Biblia y catequesis
          [010]

 
   
 

 

 

   La Biblia es el alma de la catequesis. Es la primera fuente de inspiración de todo catequista. Sin amor sincero y sin profundos conocimientos de la Palabra divina depositada en ella no puede haber una buena tarea catequética en ningún nivel ni ámbito.
  

1. Significado y terminologías.

   Biblia (en singular “biblos”, en griego libro) indica el conjunto de Libros sagra­dos (46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo). En sentido mayestático, ese plural alude al "Libro de los libros", al "Libro por excelencia".
 
   1.1. Sagrada Escritura

    La solemos llamar Sagrada Escritura, siguiendo usos judíos y de los primitivos cristianos. Escritura alude a la materialidad del escrito. En ella está contenida comunicación, la Palabra de Dios.
    La intervención divina, que se acomoda a la actuación humana, nos lleva también a hablar de Revelación y de Inspiración divinas. Dios "revela" (su amor, su misterio, su doctrina, su ley) a quien no lo conoce. En la Escritura está la Revelación de Dios. Pero también mueve, impulsa, "inspira", a los autores humanos para que escriban lo que El quiere y sólo ello.
   Los judíos hablan de la "Escritura" y los cristianos hablan de "Palabra"; am­bos hablan de "Biblia". La Biblia cristia­na es Escritura Sagrada confiada a la Iglesia. Se apoya en la Escritura judía. Los 39 de los judíos fueron escritos en hebreo (lenguaje hablado antes de la cautividad de Babilonia), a excepción de algunos textos que fueron redactados en arameo (el hablado en Babilonia y que mantuvo Israel después del regreso).

   1.2. En tiempos de Jesús.

   Jesús hablaba arameo, en su dialecto galileo. En Palestina se usaba el "canon" o lista de libros que aceptaban los escribas y los sacerdotes del Templo.
   Era el canon llamado de Jerusalén. Agrupaba los libros santos en "La ley y los profetas" y añadía los otros escritos.
   - La Ley (la Torah) era lo más sagrado. Aludía al Pentateuco (cinco rollos, penta-teujos) atribuido a Moisés.
   - Los Profetas (los Nebi'im) abarcaban los libros históricos antiguos (profetas anteriores) y los que llamamos hoy "proféticos" (profetas poste­riores). También eran así los Salmos por ser de David.
   - Valoraban otros libros santos, hagiográficos (Kethubim, piadosos), como los Sapienciales y las Cróni­cas.
   Los judíos del Mediterrá­neo (en Diás­pora o dispersión) eran nume­rosos. Hablaban el griego común o popular y preferían el canon o lista de Alejandría, ciudad con numerosa comunidad judía.
   Seguían la traducción griega de la Biblia, pues ellos no entendían ya el arameo y menos el hebreo. Eran más tolerantes con el canon y admi­tían otros libros que no aceptaban en Jerusalén (los "Deuterocanónicos": Tobías, Judith, Baruc, Sabiduría, Eclesiástico, incluso 1 y 2 Macabeos y partes de Daniel y Es­ther). Se­guían la traduc­ción hecha en el siglo III a. de C., cuando se impuso la cultura griega en toda la región. Había sido realiza­da, o inicia­da, hacia el 250 a de C., en tiempos del rey Ptolomeo II Filadelfo. La tradición la atribuía a 70 sabios y por eso se cono­ce con el nom­bre "Versión de los LXX".


  1.3. Los primeros cristianos.

  Ex­ten­didos pronto por el Mediterrá­neo, procedían al principio del judaísmo en su mayor parte. Siguieron el canon de Alejandría. Las citas en los escritos suyos, las que tene­mos en el Nuevo Testamento, estaban tomadas de esa traducción griega de los LXX.
   El Antiguo Testamento cristia­no organizó los libros según su orden y distribu­ción, que era algo diferente del de Jeru­salén: Penta­teuco, libros históri­cos, los poéticos, los sapienciales, los proféticos. Seguían criterios cronoló­gicos y no el modo de Jerusalén, que daba el máximo valor a la Torah.

  1.4. Nueva Biblia.

  Los cristianos añadieron los 27 libros del Nuevo Testamento. Al relatar los "dichos y hechos de Jesús" (Evangelio), o los comentarios de los Apóstoles que ha­bían vivido con Jesús (Epístolas, Hechos, Apocalipsis), se acostumbraron a mirar­los también como Palabra de Dios, tan inspirada como la del Antiguo Testamento y a leerla en sus asambleas.
   Incluyeron esos escritos con igual valor que los antiguos, que habían sido reconocidos como inspirados por el mismo Señor y por los Apóstoles. En esos escri­tos, que surgieron a lo largo del siglo I, se reflejaba la conciencia de que una "nueva alianza, otro "Testamento", había  comenzado con la llegada de Jesús.
   Algu­nos de los 27 libros también tuvieron dificultades para ser aceptados en algunas comunidades (los deuterocanónicos: Hbr. Sant. 2 Petr. Jud. Apoc.)
   Pero pronto el Nuevo Testamento in­cluyó todos: cuatro Evangelios, los He­chos de los Apóstoles, las 14 Epístolas o cartas llamadas de S. Pablo o atribuidas a él, las otras 7 de Apóstoles y el Apocalipsis.
    Los protestantes o reformados, desde el siglo XVI, rechazaron los libros que no estaban en la Biblia hebrea (pseudoepígrafos los llaman): Los católicos, desde el Concilio de Trento (1545-1563), aceptaron todos con igual valor, mirándolos como depósito de la Palabra divina.
    Los 73 libros de la Biblia (45 ó 46 y 27) fueron poco a poco acepta­dos y apreciados por igual. Formaron la "Biblia" cristiana, el "Depósito de la fe" al cual deben acudir los ministros de la Palabra.

    5. Fuentes bíblicas

   Tal como conocemos hoy el Antiguo Testamento, y también el Nuevo, es seguro que su forma actual es la fase final de una serie pasos previos: docu­mentos, hechos, escritos iniciales, datos recopilados no de una forma excesivamente planificada. Luego vino la ordenación, la depuración, la organización a la manera de texto coherente.
   La variedad de fuentes humanas se demuestra por los estilos, las repeticio­nes, los nombres, las referencias, las coincidencias, las discrepancias, que se advierten en sus páginas.

   5.1. Fuentes del A. T.

   En lo referente al Antiguo Testamento, los libros más recientes pudieron haberse escrito de seguido, por ejemplo Macabeos o La Sabiduría, que son más recientes (del 160 0 150 a C)
 Los más antiguos fueron frutos del esfuerzo recopilador a partir de documentos muy diversos.

