­bres para situarnos cerca de la sabiduría y de la paz.
   - El mazdeísmo y zoroastrismo hacen del alma un ser amorfo en el que luchan las dos fuerzas, la buena y la mala, creadas por los dos dioses antagónicos, Ormuth y Arimahan. En el hombre hay un ser vital, dentro del cuerpo, en el que bullen esas influencias buenas o malas.
    Las religiones antiguas mesopotámicas y egipcias, así como las creencias de los pueblos prehispánicos de América o las impresiones del animismo africano, multiplican sus explicaciones en torno a la idea o senti­miento común de que el alma existe y es invisible.

   2. Pensamiento cristiano

   En medio de las diversas creencias e influencias sobre el alma, el concepto cristiano es heredero del pensamiento que late en el judaísmo primitivo. Se fue pasando de un sentido impersonal babilónico, del cual depende en gran parte el lenguaje de la Biblia hasta la Cautividad, hasta el de los escritos sapienciales recientes, como el libro de la Sabiduría, que refleja más las influen­cias dualistas persas. La carga griega de los últimos escritos bíblicos es evidente y orienta el pensamiento cristiano hacia el dualismo en ocasiones o hacia el vitalismo en otras referencias.
   Por eso se pasa en la Biblia hebrea desde una explicación más colectivista, que podemos denominar patriarcal, a otra más individual propia del helenismo. Se considera el alma como ser creado por Dios y diferente del cuer­po en el que se alberga.

   2.1. Presupuestos filosóficos

   La Iglesia entiende por alma el ser espiritual, libre e inmortal, que es cau­sante y soporte de las acciones superiores del hom­bre: la inteligencia y la voluntad libre, el conocer y el amar, el sentir y el elegir. Y la considera como diferente del cuerpo, que es el agente material de las actividades fisiológicas.
   Se identifica el concepto de alma con el de espíritu, que es el ser o parte invisi­ble del hombre que anima su cuerpo, pero no se identifi­ca con él.
   Los diversos autores cristianos, antiguos y modernos, han tenido que buscar en las diversas formas filosóficas de cada tiempo la ter­minología y la conceptuación relacionada con el alma. Han variado desde una visión radicalmente dualista, como es la de Platón y la de otros  Padres anti­guos, Orígenes, Tertuliano y S. Agustín, hasta una formulación plena­mente aristotélica y unitaria, que es la de Sto. Tomás y la escuela dominica desde el siglo XIII. Ambas preferencias nunca desapare­cieron del todo en autores posteriores.

   2.1.1. Agustinismo

   Se puede decir que hasta el final de la Edad Media, la explicación de S. Agus­tín, dominado por un moderado platonis­mo, fue la prioritaria.
   Platón y Plotino entendían el alma como el ser celestial preexistente, deste­rrado un día del Mundo de las Ideas perfectas, por un delito inexpli­ca­do. En­cerrada en el cuerpo como en una cárcel, obra por remi­niscencia de las ideas de bien, amor o justicia, de la belleza, que tiene dentro de sí el hombre encerrado en el cuerpo y que se identifica con el alma. Ese hombre, o esa alma, esperan la restauración al término de la vida presente, cuando se libere de las atadu­ras del cuerpo que la dificultan las operaciones superiores.
    El agustinismo prefirió un modo de hablar platónico y dualista, aunque hubo de añadir la idea de la creación, de la limitación de las perfecciones, de la libertad y  resaltar la conciencia de la propia identidad. Las ideas innatas del alma son dones divinos que se despiertan desde el interior por la gracia divina (teoría del iluminismo). Lo que Dios ha deposi­tado en ella facilita el encuentro de la verdad y de la sabidu­ría a lo largo de la vida.

