CATEQUISTA
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   El alma de toda catequesis es la per­sona del catequista. De su acción y de sus criterios depende la eficacia de la tarea educadora de la fe.
  Es importante que el profesional de la catequesis tenga conciencia de su res­ponsabilidad y hacia ello deben encauzarse las cinco visiones que del catequista podemos dejar reflejadas: identificación, vocación y formación, misión, clasificación y también proyec­ción y actuación en el mundo.

  1. Identidad del catequista

   El catequista debe ser identificado por su elección, por su dignidad, y no solo por actuación. Es ministro de la palabra divina. Y es significativo por llevar la Palabra de Dios, no por ser ministro. Y en la Iglesia tiene una importancia especial por ser miembro singular no por actuar con más o menos acierto.

   1.1. Servidor de la Palabra

   La palabra es el modo habitual de entrar en comunicación con los demás. Nada hay más personal que la palabra que, si es sincera y suficiente, expresa lo que hay en nosotros. Ante una palabra profundamente vivida, nadie queda indiferente: se la acoge o se la rechaza, se la goza o se la teme, se la espera o se la rehuye, pero se la mira y se la recibe. La palabra suscita experiencias de cercanía, reacciones de gozo o de tristeza, deja una huella en los demás.
   Desde el momento en que el Señor llama a alguien a hacerse catequista, le invita a ser portador de su palabra ante los hombres. Al igual que los profetas, corre riesgo pero transporta tesoros. Aun con­servando toda su carga humana, una nueva riqueza le llega con la invitación. Es la riqueza del mensaje que debe ofrecer a los demás como medio y palanca para que consigan la salvación.
   Dios asocia su Palabra a la del catequista. Se sirve de ella para comunicarse con los hombres de hoy con la fuerza y eficacia que le es propia. En sus limitaciones y sus rasgos humanos se esconde el mismo Dios.
   A los catequistas les dice Jesús pala­bras que deben recordar con frecuencia, pues definen evangélicamente lo que son ante Dios y ante los hombres: son representantes del mismo Señor. "Quien a vosotros escucha a mí me escucha". (Luc. 10. 16) "Como el Padre me ha enviado, así yo os envío". (Jn. 20. 21)
   Por eso el catequista debe preguntarse con frecuencia sobre su servicio a la Palabra, sobre su fidelidad al mensaje, sobre su respeto al oyente, sobre su disponibilidad para el esfuerzo y para la renuncia a lo que no le ayuda a ser eficaz.

   1.2. Discípulo de Jesús

   El catequista es un discípulo predilecto de Jesús, que quiere hacer llegar los signos de su amor a través de sus intermediarios. Su mensaje divino se esconde en la manos de barro del catequista y no es fácil determinar qué admirar más, si la sublimidad del mensaje o el hecho sorprendente de que quiera el mismo Jesús confiarlo a hombres con manos de barro y limitaciones de pobre.
   El catequista, como dicen los Obispos españoles, debe ser consciente de su misión de educador de la fe. Tiene que entregarse con ilusión y responsabilidad a su misión sagrada. "El catequista, dotado del carisma del Maestro, aparece como el educar básico de la fe". (El catequista y su formación, 31)
   En todo caso, el catequista debe ser consciente de esa importancia de su palabra que es la palabra de Dios. No otra cosa hizo Jesús en su venida al mundo y no otra cosas siguen haciendo sus seguidores. Pablo VI decía en la Exhortación sobre la Evangelización del mundo: "En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? De manera callada o a grandes gri­tos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta:¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca, el testimonio de la vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la nueva evangeliza­ción". (46 y 76)

