DEMONIO 
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   El mensaje cristiano es siempre más positivo que negativo. Mira más a Dios que comunica palabras de esperanza y de gozo que a las criaturas que no res­ponden a los planes divinos. Presenta mejor los dones de Dios, que es Creador y Padre, que las ingratitudes, los pecados y las infidelidades.
   Por eso resulta un tema de menor importancia el mensaje religioso en torno a la existencia del Demonio y a su posible acción en la vida de los hombres. Con todo también se debe conocer lo que existe sobre el mal y el Maligno con el fin de evitar lo que pueda acontecer con sus insinuaciones y tentaciones. La existencia y acción de los espíritus malos no es algo pasado de moda ni se trata de ocurrencias o leyendas orienta­les, de tipo persa o egipcio, babilónico o cananeo. Es algo que esta en el mensaje cristiano y deber ser conocido.


Así le representaban los asirios

   1. Quién es

   La doctrina de la Iglesia habla de unos ángeles creados para amar a Dios que se rebelaron contra El. Fueron rechazados por la Divina Justicia, siendo condenados a un castigo eterno.
   Es preciso resaltar que Dios no creó a los ángeles malos como tales. Los demonios fueron creados buenos y libres por Dios. Cuando fueron sometidos a la prueba, ellos se hicieron malos por su propia culpa y elección.
   El Concilio IV de Letrán en 1215 definió, contra el dualismo de los gnósticos y maniqueos, que "el Diablo y los ángeles rebeldes fueron creados por Dios como buenos y se hicieron malos por rebelión contra Dios." (Denz 428). Sería un contrasentido pensar que Dios los hizo ya malos, pues ello se opondría a la bondad del Creador.
   San Agustín sostuvo algún tiempo, aunque después corrigió su primera idea, que, desde un principio, existieron dos grupos de ángeles: los creados en estado de gracia y destinados a la gloria celeste por haber sido creados ya impecables y perfectos; y otros que creó libres y a los que sometió a una prueba de fidelidad, capaces de amarle o de alejarse de El.
   Pronto se apartó de esa visión dualista y asumió la doctrina  que sería normal en la Iglesia. Dios hizo seres espirituales por igual, inmortales y libres, para expresar su misericordia y para que gozarán de su eterna felicidad. Los hizo inteligentes y los dotó de voluntad. Los dejó elegir la obediencia o la soberbia, el amor o la rebelión. Y hubo algunos infieles en la prueba y ellos mismos se alejaron de Dios.
   Santo Tomás de Aquino completó la opinión de San Agustín y situó la existencia de los demonios o ángeles pecadores en el contexto de la creación de los espíritus invisibles. La prueba a que los sometió fue un acto de amor divino para que fueran capaces de unirse a El y no una trampa para que algunos cayeran en el mal. (Suma Th. 1. 62. 4-5)

   2. Referencia bíblica

   En la Escritura Sagrada se habla con frecuencia de los demonios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento
   Se reconoce su existencia y su acción en medio de los hombres, pero siempre en función de la permisión divina. A veces se les llama "satanes", adversarios, (Ecclo. 21. 27; Job 1.6 y 2.7; 1 Cron. 21. 1) y "diablos", acusadores y calumniadores, que es traducción de la ver­sión bíblica de los LXX. (1 Sam. 6.14)
   La palabra "demonio" alude más a su carácter de espíritus o genio malignos, pues el término es de ascendencia griega (daimon) y recoge el concepto de ser invisible de cierta maldad.
   A veces se usan nombres descriptivos, como Belial, Luzbel, Beelzebub, y en ocasions términos genéricos, como príncipe de este mundo (2. Cor. 4.4), embaucador (Lc. 4.6), tentador, y sobre todo enemigo o adversario. En pocas ocasiones se atribuye a algún demonio un nombre propio, como el de Asmodeo del libro de Tobías (Tob. 3.8) o el de Azazel (Lev. 16. 8, 20 y 26), asociado al día de la Expiación de los pecados.
   En el Nuevo Testamento, la figura del Demonio se presenta con frecuencia como enemigo y adversario de los hombres. Jesús aparece como su gran enemigo que ha venido a destruir su reino. Así hay que entender los milagros sobre los espíritus malos y la fe que exige en quienes demandan la liberación.
   El padre de un "endemoniado" le pidió a Jesús: "Ten compasión y ayúdanos si puedes". Jesús le responde "¿Que si puedo? Todo es posible para el que tiene fe." (Mc. 9. 22-23). El sentido de la fe es la fuerza con la que Jesús se enfrenta al demonio, cuando trata con los tales espíritus: Mt. 25. 41; Mc. 3. 27; Jn. 8.44. Lc. 8.12. Unas 86 veces aparece el término demonio y 39 el de diablo en los escritos del Nuevo Testamento. El común denominador está en la oposi­ción a Jesús del "padre de la mentira y espíritu del mal”.
   En todas las referencias se deja entrever el triunfo de Jesús, pues precisamente para eso ha venido al mundo, para vencer al autor de la menti­ra con su Verdad, al espíritu soberbio con su humildad, al príncipe de este mundo con su muerte de cruz.
   Jesús alude en una ocasión a la derrota de los ángeles malos, que la predicación de sus seguidores va a provocar: "Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc. 10. 18). Fue su respuesta al gozo de sus Apóstoles que, al regresar de sus misiones, le dicen: "Hasta los demonios se nos someten en tu nombre." (Lc. 10. 17)

