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Gesto de amistad que tuvo siempre cierta resonancia litúrgica, como señal de adhesión y respeto. Su uso es antiguo en el Oriente babilónico. Aparece ya en el Génesis (27.27 y 31. 28)
En los textos del Nuevo Testamento aparece asociado a la idea de amor sincero: beso del padre al hijo pródigo (Lc. 15.20) o el de la mujer pecadora que besaba los pies de Jesús (Lc. 7.45). Y como contraste, los evangelistas recuerdan el beso traidor de Judas (Mt. 26.48 Lc. 22.47 y Mc. 14.45)
Los cristianos se saludaban desde los primeros tiempos con "el ósculo de la paz" (Rom. 16.16; 1 Cor. 16.20 1. Tes. 5.26) También lo hacían como despedida emocionada. (Hech 20.37)
La costumbre pasó a la liturgia, de modo que el "ósculo de la paz" se da a las personas (beso de la mano, del pie), a las cosas (el sacerdote besa el altar en la Eucaristía) y a las imágenes (beso de la cruz, beso de los iconos)
Con todo es conveniente en el uso del beso tener en cuenta la cultura y las circunstancias: Oriente, Occidente, edades, sexos, razas, donde este gesto puede hallarse cargado de connotaciones sociales dignas de tenerse en cuenta.
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