   Tal como hoy la poseemos es casi seguro que la Biblia judía se preparó en el Templo de Jerusalén entre el siglo V y el IV, es decir poco después de la vuelta de la Cautividad (539 a C.) como fruto del deseo de restaurar el culto, la conciencia de pueblo, la fe en Dios protector del pueblo que de nuevo se organizaba en torno a Jerusalén
   En su preparación influyó sin duda la costumbre iniciada en Babilonia de leer textos sagrados en las sinagogas o reuniones de los deportados. Se encon­traban los sábados en lugares "del des­tierro" para leer cartas de consuelo, para repasar las leyes santas, para recibir los mensajes de los profetas. Se animaban así a conservar su fe y sus tradiciones.
   Recordemos que la Biblia abarca desde los relatos atribuidos a Moisés, que vivió hacia el siglo XIII, y reflejaban datos sobre la creación del mundo, la existencia de los Patriarcas y la milagrosa liberación de Egipto, hasta la destrucción del pueblo y del Templo por el Rey de Babilonia el año 586.
   Los israelitas comenzaron a reorganizarse después de la caída de Babilonia y el nuevo Reino teocrático que se agru­pó en torno al reconstruido Templo de Jeru­salén sirvió de referen­cia a los otros judíos que nunca regresaron a la tierra de sus mayores.
   A partir de este momento, el pueblo y sus sacerdotes comenzaron a tener especial interés por poseer ordenados sus "Escritos" para leer y comentar la "Historia de la Salvación".
   El escritor (o escritores) de cada libro tenía por objetivo relatar la historia de Israel, resaltando ese carácter de "pue­blo elegido". Dejaba clara la presencia de Dios, incluso en los castigos. En Jerusa­lén y en Palestina, después de iniciar la vida en el Templo reconstruido, o tal vez antes, los judíos se dieron cuenta de ser un pueblo amado de Dios y capaz de sobrevivir a su destrucción, por la misericordia divina, cosa que no había sucedi­do con otros pueblos cercanos.
   Y en los grupos judaicos extendidos por las naciones se buscó mantener la referencia al Dios verdadero y a la elección salvadora y restauradora. Por eso se hacía de los Libros Sagrados vínculo de unión eficaz.
   A veces se alude a las fuentes de consulta: Anales de los reyes, tradiciones, genealogías, etc. (Jos. 10. 13; 2 Sam. 1. 18 y 2 Re. 15. 6). Pero siempre es fácil advertir cómo en los libros bíblicos se acumulan los materiales o escri­tos parciales: leyes, plegarias, cantos, crónicas, pactos, profecías.
   Las atribuciones de algunos libros a un autor concreto, a la luz de los datos actuales, no deja de ser una ficción literaria. (Pentateuco a Moisés, Salmos a David, Sabiduría a Salomón), salvo en los casos de personajes menos mitificados y más delimitados: Isaías, Jesús Ben-Sira, Jeremías. etc.
   En cierto sentido, el verdadero autor de las Escrituras es la comunidad religiosa, la cual va haciendo de los escritos santos su norma de fe y de vida.
   Los estudiosos suelen hablar de ciertas fuentes comunes en los libros más antiguos, como el Pentateuco. Se citan hasta cuatro fuentes básicas o tipos de documentos:
  *  J o Yaveístas, que se reflejan en documentos que llaman a Dios Yaweh.
  *  E o Eloístas, que aparece en docu­mentos que designan Eloim (plu­ral de El) a Dios.
  *  P o Sacerdotales (Priest en inglés) que se advierten en muchos documentos de índo­le cultual relativos al templo.
  *  D o Deuteronómicas, las cuales implican una recopilación legal o jurídica también sacerdotal.
   Si a ellas añadimos crónicas que los Reyes solían escribir y conservar en sus Cortes palaciegas desde el siglo VII, profecías, pactos, augurios, plegarias y cantos populares, que eran repetidos de generación en generación, etc, tenemos el probable origen documental del Anti­guo Testamento.
 
   5.2. Fuentes del N. T.

   También en el Nuevo Testamento se advierten varias fuentes diversas. No cabe duda de que desde la muerte de Jesús (año 30 ó 33), sus seguidores hicieron lo posible por conservar listas escritas (los logia) de dichos y he­chos del Se­ñor.
   El relato de la Pasión tuvo que ser el primer "evangelio" que alguien escribió o recitó con emoción en las asambleas de los primeros seguidores del crucifica­do. Las cartas que algunos de los men­saje­ros escribían a sus evangelizados eran leídas con amor en las asambleas, tal como se refleja en S. Pablo (2 Tes. 2. 2; Col. 4. 16). El común denominador era siempre la figura del Señor.
   El Nuevo Testamento queda configu­rado, tal como hoy lo tenemos, a co­mien­zos del siglo II. Pronto son rechazados como "falsos escritos" (apócrifos) otros documentos que también circula­ron como si fueran "evangelios" entre los hermanos y pretendieron reflejar la histo­ria y la doctrina del Señor.
   Lucas declara su interés por documentarse con escritos y afirma que "muchos se han propuesto componer un relato sobre lo que aconteció entre nosotros desde el principio" (Lc. 1. 1). Su libro sobre los "Hechos de Jesús y de los Apósto­les", con probabilidad fue singular en sus inicios, pero se dividió en dos (Evan­gelio y Hechos) en el siglo II, tal vez por la tendencia a unificar lo alusivo al Señor. Recogió documentos entraña­bles, como los hechos de la Pasión, y algunos originales, como los de la infancia.

  7. Biblia y educación de la fe

   Para el catequista y el predicador, la Biblia no es un arsenal de frases o de hechos con los que pueda adornar sus discursos. La Biblia es otra cosa.

  7.1. Necesidad.

  En la educación religiosa cristiana, en la catequesis, en la docencia y en la teología, es preciso partir de la Biblia como fuente de fe. Y se necesita adaptar­se a los diversos géneros y estilos literarios que se reflejan en sus páginas.
   Y esto no es cuestión de gustos o de modas, sino de necesidad. La Biblia es el fundamento de la fe cristiana. No es preciso ser especialista, sino creyente, para entender que en ella late la voz de Dios y es preciso ponerse a la escucha de esa voz divina hecha letra.
   Pero los cristianos, y más los evangelizadores y los catequistas, deben ser cada vez más cultos y estar mejor preparados en el terreno bíblico. Hay que entender que, literaria y cultural­mente, los documentos que la forman proceden de otros entornos diferentes a los nuestros. Hay que saber interpretarlos.

 

   El catequista debe diferenciar bien una leyenda y un relato, una parábola y un hecho, un salmo y un código, etc. Los elementos o géneros que puede encontrar en la Biblia son diversos y debe saber usarlos oportuna y adecuadamente: mitos, himnos, sueños, plegarias, car­tas, visiones, sentencias, leyes, discur­sos, genealogías, diálogos, canciones, poemas, refranes y proverbios.
   Hay que entenderlos en su lenguaje y en su mensaje, interpretarlos y referirlos adecuadamente en la tarea educadora de cada día. No basta hablar de la Biblia como Palabra de Dios como quien lo hace de un jardín. Es preciso descender a sus páginas, pasearse por ellas, ser capaces de admirar y valorar cada una de sus flores.