   3. La caída en el pecado

   La Sagrada Escritura enseña que algunos ángeles no superaron la prueba y se alejaron de Dios. Fueron arrojados al infierno por su rebeldía. "Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el juicio" (2 Petr. 2. 4).
   En la Epístola de Judas se dice tam­bién: "A los ángeles que no guardaron su dignidad y abandonaron su propia morada los tiene reservados en perpetua prisión, en el orco, para el juicio del gran día." (Jud. 6)
   Se suele presentar la rebeldía angélica contra Dios como una lucha, que se inicia en el hecho de su pecado y se continúa a lo largo de la Historia. En el Apocalipsis se habla de esa lucha permanente del Demonio contra los hijos de la Iglesia: "Luchó Mi­guel y sus ángeles contra el Dragón y los suyos, y cayó el Dragón y sus ángeles a tierra, pues ya no quedó sitio para ellos en el cielo des­pués." (12, 7-10).

   3.1. Lucha contra el mal

   Esa lucha entre el bien y el mal, al margen de que sea una constante en las culturas orientales, es la que refleja la perspectiva bíblica sobre el Demonio.
   Pero es evidente que las metáforas de luchas, oposiciones, engaños, trampas y aversiones, son formas antropomórficas de hablar, quedando la realidad del mal y de los espíritus diabólicos en clave de misterio y por encima de representaciones sensoriales.
   La culpa de los ángeles fue, desde luego, un pecado de espíritu; y, según enseñan San Agustín y San Gregorio Magno, fue un pecado de soberbia. No pudo ser un pecado vinculado con el cuerpo (hedonismo, violencia, abuso), como a veces se intentó entender la desviación angélica.
   El texto babilónico con que se alude en la Biblia a la corrupción de los "hijos de Dios" (Gen. 6, 2), abrasados por el amor carnal a las hijas de los hombres, se halla muy alejado de una interpretación racional aceptable.
   Aunque figuras señeras como San Justino, Atenágoras, Tertuliano, San Clemente Alejandrino, San Ambrosio, tendieran a ver algo de ello en la rebelión diabólica, es decir algún género de impurificación de los angélico con lo material, es más conforme con la naturaleza espiritual de los ángeles una prueba más sutil y conceptual que material.

   3.2. Pecado de soberbia

   La tradición de la Iglesia ha entendido ese pecado de los demonios como un acto de soberbia ante Dios, conforme se desprende de otros textos de la Escritura, como Eccli 10.15: "El principio de todo peca­do es la sober­bia".
   Y se ha comentado con frecuencia por los santos Padres y teólogos antiguos la relación entre el tal pecado y la frase referida en Jer. 2. 20, que pronuncia Israel en su abandono de Dios: "No te serviré".
   Se aplican al Demonio de manera típica las predicciones del profeta Isaías, dichas sobre el rey de Babilonia: "Cómo caíste del cielo, lucero esplendoroso, hijo de la aurora...!Tú dijiste en tu corazón: Subiré a los cielos; en lo alto, so­bre las estrellas, elevaré mi trono... Seré igual al Altísimo". (Is. 14. 12)
   Así lo hace S. Gregorio Magno (Moralia 34. 21) y lo comenta Sto. Tomás en la Suma (1. 63. 3) "Si duda ninguna, el pecado del ángel fue el querer hacerse semejante a Dios."

