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Término popularizado a mediados del siglo XX por la corriente norteamericana del anarquismo pedagógico. Ivan Illich (1926-2002) en "La sociedad desecolarizada" o Evertt Reimer (1930-1998) en "La escuela ha muerto", entre otros, hicieron esfuerzos por sugerir alternativas culturales que no pasaran por una formación orgánica en la institución escolar.
Ellos pretendían formar culturalmente al hombre en otro tipo de realidades que no fueran coercitivas, y más vitales que racionales. Illich, en "La convivencialidad", iba más lejos al pretender superar la familia, las iglesias, los ejércitos, las leyes, los organismos sociales, desarticulando sus estructuras viejas y abriendo la vida por otros senderos que aseguraran la libertad (¿o el libertinaje?) de las personas.
Las ideas desescolarizadoras han rondado siempre la cabeza de diversos ideólogos. Además de los dos citados, se puede explorar a Juan Holt, profesor de Harvard, promotor del la "objeción escolar”, con la revista "Aprender sin escuelas"; a Paul Goodman, con escritos como "La deseducación obligatoria" o el "Manifiesto Anarquista"; a A.S. Neill, con su experiencia escocesa de "Summerhill", liberal y libertaria. Y a todos ellos se les puede entroncar con los viejos mitos de Francisco Ferrer i Guardia (1859-1909) en Cataluña, Paul Robin (1837-1912) en Francia o León Tolstoi (1828-1910) con su Jasnaia Poliana en la Rusia agónica de los zares.
Evidentemente en este contexto anarquista y mítico poco lugar queda para una formación ética y religiosa.
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