  7.2. Variedad de posturas.

  En general, las actitudes bíblicas pueden ser muchas e ir desde una postura literalista hasta otra mística y alegórica, pasando por el moderado realismo crítico que la mira y la entiende en su texto y en su con­texto.
  - El literalismo lleva a entender cada escrito en su sentido más natural y material: el sol se para sobre los montes, los guerreros fueron 600.000, el mundo se creó en siete días.
  - El "alegorismo" conduce a interpretar todo en forma de fantasías, simbolismos, metáforas, figuras o mitos fantasiosos. Ni hubo doce apóstoles ni doce patriar­cas, ni Moisés habló con Dios en el Sinaí ni Cristo lo hizo con Moisés o Elías, ni Samuel nació como una bendi­ción del profeta Helí ni Jesús fue concebido virginalmente de María, esposa de José.
   - El "realismo", sin hacerse excesivos problemas científicos, históricos, jurídi­cos o morales, sabe dar a cada hecho bíblico su sentido. Adán, Abel, Noé son personajes de la mitología bíblica, de difícil interpretación literal tal como se les retrata en el Génesis. Pero Josué fue un guerrero que dirige al pueblo a la tierra de Canaán. Recogió y organizó los grupos hebreos que se escaparon de Ramsés II hacia el 1230, a instigación de un personaje influyente llamado Moisés.
   El catequista hará bien en saber a quién habla, niños pequeños o gente culta, pueblo sencillo o personas intelectuales, para adoptar posturas sensatas y dejar, con amplitud de miras, plenitud de opciones personales.
   Siempre hay unos mínimos: que Dios eligió un pueblo, que los profetas anunciaron la venida de un Salvador, que Jesús nació, vivió, predicó y murió un día preciso en unos lugares concretos, que llevó a la plenitud unas enseñanzas concretas reveladas: conversión de la mala vida, necesidad de penitencia, prioridad del amor a Dios y al prójimo, voluntad de configurar una iglesia, comunidad con una autoridad, anuncio de un Reino futuro que no es de este mundo, etc.

  7.3. Valor de los elementos

  La Biblia se debe usar en la catequesis con sus ricos y variados elementos: esti­los, fuentes, géneros literarios; pero se ha de hacer siempre con actitud de fe y con capacidad de discernimiento.
   El catequista debe saber que hay pluralidad de formas y elegir en cada momento lo más conveniente. Lo que más precisa es el tacto adecuado para esa elección. Habrá de emplear con gusto y discreción diversos elementos:
 
    7.3.1. Narraciones y relatos.

   Son los textos más interesantes para la catequesis, sobre todo con pequeños. La historia bíblica no responde al género histórico técnico y al sentido crítico, cronológico o específico que tenemos los occidentales. Nosotros miramos fielmente el acontecimiento. En otras cultu­ras se contempla prioritariamente la inten­ción o la significación. Así acontece en la historia bíblica.
   En la Biblia predomina la presentación de la intención, sobre todo religiosa. Tanto en su contexto como en su contenido, muchos de los libros del Antiguo Testamento son narraciones. Hay una trama, personajes, sucesión de aconteci­mientos.
   Hay un hecho real. Pero hay un entorno visible o invisible: un pueblo elegido y una presencia de Dios que protege al pueblo. Importante es ver ambas cosas y descubrir la intención con la que se relata, que ordinariamente es proclamar la presencia divina.
   No se pueden entender los acontecimientos, los números, los resultados, los tiempos, las relaciones, al estilo occidental. Pero tampoco hay que caer en un exagerado alegorismo, como si todo fueran cuentos, parábolas, metáforas y las cosas no hubieran sucedido.
   Las narraciones del Antiguo Testamento son relatos más populares que críti­cos. Los autores recurrieron a menudo a tradiciones orales, a mitos, a leyendas. Se compusieron con un intención didácti­ca, catequética.
   Algunos libros narrati­vos, como el de Jo­nás, el de Esther, el de Tobías o el de Judith, son sólo alego­rías moralizantes. Además, entre los he­chos a que alude el Génesis (Adán, Noé, Abraham) y su redacción hay miles de años de distancia. Entre Moisés, 1250 a de C., y los Macabeos, 169 a de C, hay once siglos de diferencia.

  7.3.2. Poemas, cantos, plegarias.

  Son especialmente interesantes en la Biblia. Se repiten géneros y estilos comunes con los otros pueblos del entorno de Israel: moabi­tas, idumeos, arameos, por ejemplo.
   Reflejan hermosamente la sensibilidad y la fantasía oriental: signos de la naturaleza, sentimientos, gestos de solidaridad, inquietudes éticas, etc. Así apare­cen el dolor en Job, el amor en el Cantar de los Cantares, el valor en los Himnos arcai­cos (Cánticos de Jacob, Débora, Moisés).
   Sobre todo son especialmente aprove­cha­bles las invocaciones de los Salmos, que han constituido siempre la plegaria preferida de los cristianos de todos los tiempos, como lo fueron de los antiguos judíos y lo fueron del mismo Jesús.

   7.3.3. Los Sapienciales.

  Recogen la sabiduría, la experiencia y el sentido común de Oriente: Prover­bios, Sabiduría, Eclesiástico (Ben Sira), Eclesiatés (Qohelet), parte de Job, Libro de Daniel). Implican uno de los más her­mosos esti­los de todo el Oriente: sentencias, consejos, amenazas, lamentos, elegías, recla­mos, pará­bolas, referencias cosmológicas, citas y refe­rencias, etc.
   Cada texto posee su sabor propio. Se presta para una catequesis ética excelente. Reúnen las experiencias de la vida. Aluden a la necesidad de la reflexión moral en el hombre sabio. Hacen referencia a Dios que da la Ley suprema.

    7.3.4.  Los Profetas.

   Merece especial re­cuer­do catequísti­co toda la literatura profética, que responde a oráculos abundantes de diversos autores y procedencias.
   Abarcan medio milenio: el siglo VIII a C., cuando apare­ce Elías y Eliseo, cuyo relato se recoge en el libro II de los Re­yes; el siglo VII a C. con Oseas, Amos, el Primer Isaías; el VI con Jeremías; el V con los profetas de la Cautividad: Ezequiel, el II Isaías; y llegan al siglo IV con Malaquías, Ageo o Zacarías.
   Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo Oriente. Nadie valoró tanto su acción como el pueblo de Israel. En el fondo latía la conciencia de la acción divina que iba pre­parando la venida de un salvador Mesías. Por eso es importante ver en todas las profe­cías la esperanza, la fe, la presencia providencial de Dios en los acontecimientos.
   Los primeros cristianos lo entendieron así y por eso todos los escritos del Nuevo Testamento rezuman referencias a los Profetas, que fueron preparando el camino para la llega­da del Salvador.
   Recordemos por otra parte que el profeta bíblico no es el que anuncia hechos futuros, sino el que proclama, el que predica, el que recuerda la presencia divina en el Pueblo y mantiene el corazón de los hombres vuelto hacia Dios, sin dejarle orientarse a los ídolos.

