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Término empleado dolosamente en el siglo XIX para esconder con un eufemismo la injusta apropiación por parte del Estado de la mayor parte de los bienes materiales de la Iglesia y de las entidades piadosas y culturales que de ella dependían. En menor cuantía entraron en la medida expropiatoria multitud de bienes de municipios que salieron a pública subasta para recaudar fondos pecuniarios para los gastos públicos, sobre todo militares durante la primera guerra carlista.
Unos 5 millones de Hectáreas pasaron de "manos muertas" (Iglesia y municipios) a "manos vivas", que fueron las de burgueses urbanos y terratenientes latifundistas que se lucraron con los bajos precios, ya que pocos medianos propietarios o jornaleros tuvieron acceso a la propiedad.
Junto con la incautación de bienes, se produjeron medidas persecutorias concomitantes: prohibición de noviciados y profesiones, secularización forzada de clérigos regulares, clausura de multitud de Monasterios antiguos y conventos, enajenación de obras de arte y destrucción de las mismas. El país se llenó de ruinas monacales milenarias. Maravillas de arte y cultura se perdieron para siempre.
En el terreno agrícola, se redujo la producción por la falta de capacidad explotadora de una burguesía egoísta a pesar del aumento demográfico y del incremento de la pobreza. En el aspecto político, la burguesía enriquecida se comprometió con los liberales y con la monarquía isabelina.
En el terreno religioso, la Iglesia quedó más pobre, pero más libre. Los monasterios se perdieron y los monjes se secularizaron. Lo cabildos se arruinaron y los templos y obras de caridad que de ellas dependían disminuyeron o desaparecieron.
Pero pronto surgieron nuevas familias religiosas docentes, sociales y hospitalarias, incluso asistenciales y misioneras.
La figura de Mendizábal (Juan Alvarez y Méndez, 1790-1853), quedó como emblema del atropello desamortizador, con su ley de expropiaciones de 1835. Pero la "mayor rapiña de la historia de España" en términos de Menéndez Pelayo, no le tuvo a él sólo como protagonista, sino que fue una constante de todo un siglo de rapiñas protagonizadas por los adversarios de la Iglesia: José Bonaparte en 1808, Cortes de Cádiz en 1813 y 1814, Pascual Madoz en 1855, Espartero en diversas épocas, República en 1872.
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