   2.1.2. Tomismo

   Aristóteles, por el contrario, definió el alma como la "forma substancial unitaria del cuerpo" con el cual configura el hom­bre. Este concepto se halla más cercano al reconocimiento del valor de los sentidos como fuentes del saber. Se identifica el alma con el impulso vital que hace vivir, conocer y querer al hombre. Aunque es diferente del cuerpo, no es inde­pendiente de él y de sus rasgos.
   Como ser independiente, el alma pue­de conocer y amar, pero en este mundo no lo hace sin las imágenes de los sentidos. El riesgo del sensorialismo tomista queda amortiguado por el valor que se concede a la experiencia y a los aprendizajes humanos. Santo Tomás, siguiendo el hile­morfismo aristotélico, orientó el pensamiento cristiano hacia esta concep­ción más interdependiente entre cuerpo y alma. Resaltó el valor de la inteli­gencia y la importancia de la abstracción en la formación de las ideas. Y entendió la voluntad, y sus actos de querer o no querer, como consecuencias del conocer.
    Defendía el acto creador de Dios para cada alma que surge en el mundo y que acontece en el tiempo para el hombre y en la eternidad inmutable para Dios, confluyentes ambas dimensiones en el misterio de la for­mación del cuerpo del que el alma va a ser la forma subs­tancial.

   2.2. Definición eclesial

   En la presentación del mensaje cristia­no sobre el alma no son precisas excesi­vas interpretaciones filosóficas. Basta entenderla, como siempre ha hecho la Iglesia, resaltando las tres cualidades decisivas que la definen: ser espiritual, ser libre y ser inmor­tal.
   Y es preciso resaltar su carácter de criatura divina, pero unida al cuerpo para formar un sólo y único ser humano. Los cristianos creen que cada indivi­duo tiene un alma inmortal y que la persona humana en su conjunto, forma­da del alma y del cuerpo, es la que actúa en la vida presente. Cuando muere el hombre, el alma se separa del cuerpo, pero sigue vivien­do mientras que el cuerpo se co­rrompe o destruye. Mas queda la esperan­za de que llegará un día en el que el cuerpo volve­rá a recons­truirse y se unirá de nuevo al alma para ­formar el hombre resucitado.
   La teoría neoplatónica del alma, como prisionera en un cuerpo material, prevaleció en el pensamiento cristiano en los primeros siglos. Pero, desde siglo XIII, la influencia de Santo Tomás de Aquino y de la escuela tomista prevale­ció y la Iglesia aceptó la terminología aristotélica sobre el alma y el cuerpo, entendiéndolos como elementos conceptualmen­te distinguibles, pero realmente inseparables de un ser único, el hombre.

   3. Origen del alma

   El origen del alma no puede ser otro que el acto creador de Dios al hacer al hombre como especie original y al iniciar la vida de cada ser humano como persona. Esta fórmula es demasiado senci­lla para que, en tema tan com­plejo, no surjan dificultades de compren­sión.
   Hay diversidad de opiniones cuando se trata de explicar qué es y cómo tiene origen el alma. No las hay tantas para explicar y asumir su destino después de la muerte.
   Algunas interpretaciones inspiradas en Platón, y defendidas en los primeros tiempos del cristianismo por Orígenes y sus seguidores (Dídimo de Alejandría, Evagrio Póntico, Nemesio de Emesa) y por los priscilianistas, afirmaban que las almas preexistían antes de unirse con sus respectivos cuerpos. Dios las ha­bría creado al principio, cuando dijo "Hágase la luz" (Gen. 1.3), y las manten­dría como en reserva, para ser enviadas a los cuer­pos al formarse éstos en la concep­ción. Nunca aparece en la Sagra­da Escritura el que las almas exis­tieran antes del cuer­po y de que hubiera en ellas una vida independiente.
   Esta idea de la preexistencia del alma fue rechazada por el Sínodo de Cons­tantinopla de 543 y por otros Sínodos, como el de Braga en 561. (Denz. 203 y 236). Y se fue imponiendo desde las la Edad Media la doctrina de que las alma son creadas de forma inmediata por Dios cada vez que un cuerpo se forma en la entrañas mater­nas.
    Lo que no es posible es dar respues­ta clara y contundente sobre el momento en el cual el alma comienza a existir en el ser en gestación. Entre la unión del óvulo y del espermatozoide (concepción pasiva) y el naci­miento existen nueve meses en los que se forma el hombre pleno. No es fácil precisar el momento de esa concepción activa. No cabe duda de que en los últimos estadios de ese proceso, el ser en ges­ta­ción es perfecto hombre, tanto dentro del seno materno como cuando ha sali­do al exterior. Pero no es evidente si, en el primer estadio, cuando las células comien­zan a multiplicarse, el ser es ya “hombre”, aunque sea “humano”.
     En el momento en que exista el alma, ese ser será un ser humano perfecto y es cuando habrá que reconocer y declarar su calidad espiritual y sobrenatural. Con todo "su dignidad vital", existe ya desde el primer instante y debe ser objeto de un respeto ético y teológico.
     En el pensamiento cristiano, y a despecho de las legislaciones abortistas o de las interpretaciones biologistas de los procesos de la gestación humana, se reclama una veneración máxima para ese ser y pruden­cia radical cuando con él se actúa.
   No es, con todo, cuestión fundamen­tal en la doctrina cristiana determinar el momento en que se da la creación del alma y, por lo tanto, la aparición del nuevo ser humano en el seno materno. Como tampoco lo es el descifrar el momento en que el hombre co­menzó a existir como tal en la historia de la espe­cie humana. No cabe duda de que, en el estadio previo a la humaniza­ción, el ser antropomorfo o antropoide no tuvo alma racional y por lo tanto trascendencia. Fue un simple animal irracional en evolución. Pero en cierto mo­mento de ese proceso dejó el estadio meramente animal y se con­virtió en ser humano, por la creación divina del alma por parte de Dios.