   4. Reprobación eterna

   Así como la felicidad de los ángeles buenos es de eterna duración (Mt. 18, 10), de la misma manera el castigo de los espíritus malos tampoco tendrá fin (Mt. 25. 41): "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para Satanás y sus ángeles". Ideas de permanencia eterna en el castigo se repiten en la Escritura: "Estarán en perpetua prisión (Jud. 6); "Serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos" (Apoc. 20, 10).
   La doctrina de Orígenes y de algunos seguidores (San Gregorio Niseno, Dídimo de Alejandría, Evagrio Póntico) sobre la restauración de todas las cosas (la apo­catástasis) interpreta mal algún texto escriturario (Hech. 3. 21). Nunca tuvo eco eclesial ni es aceptable por sus deficiencias metafísicas. Olvida que el tiempo termi­na en este mundo, al igual que el espacio. Y que la situación de quienes han trascendido un "período" de prueba, al estilo del que los hombres tienen con su vida terrena, es inmutable por su naturaleza.
   Sostener que los ángeles, y los hombres condenados, serán al final restaurados, perdonados y recuperados, después de un largo período de purificación, es alejarse de la realidad y de la Escritura. Cómo doctrina, fue condenada por la Iglesia en el Sínodo de Constantinopla del 543. (Denz. 21 y 429)

    5. Su acción en los hombres

    La posible acción del Demonio sobre los hombres es uno de los puntos más discutibles y discutidos en la Teología y en la ascesis cristiana.
   No cabe duda de que el Demonio ac­túa en la vida humana, individual y colectiva, si nos atenemos a la tradición de la Iglesia, a la abundancia de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento y hasta a la experiencia moderada, pero frecuente, de los hombres.
   Pero hay que mantenerse a igual distancia entre una supersticiosa visión de sus posibles recursos e influencias y una negación gratuita de su presencia en el mundo y en las personas.
   En la Escritura se presenta al Demonio como un Tentador, y por lo tanto con capacidad de influir en el hombre. "El Diablo, vuestro enemigo, anda alrededor vuestro como león rugiente buscando presa que devorar. Enfrentaos a él con la firmeza de la fe. (1. Pedr. 5.6)
   Pero hay que evitar atribuir a sus malvadas intenciones todos los hechos luctuosos que acontecen en la existencia: accidentes, enfermedades, desgracias, guerras, violencias, atropellos; o hacerle causante de todos los movimientos de­sordenados de las personas: avaricias, crueldades, lujurias, envidias, venganzas, etc.
   Las insinuaciones al mal no proceden sólo de él. Es la misma naturaleza del hombre, herida por el pecado, la que puede mover la voluntad humana hacia el pecado, precisamente por la libertad de que está dotado el hombre.

Victorias de Jesús sobre el Demonio en los Evangelio

        Hecho

   En Mateo

 En Mar­cos

  En Lucas

   En Juan

   Significado

Cura muchos posesos
Poseso de la piara
Poseso mudo

Poseso ciego
Hija de la cananea
Hijo lunático

Poseo de Cafarnaum
Poseso violen­to
Mujer encorvada

 Mt. 8.16
 Mt. 8-28-34
 Mt. 9.32-33

 

 Mt. 12.22-23
 Mt. 7. 24-30
 Mt. 17.14-18

  Mc. 1.32-33
  Mc. 5.1-20

 

 

 Mc.7.24-30
 Mc. 9. 14-29

 

 

 Lc.8.26-39

  Lc.9.37-43

 Lc. 1-23-28
 Lc.11.14-22
 Lc.13.10-13

 

  Juan no
 habla de
 ninguna
 pose­sión

 

 Poder de Jesús
 Condena impureza
 No poder hablar

 Ni hablar ni ver
 Valor de la fe
 Poder de la fe Poder de Jesús
 Poder de Jesús
 Poder de Jesús


 
 
 

 

 

   

 

 

 

