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Dada la importancia social que tienen hoy, sobre todo en los ámbitos juveniles, los deportes y las actividades deportivas, se deben convertir en centro de reflexión también en los terrenos morales y religiosos con miras a educar al hombre en el valor que poseen para el desarrollo personal y educar para juzgar las aberraciones que provocan en muchos entornos.
En cuanto los deportes facilitan la evasión y el desarrollo personal, no sólo en su dimensión fisiológica (salud y fortaleza corporal) sino también moral (solidaridad, honradez, constancia, elegancia, nobleza, sencillez), deben ser mirados con interés por el educador.
Pero, en cuanto son espectáculos de masas, el buen cristiano debe tener criterios sanos al respecto. El deporte se puede convertir en un elemento deformante de criterios y de hábitos sociales (sumas alucinantes de fichajes sostenidos por una propaganda comercial salvaje, explotación de hombres mediante dopajes o engaños inmorales, desahogos delictivos para aficionados psicopáticos). El educador debe analizar de vez en cuando los diversos aspectos éticos del deporte y, en lo posible, enseñar al educando a juzgar rectamente los acontecimientos y discernir los valores reales o ficticios que subyacen en los grandes espectáculos de masas.
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