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En cierta tradición cristiana es el "enemigo de Cristo", opuesto a su Reino. Aparece bíblicamente sólo en las Epístolas de Juan (1. Jn. 2.18; 2. Jn. 7).
Las interpretaciones han sido diversas a lo largo de la Historia: interpretación física, la simbólica, la escatológica, la ética.
Algunos han visto un personaje real, aunque espiritual, que se indentifica con el Demonio, o con un espíritu malvado singular. Se opone al bien y hace lo posible por corromper al género humano. Incluso se ha identificado en ocasiones con personajes reales; Nerón o Calígula en los primeros momentos; Mahoma más tarde; herejes significativos como Lutero, Calvino o Zwinglio (para los reformados lo era el Papa de Roma), sin otro argumento que las sinrazones afectivas de toda polémica.
Otros han aludido a un personaje misterioso que vendrá al final de los tiempos y será vencido por el mismo Cristo, que culminará su triunfo final. Esta ha sido la interpretación más frecuente en la Historia de la Iglesia. Y en ella se ha coincido con la visión del judaísmo tardío.
No falta quien ve simbólicamente en la idea del "Anticristo" a todo o todos los que se oponen al triunfo del Evangelio o anuncio del Reino de Dios. Sea cual sea la exégesis preferida por cada cristiano, lo importante en la catequesis es resaltar la figura de Jesús, el Cristo verdadero, y muy poco a nada la de los adversarios de Jesús, comenzando por el personaje misterioso que encarna al enemigo del bien y del amor.
Una catequesis que se apoye en la lucha contra el "Adversario", como es la de los Adventistas, la de los Testigos de Jehová y la de otras sectas marginales del pensamiento cristiano, resulta contraproducente y aleja intensamente de la verdadera evangelización.
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