Demonio de los Carnavales suramericanos 

5.1. Posesión

   En la historia del cristianismo la presencia o actuación del Demonio puede también entenderse como un predominio misterioso al que se puede llegar en algunos hombres. Se llama posesión diabólica a esa absorción del a voluntad por parte de los espíritus diabólicos.
   No se puede decir otra cosa sobre este asunto, sino constatar su posibilidad en general, a juzgar por la experiencia de la Iglesia a lo largo de los tiem­pos. Pero resulta muy difícil, por no decir imposible, asegurarlo en cada caso concreto que se pueda presentar.
   Los rasgos de la posesión verdadera sólo pueden ser certificados por autoridad competente y con los debidos elementos de experiencia y de discernimiento que la Iglesia reclama en su legislación. (C.D­.C canon 1172)
   El cristiano bien instruido debe evitar aceptar ingenuamente la presencia diabólica en determinadas situaciones patológicas, que tienen que ver más con la psiquiatría que con la acción de espíritus sobrenaturales. Y eso aunque sea frecuente el trato espectacular que se otorga a esas situaciones individuales o colectivas en la literatura, en el cine o en los medios de comunicación social.
   Bueno es recordar que en otros tiempos era frecuente hablar de situaciones de posesión diabólica ante fenómenos psicosomáticos que la ciencia no podía explicar. Determinadas enfermedades nerviosas, como la epilepsia o la histeria, eran asociadas ingenuamente a la acción diabólica.
   De igual manera, determinadas prácticas espiritistas o de brujería, muy vinculadas con habilidades o energías como la radiestesia o la prestidigitación, solían atribuirse a poderes extranaturales que de tales no tenían otra cosa que las habilidades de sus promotores.
   La Iglesia admite la posibilidad de la posesión diabólica, pero recuerda que sólo por permisión divina puede acontecer, quedando al margen de ella la voluntad o el juego de los hombres. Los ritos y prácticas del vudú en el Caribe, el xongó de Brasil o los cultos chamanistas en muchos lugares de Africa, apenas si pueden relacionarse con esas fuerzas diabólicas. Desaparece su influencia cuando la cultura y la libertad de las gentes remplaza la ignorancia o la ingenua dependencia de los hechiceros o de los magos que los explotan en su propio beneficio.
   El que se niegue el carácter sobrenatural de la mayor parte de las posesiones no quiere decir que no sea posible la existencia de fenómenos de efectos similares en determinadas sectas satánicas, en donde la posesión se presente como un rito y, ya sea por sugestión, por hipnosis o por la ingesta de alucinógenos, se produzcan situaciones psicopáticas: desdoblamiento de personalidad, perturbaciones mentales y trastornos de autoidentificación, entrega ciega a voluntad ajena, etc. con las consecuencias que se desprenden de tales estados.

   5.2. Exorcismo.

   Si la posesión diabólica es auténtica, se debe proceder a la eliminación de sus causas y de sus efectos. La Iglesia tiene determinados ritos de invocación divina y de execración diabólica, a los que llama exorcismos. Consisten en plega­rias para expulsar al Demonio de las personas o lugares que se suponen especialmente vincula­dos con él.
   Se suele delegar esta misión en personas dotadas de una autoridad religiosa especial, como el sacerdote experto designado por la autoridad para esta labor, aunque en otros tiempos era más frecuente su intervención por los prejuicios basados en las razones precientíficas antes aludidas. Hoy siguen existiendo esas prácticas exorcistas.
   Como es natural, se vinculan al poder especial de Jesús, del cual se testifica en los Evangelios la expulsión también de demonios en al menos una decena de casos. Se presenta su modelo de oración y penitencia como cauce para la acción antidiabólica. Y se recuerda que tales hechos suceden para manifestar la gloria de Dios en medio de los hombres y para recordar la necesidad del cristiano de luchar contra el mal.

   5.3.  Espiritismo.

   Existe hoy fuerte tendencia a promover la creencia en espíri­tus y adivinaciones, en sortilegios y fetichismos, en hechicerías y magias, en nigromancias y vatici­nios, en creencias astrales y brujeriles. Por eso es importante educar a los cristianos en lo relacionado con los espíritus y demonios, no desde la torpeza de los temores pueriles, sino desde la serenidad del os juicios rectos.
   El espiritismo en general se funda en la indiscutible existencia de determina­das energías que transcienden las leyes físicas de la naturaleza: percepciones ultrasensoriales, tramitación de pensamiento, otros fenómenos parapsicológicos, etc. El hecho de que no se expliquen por las leyes de Newton o Einstein no indica reflejo de poderes demoníacos.
   La afición por descubrir los secretos del futuro o de establecer cone­xión con los difuntos ha existido siempre en la humanidad. Pero la persona de conciencia recta sabe que sólo Dios puede cono­cer el porvenir que depende de causas libres o de tener relaciones con seres que han trascendido, por la muerte, el espacio y el tiempo.
   Especial aviso de prudente previsión reclaman los grupos o sectas espiritistas similares a los núcleos diabólicos, sobre todo si resultan destructivos para las personas o las colectividades.
   Como secta, el espiritismo nació en Estados Unidos de América alrededor de 1848, con la explotación de la niña Margaret Fox por su hermana y su padre, en función de determinados recursos parapsicológicos y trucos de que era capaz de hacer alarde.
   Se extendió a través de los escritos de  Andrew Jackson Davis, que realizaba a­sombrosas proezas en estado de trance. Y también con la publicación en 1872 por William Stainton Moses de la Revista de espiritis­mo "Light" y  con la aparición de diversos libros sobre el particular.
   Los grupos diabólicos, como la mayor parte de las sectas, son más fluidos, cambiantes, tendenciosos, manipuladores y, con frecuencia, perniciosos para las personas que quedan atrapadas en sus redes, sobre todo si son temperamentos frágiles, adolescentes o psicóticos y neuróticos.
   Suelen estar dirigidos por explotadores sin escrúpulos, que se lucran de la debilidad de los adeptos. Se suelen apoyar en estímulos y explotaciones sexuales, como cauce para obtener beneficios crematísticos o de otro tipo. Y con frecuencia destruyen la personalidad de quienes les siguen, de forma que sólo tratamientos psiquiátricos de choque hacen posible la regeneración o liberación de los explotados.
   Evidentemente que su vinculación directa con el Demonio o con los seres espirituales no es otra cosa que un engaño, aunque su propaganda use una terminología hábilmente convertida en reclamo publicitario.