  7.3.5. Las Leyes.

  El conjunto de normas de vida, de leyes y de imposiciones, el género jurídico, es también abundante en el Antiguo Testatento. Las leyes regían por entero a los israelitas y tenían el senti­do de voluntad divina, aunque muchas veces eran simples prescrip­cio­nes sacerdotales o de gobernantes caprichosos. La Ley absorbía tanto a los judíos, que toda la vida se regía por ella.
   Llegaron a ser tan rutina­rias que se­rían con­denadas por Jesús si sólo se apoya­ban en el mero cumplimiento. Pre­cisa­mente el sentido del Evangelio, sería la buena nueva de la liberación.
   La Nueva Alianza o Nuevo Testamento, en el pensamiento de S. Pablo, seria entendido como el tiempo de la libertad del pecado y de la Ley. Esto dará la originalidad al cristianismo.

   Es muy importante saber presen­tar esta di­men­sión evangélica en una buena cate­que­sis. Lo contrario sería el fari­seís­mo, tantas veces criticado y recha­zado por el mismo Jesús (Mt. 23)
   Entre las leyes que se recogen en la Biblia había unas sagra­das y principales (apodícti­cas). Tales eran las del Decálo­go que Dios entregó a Moisés en el Sinaí (Ex. 20, 1-21; 34, 14-26; Dt. 5, 6-21). Pero había otras que procedían de intereses particulares, como muchas de las prescripciones acerca del culto del templo o de los tributos reales.
   La actitud ritualista sería condenada por muchos profetas y el mismo Jesús re­chazó, con­tra los fariseos (por falsamente piadosos) y contra los saduceos (por racionalistas y libertarios), las ataduras de las leyes terrenas si no van seguidas de actitudes de amor divino.
   El Señor enseñó a sus seguidores a no atarse equivocadamente a las tradiciones y prescrip­cio­nes humanas.


  
 
  7.3.6 Biblia y entorno

   La Biblia no es una isla. No se entien­de como un libro bajado del cielo, sino encarnado en la tierra.
  Entender la Biblia exige conocer los rasgos de esos pueblos dominadores: arte, lengua, costumbres, leyes, creen­cias religiosas, etc. Existe una gran información relativa a la Historia del antiguo Oriente Próximo a partir del tercer mile­nio a. C. Pero la Historia detallada de Israel sólo comienza en los tiempos de David (1010-970 a. C.).
   Los relatos del Génesis sobre el origen del mundo, por ejemplo, difícilmente se entenderán sin conocer mitologías y leyendas al estilo del Poema babilónico de Gilgamesh, divulgado en varias ver­siones y escrito hacia el siglo XIX a C. Entender el Exodo y el Levítico no es posible sin conocer algo del Código de Hammurabi, rey babilónico del s. XIX.
   Los escritos egipcios, los salmos o cantares cananeos o arameos, las sen­tencias moabitas, etc, son fuentes culturales paralelas a las que hay que acudir siempre que se pueda si se quiere en­tender de verdad la Sda. Escritura.
   La Historia del Pueblo de Israel debe ser entendida en el contexto de las demás naciones del Mediterráneo.
   Por eso es importante conocer y valorar los usos de los persas, que reem­plazaron a los babilonios en el dominio del Oriente desde el siglo VI. Es bueno saber que los tiempos previos a Jesús tienen estrecha relación con la cultura helenística, que se extiende desde las conquistas de Alejandro Magno entre el 333 y el 323. Ella explica la realidad de Galilea, la razón del ordenamiento romano, los mismos lenguajes, tensiones y usos legales que aparecen en Palestina
   Y los tiempos de Jesús se explican por las consecuencias de la revolución antihelenística de los Macabeos en el 169 a de C. y por la breve monarquía asmonea que sucede a los primeros líderes. Herodes el Gran­de, hijo de Antípatro, ministro del último asmoneo, Aristóbulo II, se hace con el Reino el 27 y gobernará hasta el 4 a C.
   El dominio romano de Palestina, comenzado en Jerusalén con su conquista por Pompeyo el año 63, llegó hasta la destrucción de la ciudad, del Templo y de toda Pa­lestina por los años 66 y 70. Lue­go continuó como dominio colonial más exigente y, para lo judíos, excluyente.
    Es importante en la catequesis no hacer de la Biblia una platafor­ma de polémicas o de curiosidades arqueológicas o literarias.
   Una cosa es el Israel histórico objeto de ciencia y otra el pue­blo elegido por Dios. El primero se analiza con la Arqueología y la Historia hu­mana de los pueblos. El segundo es el Israel de la Historia de sa­vación, que tiene por prota­gonista y centro al mismo Dios.

  9. Estilo evangélico en catequesis

   Los estilos literarios del Nuevo Testamento son modelo admirable en toda tarea catequística.

   9.1. Estilo de Jesús

   Es la palabra atribuida a Jesús y el modelo de catequesis preferente entre los cristianos, más preocupados por el mensaje, el kerigma, que por las fórmulas, los conceptos y explicaciones.
   El modelo para los primeros evangelizadores era el mismo Jesús. "Nadie ha hablado como este hombre", "El no les hablaba como sus escribas", "les tenía cautivados" (Jn. 7. 46; Mt. 13. 13; Mc. 12. 1; Lc. 24. 32)
   En los Evangelios predominan los he­chos, las parábolas, las citas proféticas, las plegarias, los discursos, los diálogos, las sentencias, las metáforas. Es el mo­delo catequístico.
   En otros escritos abundan las exhortaciones, las sentencias, las recomendaciones, los himnos o plegarias, las síntesis doctrinales, las listas de virtudes o dones, las referencias, las oracio­nes.
   El modelo evangélico quedaría reflejado en la glosa que alguien añadió luego como confesión para entrar en la fe del Señor Jesús y que consta en textos tardíos de los Hechos: "Creo que Jesús es hijo de Dios" (Hech. 9.37)
  Esta confesión, que parece una añadi­dura muy primitiva al texto escrito por Lucas, refleja el final de toda la acción catequética: era la fe en Jesús. Para ella se preparaba al que recibía la gracia del Bautismo.

