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El concepto teológico de amor se halla frecuentemente expresado en la Escritura. Es básico en el mensaje cristiano, de modo que, sin la comprensión de lo que es el amor, no hay formación natural ni sobrenatural en los valores espirituales. Es importante tener en cuenta el proceso psicológico de cada persona en relación al amor y no pedir a cada edad evolutiva más que lo que puede dar.
El niño pequeño siente necesidad de ser amado y es egocéntrico. No es capaz de amar. Sólo al llegar a cierta madurez de adolescente se descubre que el amor es dar más que recibir. Si no hay actitud de ofrenda, no es posible amar. Y la adultez, con la perfección y plenitud que se la supone, es la edad en que se puede entender el amor en plenitud.
Precisamente por eso la religión cristiana, que es amor: amor de Dios al hombre, al Pueblo elegido, a la Iglesia, al pecador..., y que reclama respuesta de amor: amor a Dios, amor al prójimo, amor a los pobres, amor a sí mismo, no se pueden entender si no es en clave de amor.
En el Antiguo Testamento abundan los hechos de amor divino. Adán, Noé, Abraham, Jacob, Moisés, Samuel, David y todos los Profetas son signos y testigos del amor divino. Pero es el Nuevo Testamento el que refleja y transmite un torrente de referencias al amor.
El verbo amar (agapao) aparece 143 veces, el concepto amor (agape ) 117 y el destinatario del amor (agapetos) 52. En 74 ocasiones aparece el término paralelo de Fileo. De todas ellas, en unas 40 la palabra “amar” está situada en labios de Jesús en diversidad de formas. Juan es el más directamente vinculado a la palabra amor, pues la usa unas 70 veces en sentido referente a Dios, a Cristo, al prójimo o al mundo.
Es bueno recordar que una catequesis sin claridad sobre el concepto del amor deja algo en el aire. Resultará imposible entender lo que es el amor de Dios, el amor de Jesús, el amor a los hermanos. Sin esa comprensión no se podrá descubrir el misterio cristiano.
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