CONCIENCIA
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    La exigencia más fundamental de la moral cristiana es escuchar a la concien­cia, ilustrada por los principios y las consignas del Evangelio. Nada hay más importante para el hombre que la conciencia. Ella es el reflejo de Dios en su mundo interior y en sus relaciones con el mundo exterior.
   Por eso es decisiva su formación co­rrec­ta en el orden natural y en el orden sobrenatural.

    1. Concepto de conciencia

    La conciencia es la capacidad que Dios dio al hombre para actuar, sabien­do si lo que hace es bueno o es malo, se­gún se acomode o se aleje del plan de Dios. La conciencia es la aptitud de razonar y de sentir, de com­pa­rar y elegir en plenitud.  Dios creó al hombre a su imagen y seme­janza. "Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que mande en los paces del mar y en las aves del cielo; y también que mande en los animales de la tierra. Creó el Señor Dios al hombre a su imagen y semejanza".  (Gen. 1. 26-28)
    Esa semejanza a Dios significa que es capaz de pensar y de amar, que es libre y también creador, que reci­bió la tierra como su casa y que Dios le encargó de cuidar el Paraíso, teniendo que responder ante él de la encomienda.
    Si le hizo capaz de amar y pensar, de ser libre y de actuar, le hizo responsable de sus actos. Le dio el poder de elegir entre el bien y el mal.
    El Catecismo de la Iglesia Católica define así la conciencia: "La con­ciencia moral es el juicio de la razón, por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace el hombre está obliga­do a seguir fielmente lo que su conciencia le dice que es justo y rec­to".      (Catecismo  N 1778)

   2. Rasgos de la conciencia

   La conciencia es la misma inteligencia humana en cuanto juzga sobre la bon­dad y malicia de los propios actos. No debe ser entendida como algo diferente de la misma persona. Con todo no siem­pre ha sido idéntica la forma de entender esa tarea de enjuiciamiento.
    Tiene una doble dimensión, la teórica y la práctica.
   - La teórica consiste en el conjunto de principios rectos y sólidos con los que se ilumina la acción. Es la sindéresis.
  -  La práctica con­lleva la aplicación de esos principios a cada hecho o a cada situación concreta y particular.

   2.1. Diversas opiniones

   El realismo tomista ha resaltado sobre todo la capacidad lógica del hombre, a la luz de la naturaleza, que espontáneamente hace ver lo que es bueno o malo ylo que es mejor o peor.
   A esa capacidad natural se debe añadir la revelación divina que ha completado la naturaleza y ha resaltado algunos aspectos o dimensiones de la vida. Ha sido la actitud más tradicional en la moral cristiana.
   Con todo, en algunas otras actitudes, como la de S. Agustín, se interpreta como una luz regalada por Dios para ver las cosas de la tierra desde la perspectiva del cielo. Es la luz divina la que hace ver al hombre el mal y el bien y sentir su propia responsabilidad en las elecciones que realice.

 
  2.2. Labores de la conciencia

   La experiencia nos dice que nuestra conciencia actúa de dos formas. Siempre que obramos bien, nos produce alegría y satisfacción y es como si algo en nuestro interior nos alabara. Siempre que obramos mal, nos deja desagrado y remordimiento y es como si nos condenara o rechazara nuestros actos.
   La conciencia no es algo diferente a nosotros mismos. Es nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad las que nos señalan el camino de la voluntad de Dios en cada momento.
   El Concilio Vaticano II decía estas hermosas palabras: "En lo más profundo de su interior el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino que debe obedecer porque le viene de Dios. Su voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón. Le llama siemPre a amar, a hacer el bien y evitar el mal. E­sa voz, que es la concien­cia, constituye el centro más secreto de su interior. Es el sagrario del hombre en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de su ser".   (Gaudium et Spes. 16) 