   9.2. Temas catequísticos

   Y bueno es que entenda­mos que los sentimientos y conceptos doctrinales y morales del Nuevo Testamento reflejaron ya un salto importante en la presentación de la Palabra divina con respec­to al Anti­guo Testao.
   Los cristianos se dieron pronto cuenta de que las enseñanzas de Jesús y de sus primeros discípulos eran claramente "otra cosa":
      - Dios, no es sólo el Yaweh o el Elhoim antiguo, sino el Padre de Jesús y Padre de todos, Providente, Justo, Santo, Sabio y Bueno.
     - Jesús no es sólo hombre, sino el Ver­bo encarnado, el Dios hecho que se ha hecho carne, vida, realidad humana terrena.
    - El Espíritu, que procede del Padre y del Hijo, está en medio del mundo y no es sólo una idea, una abstracción, sino una misteriosa persona divina.
   - La Iglesia es la comunidad de los ami­gos, no de los siervos, de Jesús.
   - Moral no es ley de temor sino amor, único mandamiento de Jesús.
   - Oración no es expresión de palabras, al estilo de las fórmulas farisai­cas, sino gesto que brota del interior  del corazón y en el secreto de la conciencia.
  - La conversión no es penitencia externa sino cambio interior de cora­zón.
  - El sacrificio ya no es el del Templo, sino el del mismo Jesús en la cruz.
- En definitiva, el Reino de Dios, no es el del César ni el de Israel de la Historia, sino el que ha llegado ya en la persona del Salvador.

 

 

 

 

2. Uso ascético y dogmático

   La Biblia es libro religioso. En él se apoya la fe de los creyentes, judíos y cristianos, protestantes y católicos. La Iglesia la mira como primera fuente de fe. Y es normal que sea el soporte de las doctrinas, de la piedad y de la plegaria, de la predicación y de la catequesis para todos los que siguen a Jesús.
   Con todo, la Biblia reclama una conve­niente exégesis, tanto oficial o dada por la Iglesia, como personal o meditada por cada cristia­no según su conciencia.
   Los católicos interpretan la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, a la luz de lo que dice la Iglesia (Magisterio, Tradición, Comunidad). Si predomina la visión de la propia conciencia (libre exa­men), nos movemos en los criterios de la Reforma protestante. Si preferimos la inter­pretación de la Iglesia a la propia, nos hallamos en clave católica.
   Sin correcta exégesis no puede haber buena catequesis, pues los libros sagrados encierran mensajes divinos en lenguajes humanos. Es objetivo central de toda tarea educativa y catequética enseñar a "leer", entender, vivir, proclamar y celebrar la Palabra divina.
   El lenguaje de la Biblia ha moldeado y dado forma a las oraciones, a la liturgia, a los himnos del cristianismo, como también aconteció en el judaísmo.
   La Biblia es la guía primera del que trata de señalar caminos a la fe de los demás. Un catequista no puede dejar de meditar, estudiar y profundizar continuamente la Palabra de Dios hecha Escritura Sagrada. En ella sabe ver la presencia de Dios y los datos humanos en los que se alberga.

  3. Inspiración bíblica

   El alma de la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, es la referencia a Dios. Por eso debe ser mirada y leída con fe.
   Los primeros cristianos recogieron del judaísmo el respeto santo y santificador a las Escrituras. Jesús, como buen judío, estuvo siempre pendiente de ellas (de los Salmos, de los Profetas, de la Ley del Señor). Los testigos que vivieron con El, entendieron perfectamente tal actitud.
   En la Palabra de Dios veían los se­guidores de Jesús, y los cristianos si­guen viendo hoy, la luz de la inteligencia y el aliento de la voluntad para el creyente.
   La "historia" del Pueblo elegido, es decir la "Historia" de la Salvación, está siempre presente en la conciencia de los creyentes. Por eso los cristianos no miran a la Biblia como un libro religioso más. Ven en ella el testimo­nio escrito de la relación de Dios con los hombres.
   Judíos y cristianos creen que Dios la ha inspirado, no escrito. Una voluntad divina se halla depositada en sus pala­bras: en su contenido y en sus formas. Su mensaje viene de Dios: los lenguajes vienen de los diversos autores santos (hagiógrafos) que la escribieron bajo el impulso (inspiración) de Dios.
   Los libros del Nuevo Testamento alu­den continuamente a la autoridad de las Escrituras antiguas en apoyo de sus alegaciones con respecto a Jesucristo. La doctrina de la inspiración de la Biblia por el Espíritu Santo y la explicación de su infalibilidad religiosa se fue aclaran­do  más tarde. Pero la actitud reverente ante la Escritura ha sido permanente entre los cris­tianos.

   4.  Los lenguajes bíblicos

   La Biblia no es un libro de ciencia, de historia o de sociología. Dios ha querido que se escriba tal como está (inspiración). Ha querido adaptarse totalmente a las condiciones (sincatábasis o sintoniza­ción total) y a los rasgos de los escrito­res que fueron perfilando sus páginas o documentos a lo largo de siglos.
   Hoy los estudiosos ahondan en esti­los, en lenguajes, en fuentes y en for­mas de expresión, etc. Tratan de dar luz sobre el ropaje y el lenguaje humano que rodea el mensaje divino, sin que ello disminuya su misteriosa identidad de "Palabra divina" y la autoridad y valor religioso del "Libro sagrado".
   Los teólogos biblistas han perfilado numerosas teorías y explicaciones sobre las fuentes o formas humanas en que se encarna el mensaje divino de la Biblia.
   No hay ninguna de ellas aceptada por todos, convincente y demostrada. Pero las opiniones humanas ayudan todas a aclarar la presencia divina en los envoltorios humanos: lenguajes, estilos, fuentes, modos de expresión.

 

  6. Traducciones y versiones

    La expresión del texto bíblico en lenguas diferentes de aquellas en las que fue escrito o divulgado al principio.