   1.3. Mensajero de la Iglesia

   El catequista es un miembro cualificado de la Iglesia, en la que ejerce un ministerio de predilección. Por eso no puede sentirse ni definirse como una persona subalterna, que realiza una tarea pasajera de segunda categoría y a la que dedica algo de sus tiempos libros.
   Por el contrario, su función es de las más importantes en la Iglesia. De ella depende la educación de la fe de otros y eso implica responsabilidad trascendente y primordial. Desempeña la misión evangelizadora de la Iglesia y actúa en su nombre. Su entrega no es una ocurrencia, sino un servicio eclesial. Sabe que es llamado por Jesús para evangelizar, pero a través de la Iglesia.
   Esto implica un doble compromiso, pero sobre todo reclama una res­puesta de acción eclesial, una clara con­ciencia de dependencia misionera, una clarificación de la propia identidad. El catequista sabe, o debe saber, que su misión es actuar en nombre de Jesús, pero que debe hacerlo por medio de la Iglesia.
  - Debe transmitir la verdad divina, no su propia verdad, y hacerlo con la actitud de mensajero no con audacia de propietario.
  - Debe tener claro el objetivo de su misión, que con­siste en sembrar una vida con­forme al estilo del Evangelio.
  - Debe poner en juego todos los medios para sembrar y hacer crecer la fe comu­nitaria y eclesial, sabiendo que Dios mismo completará la labor emprendida.
  - Debe adaptarse al ambiente de sus catequizandos, que son sus hermanos en la fe y en el amor al Señor, para hacerles crecer al ritmo del Espíritu.

   2. Vocación

   Si el catequista es todo eso, resulta normal que se sienta depositario de una doble vocación misteriosa. Es vocación divina, por venir de Dios, y es eclesial por ser recogida por medio de la Iglesia.
   Debe hacerse consciente de la doble dignidad que posee. Por eso su mirada debe ser vertical en cuanto se centra en quien interiormente le llama; y debe ser horizontal, fraternal, en cuanto la Iglesia no es sólo Jerarquía y Magisterio, sino comuni­dad a la que pertenece y en la que realiza su tarea bienhechora.

   2.1. Llamada de Cristo

   La Providencia divina es el cuidado amoroso que tiene de sus criaturas y, de manera especial, de los hombres hechos a imagen y semejanza divina.
   Es Dios mismo el que elige a los que ama y a los que llama. Pero elige apoyos de su misma naturaleza para ayudarles a descubrir sus misterios y su presencia.
   El catequista es uno esos apoyos, el principal. No se puede reducir la vocación a una ocurrencia personal intranscendente, sino a una concurrencia entre los factores de la tierra y los misteriosos designios del cielo.
   Quien tiene fe segura, transparente, sólida, fácilmente descubre que es Dios quien habla a través de las circunstancias de la vida. Y sabe que Dios se hace encontradizo con los hombres para llevarlos por sus caminos. No entiende cómo, pero pronto advierte que Dios actúa al mismo tiempo con su voluntad suprema y con la libertad de los que dirige con su mano bienhechora. Así ellos siempre resultan beneficiados.
   Libertad y trascendencia, supremacía y sumisión, presencia divina y protagonismo humano están detrás de toda la tarea evangelizadora.
   Toda vocación es llamada libre, no coactiva. La de catequista también lo es con toda seguridad. Unos responden con generosidad y otros se evaden por temor, por egoísmo o por simple indiferencia. Hay quien se alegra al sentirse elegido y quien se siente asustado y hasta pesaroso. Sea cual sea la respuesta, la llamada de Dios es siempre una gracia santificadora. Si se aprovecha, fecunda el espíritu. Si se menosprecia, se incurre en la infidelidad.
   Si la llamada es divina, evidentemente Dios quiere y espera una respuesta. La fidelidad es una gracia, pero siempre es compatible con la libertad del que responde según sus posibilidades. Jesús es claro: "No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegi­do a vosotros". (Jn. 15. 16).
  Ser catequista es una responsabilidad, pero es también una vocación de entrega y sacrificio y una dignidad que Dios re­compensa. La experiencia del profeta Jeremías es hermosa: "Reci­bí esta palabra del Señor: Antes de for­marte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré, te nom­bré profeta de los gentiles." (Jer. 1. 5-9)
   La catequesis estará siempre teñida de esa elección y es bueno que el catequis­ta la tenga en su mente y sobre todo en su corazón. Incluso es importante que la viva con fe. Lo consigue si asume postu­ras de creyente agradecido:
  - Si vive ilusionado con el don recibido y hace lo posible por responder a lo que Dios espera de él. La catequesis se convierte en un cauce de fe, de modo que el mismo catequista es el primer beneficiado de lo que hace por los demás.
  - Si ha descubierto el amor de Dios, goza al hacer que otros también le amen. La catequesis es plataforma de amor divino. Nada hay tan maravilloso en el mundo como lograr que otros amen a Dios. Es la mayor alegría del catequista fiel a su vocación.
  - Si ama el mensaje de Cristo, siente deseos de que otros lo conozcan y lo conviertan en vida para ellos. El catequista está llamado a ser vehículo y agente de salvación para los demás.