   4. La dignidad del alma

   Lo que sí es importante en el pensa­miento cristiano es reconocer y procla­mar la dignidad natural y sobrenatural del ser concreto que llamamos hombre.
   La natural se proclama por el sentido común. Se sacan consecuencias lógi­cas de la libertad, de la inteligencia y de espiritualidad del alma que anima al cuerpo. La sobrena­tural se reconoce sólo desde la óptica de la revelación, al asumir que el hombre ha sido elevado a la amistad divina y debe ser tratado como hijo de Dios.
    Es impor­tante decla­rar que todo el ser hu­mano, cuerpo y alma, por naturaleza, y sobre todo por gracia, está dotado de una dignidad in­mensa­mente su­perior a la de cualquier animal. No está destinado, como el animal, a ningún servicio que no sea Dios. Ante su dignidad hasta la misma ciencia debe detenerse.
  Inclu­so es preciso presuponer la dignidad del ser humano en situaciones de duda, que van desde la identidad de feto prematuro hasta la igualdad de un defi­ciente mental profundo, o desde el trato que merece un ser hu­mano clínicamente muerto, es decir con ence­falograma plano hablando como en términos biológicos o médicos, hasta la hipotética producción de un ser proce­dente de manipulaciones biogéneti­cas. El pensamiento cristiano siempre reclamará total y perpetuo respeto a la digni­dad infinita del hombre, que existe siempre que se dé en un cuerpo humano un alma real. El principio de la dignidad del ser hu­mano es sagrado en el mensaje cristiano. Ninguna conside­ración discriminadora por razón de raza, edad, sexo, nivel social, capacidad intelectual, estado legal o situación clínica, puede desplazar el reconocimiento y la proclamación de la dignidad huma­na.
   El hombre, cuerpo y alma, es directa­mente el sujeto de esa digni­dad. El cuer­po por su parte y el alma por la suya se benefician en ella por "coparticipación natural", por encima de cualquier legislación terrena.
   Y, desde planteamientos cris­tianos, es bueno recordar que, por el hecho de ser hombre y estar llamado al orden sobrenatural, es más digno de amor y de respeto como hijo de Dios que por cualquier otra función o motivación, como pue­de ser su posición social, su nivel cultural o el reco­noci­miento de cualquier ley terrena o tradición inveterada.
   Ante Dios, el alma del mendigo o del delincuente son tan criaturas amadas y destinadas a la vida eterna como la del rey, la del sabio, o la del con­templati­vo.