6. Catequesis sobre el demonio

   La educación religiosa supone contar con las fuerzas del mal y la existen­cia y acción posible del Demonio. Los criterios que deben inspirar una buena acción educadora en este terreno pueden condensarse en los siguientes.

   1. Hay que evitar el hacer del demonio un objeto de curiosidad morbosa, situando lo que a él se refiere al mismo nivel que las demás doctrinas religiosas: de Cristo, de María, sobre la Igle­sia, acerca de la salvación.
   El poder y la existencia del Diablo es inmensamente menos importante que el mensaje de la creación, de la salvación y de la santificación en la Iglesia.
   No merece el espíritu del mal un trato preferente. Si se habla de él, se hace en forma negativa, es decir como carencia del bien. Y, si se previene de sus posibles actuaciones, debe dejarse claro que no merecen otra consideración que la de prevenir sus influencias o tentaciones.
   Hablar demasiado del Demonio o dejarse influir demasiado por lecturas, filmes, noticias, espectáculos, supersticiones que le toman como protagonista, resulta contraproducente por la morbosidad de los hechos y el riesgo de fomentar la curiosidad perturbadora.

   2. Se debe dar dimensión bíblica a los planteamientos que se formulen, evitando que sea la fantasía o la afectividad del educador lo que entra en juego y no las enseñanzas de la Palabra de Dios y de la Iglesia.
   Es bueno dar la preferencia a los planteamientos del Nuevo Testamento, sobre todo a los hechos de Jesús, narrados por los Evangelios. Al fin y al cabo el recurso a la Escritura fue el modo como Jesús derrotó al tentador en el desierto. (Mt. 4.1-11)

   3. No conviene hacer del Demonio, o de los espíritus angélicos rebeldes, fuerzas antagónicas a las divinas, situando a ambas en el mismo nivel. El Demonio no es más que una criatura, despreciable por su rebeldía. En modo alguno puede compararse con la magnificencia divina, con la belleza de la revelación y con la sublimidad de la gracia.
   No hay que minusvalorar su poder, pero tampoco hay que magnificarlo. Sólo puede hacer lo que Dios le permite y lo que los hombres quieren consentir. Las victorias de Jesús sobre los endemoniados, y el recuerdo de que siempre termina "expulsando" a los espíritus malignos, debe ser el mejor cauce para presentar la figura diabólica.

   4. Es bueno centrarse más en las dimensiones prácticas que en las teológicas o especulativas. La teología cristiana poco tiene que decir sobre el Demonio, fuera de reconocer su existencia y la oposición a Dios que representa. Por eso, tampoco conviene multiplicar las consideraciones, o suposiciones, en torno a su identidad y actividad.
   Por regla general resultan contraproducentes los antropomorfismos a los que es preciso acudir continuamente para hablar de tan negativa figura.

   5. La orientación personal, más que colectiva, de la posible actuación del Demonio en el mundo, es interesan­te.
   Es cierto que el objeto central del Demonio, en cuanto adversario y calumniador, es la Iglesia, en cuanto obra de Jesús. Pero su actuación preferente es la de descarriar a las personas elegidas por Dios para ser miembros de la Iglesia. Conviene resaltar esa dimensión e invitar en la catequesis a tomarse en serio la lucha contra el mal.