    2.2. Llamada de Iglesia

   Cristo quiso dejar en el mundo a sus seguidores unidos en una comunidad de fe, en una asamblea a la que él llamó grupo de amigos y pequeño rebaño y en la Historia llamamos Iglesia. En sus planes divinos ha querido intermediarios de su gracia y salvación.
   El mensaje cristiano es esencialmente comunitario. Dios se lo ha dado a la comunidad de sus seguidores. En esa comunidad ha querido que haya funciones o ministerios. Uno es el ministerio del gobierno y del magisterio. Otro es el de la caridad. Otro el de la plegaria. Y otro el de la proclamación del mensaje y del anuncio de la salvación.
   El catequista participa en el ministerio eclesial de la Palabra y se vincula con el Magisterio. Por eso se debe sentir de­pen­diente y enviado por quienes ejercen el ministe­rio del gobierno y debe saberse desafiado por quienes desarrollan el ministerio de la caridad, de la plegaria o los demás que dan vida a la comunidad.
   Los ministerios van siempre ensamblados e interdependientes. Una ruptura con la Jerarquía o con el Magisterio de la Iglesia, o una infravaloración de los otros ministerios sería una traición a la voca­ción divina que se autentifica por la vocación eclesial.
   Vive esa vocación si se siente miembro de una comunidad de fe y se reconoce llamado a la construcción de la comunidad misma a la que pertenece con la conquista de otros miembros (evangelización) y con la educación de la fe de los que entran en la comunidad.
   La vocación catequística implica ser portador del amor de Dios, que es regalo para compartir no para disfrutar. El catequista debe aprender esto en el ejemplo de los profetas y de los mártires. Con ello debe vivir la esperanza que es un camino hacia el encuentro con Dios; debe anunciar el Reino de Dios que es el triunfo del bien sobre el mal; debe cultivar la esperanza que es el aceite que suaviza los caminos de la salvación.

      4. Tipos de catequistas

   Clasificar con cierta perfección a quienes se dedican al ministerio de la Pala­bra y del Evangelio es tarea poco menos que imposible. Pero si no pode­mos establecer una tipología seria, científica y definitiva, sí podremos recordar que hay figuras y actuaciones de algunos tipos de catequistas que son decisivas para la vida de la Iglesia.
   Ellas son las que más definen la identi­dad misionera, samaritana, profética y pneumática del catequista y las que reflejan con claridad lo que real­mente es y vale el cate­quista en la peda­gogía de la salvación y de la Providencia.