   5. Base bíblica

   Son múltiples los textos en los que se habla del alma, tanto en el Antiguo Tes­tamento como en el Nuevo. A ellos hay que acudir con insistencia en una buena presentación del misterio cristiano del alma. Ellos iluminan más la verdad reli­giosa que las mejores consideraciones éticas o filosóficas.

   5.1. Antiguo Testamento:

   En los libros del Antiguo Testamento queda reflejada con claridad la existen­cia del espíritu, del "nefês" o "ruhah", que alienta en el ser humano. La explicación de su naturaleza y de sus rasgos se diluye en los diversos libros bíbli­cos.  Se debe tener en cuenta que sus auto­res son tributarios de las cultu­ras orientales en las que se mueven, desde la babilóni­ca en que se gesta el pue­blo elegido, hasta la persa o la griega.
   Con todo, son estas dos últimas las que más tienen que ver con la explicación del concepto de alma, pues son las que dominan cuando, en el siglo IV, se redac­tan, perfi­lan y ordenan los libros bíblicos tal como hoy los cono­cemos.
   En general, en la Biblia se identifica el alma con la vida. Es Dios quien "creó el hombre de barro de la tierra, y espiró sobre él para infundirle vida." (Gn. 2.7) Los escritores intuyen que en el hombre aletea esa vida, creada por Dios, que origina el movimiento y el pensamiento: Sal 6.5; 1. Rey. 17. 22; Sal. 34.23; Jos. 9. 24; Ez. 32. 10. El hombre "hecho a ima­gen y semejanza de Dios" (Gn. 1. 26), es supe­rior a cualquier otro animal.
   Cuidan los hagiógrafos de transmitir la idea de que es Dios quien engendra la vida y quien la protege, de manera espe­cial la vida original de los hombres: Sal. 42. 28; Jer. 6. 16; Is. 1. 14; Eclo. 17. 1-14; Sab. 5. 15-16.
   El sentido de vida se refleja sobre todo en los Salmos, que son plegarias existenciales y aluden con frecuencia al valor del alma en cuanto espíritu vital: Salmos 62. 1 y 6; 104. 1: 71. 13; 77. 3; 94. 19; 119. 25; 139.14, etc.
   En los libros sapienciales abundan términos y conceptos abstractos y difu­sos: Sab. 3.4; Job. 12.10. Aunque, en ocasiones, se personalizan, hasta pen­sar en la supervivencia después de la muer­te; 2. Mac. 7. 9; Eclo. 38. 16-23.
   Se puede decir que el concepto cris­tiano de alma escapa el pensa­miento antiguo, el patriarcal (siglo X), en el periodo de las monarquías (X a VII) y el profético (VII a V). Pero se apunta ya al menos en los libros sapienciales (IV a II). Al princi­pio queda diluido en pro­mesas más con­cre­tas y realizables en este mundo: descendencia nu­merosa: Gn. 17.6; lar­gos días sobre la tierra: Ex. 20. 12; triunfo sobre los ene­migos: Sal. 86.14. Luego se hace más personal: premio del mártir (2 Mac. 7.14) o reflejo de la sabiduría (Sab. 7. 1-30)

   5.2. Nuevo Testamento
   
   La decoración ideológica cambia en el Nuevo Testamento. Se multiplican las alusiones al alma, como algo que existe en el hombre y que transciende a la vida presente: Lc. 12. 20; Mc. 3. 4; Mt. 10.28;  Jn. 10. 11. El mismo Jesús alude al alma como riqueza que se tiene, se puede perder y hay que cuidar con esmero: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al fin pierde su alma?" (Mt. 16. 25). El mismo Jesús posee un alma, un espíritu, y alude a él en su último grito de mori­bundo: "En tus manos encomiendo mi espíritu." (Lc. 23. 46; Jn. 19. 30)
   En la Epístolas paulinas el concepto de alma cobra caracteres definitivos: Rom. 1. 9; 1 Filip. 2. 30; Cor. 2. 14; 2 Cor. 5. 8. Para este momento ya están asumidas las formas de hablar de los entornos culturales en que se extiende el cristianismo: Antioquía, Asia, Gre­cia, Egipto, Roma.
   Y  pronto se da ya por principio indis­cutible que el hombre tiene un espíritu personal, responsable y autónomo, que sigue vivo después de la muerte ­del cuer­po y será llamado a la resurrec­ción final para merecer el premio o castigo de las acciones en esta vida. Las demás fórmulas teológicas y sociológicas quedarán para los siglos posteriores.
   Precisamente esas explicaciones serán dadas por la teología cristiana a la luz de la Palabra divina. Aunque bueno será reconocer que siempre serán in­comple­tas e inacabadas.

