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Las personas difíciles o problemáticas son aquellas que, por diversas causas conscientes o inconscientes, voluntarias o inadvertidas, generan cierto clima en su entorno que hace costosa la convivencia. Resulta fatigoso el aceptar y acoger con simpatía su comportamiento y sus actitudes al mismo tiempo ellos mismos sienten desasosiego y tensión permanente.
Hay alumnos y hay catequizandos que son difíciles de orientar, de gobernar pedagógicamente y de aceptar en el contexto del grupo.
El educador tiene que contar necesariamente con un porcentaje de este tipo de personas. Unas veces se debe a su temperamento inestable o su afectividad susceptible. En ocasiones es su modo de pensar y la naturaleza de sus criterios. y es posible que sea la causa más de una vez verdaderas alteraciones psicóticas.
Hay que asumir la existencia de esas personas y hacer todo lo posible por amortiguar sus efectos nocivos, primero con paciencia, pero también empleando técnicas adecuadas en el trato personal y tratando siempre de que su actuación no perjudica al grupo.
Por difícil que sea un educando siempre hay en él algún punto frágil con el que poder acceder a su personalidad y encauzar su comportamiento.
En unos es la afectividad y entonces es conveniente cultivarlos con halagos y apoyos afectivos. Los hiperactivos suelen tener su actividad desbordada y es con trabajos y responsabilidades en bien de los demás como se les puede controlar. Excepcionalmente serán los castigos y el trago duro lo que dará resultado.
A veces es conveniente recordar que el hecho de mantener a una personalidad difícil en el grupo ya es un acierto y un beneficio para ella misma, pero también para el grupo por las reacciones positivas que su presencia genera y en ocasiones por las virtudes (paciencia, solidaridad, tolerancia) que obliga a practicar.
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