   

4.1. Catequista parroquial

   Es el que trabaja en una parroquia en diversas forma, niveles y aportaciones. Los hay de niños, de jóvenes y de adultos. Los hay de normales, de sujetos disminuidos y de enfermos. Los hay de planes y proyectos sacramenta­les como es la catequesis de padres que bautizan a sus hijos, de primera comunión, de confirmación, de preparación matrimonial, y de otras alternativas más.
   Una parroquia sin vida catequística se halla gravemente mutilada. Al margen de que en ella se incumple la ley de la Igle­sia (C.D.C. cc 733, 761, 774, 777, 779), se rompe lo más sagrado del ministerio pastoral. Equivale a una sociedad sin centros escolares o a una familia sin vivienda ni hogar.
   Por eso, más que otras labores y funciones, las del catequista parroquial en sus diversas formas y ámbitos es una tarea primordial

   4.2. Catequista animador grupal

   La catequesis parroquial debe comple­mentarse con multitud de formas educativas a través de las cuales se asegura la formación cristiana de los cristianos.
   Deben sentirse catequistas en el sentido estricto de la palabra cuantos trabajan en pro de la formación de los creyentes en grupos y movimientos diversos, en instituciones de apoyo a la familia, en los centros de infancia y juventud de confe­sionalidad cristiana.
   El que realiza una tarea animadora en grupos escouts católicos, en cofradías y congregaciones juveniles, en institutos que alientan servicios misioneros, eucarísticos, penitenciales, caritativos, al igual que quienes laboran en ONGs confesionales orientadas a dar una formación en la fe, en la caridad o en la justicia, sin duda son catequistas y deben sentirse respon­sables de que su tarea sea eficaz en la promoción del Reino de Dios.

   4.3. Maestro catequista

   Especial llamada de atención debe hacerse a los maestros cristianos que ac­túan en línea de creyentes en su tarea docente y, con el máximo respeto a las opciones religiosas de las familias, dan a sus alumnos una auténtica educación en la fe cristiana.
   Al margen de la polémica sobre si la escuela debe limitarse a dar una cultu­ra religiosa sólida y dejar la propia acción catequística para las instancias familiares y parroquiales, no cabe duda de que la estructura escolar tiene que ver mucho con la catequesis.
   Si directivos, docentes y discentes viven en ella en clave de comunidad creyente, por ser centro confesional, los más responsables de la formación religio­sa deben hacer algo más que informar e instruir. Deben formar hombres cristianos en todas sus dimensiones y deben crear las condiciones de vida evangélica, de modo que sea el ámbito el que informa la vida de fe y no los programas, los textos, las clases de religión o los actos ocasionales de piedad.
   Y si la estructura escolar no es confe­sional, pero en ella actúan gru­pos o personas cristianas, los educadores creyentes que se hallan en esas estructuras deben actuar como testigos. Deben ofrecer su apoyo a cuantos trabajan en su entorno. Debe fomentar posibilidades de edu­cación y expresión de la fe a quienes quieran aprovecharlas.
   Esos creyentes deben ser testigos, apoyos, modelos, ayudas, estímulos del mensaje evangélico. Su sola presencia debe ser una llamada.
   La catequesis escolar y los maestros cristianos, en cuanto actúan como educadores de la fe, como catequistas escolares, tienen singulares ventajas de las que deben hacerse responsables: mayor permanencia con los alumnos, influencias más duraderas, actuación más eficaz al ofrecer mensajes evangélicos.
   Deben aprovechar las diversas plataformas culturales en las que pueden ofrecer, sin imponer, un sentido cristiano a la vida: arte, literatura, historia, expresividad. No deben limitarse a las clases de religión, como si en ellas estuviera todas sus posibilidades educadoras.
   De manera especial es en los centros educativos confesionales donde la tarea de los educadores es importante, tanto por sus enseñanzas como por sus ejemplos de vida, sobre todo cuando se actúa en nombre de los padres y familias.

