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      Imposición externa de la ley divina o humana  e imposición interna de la conciencia que impone la obligación o imperativo  de determinado comportamiento en virtud de voluntad ajena. 
   Propiamente el deber es la infraestructura  de la conciencia ética. Entre las muchas formas de presentar su naturaleza y  su fuerza coactiva, merecen ser recordadas las dos más significativas: la kantiana  y la positivista. 
   Para Kant el deber es la expresión del  imperativo categórico o impulso a hacer aquello que debe ser hecho por todos  para que haya orden. La razón pura del hombre le dicta lo que debe hacer por la  propia fuerza del orden. Se manifiesta por la necesidad de actuar de determinada  forma. Es el bien supremo que hace al hombre justo y honrado si se atiende a lo  que le dicta la razón. 
   Para Comte el debe es el uso social y la  necesidad de acomodarse a lo que hacen los demás. El deber es la demanda  social a acomodarse a la marcha de los que viven con uno, de modo que si se  disiente de ellos y se obra de otra forma se perturba también el orden y se  perjudica a la colectividad. 
   San Agustín y Sto. Tomás de Aquino, muchos  siglos antes de Comte y Kant, ya previeron que el deber es algo más que la  razón y la usualidad: que es un impulso ético hacia la acción correcta y no  sólo el resultado de un raciocinio deductivo de la mente. Recordamos que hay  algo en la mente o en el corazón humano que permite distinguir lo bueno de lo malo.  Y que la salud moral del hombre tiene que ver con esa capacidad ética. 
   Por distintos caminos llegaron ellos a hacer  del deber la respuesta a la iluminación interior de la conciencia (S. Agustín  en De Magistro) y la consecuencia del recto juicio sobre la Ley del Creador (Sto. Tomás en Summa contra gentiles). 
   Evidentemente una buena educación religiosa,  o ética a la luz de le fe, reclama que el deber se vea como una respuesta a  Dios que creó la naturaleza y otorgó la gracia y por lo tanto algo más que una  respuesta de la razón al orden de los actos humanos o de la tradición y los  usos sociales. Esta es la línea que debe seguir el catequista y el educador de  la fe. 
       
     
    
    
        
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