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Es el final del camino, material y simbólico, al que se encamina un individuo o una comunidad.
Con todo, la idea de destino se puede entender como hecho natural compatible con la libertad humana y la diversidad de opciones que el hombre puede lograr; y también con talante fatalista como lo que irremediablemente tiene que acontecer.
La buena educación cristiana tiende más a la libertad que a la predeterminación de las situaciones. Hay que salir al paso de las ideas preconcebidas que abundan en el ambiente (accidentes, riesgos, peligros) y que tantos malinterpretan. (Ver Predestinación)
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