   4.4. Catequista misionero

   La persona del catequista misionero, o que vive y actúa en regiones misiona­les, es digna de un aprecio especial. Su protagonismo es decisivo en los lugares o ambientes donde, por la falta de sacerdotes o de religio­sos más estables, ha­ce su labor maravillo­sa y la base de la animación evan­gélica.
   Son muchas las comunidades rurales que deben la permanencia de la vida cris­tiana a la tarea de estos héroes admirables, de poca cultura hu­mana y teológi­ca pero de grandes dosis de amor divino y abnega­ción. La fe de muchas comunidades, el mantenimien­to de la plegaria eclesial, la administración de sacramentos como el bautismo, la aten­ción a los moribundos, la promoción de obras de caridad no podrían darse sin su aporta­ción. Sus catequesis no son dominicales sino vivenciales. Su valor no está en cumplimentar horarios o actividades, sino en vivir y ayudar a vivir expresiones de fe y de caridad.
   En determinadas Diócesis del Tercer mundo se ha demandado y logrado para ellos algún apoyo humano que les haga llevadera su labor solidaria y con frecuencia solitaria. Pero es inmenso el número de los que, sin apoyo alguno, han realizado labor animadora verdaderamente heroica. La Historia es testigo de que ellos han sido con frecuencia los promotores y soportes de milagros sociales de mantenimiento cristiano que merecen toda alabanza.

   4.5. Catequistas de catacumba

   Algo semejante podremos pensar de los catequistas que han sido animadores clandestinos en tiempos o en regiones de persecución religiosa.
   La historia está también llena de mártires anónimos o conocidos que han pres­tado servicios eclesiales que sólo Dios conoce y recompensa. Bien lo saben las cárceles de países comunistas, asiáticos o africanos donde predominaron un tiempo sistemas totalitarios surgidos de la barba­rie opresora para generar dolor.

   4.6. Catequistas especiales

   Los que deben atender catequísticamente a personas creyentes que viven con limitaciones humanas de diverso género tienen que recibir una preparación específica para una labor relacionada con la anomalía de sus catequizandos.
   Tal es el caso de los catequistas de ciegos y sordos, de enfermos hospitalarios o domiciliarios, de deficientes mentales o de discapacitados, de emigrantes, exiliados, encarcelados, incluso de marginados sociales, víctimas del vicio, de patologías éticas o de pertenencias sociales que rozan la anomalía psicótica: violentos, homosexuales, giróvagos, desajustados, marginales.
   La catequesis especial, o de especiales, implica grandes esfuerzos de preparación, dosis altas de creatividad, cultivo de especialización adaptada, una vocación decidida y la conciencia evangélica de que "hasta los publicanos y las prostitutas pueden llegar a preceder en el Reino de los cielos a los aparentemente piadosos y justos." (Mt. 21. 31)

   4.7. Catequista eventual

   No se debe menospreciar a los catequistas que, sin ánimo de permanencia, se entregan algún tiempo a una labor pasajera y de servicio evangelizador.
   Lo provisional en catequesis no es ideal, pero como resulta real, conviene recordar a todos que cualquier cosa que se hace por amor a Dios, "hasta un vaso de agua dedo en su nombre no quedará sin recompensa" (Mt.10.42).
   El que hace una experiencia transitoria de catequesis como gesto de expresión evangélica, merece se reconocido como mensajero ocasional del Reino. Esto debe ser recordado en una sociedad como la actual, sobre todo en entornos juveniles, que temen los compromisos definitivos, que aman las experiencias siempre nuevas, que buscan relaciones y servicios que no aten para siempre: estancias misioneras temporales, ayudas de caridad ocasionales, etc.

 

 


 
 
 

 

 

   

 

 

 

 

3. Misión y función eclesial

    El catequista es enviado a los hom­bres para anun­ciarles el Evangelio. Je­sús fue explícito al enviar a sus Apóstoles y con ellos a todos los evangeli­zado­res de la Historia cristiana: "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos por todas las nacio­nes de la tierra, bauti­zándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñán­doles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo me quedaré con vosotros hasta la consumación de los siglos." (Mt. 28. 20)
    Por lo tanto, el catequista es y tiene que sentirse partícipe y colaborador de la acción evangelizadora del mismo Jesús. 
   - Participa en la misión de Jesús, que sigue actuando por su medio, porque el mismo Maestro lo ha querido.
   - Anuncia el Evangelio por todo el mundo como el Señor mandó.
   - Se halla movido por el Espíritu de Jesús y no por el propio.
   - Descubre a los hermanos como ama­dos por el mismo Dios.
   - Se proclama mediador sacramental entre los hombres, acepten su mediación o la rechacen.
   El catequista es todo eso por lo que es, no por lo que hace. Su identidad está en su elección y en su aceptación, no sólo en una ocurrencia. Es catequista por su vida, no sólo por su palabra. Pablo VI dice: "El verdadero agente de la evangelización es el Espíritu Santo: es el maestro interior que explica a los fieles el sentido profundo de la enseñanza de Jesús y de su miste­rio." (Ev. Nunt. 75)

