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El concepto de disciplina en ascética estaba en otros tiempos, y algo en la actualidad, al instrumento de voluntario sufrimiento que consistía en castigar partes del cuerpo (espalda, brazos, piernas) con un látigo o flagelo.
Se llamaba disciplinantes a los que practicaban este gesto de sufrimiento por un motivo sobrenatural, no por ningún alcance de masoquismo, de moda o de exhibición, ya se hiciera en público (en las procesiones o en los santuarios y monasterios), ya se hiciera en secreto ante Dios como gesto evangélico de sacrificio silencioso.
El castigo físico al propio cuerpo de esta manera apenas si puede ser entendido, aceptado y alabado en los tiempos modernos. Pero no cabe duda de que, en cuanto acto de voluntad enérgica y en cuanto sacrificio elegido libremente dentro de las normas de la prudente mortificación corporal, representaba un valor digno de alabanza y, en lo posible, de imitación.
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