   2.3. Los tipos de conciencia

  Son mu­chos se­gún la madurez y la formación que po­sea:
      Desde el punto de vista de seguridad y serenidad de los juicios:
         -  es conciencia cierta y segura la que juzga serena y tranquilamente los hechos;
         - es insegura, perpleja, escrupulosa, dudosa, atormentada la que no juzga así, sino que lo hace con zozobra, escrúpulos, dudas o sufrimiento
      Desde el punto de vista de la objetividad o corrección de los juicios:
         - es recta la que se acomoda a la realidad moral del bien y del mal, en la medida en que esta realidad se puede dar, siempre con referencia a la ley (divina o humana), a la comunidad (sentido moral general de personas rectas)
        - es errónea o equivocada, por laxa o amplia o por estricta o rigurosa e, incluso por escrupulosa o perturbada, si los juicios no coinciden con el bien o mal objetivamente y se desvía de los criterio sólidos y apoyados en la ley, en la naturaleza o en el sentido mayoritario de las personas rectas.
     Evidentemente el mejor tipo de conciencia es la que refleja certeza y rectitud, serenidad y equilibrio, honestidad y tranquilidad. Pero a ella sólo se llega cuando hay buena formación y claridad de mente.
 
   3. Formación de la conciencia:

    El hombre y, por supuesto, el cristiano tiene el deber siempre de formar su conciencia cada vez mejor.

   3.1. Necesidad.

   Para realizarse como persona, la educación de la conciencia es imprescindible. Si no logra una formación sincera y valiosa, cometerá errores y sufrirá desviaciones.
   El Catecismo de la Iglesia Católica dice: "El cristiano tiene el deber de formar la conciencia y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador... La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. 
   La educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia equivocados; garantiza la libertad y engendra paz en el corazón."  (N. 1783-1784)

   3.1. Fuentes de la formación

   Las fuentes para conseguir esa formación son diversas y cada uno debe procurar las que le sean más asequibles. Entre ellas podemos citar algunas:
      - La reflexión noble y leal a la luz de la Palabra divina que asegura luces y criterios firmes y claros.
      - Las lecturas convenientes y bien orientadas que ofrecen juicios elevados e ideales asequibles.
      - El trato con personas, amigos, animadores y educadores de sanos principios y recta conducta.
      - El cultivo de las virtudes, de manera especial las que responden a un proyecto personal acomodado a las propias necesidades morales.
      -  La imitación de los modelos que se presentan como ejemplos de vida.

 


 
 

 

 

   

 

    4. Evolución de la conciencia

    La conciencia aparece en cada hom­bre cuando empieza a pensar por su cuenta. Se apoya siempre en la conciencIa psicológica o captación de la propia identidad.
   Se dice que tiene entonces uso de razón o sensibilidad moral. Tiene que ser formada y educada y constantemente clarificada, pues sus juicios dependen de las ideas y de los sentimientos que se van infundiendo en la persona.

    4.1  Estadios éticos según Piaget

   Diversos autores han formulado análisis minuciosos sobre el modo como la con­ciencia humana se va formando.  Piaget, en su libro "El criterio moral en el niño", diferencia tres etapas en la evolución de la conciencia:

   4.1.1. Etapa heterónoma

   De 2 a 6 años, el niño carece de concepto de bien y mal y sólo reproduce lo que los adultos le comunican: es bueno lo que le dicen ser tal y es malo lo que los mayores rechazan.
   Se desarrolla una fuerte conexión entre lo ético y lo estético y se asocia el bien con lo hermoso y el mal con lo feo. Es una moral de la obediencia y la concep­ción ética es totalmente exterior. Es etapa del realismo en las normas.

   4.1.2. Moral de solidaridad.

   Entre los 7 y los 11 años. Surge el sentimiento de la honestidad y de la justicia en relación al trato con los demás. Entran en juego los otros niños, amigos y compañeros, que inciden en los propios sentimientos y primeros juicios sobre el bien y el mal.
   Se abandona el realismo en las normas y se reemplaza por la solidaridad. Coincide con el momento de las operaciones concretas.

    4.1.3. Moral autónoma

    La propia conciencia, libre y personal se desarrolla entre los 12 y los 14-15 años. El niño asume sus propias obligaciones y siente el deber como algo interno. Se refuerza con los sentimientos religiosos.

   La propia reflexión le hace diferenciar lo que es bueno y lo que es malo. El adolescente es capaz de asumir principios morales generales y aplicarlos a cada acto que realiza o que juzga en los demás. Es el período de las operaciones formales o abstractas. A los 14 ó 15 años la conciencia está formada.

    4.2. Otros modelos éticos evolutivos

   El norteamericano Lorenzo Kohlberg, con sus investigaciones morales en diversos medios (Taiwan, México y EE. UU) sintetizaba el proceso moral en tres niveles y seis etapas. Los niños no pasan de las primeras y muchos adultos no llegan a las últimas.

