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Tendencia de la naturaleza hacia lo que agrada a los sentidos, incluso aunque no sea conforma a la razón o a la voluntad de Dios. Se identifica este concepto con el deseo hacia el placer sensorial, no sólo sexual, pero también responde al afán de poseer, de dominar, de sobresalir y a cuantos movimientos desordenados se escapan del sereno control de la voluntad.
En la Sagrada Escritura se habla a veces de esa tendencia al desorden ético mediante el goce hedónico. No se describe con el verbo latino "concupiscere", desear, sino que en el Antiguo Testamento se recoge con el verbo "äwä" (Ex. 20.17; Prov. 6. 25), que indica desear algo que no está bien; y en el Nuevo Testamento se usa el término griego "epizumia" (Rom. 1.24-32; Gal 5.16-26; San. 1.14; 1 Jn. 2. 15-17), el cual se traduce por deseo de la carne, inclinación natural, afán de placer, que son formas de expresar esa inclinación que conduce al pecado.
La ascética cristiana suele relacionar la concupiscencia con el pecado original y el desorden introducido por el alejamiento de Dios desde la infidelidad primera al plan de Dios en el Paraíso. En esa creencia se basa la necesidad de luchar contra las propias inclinaciones.
A esas pasiones de la concupiscencia se las llama "concupiscibles" o tranquilas, pues buscan el placer sin más. Y a las que suscitan reacciones agresivas se las denomina "irascibles" o violentas. En ambas, la persuasión de que algo (la concupiscencia) en nosotros nos lleva al mal es la base de la lucha ascética.
Pero no es fácil en ambos casos diferenciar perfectamente lo que es tendencia del hombre conforme con su naturaleza animal: instintos de conservación, de defensa, de reproducción, de posesión; y lo que realmente es desajuste de la naturaleza: pasión de envidia, avaricia, lujuria, ira, etc. Por eso no es fácil por razón detectar lo que es bueno y lo que es malo, aunque la experiencia íntima bien lo discierne.
La llamada carta I del Apóstol Juan condensa las malas inclinaciones en las tres concupiscencias (epizumia): "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia (alathoneia) de la vida." (1 Juan 2. 15-17)
Sea lo que sea de la identidad de la concupiscencia, lo importante en educación es cultivar la recta razón y la libertad de la voluntad para obrar conforme al ideal cristiano y no conforme a la inclinación natural, como puede actuar cualquier animal irracional. Para eso está la virtud, que es hábito de bien obrar, y la conciencia, que es capacidad de juzgar la bondad o malicia de los actos.
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