   3.1. Actúa dentro de la Iglesia

   El catequista no sólo realiza su tarea en nombre de Dios y ofrece sus servicios a los hombres movidos por su amor al Señor y por la inspiración que siente en lo profundo de su mente y de su cora­zón. Se siente y se sabe miembro de la Comunidad de Jesús.
     - No actúa solo, sino que anuncia el mensaje en nombre de la Iglesia. Está inserto en la comunidad cristiana y es portavoz autorizado de la misma.
     - Se siente enviado por una comunidad de hermanos para hacer a los demás participantes de la riqueza de familia, que proviene de Jesús. Por eso mira con amor fraterno a todos los hombres, en especial a quienes con él comparten la búsqueda y la claridad. Y mira con amor crítico, no crédulo, a los pastores de la Iglesia y a los ministros que actúan en la comunidad de  Je­sús.
    - Se sabe servidor de los hombres cre­yentes, que deben clarificar su fe, y de los incrédulos a quienes debe ayudar a encontrar el camino de la verdad.
    - Se debe mantener abierto a los problemas del hombre de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, así como a la persona de cada catequizando a quien sirve.
   - Sobre todo, se tiene que sentir entusiasmado por la Palabra de Dios, que es palabra de vida y de esperanza, de fe y de salvación, de gracia y de fraternidad.

   3.2. Necesita cualidades y valores

   Si tal es la dignidad del catequista, no todos valen para ello, a menos que se preparen y desarrollen las cualidades ministeriales que se precisan

   3.2.1. Profesiograma catequístico

   Se necesitan todos los rasgos posibles para cumplir con la misión. Pero algunos pueden darnos la pista para un correcto profesiograma catequístico.
   - Los personales son los que desarro­llan y consolidad la conciencia de la propia dignidad. Términos como dominio, sereni­dad, sen­sibilidad­, austeri­dad, liber­tad, optimismo, sensibilidad espiritual y sobre todo fe, esperanza y caridad resultan necesarios.
   - Los sociales hacen fáciles las relaciones con los demás: las verticales de dependencia misional, las horizontales de solidaridad y convivencia.
   Términos como amabilidad, comprensión, respeto, ejemplaridad, pluralismo, ciencia, sobre todo sencillez, capacidad de diálogo y cordialidad abren el espíritu a la comunicación.
   - Los eclesiales son los que hacen al catequista miembro activo y generoso de la comunidad de los creyentes. Sus cualidades de disponibilidad, responsabilidad, piedad, ortodoxia, fidelidad, obe­diencia, sentido de sacrificio, entrega y dedicación, apertura y sobre todo celo, sinceridad y abnegación hacen posible su labor santificadora.
   - Como educador de la fe y animador, los pedagó­gicos son las cualidades que aprecian quienes con él se relacionan: autoridad, prudencia, confianza, fortale­za, interés, competencia, previsión, sobre todo amabilidad, adaptación y paciencia.
   - Y puesto que trata con sujetos que le necesitan y a los cuales les debe animar e iluminar, las "habilidades psicológicas" al estilo de la agilidad mental, el optimismo, la com­prensión, la cercanía, la aper­tura, la sencillez, el altruismo, el equilibrio y la ejemplaridad, sobre todo la paz, le darán lo que precisa para que su acción sea permanentemente beneficio­sa.
   Algunos catequistas pueden desanimarse al pensar que tantas cualidades son inalcanzables a la vez. Lo curioso y lo misterioso de las cualidades profesio­na­les es que, cuando se cultiva una cualquiera, todas las demás se acrecientan. Y cuando alguna falla en lo esencial, todas las demás se resienten. Esa simbiosis de rasgos profesionales aparentemente es desconcertante; pero, a la larga, se vuelve consoladora.