   4.2.1. Nivel 1: Preconvencional.

   Es propiamente premoral. Se identifica lo moral con lo ambiental y social. Se entiende por bueno lo que el entorno aprueba y por malo lo que re­chaza. Se asocia el bien y el mal al premio o al castigo y se obra en con­secuencia.
    - En el estadio 1 se obedece para evitar el castigo, es decir por temor.
    - En el estadio 2 se prefiere hacer las cosas por la satisfacción del premio, es decir por interés.

   4.2.2. Nivel 2: Es el convencional.
 
  En él, la fuerza de la acción está en la vincula­ción con el grupo. Predomina la solidaridad y se rechaza ante sí y ante los demás la insolidaridad. Se rige el comportamiento en función de la conveniencia del orden establecido.
     - El estadio 3 se orienta a la concordancia con la colectividad. Se considera bueno lo que gusta a los demás porque es lo que esperan de uno.
     - En el estadio 4 se intensifica el sentido de la ley y del deber en cuanto orden asociado a la existencia de la autoridad.
    El deber depende del orden y de la autoridad y se siente el deseo de satisfacer a ambos: el uno por dentro y la otra desde fuera.
 
   4.2.3. Nivel 3: Es postconvencional.

   Es autónomo, sin referencia a los demás y se apoya en principios sólidos que se intuyen en el interior de la conciencia. Se tiende a elaborar principios de validez universal y relacionar éticamente la conducta con ellos
   - El estadio 5 es legalista y de consenso social. Se ajusta la conducta a las leyes establecidas por consenso o por tradición. Hay cierta relatividad en las normas y se pueden ir cambiando en sus formas más que en su esencia.
   - El estadio 6 se funda en los grandes principios éticos que dilucidan lo recto y lo justo por la opción plena y libre de la conciencia. El alma del comportamiento debe ser la dignidad del hombre.
   Al margen de la opinión de los diversos pensadores, bueno es recordar que el concepto y el respeto a la conciencia depende de cada sistema filosófico.
   En cierto sentido, lo que se piensa y se siente del bien y del mal se halla en estrecha dependencia de los que se piensa de Dios, del hombre y del mundo.

 


 

 
 

 

    5. La conciencia cristiana

   El cristiano asume los principios naturales que rigen al hombre inteligente para diferenciar el bien del mal. Y trata de armonizar lo natural con lo revelado cuando se trata de entender lo que significa en su vida la conciencia.

   5.1. La razón ética

   El nivel más natural es el de la razón. Al haber­nos hecho el Creador inteligentes, podemos formular multitud de juicios morales sobre el bien y el mal. Algo en nuestro interior nos dice constantemente  cómo son los actos y las actitudes, cuándo las relaciones son buenas y cuándo malas, si se puede o se debe hacer o evitar una acción determinada.
   La naturaleza racional del hombre, que supera la mera fuerza biológica o instintiva, va marcando el camino y, en consecuencia, el deber.

   5.2. Criterios superiores

   Pero los cristianos poseemos también determinados criterios que superan la simple razón o la mera naturaleza. Dios ha hablado a los hombres y ha manifestado su voluntad. Un conjunto de deberes se fundamentan en la Palabra divina y llegan a comprometer también la con­ciencia de quien se siente iluminado por la fe en la Revelación.
    Entonces tiene que acudir a preguntar también "a los demás" lo que creen ser la voluntad divina para ordenar la conducta según un querer superior.
    Son muchos los aspectos que podemos aludir como ejemplos.
      - Amar al prójimo es algo grabado en el corazón humano; pero sentir el deber de perdonar al que nos ha hecho mal es algo sobrenatural.
      - Orar al Ser Supremo parece impreso en nuestra mente por naturaleza; pero sentirse hijo de Dios y tributarle amor de Padre supera los reclamos de la naturaleza.

   5.3. Libertad de conciencia

     La Ley de Jesús, aunque parece dura, es el camino que nos lleva a la libertad. Nos libera de los odios y de los egoísmos, de las venganzas y de las ambiciones, de la soberbia y de la envidia.
     Nos libera de todo género de esclavitud y nos dejará disponibles para llegar a la salvación. Y el gozo de la libertad es el que hará exclamar a S. Pablo: "Gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos en otro tiempo del pecado, habéis acogido con todo vuestro corazón la enseñanza que habéis recibido. Libres del pecado, estáis ahora al servicio del bien...Ya no estáis bajo el yugo de la ley antigua, sino bajo el imperio de la gracia".    (Rom. 6. 13-19)
     La conciencia de los seguidores de Jesús se apoya en todas estas fuentes de la moral cristiana para ordenar sus sentimientos, sus intenciones, sus criterios y sus comportamientos. De esta manera camina con seguridad hacia Dios y se abre con esperanza a la vida eterna.

