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Décima parte de las marcaderías y de los productos agrícolas que se pagaban como tributo real en muchos pueblos antiguos. De hecho no era la "décima parte", sino que dependía de las exigencias y de los tiempos llegando en tiempos de guerra o en ciertos lugares a ser mucho más.
En la Edad Media se estableció la norma de pagar la décima parte a la Iglesia para contribuir a sus necesidades y al sostenimiento de las obras de caridad y de culto. Y en muchos lugares se entregaban también las "primicias" o primeros frutos de las cosechas en cantidades variables. Las demarcaciones eclesiásticas, obispados, catedrales y monasterios cuyo "señorío" era muy extenso por donaciones reales o adquisiciones propias, llegaron a acumular muchas riquezas con tales tributos. Pero la mayor parte de las entidades eclesiales, conventos y monasterios pequeños, parroquias y cofradías, hospicios y hospitales malvivían con las donaciones que con frecuencia eran usurpadas por los poderes civiles
Incluso se llegó a formular el quinto mandamiento de la Iglesia que duraría como fórmula hasta el siglo XX, y se explicita en catecismos como el de Gaspar Astete y el de Jerónimo Ripalda con la expresión de "pagar a la Iglesia los diezmos y primicias", expresión que muy recientemente se cambio por la de "ayudar a la Iglesia en sus necesidades"
Es importante educar a los cristianos en la colaboración con la comunidad creyente a la que se pertenece. Por eso la idea de los diezmos y primicias, al margen de su intenso sentido bíblico y de cualquier cuantificación porcentual, hay que saber inculcarla a todas las edades y soslayar las actitudes anticlericales que consideran la colaboración como un expolio y la comunidad como algo ajeno a uno que es creyente.
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