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En latín se dice "cereus". Es un producto de cera para iluminar estancias, en forma de cilindros con una mecha combustible. El término viene del concepto "cera" y alude a los productos luminosos que se elaboran a partir de este elemento natural de las abejas. Su origen se pierde en la noche de los tiempos, pero es probable que los usaban los etruscos hacia el siglo V ante de Cristo y de ellos pasaron a los romanos.
Los cirios, como símbolo de luz y de vida consumida en la presencia de Dios, fueron empleados por los cristianos en los primeros tiempos de la Iglesia, por influencia de los usos romanos. Al menos hay testimonios en el siglo II ya de este uso litúrgico. Con todo, en el Nuevo Testamento aparecen con frecuencia los términos de lámpara (de aceite) y antorcha (madera resinosa), pero no el de vela o cirio (sustancia sólida con mecha).
Algunos de ellos tienen especial sentido literario y litúrgico. Tal es el caso del cirio pascual. Y también es conveniente recordar las grandes velas funerarias. En todo caso, los soportes para estas candelas, candelabros, ciriales, trípodes, sirvieron de soporte a las expresiones artísticas de los devotos.
Los cirios daban especial "luz y colorido" a las eucaristías, procesiones, santuarios, ofrendas, romerías, etc. hasta nuestro días. Incluso es de "buen gusto litúrgico" el que los cirios usados en el servicio del Señor sean elaborados con cera virgen, es decir pura. Ordinariamente se complementa la cera con otras grasas vegetales o animales, ya que la cera de abeja es escasa para la gran demanda que se hace de ella.
Aunque la tecnología moderna ha puesto en boga otras formas de iluminación, como la electricidad o el gas, los cirios deben ser mantenidos por su poder simbólico.
Al cristiano hay que formarle para huir por igual de los ritos supersticiosos y mágicos de las luminarias sin sentido y del menosprecio por gestos que pueden tener un fuerte sentido de piedad, solidaridad y fervor.
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