Catolicismo
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   Literalmente es actitud, pensamiento o sistema ecuménico, universal y abierto al mundo entero (en griego "kata", sobre, acerca de, y "olos", todo o todos). Reli­gio­samente es el conjunto de miste­rios, nor­mas morales y cultos que constituyen la doctrina cristiana, tal como se presenta en la Iglesia Católica. Y se puede entender como un sistema de principios dogmáticos, morales y cultuales que se hace presente en el mundo en general y dentro del cristianismo en particular.
   Sociológicamente el término se usa en forma antagónica a judaísmo, mahome­tismo o budismo por una parte y a pro­testan­tismo­, an­glicanismo y ortodo­xia por la otra.
    Los cristianos tienen todos la concien­cia de estar, por la gracia de Dios, en la verdadera religión, la de Cristo, Hijo de Dios, Salvador del mundo. Pero entre ellos se han multiplicado en la Historia las disensiones, los cismas, los grupos cristianos que han pretendido po­seer cada uno la razón sin hacer sufi­cientes esfuerzos de humildad para en­tenderse con los otros grupos.
   El movimiento ecuménico que surgió en el siglo XX intentó con pocos resulta­dos prácticos superar los avatares históri­cos en los que tuvieron rupturas disci­plinares. Sienten necesidad de buscar cauces de conver­gencia en lo relativo a las doctrinas o creencias que separan a las Iglesias cristianas.
   El drama de los católicos es la con­ciencia de que las doctrinas definidas como dogmas son pertenencias del men­saje revelado, no simples cuestiones negociables. El Magisterio no ha hecho otra cosa que definir y publicar doctrina que no es propia, sino mensaje que debe transmitir a los hombres. Y sabe con honestidad y con humildad que no puede renunciar a doctrinas como la que sostiene la concepción inmaculada de María, la infalibilidad pontificia cuando se pronun­cia el Obispo de Roma "ex cathedra", o las solemnes declaraciones de Trento respecto a los sacramentos, verdades que no asumen ya los otros grupos no católicos.
   En este contexto, la educación de los católicos debe basarse en la fidelidad al Magisterio, por dolorosa y "antievangélica" que resulte la realidad.
   Pero, al mismo tiempo, hay que fomen­tar en todos los católicos, desde los primeros años, que la relación con las Iglesias cristianas debe estar basada ya en otros planteamientos nuevos, sobre todo desde el Concilio Vaticano II.
   Estos planteamientos deben ser los siguientes:
   1. La relación con los ortodoxos y los grupos evangélicos o anglicanos debe basarse en el respeto y en la humildad y no en la rivalidad y los resentimientos históricos.
   2. El camino de la unidad será largo y solo la gracia divina en su actuación para con los hombres puede lograr el acercamiento y la reunificación.
   3. No es correcto defender o promover un falso irenismo y un ecumenismo relati­vista que pretenda igualar todas las doctrinas y planteamientos. Si los aspec­tos disciplinares y litúrgicos admi­ten las máximas condescendencias mutuas para llegar a un acercamiento sufi­ciente, las diver­gencias doctrinales son grandes y los católicos no pueden retro­traer los hechos magisteriales acaecidos en los siglos en que se ha mantenido las distan­cias entre las diversas confesiones cris­tianas. Hay que educar para amar y defender la verdad católica con humildad y sin alardes de verdad, pero con la firmeza que da la confianza en la asis­tencia divina.
   4. Un conocimiento cada vez más profundo de las comunidades alejadas, con la diversidad enorme que entre ellas existe, ayuda al acercamiento. Por eso interesa en la educación religiosa una suficiente información teórica y, en lo posible, experiencias de acercamiento experiencias con los creyentes de los otros grupos. No hay que tener miedo pedagógico a los encuentros interrreligiosos cuando se realizan desde una sufi­ciente formación doctrinal y espiritual en la propia fe.
   5. Y el conocimiento y la relación con los grupos no católicos debe hacerse desde la fe y el amor al Unico Señor Jesús, que quiso la unidad de los seguidores. Por eso hay que resaltar la importancia de la oración, el valor de la plegaria, la prioridad de la caridad fraterna y la aceptación del pluralismo religioso en un mundo que se define cada vez más como plural, comprensivo, tolerante y respetuoso con las creencias religiosas.
   Los educadores, sobre todo de los ambientes juveniles cultivados, deben ser conscientes de la necesidad de fortalecer la fe desde la caridad eclesial. Pero no lo conseguirán de forma suficiente desde el relativismo religioso, sino desde la acción de gracias a Dios por habernos dado a los católicos el don de la fidelidad al Evangelio y la eclesialidad del Primado del Obispo de Roma, sucesor de Pedro a quien Jesús confió el ministerio de gobernar a su comunidad elegida.