  6.1. Lenguas y usos.

  La Biblia no fue escrita para los teólogos y ni gentes cultas, sino para los creyentes sencillos que se juntaban para recordar los hechos maravillosos de Dios y animarse en la fe.
  -  Los judíos la leían, sobre todo, en las sinagogas más que en el Templo. El mis­mo Jesús leyó a Isaías en Ca­far­naum (Mc. 1. 21 y Jn. 6. 59) y sobre todo en Nazareth (Lc. 4.18), provo­cando la admi­ración: “¿De dónde le vienen las letras a éste?" (Jn. 7.15).
  -  Jesús aludía a "la ley y a los profetas” para autentificar su autoridad. "Ellos escribieron de Mí y no les creéis" (Jn. 5.39­). En los Sinópticos Jesús alude a las Escrituras 46 veces y en Juan hay 26 referencias a las Escrituras santas.
 -  Los cristia­nos siguieron la misma práctica al principio. Ellos en general procedían de clases humildes y de trabajo. No sabían leer. Escuchaban lo que leían sus animadores y luego explicaban los más cultos el significado de lo leído. Se terminaba sus reuniones con plegarias (salmos e himnos) y con la Eucaristía o fracción del pan.
   Cuando los judíos dejaron de hablar el he­breo y los cristianos el griego, las Escrituras se volvieron ininteligibles. Hubo que hacer traducciones para la lectura, la celebración y la catequesis. Y éstas fueron numerosas tanto para los judíos al arameo en Palestina o al griego en los demás sitio, como más adelante para los cristia­nos que fueron pasando al latín en Occidente o a los lenguajes locales (copto, siríaco, etc.)
    Para los judíos, las versiones más significativas se conocen con el nombre de "los Targum" o textos traducidos del hebreo al arameo. Abundan ya desde el siglo II, debido al uso que se hace de ellos en sus lecturas en la sinagoga. Más que traducciones, los Targum fueron comentarios parafraseando el texto original.
   Los dos Targum más importantes fueron hechos en Palestina el primero, en los dos primeros siglos, y en algún lugar de Siria el segundo, el Neofiti I, cuyo mejor resto se conserva en la Biblioteca del Vaticano. Los restos más precisos y completos de otros se hallan en fragmentos procedentes de Babilonia, por ejemplo el de Onquelos (Pentateuco) y los de Jonatán (Profetas), ambos del siglo I.
   Muy usada fue la versión bíblica de la Pêšitta, o traducción del hebreo a la lengua siríaca, iniciada con probabilidad en el siglo I d. C.

   6. 2. Versiones cristianas

   Los cristianos se comunicaron en la lengua "popular" usada en casi todo el Mediterráneo, sobre todo oriental: el griego común. En él se conservaron sus escritos procedentes del judaísmo y sus primeros textos "evangélicos".
   Han quedado escasos restos de los primeros tiempos: eran malos materiales, hubo persecuciones frecuentes, la trans­misión preferentemente fue oral. Po­seemos sólo algunos fragmentos y sobre todo citas de los primeros Padres o escritores. A través de testimonios posteriores, sabemos que se usaron para animar las asambleas que preferentemente se tenía el primer día de la semana, el día del Señor (el domingo).
   Las versiones fueron diversas en los dos primeros siglos. Son conocidas en parte las de Aquila, Símmaco, Teodosio, Luciano. Y existieron otras más.
   La más antigua latina (vetus latina) circuló desde el siglo II. No fue una tra­ducción del hebreo, sino del texto de la Biblia griega de los LXX.
   Cuando se multiplicaron, las versio­nes fueron diferentes y múltiples en la forma. Ya desde el siglo III se vieron los incon­venientes y se echó en falta uniformidad en las diversas comunidades.
   Orígenes (184-253) en es siglo III pre­paró una Biblia (Antiguo Testamento) voluminosa (50 volúmenes), en seis columnas con seis versiones parale­las, para poder comparar el texto. Se la llamó la Hexapla o Biblia en seis idio­mas (he­breo, hebreo transliterado al grie­go, y las versiones de Aquila, Símaco, Teodosio y Luciano). Fue la cumbre de las traduccio­nes antiguas, aunque hoy se ha perdido en su mayor parte.

    6. 3. La "oficial".

    Ya a finales del siglo IV, el Papa S. Dámaso confió (año 382) al erudito pres­bítero romano San Jerónimo (342-420) la misión de recoger en Oriente los mejores textos hebreos del Antiguo Testamento y disponer una traducción en latín que unificara las existentes en la Comunidad de Roma y en otros lugares influidos por ella. Esa traducción, conoci­da con el nombre de Vulgata (la común, la vulgar), ha sido la oficial de la Iglesia hasta el siglo XX.
   Pero otras traducciones a diversas lenguajes de Oriente (copto, siríaco, etc.) y de Occidente, (celtas, francos, eslavos, sajones, godos, eslavos, etc.) fueron también usa­das a medida que el proceso de cristia­nización fue avanzando en determinados lugares ajenos a la cultura latina.

   6.4. Conservación del texto.

  Por otra parte, apenas si se con­servan escritos realizados materialmente en tiempos antiguos. Los textos se mantie­nen por sus "copias" posteriores en otros materiales (pergaminos y algunos papi­ros). Quedan pocos textos completos.
   Los papiros (papel) hechos de sustancia vegetal se deterioraban pronto y había que recuperar el texto con otra "copia" a partir del envejecido.
   Los pergaminos son pieles curti­das (muy comercializadas, por ejemplo en Pérgamo); duraban mucho más, pero eran más caros, sobre todo si iban cosidos en forma de libro (códices) y tenían textos muy cotizados.
   A veces quedan documentos en "palimsestos" (pergaminos ras­pados y reuti­lizados), que hoy se logran descifrar y leer con ciertas técnicas.

   6.4.1. La Biblia hebrea.

   Se conservó en los siglos posteriores a la destrucción de Palestina, sobre todo en textos traducidos en comunidades judías de diversos lugares. Se tradujo del hebreo al arameo por los llamados "masoretas" o escritores que pretendieron conservar la Palabra de Dios para las Sinagogas desde el siglo II.
   Los prepararon para la lectura pública, poniendo puntuaciones y vocales, ele­men­tos de que carecía el texto primitivo.
   La versión más conocida, empleada como base de traducciones recientes, es la reproducción de un texto masoréti­co escrito en 1088. En forma de códice, es el manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea íntegra. Se halla en la Bibliote­ca Pública de San Petersburgo, en Rusia.
   Otro texto masorético valioso es el Códice de Alepo, de primera mitad del siglo X d. C. Se halla en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
   La mayor parte de los textos proce­den del siglo VI. Fueron descubier­tos en algunos yaci­mientos o depósito, que for­man las delicias de los arqueólogos.
   Uno de ellos fue, por ejemplo, el de la "genizzá", o depósito de libros, de la sina­goga de El Cairo.
   Y el más especta­cular y valiosos de los últi­mos siglos ha sido el hallazgo de las cue­vas de Qum­ram, cerca del Mar Muer­to, en el 1948. Se trata de una colección de numerosos manuscritos y frag­mentos de pergaminos, procedentes del mo­nasterio ese­nio cercano, destruido el año 70 por lo romanos.

   6.4.2. Manuscritos cristianos.

   Los más arcaicos y más im­portan­tes de la Biblia cristiana son el Códice Vaticano (en la Biblioteca del Vaticano), el Códice Sinaí­tico y el Códice Alejandrino (ambos en el Museo Británico).
   En ellos, y en otros muchos menos completos, el texto sa­grado se hallaba en diversas formas (griego y latín arcaicos, etc.) y su texto refleja la veneración de la comunidades cristianas, sobre todo a partir de que los monaste­rios van incre­mentando su acción colonizadora y cris­tianizadora y los señores feudales quie­ren imitar su influencias culturales.
   Con todo, durante los mil años de Edad Media la Biblia fue leída y conocida por la ver­sión de S. Jerónimo en los ámbitos romanos y en aquellos en don­de alcanza­ba su influencia.