   5.4. Conciencia solidaria

    Recordamos lo que es la conciencia y la definimos como "juicio práctico sobre la moralidad de nuestro actos".
    Tenemos la firme convicción de que la conciencia nos indica el valor moral de lo que hacemos o deseamos. Nos dice antes de nuestras actuaciones si ellas van a ser buenas o malas.
    Nos acompaña con su aprobación o repulsa durante nuestra actuación. Después de obrar nos indica, con la satisfacción o el remordimiento, si lo hecho se ajustaba al bien o al mal que nuestro interior tiene grabado.
    La conciencia ha sido siempre considerada como la voz divina que resuena en nuestro interior y nos marca el camino que debe ser seguido.
    San Agustín ya nos decía en sus comentarios a la Epístola de Juan: "Si quieres obrar bien .entra dentro de tu conciencia e interrógala. No prestes atención a lo que florece fuera, sino a la raíz de ella que está dentro de ti".
    Y hasta los filósofos más naturalistas, como Rousseau, la daban un valor decisivo para la vida. Por eso escribía: "Conciencia, conciencia!... Instinto divino, voz celeste e inmortal, guía segura del ser ignorante y limitado, pero libre e inteligente. Eres juez infalible del bien y del mal, pues haces al hombre semejante a Dios. Eres la que elevas la excelencia de la naturaleza y o denuncias la inmoralidad de sus acciones cuando se desvían del bien. Sin ti nada hay en mí que me eleve por encima de las bestias"

 

 

  

 

   

 

 5.5. Conciencia compartida.

   Hay que compartir la conciencia con los demás hombres, pues la reflexión solidaria nos permite seguir mejor por el sendero de la verdad.
   Hay que buscar la verdad y la virtud no sólo como a uno le parece o le agrada, sino en función de criterios objetivos que los demás ayudan a encontrar.   Con la reflexión compartida con otros podemos llegar al ideal de conciencia que es la objetividad, la certeza, la claridad, la solidez y la sinceridad en los juicios que la conciencia formule.
   La conciencia es más o menos perfecta si es cierta y objetiva. La certeza le proporciona seguridad en lo que hace. La objetividad conduce sus juicios a descubrir lo que realmente es la voluntad de Dios.
   La conciencia es libre y puede equivocarse y desviar­se. La experiencia nos dice que muchos obran mal, porque su conciencia no les indica claramente el camino. Y nosotros mismos podemos equivocarnos por no seguir lo que nuestra conciencia nos dice.

 

 6. Tareas del catequista

   La formación de la conciencia es una de las primeras tareas del catequista, tanto como lo es la formación en doctrina recta. De ella depende la vida cristiana de cada persona.
   Con todo, el catequista, por tratar con personas con frecuencia inmaduras y en evolución, corre el riesgo de oprimir o sustituir la concien­cia del catequizando.
   Debe vigilar para realizar estas cinco labores propias de todo buen educador de la fe.
      1. Respetar la conciencia del catequizando y enseñarle a tomar sus propias decisiones sin nadie que le diga coactivamente lo que debe hacer.
      2. Para ello debe adaptarse a cada nivel y a cada situación personal, de forma que se deje libertad de acción sin cargar con pesos innecesarios, sobre todo si no se cuenta con capacidad de reacción o de autonomía.
      3. Con todo su deseo debe ser formar de modo recto y paciente la conciencia de sus catequizando con criterios sólidos y con principios objetivamente valiosos. Esto sólo se consigue si uno mismo tiene su propia conciencia bien formada.
      4. También debe hacer esfuerzos por no quedarse sólo en razonamientos humanos y recordar que existe la iluminación de la fe en los actos del cristiano. Por lo tanto debe iluminar con la fe lo que enseña y lo que dice como cauce y pista para el catequizando
  5. Y debe fortalecer con el ejemplo propio de una vida honesta y cristiana, ya que en lo referente al comportamiento el modelo de la propia conducta es la principal fuente de inspiración de la conducta del catequizando.