   6. Cualidades del alma

   Lo que más interesa en la doctrina cristiana no es tanto dilucidar de dónde viene el alma, sino cuáles son sus cualidades y su destino para el que el hombre debe prepararse. Se suelen recordar tres rasgos esenciales y condicionantes del alma huma­na: la individualidad, la inmortalidad y la espiritualidad

   6.1. Individualidad
 
   Cada hombre posee un alma individual e inmortal. No existe un alma común del mundo, en la que participamos todos los hombres. Sto. To­más enseña que todas las almas por su esencia son iguales y que son los cuerpos al unirse a ellas, lo que origina las diferencias entre las per­sonas.
   Aunque son iguales en cuantos formas sustanciales del cuerpo, son singulares e individuales. Cada hombre tiene su alma propia.
   El V Concilio Ecuménico de Letrán (1512) condenó a los neoaristotélicos de ten­dencia humanista (Pietro Pomponazzi), por afirmar la unidad del alma univer­sal, que es la inmortal, en la que partici­pa cada ser humano: "Condenamos y reprobamos a todos los que afirman que el alma intelectiva es tal que es una sola en todos los hombres." (Denz 738)

    6.2. Inmortalidad

   La individualidad del alma es presu­puesto necesario de la inmortalidad personal. En el Antiguo Testamento resalta mucho la idea de la retribución en esta vida. Sin embargo, ya los libros anti­guos conocen la idea de inmor­tali­dad.
   La Escritura es clara en lo que al desti­no eterno del hombre se refiere. Precisa­mente fue el afán de no morir el que se pone en la raíz del primer peca­do huma­no: "No moriréis, sino que se­réis seme­jantes a Dios." (Gn. 3. 5).
   Y luego se dejará claro ese destino: "Dios creó al hom­bre para la inmortalidad y le hizo a imagen de su propia inmortalidad" (Sab. 2. 23). Es un mensa­je que se desarrolló luego ampliamente en el Nue­vo: "Deseo morir para estar con Cristo" (Filip. 1. 23)
   La inmortalidad del alma se desprende de sus propia naturaleza espiritual, además de constar con frecuencia en la Escritura como don divino: Sal. 48.16; Os.6.3; 2 Mac. 7.11

   6.3. La espiritualidad

   Es más difícil de entender, pues impli­ca superación de las metáforas termino­lógicas en las que se refugian los conceptos: "espíritu" literalmente es soplo, "pneuma" significa aire, "trascen­dencia" significa sólo estar más allá.
   Con todo, el desarrollo teológico del cristianismo resaltó a lo largo de los siglos el significado de la espiritualidad: invisibilidad, presencia, sutileza, ilocali­zación, etc.
   Por ser espiritual, se puede afirmar que toda el alma está en todo el cuerpo y que cualquier intento de localización, por ejemplo en el pe­cho o en la cabeza, aunque sea uso frecuente por la dificul­tad de abs­traer, no tiene sentido real. Es una forma antropomórfica de explicar la situación y localización del espíritu hu­mano y convertirlo en un ser móvil.
   Incluso, en la misma Escritura se duda al referirse a la realidad del alma, como cuando se dice: ¿Quién sabe si el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba y el espíritu de los animales des­ciende a la tierra?" (Ecles. 3. 21)

 