   6.4.3. Tiempos modernos.

   Desde el Renacimiento europeo (si­glos XIV y XV), se divulgaron otras traducciones nuevas.
   Por ejemplo, fue influyente la hecha al alemán por Martín Lutero, terminada en 1534, y base de la Reforma protestante. En ella quitaba los libros no contenidos en el canon de Jerusalén y menospreciaba algu­nos de los textos cristianos, como la Epístola de Santiago, que más podían suscitar oposición a sus tesis doctrinales.
    En Inglaterra se extendió la llamada "Biblia Autorizada", o versión del rey Jaco­bo, realizada en 1611 al inglés.
   En el siglo XIX y sobre todo en el XX, se multiplicaron los estudios bíblicos, los Institutos y Centros de trabajo escriturario, los especia­listas en lenguas orien­ta­les y las publicaciones específicas.
   Una verdadera "revolución bíblica" se produjo con la traducción directa de los len­guajes originales de la Biblia y con los estudios y contrastes entre los diver­sos documentos arcaicos y con versio­nes de tiempos antiguos.
   En la actualidad en todos los países cono­cen esas tra­duccio­nes del hebreo y arameo, o del griego precristiano, a sus idiomas respectivos, realizadas a la luz de los criterios más rigurosos y a partir de los documentos más arcaicos conservados y de sus contextos literarios.

   6. 5. Capítulos y versículos

   También es bueno recordar que los libros primeros del Antiguo y del Nuevo Testa­men­to se escribieron en forma de texto seguido. Sólo muy tardíamente se pensó en dividirlos en fragmentos o capítulos, e incluso en frases muy cortas o versículos, para que fuera fácil encontrar textos y usarlos con como­didad.
   En las Sinagogas se solía dividir en partes, según la lectura señalada para cada día; con frecuencia se numeraban estos fragmentos.
   En el siglo XI, Lanfranco, consejero de Guillermo el Conquistador, dividió la Biblia cristiana en capítulos.
   Esteban Langton, profesor de la Sorbona y luego Obispo de Cantorbery, mejoró esta distribución en capítulos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En 1226 los libreros de París ya la organizaban así cuando preparaban el texto de la Vulgata para la venta.
   La primera vez que aparece una edi­ción con los Salmos distribuidos en versí­culos, según la versificación hebrea, es en 1509, cuan­do se editó en París por el protestante Enrique I Estienne. Su hijo Roberto Estienne hizo una edición con toda la Biblia, distribuida de la misma forma que los Salmos. Aprovechó un texto preparado el año 1528 por el dominico Santos Pagnino con numeración de frases o ver­sículo en el margen.
   A partir de esa época, la costumbre se hizo universal y se ha mantenido con ligeras variantes hasta nuestros días. Es tan universal que casi no es ya posible manejar una Biblia sin habilidad para manejar capítulos y versículos, concor­dancias y paralelismos, varias traducciones y sus diversas formas de expresarse o de relacionarse los textos.
   Es algo que deben recordar los cate­quistas, con el fin de iniciar a los cristia­nos en esas habilidades.

 

 8. Atención al Evangelio
 
   Aunque los primeros escritos sobre "dichos y hechos de Jesús" debieron surgir muy poco después de su muer­te, lo que más nos interesa a nosotros es el texto real de los 27 libros que llamamos Nuevo Testamento y cuyo valor comien­za a tener vigor cuando son acogidos y reco­nocidos por la Iglesia.

   8.1. Aceptados por la Iglesia

   Los textos evangélicos y las Cartas se van escribiendo a lo largo del siglo I. El año 53 o 57, con la Epístola primera de S. Pablo a los Tesalonicenses, es la fecha del primero. El final del siglo I, en que nace el Evan­gelio de Juan, es la culminación.
   Durante los tres primeros siglos circu­la­ron diversos escritos relacionados con el Señor y con la doctrina de los cristianos. Más de 50 "evangelios" o libros sobre cosas de Jesús (apó­crifos) cono­ce­mos. La desigual factura y contextura nos hace pensar que los autores respondían a un interés compartido con los demás, pero que existía la libertad sufifiente en cada comunidad para buscar sus fuentes de inspiración y de comuni­cación.
   Poco a poco la Iglesia, las comu­nida­des cristianas, lograron discernir los que verdaderamente eran el reflejo de la verdad revelada, es decir los inspirados por Dios, y los que eran "ocurrencias" de los hombres.
   De los "verdaderos" nos quedan textos y fragmentos abundantes, aunque tardíos: unos 5.000 hasta el siglo X quedan en museos y bibliotecas del mundo: papi­ros, pergaminos, inscripciones, lápidas funerarias, etc. Sólo unas docenas son físicamente del siglo II o III. Todos ellos son testigos del interés por el mensaje de Jesús y refle­jan el pro­gresivo desarrollo de los cristia­nos en el Mediterráneo.
   Algunos descubrimientos ilustran de forma singular esa predilección. Tal es el grupo procedente de Nag Hammadi, en Egipto, los cuales, escri­tos en copto, son pertenecientes a cristianos influidos por los grupos o sectas de los gnósticos.
   Hay documentos que fueron expresión de tendencias menos ortodoxas de algu­nas comunidades. Y los hay, como el Evangelio llama­do de Tomás o los diversos Evangelios de la Infancia, que se muestran más cercanos al pensamiento correcto de los cristianos más exigentes.
   Hubo también textos admirables, como la Didajé, que se u­só como libro guía de doctrina cristiana, aunque no fue reconocido como texto inspirado.
   Lo que es casi seguro es que hacia el 150 ya tenían los cristianos una lista o canon de escritos inspirados. Es célebre el fragmento encontrado en la Biblioteca Ambrosiana por el investigador L. A. Muratori (1672-1750), el cual  se considera la primera lista cristiana de que se tiene noticia aunque no es completa y aunque es probablemente de la mitad del siglo II.
   Los primeros cristianos llamaron "Nueva Alianza o Testamento Nuevo", al hecho con la sangre de Cristo, y por extensión denominaron así al con­junto de escritos en los que vieron ellos la inspiración divina, por proceder de los inmediatos discípulos del Señor o por ser atribuidos a ellos.
 