   3.2.2. Formación del catequista

   Si precisa muchas cualidades para el ejercicio de su "profesión", de su profetismo, de su vocación, el catequista debe prepararse y formarse continuamente. La grandeza de su identidad, de su misión, reclama esfuerzos de preparación.
   El camino de su formación reclama su atención en tres frentes principales:
   - Profundidad en el mensaje. Y eso supone vivencia y no sólo ciencia; conciencia y no sólo inteligencia; y fe en lo que se anuncia, para poder transmitirla a los demás hombres.
  - También descubrimiento profundo del destinatario del mensaje: aprecio de sus rasgos humano, sensibilidad ante sus circunstancias, comprensión del medio terreno, ayuda en sus procesos de cam­bio y crecimiento natural y sobrenatural.
   - Destreza en los lenguajes. Mensaje y personaje exigen hon­dura, control, oportunidad en los lenguajes: los estilos de la Palabra divina y los recursos de la palabra humana
   Con esta triple acción, al catequista le resulta fácil promover la conciencia de la misión, la sensibilidad ante el envío que hace la Iglesia, fe en la ayuda divina.

 

 5. Proyección y actuación.

   El catequista debe vivir, como todo educador, para el mañana y no sólo para el presente. El educador insconsciente­mente actúa mirando al porvenir que espera al alumno que actualmente tiene ante sus ojos. Es el hombre del mañana, el profe­sional, la persona formada la que condi­ciona su conducta.
   Algo similar debe latir en el corazón del profesional de la catequesis, que otea  el porvenir personal y ecle­sial.
   Su misión es disponer la mente y el corazón del catequizando para que lle­gue a ser per­sona de fe, hombre de esperanza, miem­bro de una comunidad de amor. Esa misión exige ante todo fe y esperanza. Con la primera cree lo que no ve; con la segunda se espera en Alguien por el que se trabaja.
   Por eso no basta que el presente le sonría. Es preciso que el porvenir le inquiete. El afán por el mañana es com­patible con la confianza de que Cristo, verdadero artífi­ce del creci­miento y de la vida del espíritu, actuará desde la base de lo que él realiza. Por eso la proyección catequística es vital en la buena comprensión de la tarea catequística. La acción cotidiana de la educa­ción de la fe supone fidelidad ante sí, eficacia ante los catequizandos y seguridad ante la Iglesia.
 
  5.1. Ante sí mismo.

   El catequista debe cultivar la serenidad y tener la conciencia tranquila si cumple con su deber. El es sembrador y las semi­llas tardan un tiem­po en dar frutos. Los frutos no existen si las semillas no se siembran, o son esca­sos si la tierra no se prepara.
  El catequista necesita proyectarse con paciencia, esforzarse con tranquilidad, inquietarse de forma tranquila y soñar bajo el paraguas protector de Dios.

   5.2. Ante los catequizandos.

   El catequista debe acostumbrarse a elevar los ojos cronológicamente y comprender que tiene delante futuros adultos, profesionales honestos, pa­dres y madre de familia responsables, artífices de una humanidad mejor. En esos futuros protagonistas de la vida es donde él siembra el Reino de Dios, que es como "agua que salta hasta la vida eterna" (Jn. 4. 13) y no solo quita la sed del momento.
    El que sólo ve niños no tiene ojos de catequista, aunque los tenga de poeta, de artista, de sociólogo o de psi­cólogo.