   7. Relación alma y cuerpo

   Conviene recordar continuamente la unidad del ser humano y superar los  conceptos y actitudes dualistas. El alma espiritual se define como la forma sustancial del cuerpo material, de manera que no es una parte o una aña­didura sino un modo de ser humano. El hombre entero es el que cuenta, no sus componentes, aunque en el terreno de la reflexión sean importantes para comprender la misma realidad humana.
   La unión del cuerpo y alma no es accidental, como una cualidad, el color, es expresión de una sus­tancia, la ma­dera; o como un conte­nido, el líquido, se halla en un continente, la vasija.
   No existen en el hombre dos seres pe­gados o superpuestos: el cuerpo y el alma, capaces de pervivir el uno sin el otro. Lo que acontece es una doble for­ma de ser, como la moneda tiene dos caras o las paralelas son dos líneas. Cada elemento es realidad consti­tuyen­te. Sin uno de ellos, el ser, la moneda o las paralelas, no existen.
   La unión, por otra parte, significa unidad. Por eso, el pensamiento cristiano no sintoniza con el dualismo de Platón, Descartes o Leibniz, en el que enca­ja bien la idea de que el alma es "el piloto y el cuerpo la nave que gobierna el pilo­to". El hombre es unidad y todo él, cuerpo y alma, está destinado a la salvación. Por eso es imperfecta la tradicional fór­mula de "salvar el alma", pensando en la propia, o "salvar almas", aludiendo en las ajenas.
   El alma, espiritual, libre e inmortal, sobrevive a la muerte, pues es criatura de Dios. Pero reclamará el cuerpo cuan­do el tiempo se cumpla. Por eso el pen­samiento cristiano habla de la resurrec­ción o reencuentro del alma con el cuer­po, aunque resulte tan difícil explicar filosóficamente este concepto teológico.
   Con todo es correcto decir que cada alma está destinada para la vida eter­na, siempre que no se la separe excesiva­mente del concepto unitario de hombre. Ella, en cierto modo, sin el cuerpo se hallará incompleta, aunque la enseñanza cristiana clarifica que gozará de Dios incluso antes de la resurrección, pues tiene capacidad intelectual y volitiva por sí misma. Si en esta vida el alma no puede actuar sin la intervención del cuer­po, se hace activa y misteriosa­men­te cons­cien­te cuando se separa de él por la muerte. Seguirá para siempre, en la vida inmortal que le espera, su actividad inteligente y consciente. Pero se completará su ser cuando el hecho de la resurrec­ción de los cuerpos se consu­me al final de los tiempos.

   8. Catequesis sobre el alma

   Conceptos tan sutiles, poliédricos y diversificados como estos de inmortali­dad del alma, espiritualidad y libertad recla­man una buena catequesis sobre el alma en todos los momentos del proceso edu­cativo del creyente.
   Con todo es bueno resaltar la necesi­dad de una adaptación a cada edad en este terreno en que se mezcla la creen­cia religiosa y la terminología abstracta en la que se incardina su explicación. Es impor­tante confundir explicación teológica o antropológica y mensaje revelado por Dios sobre el alma.
  Por eso podemos sugerir y, en la medi­da de lo posible, aplicar una triple orien­tación catequística.

   1. En lo posible hay que manejar términos abstractos, pero claros,  en este tema. Si con los niños pequeños esto implica una dificultad insalvable y es mejor aludir al hombre sin más sutile­zas, cuando se va creciendo en terminología y en capacidad reflexiva, conviene presentar con nitidez la idea de alma.
   La mejor estrategia es ajustarse a la terminología usual, no enzarzarse en polémi­cas o en explicaciones propias de la actividad filosófica. Es preciso ofrecer al creyente una visión bíblica y sobre todo evan­gélica de las diversas cuestiones al res­pecto.

   2. Lo que sí es conveniente, sobre todo con preadolescentes y jóvenes, es resal­tar la originalidad del alma humana, su trascendencia, su individualidad y singularidad.
   Es frecuente que surjan disensiones en temas más afectivos que racionales: la igualdad de las razas, la supervivencia de los animales, la calidad humana de los seres al principio de la gestación, etc. No es la polémica el mejor estilo para presentar el mensaje cristiano en estos terrenos que requieren bases filosóficas serias y abstracción que a no todos resultan fáciles o cómodas. Lo mejor es basarse en los textos bíblicos, exponer con sencillez la doctrina cristiana con términos catequísticos y reclamar la reflexión personal en valores esenciales: responsabilidad, espirituali­dad, inmortalidad, gracia, libertad.