   8.2. Uso y veneración

   Los primeros cristianos usaban ya en sus plegarias y catequesis, además de la lectura del Antiguo Testamento, los escri­tos sobre los hechos y dichos de Jesús. Atribuían especial valor a las cartas o escritos propios o atribuidos a los Após­toles. Se ve en la intención de Pablo de que sus cartas sean leídas en reuniones (Col. 4. 16; 1 Tes. 5. 26 y ss.)
   En este sentido se recopilaron ya textos adecuados para la liturgia (lectu­ras y plegarias.
   También se fomentó la conservación de estos documentos santos con las diversas celebraciones de las comunidades. Eran documentos de plegaria más que fuentes de lectura personal o de meditación.

   8.3. Plan definitivo

   La primera vez que aparece ya la lista de los 27 libros que hoy forman el Nue­vo Testamento es la carta pastoral 39 que San Atanasio, obispo de Alejandría, envió a las iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año 367 y que aca­bó con toda duda acerca de los límites del canon del Nuevo Testamento.
   Los señala en su orden actual, cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los Apóstoles, Roma­nos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesaloni­censes 1 y 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 de Juan, Judas y Apocalipsis. Este ordenamiento durará hasta nuestros días.


 
  8.4. Uso en la Catequesis

   Es de especial importancia que el catequista entienda que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento reflejan por igual la Palabra de Dios.
   Pero, si teológicamente esto es co­rrecto, en la praxis catequística es usual tener preferencias por el Evangelio. Así lo ha significado la Iglesia en su liturgia y por eso señala en la Eucaristía la lectura de un fragmento de esos dichos o he­chos del Señor.

   8.4.1. El Evangelio

   Un evangelio no es una biografía, aunque relate hechos y dichos de la figura de Cristo. No pretende ser un relato cronológico, aunque esté escrito en esta forma narrativa, ni sistemático, aunque responda su presentación a un plan preconcebido, ordenado y sucesivo.
   Lo que busca es narrar hechos y dichos de Jesús. El orden y la lógica son secun­darios. Por eso suele emplear fórmulas que no indican sucesión de hechos (en aquel tiem­po, iba Jesús, aconteció, etc.)
   El cate­quista no debe mirar el Evangelio como una hermosa historia, sino como una buena noticia.
   Los autores del Evangelio, dos apóstoles (Mateo y Juan) y dos escritores relacionados (Lucas y Marcos), suelen agrupar lo que quieren relatar: discursos, parábolas, acontecimientos, y los ofrecen con la sencillez y entusiasmo con que se relatan cosas de Jesús.
   Ni más ni menos, es lo que se debe hacer en la catequesis y en la predicación. Se recogen los mensajes que laten en los hechos de Jesús y se graban con fuego de amor en la mente y en el cora­zón de los catequizandos.
   Lo demás es secundario y no debe ser considerado con importancia que no tienen. El catequista no es un historiador ni un exégeta, sino un evangelizador.

   8.4.2. Pero hay una historia

   Los tres Evangelios sinópti­cos o paralelos sin duda tienen una base de "acontecimiento sucesivo que debe ser tenido en cuenta. Tuvieron mucho de inte­rrela­ción entre ellos, en su redacción o armo­nización posterior al relato logrado.
   Los biblistas multiplican sus teorías sobre la cuestión sinóptica y armo­nizan en lo posible la referencia entre los rela­tos. Probablemente el primer escrito es el de Marcos (¿hacia el 58-60? ¿en Roma?), siguió el de Mateo (¿Hacia el 68-70? ¿en Antioquía?) y luego surgió el de Lucas (¿entre el 75-80?, ¿en Asia Menor?)
   Además, de sus relaciones internas, los evangelistas usaron otras fuentes, escritos, listas, genealogías, himnos, plegarias, etc. Se supone que hubo una fuente importante y común para los tres sinópticos. La suelen llamar fuente Q, (Quelle, en alemán, 'fuente'), aunque no se traté más que una suposición para explicar las coincidencias mutuas.

   8.4.3. Originalidad de Juan

   El Evangelio de Juan es de otro estilo literario y de otra estructura conceptual. Está formado por relatos muy organizados, discursos y plegarias más prolongados, centro de interés que acumulan reflexiones y sermones con toda seguridad "superpuestos".
   Tal vez fue escrito en el Asia Menor, en Efeso, en otro contexto cultural. La tradición sitúa a Juan en ese puerto comercial durante el último cuarto final del siglo I.
   Escribe sus libros con estilo dualista: luztiniebla, amor-odio, bien-mal, peca­do-gracia. Y alude a Verbo o Logos divinos que se hace carne y habita en medio de nosotros. Lo que caracteriza su texto es la intención doctrinal que juega con la sutileza y la afectividad, con el misterio y su revelación.

   8.5. Valor del otro Evangelio

   Ni que decir tiene que lo importante en los textos evangélicos no son sus estilos literarios, ni son concordancias o discre­pancias. Lo que es valioso en ellos es el mensaje de Jesús, que recogen y anun­cian con regocijo. Pero ese mensaje no se dilucida suficientemente sin tener en cuenta los lenguajes.

   8.5.1. La Historia eclesial.

   Está hábil y hermosamente refleja­da en el libro de los "Hechos de los Após­toles" que escribió Lucas. Unido a su texto evangélico, luego se separó en libro aparte desde el siglo II. Comienza con el retrato de la primera comunidad cristiana y luego se detienen en los Hechos de Pedro, de Felipe, de los otros discípulos.
   Las dos terceras partes de todo el escrito se centran en la figura de Pablo, desde su conversión hasta los tres viajes apostólicos que le llevan a todos lo luga­res posibles del Mediterráneo orien­tal, para terminar en Roma, después de su probable paso por la España, según habla en sus Cartas (Rom. 15.24 y 28).

   8 5.2. El género epistolar

   Tuvo también una gran influencia. Era muy usado por los romanos (por ejemplo las Cartas de Séneca a Lucilo escritas en el año 62). Las que se conservaron por ser textos de lectura en las asam­bleas, constituyen hoy parte de nuestro Nuevo Testamento.
   Son 14 de S. Pablo, o atribuidas él, y 7 se atribuyen a otros Apóstoles (2 a Pe­dro, 3 a Juan, 1 a Santiago y 1 a Judas).
   Sean o no de los Apóstoles (Tesaloni­censes sí es de Pablo, Hebreos no lo es), lo importante es que se van difun­diendo, pues se consideran como escri­tos propios para la catequesis y la refle­xión en la asambleas fraternas.

    8.5.3. Apocalipsis.

    También entró con facilidad en la lista de los libros considerados santos, pues relataba de forma alegórica y propia para tiempo de persecuciones el triunfo de la Iglesia sobre los perseguidores.
    Sus relatos secretos (apo- kalipsis: revelación escondida), están dispuestos para que sólo se entiendan por los iniciados en la doctrina, no por los perseguidores. Es claramente una profecía sobre el triunfo final del Cordero degollado ante el Dragón,  y de la liberación de la Iglesia ante la persecución. Ello significa que es un libro de esperanza y no simplemente un relato de misterios incomprensibles