   5.3. Ante la Iglesia.

   Ante la comunidad enviada por Jesús para "ir por el mundo y anunciar el Evangelio a todos los hombres" (Mc. 16. 15), el catequista debe sentirse llama­do a cola­borar en la tarea escatológica que ese mandato mi­sional implica. Es decir, debe sentirse navegante en la barca que boga hacia un destino siempre mar adentro (Lc. 5.3.); y debe sentirse caminante que un día volverá lleno de gozo diciendo al mismo Jesús: "Hasta los demonios se nos someten en tu nombre." (Lc. 10.17)
   Estos planteamientos pueden resultar piadosas consideraciones, pero de ver­dad son algo más. Son fundamentos de la catequesis que sintetizan necesidades espirituales básicas: optimismo profesional, seguridad en el futuro, confianza en Dios, amor a la Iglesia, conciencia de la propia llamada de Dios.

 

   6. Riesgos profesionales

    Como todo ser humano, el profesio­nal de la catequesis puede encontrarse con especiales dificultades y sentirse tentado por el desaliento o por el abandono, por la frustración o el de­sencanto.
   Conociendo los riesgos posibles, es más fácil defenderse de su incidencia o persecución.
 
   5.1. Fatiga catequística

   El cansancio, la frustración y el desgaste no deben asustar a nadie que trabaje en misiones difíciles. Es frecuente el caso de quienes, pasada una primera época de entusiasmo catequístico se preguntan si los esfuerzos que se hacen se corresponden con los resultados que se consiguen.
   Es bueno recordar a quienes trabajan en catequesis que los balances en lo terrenos evangélicos no siguen las pautas de los que existen en los negocios terrenos. Los verdaderos resultados sólo Dios los conoce. Muchos triunfos humanos ante los ojos divinos son desaciertos y muchos fracasos en los libros de la vida quedan registrados como frutos de valor eterno.
   El catequista que de cuando en cuan­do no suba a la cruz, como Cristo, y aprenda de su "kenosis" a entender por qué y cómo se llega a la "apoteosis" (Filip. 2. 8-11) no superará fácilmente las jornadas en las que crea que está per­diendo el tiempo en su tarea.

   5.2. Adoctrinamiento

   También el catequista tiene el riesgo de sentir y actuar como un "activista" social o político que trata de conquistas adeptos para sí, más que de ofrecer los misterios del Reino de Dios.
   El riesgo de reducir la catequesis a un adoctrinamiento, a mero preselitismo religioso, a la imposición de ideas o nor­mas morales, con pérdida del sentido de oferta que tiene la evangelización, es real. Aunque también es cierto que, cuando se actúa con sinceridad, a la larga el hombre honesto termina siendo respetuoso, pluralista, tolerante y condescendiente con los que de él dependen.
   El buen catequista cautiva no coacciona, conmueve no conquista, anuncia no disputa, ofrece no impone.

   5.3. Naturalismo

   La labor de la catequesis debe alejar­se del humanismo, del pragmatismo, del racionalismo, del academicismo, de todo lo que hace perder de vista el Evangelio y sus exigencias misionales.
   Debe el catequista sentirse depositario de un mensaje con el que no puede jugar, pues es tesoro ajeno del que él es simple administrador. Por eso debe actuar con prudencia, con humildad y con serenidad y dominio.
   La prudencia le previene de los desvíos en la presentación de la doctrina, que es un peligro. Si el catequista no es ortodoxo no es catequista. Es falso pas­tor que corrompe.
   La humildad le aleja de la arrogancia y de la prepotencia. Aunque actúe con niños y con gentes sencillas, sus catequi­zandos son hijos de Dios y merecen veneración, respeto y abnegación.
    La serenidad sólo nace de la prudencia y de la alegría profesional. Tiene el cate­quista que dar muchas veces gracias a Dios por haberle elegido para la mejor profesión del mundo, la de mensajero del Evangelio. Desde la alegría y el optimismo se trabaja mejor por el bien de los hombres, de la Iglesia y del Reino de Dios