   3. Por tratarse de terrenos que requie­ren la abstracción, es bueno evitar en los posible los excesivos antropomorfismos o prejuicios que se des­trozan con el paso de los años.
   El alma se debe valorar desde la crea­ción amorosa de Dios del hombre, "hecho a imagen y semejanza divina". Se debe personalizar, en cuanto cada hom­bre tememos, o somos, una. Ella recla­ma cuidado y desarrollo, como el cuerpo precisa previsión y esmeradas atenciones. El alma tiene un destino eterno en el cual está comprometido el hombre entero.
  El trato paciente de estos temas y la clarificación serena de las alternativas terminológicas es más recomendable que la puesta en juego de polémicas en cuestiones fronterizas, como puede ser la relacionada con la vida de las espe­cies prehumanas, tanto a nivel de antro­polo­gía histórica o de biología prenatal.
    Es prudente diferenciar lo que es tema religioso y lo que es especula­ción.

 CONCEPTOS DE ALMA

  En griego:
    -  "psije o psiche": espíritu, fuerza, mente
    -  "zumos": impulso, aliento, exhalación.
    -  "pneuma": energía, espíritu-
  En hebreo:
    -  "nefesh": respiración, vida, aliento
    -  "ruah": soplo, impuslo
    -  "neshamah", anhelo, ansia, aliento
  En árabe: "nefes y "ruh": fuerza, ansia, afán
  En sanscrito: "atman" y "prana": fuerza divina, invisble
  En alemán "geist": espíritu, acción, fuerza, energía
  En ruso: "ducha": anhelo, furia, arrebato
  En inglés: "ghost": espíritu, movimiento
  En italiana: "ánima": vida, movimiento, sensibilidad

  En la realidad: misterioso ser que, más que parte,
            es esencia del yo, de la intimidad
   Es equivalente a vida, fuerza, sensibilidad,
           energía,  motor y mente del ser humano.

                              PNEUMA: los tres misterios de Jesús

A Dios Padre,
"hay que adorarle en espíritu
y verdad": Jn. 4.24

El Espíritu

"es el que da la vida
al hombre" Jn. 6.33

"En tus manos
encomiendo mi espíritu".
Lc. 26.43

      ESPIRITU  = mente

  Mt. 5.3; Mc. 28; Jn. 10.24
  Mc. 14.38; Jn. 4.24; Jn. 12.27;  Mt. 8.37; Mc. 10.45; Lc. 10.33

  Con el pneuma se piensa

        ESPIRITU  = vida

  Mt. 26.41; Lc. 1.80; Mt. 10.28
  Mt. 12.18; Mt. 22.37; Lc. 1.46;  Mt. 2.20; Mt. 6.25; Mt. 10.39

Con el pneuma se vive

        Espíritu = alma
 
Mc. 8.12; Lc. 1.47; Jn. 11.38
 Jn. 13.21; Jn. 3.6.; Mt. 27.50
 Mt.26.38; Mc. 14.34; Lc. 12.20

Con el "Pneuma" se sobre vive

    Posturas filosóficas y sociales sobre el Alma

  Materialistas

  Sólo hay cuerpo. Materia
   El alma es la vida. Sólo
   El cuerpo nace, crece, muere

  

 Espiritualistas

  Sólo hay alma. Pneuma
  Es cuerpo es apariencia
  El alma vive y sobrevive

Realistas

Es forma en un cuerpo
Es misteriosa la unión
Es innegable la superioridad
Sobre el alma anina

   Dualistas

  Hay cuerpo y alma.   Se unen en un ser      (Aristotelismo)
  O se asocian artificialmente

     (Platonismo)

Trialistas

 Hay cuerpo, psique y pneuma
 Son realidades diferentes:
    Soma, pura materia,
    Pneuma, puro espíritu,
    Psique, conciencia sólo

 Unitaristas

    El alma y el cuerpo forman un solo ser personal.
Pero el alma es trasciende
Después de la muerte